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Crónica - 19 febrero, 2022

Adolfo Pacheco, el juglar de los ‘Montes de María’

“De la escuela de 'Don Pepe' a los amores frustrados de Mercedes. 'El Gurrufero' el bar insigne de San Jacinto se convirtió en el sitio predilecto de los músicos del vallenato”. 

Adolfo Pacheco Anillo, el compositor que llevó la música de la sabana para que fuera reconocida en 'El Festival Vallenato'.
Adolfo Pacheco Anillo, el compositor que llevó la música de la sabana para que fuera reconocida en 'El Festival Vallenato'.

En cualquier noche de esos días remotos, en la esquina de la plaza, frente al teatro Santa Isabel, mientras en los pequeños kioscos de madera y zinc se escuchaba dentro de los grandes vasos de aluminio el batido de los refrescos de leche, kola y pedazos de hielo, conversaban el músico acordeonista Andrés Landero y el compositor y profesor, y ahora abogado, Adolfo Pacheco Anillo.

Esos recuerdos aún persisten en la memoria, a pesar de la continua lucha que el tiempo trata y acecha con olvidar.

Eran los momentos adorables y apasionantes de nuestra adolescencia, cuando caminábamos de mañana y tarde hacia los salones de primaria del inolvidable Instituto Rodríguez, en donde la seño ‘Nata’, el seminarista profesor Alfaro, el mismo ‘Pepe’ Rodríguez y Adolfo Pacheco, de manera rígida y con mucha disciplina nos inculcaban las primeras enseñanzas, resaltando sobre la moral, la ética y el buen comportamiento.

Las clases se escuchaban bajo el silencio y atención de los alumnos y la templanza y seriedad de los educadores. Existían estudiantes externos, de los cuales hacía parte, y residentes en el plantel, los llamados internos, llegados a San Jacinto de pueblos como San Juan, El Carmen y Zambrano, en el departamento de Bolívar, como también de Plato y Nueva Granada, en el Magdalena.

Los alumnos, algunos nativos de San Jacinto y otros provenían de lugares lejanos desde donde los padres enviaban a sus hijos a este colegio, destacado por su recta educación y su ejemplar enseñanza, ubicado en las planicies de Los Montes de María, en donde llegaba ya frágil, la suave brisa del Cerro de Maco.

SAN JACINTO

San Jacinto es un municipio situado en el norte del país, en el departamento de Bolívar, a 120 kilómetros al sudeste de Cartagena de Indias, su capital. Es pionero a nivel nacional en exportaciones de artesanías como la fabricación a mano en telares, de hamacas, mochilas, fajas y pellones, productos que se exhiben en kioscos ubicados a cada lado de la carretera La Variante, por donde transitan los vehículos que se dirigen a El Carmen de Bolívar o San Juan Nepomuceno. 

El pueblo, ubicado en medio de estas dos poblaciones, también se ha hecho conocer a nivel internacional por la agrupación ‘Los Gaiteros de San Jacinto’, que han llevado su música y folclor a países de Europa, llegando hasta la encumbrada Plaza Roja de Moscú, en Rusia.

San Jacinto hace parte de Los Montes de María, una subregión del Caribe colombiano de 6.466 km2, entre los departamentos de Sucre y Bolívar. Los Montes de María está compuesto por montañas con altura aproximada de mil metros. En donde en los años 90 estalló con todo su furor el conflicto armado con la presencia de la guerrilla de las Farc y grupos paramilitares, manchando de terror y sangre a esa población, integrada por campesinos.

EL PROFESOR PACHECO

Recordemos ahora al profesor Adolfo Pacheco Anillo, cuando se dirigía a dictar sus clases. En muchas ocasiones llegaba al salón de quinto de primaria, ubicado cerca del patio, a un lado del comedor, sosteniendo en su mano izquierda su querida y apreciable guitarra.

La clase con él no era tan rígida, porque la revestía con anécdotas, pequeñas historias sobre el folclor y su encanto por la música. Dictaba, más que todo, una materia que tituló con el nombre de Higiene, que consistía en hablar sobre el cuerpo humano y su anatomía.

