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Crónica - 5 agosto, 2019

Al calor de un hombre simple

Fue una gata peluda que transformó su tragedia en poesía.

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Fue una gata peluda que transformó su tragedia en poesía. Clemencia Tariffa maniató su melancolía con una cadena de agua, acarició el silencio de las tinieblas y descubrió que una intrusa incomprensible invadió su cuerpo. Sus versos nacieron al calor de un hombre simple, sus senos eran montes cubiertos de miel y sus labios de sangre caliente siguen presos en el aro de Saturno. Ella vislumbró que el semen era una bendición de los antiguos dioses y que la luna era plana como una oblea de maíz.

Clemencia nació el 22 de octubre de 1959 en Agustín Codazzi, pero creció, vivió y murió en Santa Marta. Socorro Tariffa, su madre, era su todo: la poeta nunca tuvo otros familiares a quien acudir. Clemencia deambuló entre la pobreza, el dolor y la poesía. Desde niña sufrió de epilepsia, así que desarrolló una adultez temprana y unos cuadros psicóticos. Dicen que era misteriosa, compulsiva, lucida. En las fotos luce bajita y delgada. Aunque parecía una mujer de difícil trato, sucumbía fácilmente ante la belleza de las palabras:

Si las papilas
de mi lengua
no hubiesen
lamido tu vientre;
no habría conocido
tu voz.

Los versos de Clemencia fueron compilados en la antología Difícil hablar con las sombras (2014), que reúne sus libros El ojo de la noche (1987) y Cuartel (1999). Se trata de un hermoso trabajo que fue editado por su amigo Hernán Vargascarreño, con quien hizo parte del colectivo samario Poetas al Exilio. En Difícil hablar con las sombras aparece Clemencia completamente desnuda: ahí pueden hallarse poemas escritos con su letra de niña, algunos cantos que le dedicaron y una entrevista pots mortem que le realizó Rubén Darío Otálvaro.

Sus palabras exhiben su enfermedad, la pobreza que flageló su existencia y el erotismo que destilaba su piel. Era una poeta (no le gustaba que le dijeran poetisa porque se sentía discriminada) que cantaba con fogosidad, con ternura. Su lenguaje es sencillo y todo lo sencillo es diáfano, hermoso y universal. Clemencia acarició las mejillas frías y pálidas de su madre, vio como caían unas boquitas de hojalata sobre la hierba y se colgó una flor en el monte de Venus para provocar a su amante:

Ahora
que acariciamos las piedras,
inclusive,
gritamos palabrotas.
Ahora
que el aire es liviano
como el aliento de los niños,
escribiremos un poema.

La poeta vivía con su madre en María Eugenia, un populoso barrio de Santa Marta. Una mañana de 1999, Clemencia se despertó y encontró a la señora Socorro tirada en el suelo, con algo de sangre en la cabeza. Desesperada, salió a la calle y pidió ayuda. Rápidamente el lugar fue invadido y algunas personas aseguraron que la artista loca había asesinado a su progenitora, así que las autoridades se llevaron a la sospechosa esposada y la prensa local armó su show.

Dos días después el médico legista estableció que la señora Socorro sufrió un aneurisma cerebral, lo cual hizo que se cayera en la entrada de su habitación y se golpeara con una piedra que aguantaba la puerta. Clemencia quedó en libertad, pero estaba abatida, sola. A partir de ese momento su salud comenzó a empeorar. Durante un tiempo algunos amigos cubrieron los gastos de su subsistencia, pero no pudieron alargar ese gesto y se vieron en la obligación de internarla en una clínica mental de Santa Marta. Allí murió el 23 de septiembre de 2009: “y desde esta noche dormirá con mucho respeto en los recuerdos de papel”.

Difícil hablar con las sombras retrata la vida y la obra de Clemencia. Muestra a una poeta que era amada por sus amigos, pero que no pudo esquivar la desgracia ni el dolor. Ahí va una orquídea fingiendo el secreto coqueteo de la luz, un pez que deja atrás la tarde de una breve lluvia y unas hormigas que exploran el silencio de la madre muerta. Clemencia, como dijo María Mercedes Carranza, nació para crear y no para destruir, para defender la vida antes que la muerte. Por eso cada vez que terminaba de escribir un verso se sentía más húmeda que una manzana rosada.