Explicaba, por ejemplo, sobre los huesos que hacen parte de la cabeza. Mostraba, señalando por encima de la oreja, ”estos son los temporales porque es donde brotan las primeras canas y van direccionando la edad en el hombre”. Enseñaba que el cráneo estaba dividido en varios huesos, pero seguidamente decía, ya de manera jocosa, que ”eso también dependía del golpe que recibiera de su adversario”.

Eso lo comentaba con un tono de gracia que se reflejaba en su rostro y que contagiaba de satisfacción y alegría a sus alumnos, para de paso rebajar la tensión de las clases anteriores.

Por esa actitud se esperaba con armonía las clases que dictaba el profesor Adolfo Pacheco.

Para ese entonces ya germinaba en su mente y su corazón los sentimientos por el amor de Mercedes, una agraciada mujer que por las noches la cortejaba con visitas en su casa cerca de La Variante, esa carretera que fue diseñada para que los carros pesados no aceleraran la destrucción de las calles del centro del pueblo, pasando por la plaza frente a la iglesia. En su época de profesor, matizaba su oficio con la musa que le brotaba por los cánticos a la naturaleza y al amor.

En donde ahora se recuerda lo referente al mochuelo, ese pájaro silvestre que vuela bajo sobre la maleza de Los Montes de María y que ‘Joche’ le regaló, ”para la novia mía”, interpretada por Otto Serge con la acordeón piano de Rafael Ricardo.

Son hermosas canciones entre melódicos y encantadores paseos, que fueron formando su trayectoria profesional en la música para enriquecer el folclor.

Así, de esa manera, Adolfo Pacheco se fue alejando de los salones de clase, dejando atrás el negro tablero rectangular de madera sostenido en una pared pintada de blanco, el contacto directo con sus alumnos y el polvo pegante de las barras de tisa.

El tiempo ahora le transcurría en la concentración para construir los poemas de amor, las historias y aconteceres cotidianos del pueblo, que luego plasmaba en hermosas páginas musicales. Asistía a reuniones, entrevistas o invitaciones que necesitaban de su aporte y conocimiento para la realización de festivales.

LA HAMACA GRANDE

Así nacieron las inolvidables estrofas de ‘La Hamaca Grande’, en donde narra sobre el folclor y el Festival de la Leyenda Vallenata.

”La Hamaca Grande es el símbolo que me sacó de la pobreza, por eso agradezco tanto a esta canción, que dediqué a los vallenatos y para regalarle mi música de la sabana y el cofre de plata, para contribuir a este género vallenato que se ha ido elevando y que tiene el lugar que tiene hoy”, expresión de este cantautor.

Y de manera humilde emite su concepto sobre ese importante certamen que en cada abril se realiza en Valledupar, en donde se dan cita los mayores exponentes de la música de ‘Francisco el Hombre’.

”Gracias al Festival Vallenato estamos los músicos ganando más platica, porque antes nos pagaban con ron y comía”.

Adolfo Pacheco grabó inicialmente esta composición con el acordeón y la voz del extinto Andrés Landero, otro sanjacintero, que fue gran juglar de la música del Caribe.  Landero incluyó esta melodía en el álbum ‘Voy a la Fiesta’, en 1.970. Después fue grabada en la voz del samario Carlos Vives, con el acordeón de Egidio Cuadrado, en ‘Cánticos de la Provincia’ en 1993.

Aún se recuerda la música y la letra de esa composición que inmortalizó a Adolfo Pacheco y de paso su nombre se internacionalizó.

”Esta canción la compuse porque mi compadre Ramón Vargas, me exigía que le hiciera un vallenato y el título se lo puso Edgardo Pereira, en un día de parranda en su finca cerca de San Jacinto. ”Ahí está el nombre en la misma canción, ‘La Hamaca Grande’, dijo en ésa oportunidad Edgardo Pereira.

Este juglar, nacido el ocho de agosto de 1940 en San Jacinto, desde muy niño era influenciado en la música por su abuelo Laureano Antonio Pacheco, un maestro de la gaita y tocador de tambor.

Por esa heredad musical e innata en él, cuando recién cumplió los seis años hizo su primer verso, que tituló ‘Mazamorrita Cruda’ se trató de un canto indio en ritmo de puya.

EL ESQUIVO AMOR DE MERCEDES

Este legendario juglar cuenta en una de sus canciones, las pasiones que lo mantuvieron atraído hacia los sentimientos de Mercedes. Pero la mujer, cuyo verdadero nombre no era el de Mercedes, sino que su autor tomó esa identidad para protegerla del comentario de vecinos.

”A pesar de mis requerimientos, ella se portaba como una mujer honesta y me decía no lo acepto, porque no me entrego ni me vendo”, comenta Adolfo Pacheco. Y es que la melodía es una narrativa cantada del amor de Adolfo por Mercedes.

SU PADRE, EL VIEJO MIGUEL

Pero son tantas las composiciones de la autoría de Adolfo Pacheco, que han llegado hasta 126, siendo grabadas por Daniel Celedón e Ismael Rudas, Los Hermanos Zuleta, Diomedes Díaz, Carlos Vives, Jhonny Ventura, la orquesta Los Melódicos, la agrupación de Otto Serge y el vocalista Moisés Angulo.

También hay que decir que después de la muerte de la señora madre de Adolfo Pacheco, Mercedes Anillo, cuando él tenía escasos ocho años, su padre, ante el dolor y la tristeza, se fue para Barranquilla y lo dejó interno en la escuela de San Jacinto, a donde años después regresó como profesor.

Sobre esta situación Adolfo Pacheco comenta que ”mi papá me mandó para la escuela de Don ‘Pepe’, ahí donde daban rejo, de modo que me quedé cuatro años en el internado de San Jacinto y cinco años interno en el colegio Fernández Baena, de Cartagena, fue como una semiesclavitud”.

Pero considera que no debe lamentarse ”porque me hicieron bachiller”.

El fallecimiento de Mercedes, su madre, una mujer blanca que cantaba con gran voz pasillos y boleros en el patio de la casa y el refugio de su padre Miguel Pacheco, en la capital del Atlántico, lo llevó a componer ‘El Viejo Miguel’, de esa manera llamada a su padre.

‘EL GURRUFERO

En la canción de ‘El Viejo ‘Miguel’, Adolfo Pacheco hace mención a ‘El Gurrufero’, sitio emblemático de San Jacinto. Pero, ¿qué es ‘El Gurrufero’ y qué significa esa extraña palabra?

La respuesta la tiene el comunicador social y escritor, también sanjacintero, Alfonso Hamburge Fernández, quien elaboró un documental para el canal regional Telecaribe, sobre San Jacinto y Adolfo Pacheco, que lleva por nombre ‘El Gurrufero’.

”Según el diccionario, Gurrufero es un caballo de poca monta, de carga, pero Adolfo Pacheco, le da otra connotación, es decir, la de un tipo asañoso, acarandoso, alegre, es el bacán sabanero, el hombre que a las cuatro de la tarde está frente al espejo, bañado, con el pelo engomado con pomada de color perfumada, bien vestido, con la ropa almidonada, que sale a la calle a buscar a sus amigos, pero más que todo a enamorar, a lanzar piropos decentes, porque no es vulgar, o sea es la versión macondeana de Florentino Ariza, según la novela de Gabriel García Márquez”, de acuerdo con la explicación de Alfonso Hamburger.

‘El Gurrufero”, un establecimiento público, nació en 1930 cuando llegó a San Jacinto José Vicente Caro, procedente de El Carmen de Bolívar, era un músico que se casó con una señora de apellido Güette. 

Caro fundó en el pueblo la academia musical ‘El Gurrufero’ se trataba de un sitio para bailar.