Por Carlos César Silva / EL PILÓN
@ccsilva86

Crónica
5 agosto, 2019

Al calor de un hombre simple

Fue una gata peluda que transformó su tragedia en poesía.


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Fue una gata peluda que transformó su tragedia en poesía. Clemencia Tariffa maniató su melancolía con una cadena de agua, acarició el silencio de las tinieblas y descubrió que una intrusa incomprensible invadió su cuerpo. Sus versos nacieron al calor de un hombre simple, sus senos eran montes cubiertos de miel y sus labios de sangre caliente siguen presos en el aro de Saturno. Ella vislumbró que el semen era una bendición de los antiguos dioses y que la luna era plana como una oblea de maíz.

Clemencia nació el 22 de octubre de 1959 en Agustín Codazzi, pero creció, vivió y murió en Santa Marta. Socorro Tariffa, su madre, era su todo: la poeta nunca tuvo otros familiares a quien acudir. Clemencia deambuló entre la pobreza, el dolor y la poesía. Desde niña sufrió de epilepsia, así que desarrolló una adultez temprana y unos cuadros psicóticos. Dicen que era misteriosa, compulsiva, lucida. En las fotos luce bajita y delgada. Aunque parecía una mujer de difícil trato, sucumbía fácilmente ante la belleza de las palabras:

Si las papilas
de mi lengua
no hubiesen
lamido tu vientre;
no habría conocido
tu voz.

Los versos de Clemencia fueron compilados en la antología Difícil hablar con las sombras (2014), que reúne sus libros El ojo de la noche (1987) y Cuartel (1999). Se trata de un hermoso trabajo que fue editado por su amigo Hernán Vargascarreño, con quien hizo parte del colectivo samario Poetas al Exilio. En Difícil hablar con las sombras aparece Clemencia completamente desnuda: ahí pueden hallarse poemas escritos con su letra de niña, algunos cantos que le dedicaron y una entrevista pots mortem que le realizó Rubén Darío Otálvaro.

Sus palabras exhiben su enfermedad, la pobreza que flageló su existencia y el erotismo que destilaba su piel. Era una poeta (no le gustaba que le dijeran poetisa porque se sentía discriminada) que cantaba con fogosidad, con ternura. Su lenguaje es sencillo y todo lo sencillo es diáfano, hermoso y universal. Clemencia acarició las mejillas frías y pálidas de su madre, vio como caían unas boquitas de hojalata sobre la hierba y se colgó una flor en el monte de Venus para provocar a su amante:

Ahora
que acariciamos las piedras,
inclusive,
gritamos palabrotas.
Ahora
que el aire es liviano
como el aliento de los niños,
escribiremos un poema.

La poeta vivía con su madre en María Eugenia, un populoso barrio de Santa Marta. Una mañana de 1999, Clemencia se despertó y encontró a la señora Socorro tirada en el suelo, con algo de sangre en la cabeza. Desesperada, salió a la calle y pidió ayuda. Rápidamente el lugar fue invadido y algunas personas aseguraron que la artista loca había asesinado a su progenitora, así que las autoridades se llevaron a la sospechosa esposada y la prensa local armó su show.

Dos días después el médico legista estableció que la señora Socorro sufrió un aneurisma cerebral, lo cual hizo que se cayera en la entrada de su habitación y se golpeara con una piedra que aguantaba la puerta. Clemencia quedó en libertad, pero estaba abatida, sola. A partir de ese momento su salud comenzó a empeorar. Durante un tiempo algunos amigos cubrieron los gastos de su subsistencia, pero no pudieron alargar ese gesto y se vieron en la obligación de internarla en una clínica mental de Santa Marta. Allí murió el 23 de septiembre de 2009: “y desde esta noche dormirá con mucho respeto en los recuerdos de papel”.

Difícil hablar con las sombras retrata la vida y la obra de Clemencia. Muestra a una poeta que era amada por sus amigos, pero que no pudo esquivar la desgracia ni el dolor. Ahí va una orquídea fingiendo el secreto coqueteo de la luz, un pez que deja atrás la tarde de una breve lluvia y unas hormigas que exploran el silencio de la madre muerta. Clemencia, como dijo María Mercedes Carranza, nació para crear y no para destruir, para defender la vida antes que la muerte. Por eso cada vez que terminaba de escribir un verso se sentía más húmeda que una manzana rosada.

Por Carlos César Silva / EL PILÓN
@ccsilva86