Después este establecimiento fue adquirido por Miguel Pacheco Blanco, padre de Adolfo, y se convirtió en el bar más importante de San Jacinto, donde llegaban reconocidos músicos de la región como Francisco ‘Pacho’ Rada, Aníbal Velásquez y Calixto Ochoa.

”Para esa época todos los músicos que llegaban a San Jacinto se dirigían a ‘El Gurrufero’, porque era el salón de moda para escuchar música, para tomar ron y bailar pidiendo ‘barato’, recuerda Alfonso Hamburger.

Este negocio estuvo en varios sitios en el pueblo y por último fue instalado en casa de Pedro Morales, para entonces ya era un billar, a dos cuadras hacia arriba de la plaza, por la llamada ‘Calle Mocha’. 

”Entonces ‘El Viejo Miguel’ llegó a ‘quebrarse’ económicamente, esto se agrava con la muerte de Mercedes Anillo, la madre de Adolfo, en 1948 y en un día de abril en 1964 se va para Barranquilla, por invitación que le hiciera su amigo Régulo Matera”, comentó Hamburge. Mientras, Adolfo Pacheco, se quedaba en San Jacinto, señalando este acontecimiento con la estrofa ”primero se fue la vieja pa’ el cementerio y ahora se va usted solito pa’ Barranquilla”.

EL GRADO DE ABOGADO

Después Adolfo Pacheco viajó a Bogotá para estudiar en la facultad de derecho y terminó recibiendo conocimientos de ingeniería civil en la Universidad Javeriana y clases de guitarra, cuando en ese entonces voleteaba en su mente las ideas políticas y su inclinación a la ideología izquierdista y su anhelo de viajar a Rusia para ampliar esos conocimientos.

Luego, ante los escasos recursos de su padre, tuvo que regresar a su tierra natal, sin haber podido culminar sus estudios de derecho.

Pero su inclinación por las leyes y las normas jurídicas, permitió que continuara con el anhelo de regresar a la universidad, y lo hizo a los 36 años, para entonces sí graduarse de abogado a los 43 en Cartagena, con la tesis de grado ‘El derecho intelectual en el derecho de autor’.

Y estando en San Jacinto, alejado de las aulas, pero unido a la música y a las composiciones, se dedicó a tener contacto con la gente más necesitada del pueblo, llegando a ser concejal de su municipio,  realizando actividades comunales y de cooperativismo. También ocupó un escaño tanto en la Asamblea de Bolívar, como del Atlántico,  además, secretario de esa corporación y director de tránsito en Cartagena.

”Pero me retiré de esa actividad proselitista sin riqueza, creo que soy de los pocos políticos que se dio ese lujo, porque yo jamás serví para robar”, lo manifiesta con satisfacción.

LA VIDA AZAROSA DE ADOLFO PACHECO

Este juglar sabanero mantuvo por algún tiempo una agitada vida sentimental, llegando a tener ocho hijos en cuatro uniones libres, hasta que se unió con la que hoy es su esposa la también abogada Ladis.

En un principio las relaciones con esta dama no fueron normales porque los padres de ella se oponían, al considerar a Adolfo Pacheco como un músico, sinónimo de parrandero, mujeriego y bebedor. Por ésa circunstancia la joven mujer fue enviada a estudiar a Bogotá, con el fin de que olvidara los amores de Adolfo.

”Yo fui a despedirla al aeropuerto en medio del dolor y la amargura por su partida, pero después, estando en la capital, me comunicó que necesitaba unos libros que me había prestado y yo le dije ven a buscarlos y ella vino y terminó esa separación”, recuerda Adolfo Pacheco.

No acabaríamos ahora, al mencionar su paso por la política, la actividad de funcionario público, maestro de escuela y su exitosa labor como cantante y compositor, de terminar de relatar su vida.

En estos momentos elevamos una plegaria al Todopoderoso para que mantenga sano al juglar Adolfo Pacheco Anillo, al saber que en días pasados estuvo con quebrantos de  salud.

POR: RAMÓN VÁSQUEZ RUIZ/ ESPECIAL PARA EL PILÓN

Crónica
19 febrero, 2022

Adolfo Pacheco, el juglar de los ‘Montes de María’

“De la escuela de 'Don Pepe' a los amores frustrados de Mercedes. 'El Gurrufero' el bar insigne de San Jacinto se convirtió en el sitio predilecto de los músicos del vallenato”. 


Adolfo Pacheco Anillo, el compositor que llevó la música de la sabana para que fuera reconocida en 'El Festival Vallenato'.
Adolfo Pacheco Anillo, el compositor que llevó la música de la sabana para que fuera reconocida en 'El Festival Vallenato'.

En cualquier noche de esos días remotos, en la esquina de la plaza, frente al teatro Santa Isabel, mientras en los pequeños kioscos de madera y zinc se escuchaba dentro de los grandes vasos de aluminio el batido de los refrescos de leche, kola y pedazos de hielo, conversaban el músico acordeonista Andrés Landero y el compositor y profesor, y ahora abogado, Adolfo Pacheco Anillo.

Esos recuerdos aún persisten en la memoria, a pesar de la continua lucha que el tiempo trata y acecha con olvidar.

Eran los momentos adorables y apasionantes de nuestra adolescencia, cuando caminábamos de mañana y tarde hacia los salones de primaria del inolvidable Instituto Rodríguez, en donde la seño ‘Nata’, el seminarista profesor Alfaro, el mismo ‘Pepe’ Rodríguez y Adolfo Pacheco, de manera rígida y con mucha disciplina nos inculcaban las primeras enseñanzas, resaltando sobre la moral, la ética y el buen comportamiento.

Las clases se escuchaban bajo el silencio y atención de los alumnos y la templanza y seriedad de los educadores. Existían estudiantes externos, de los cuales hacía parte, y residentes en el plantel, los llamados internos, llegados a San Jacinto de pueblos como San Juan, El Carmen y Zambrano, en el departamento de Bolívar, como también de Plato y Nueva Granada, en el Magdalena.

Los alumnos, algunos nativos de San Jacinto y otros provenían de lugares lejanos desde donde los padres enviaban a sus hijos a este colegio, destacado por su recta educación y su ejemplar enseñanza, ubicado en las planicies de Los Montes de María, en donde llegaba ya frágil, la suave brisa del Cerro de Maco.

SAN JACINTO

San Jacinto es un municipio situado en el norte del país, en el departamento de Bolívar, a 120 kilómetros al sudeste de Cartagena de Indias, su capital. Es pionero a nivel nacional en exportaciones de artesanías como la fabricación a mano en telares, de hamacas, mochilas, fajas y pellones, productos que se exhiben en kioscos ubicados a cada lado de la carretera La Variante, por donde transitan los vehículos que se dirigen a El Carmen de Bolívar o San Juan Nepomuceno. 

El pueblo, ubicado en medio de estas dos poblaciones, también se ha hecho conocer a nivel internacional por la agrupación ‘Los Gaiteros de San Jacinto’, que han llevado su música y folclor a países de Europa, llegando hasta la encumbrada Plaza Roja de Moscú, en Rusia.

San Jacinto hace parte de Los Montes de María, una subregión del Caribe colombiano de 6.466 km2, entre los departamentos de Sucre y Bolívar. Los Montes de María está compuesto por montañas con altura aproximada de mil metros. En donde en los años 90 estalló con todo su furor el conflicto armado con la presencia de la guerrilla de las Farc y grupos paramilitares, manchando de terror y sangre a esa población, integrada por campesinos.

EL PROFESOR PACHECO

Recordemos ahora al profesor Adolfo Pacheco Anillo, cuando se dirigía a dictar sus clases. En muchas ocasiones llegaba al salón de quinto de primaria, ubicado cerca del patio, a un lado del comedor, sosteniendo en su mano izquierda su querida y apreciable guitarra.

La clase con él no era tan rígida, porque la revestía con anécdotas, pequeñas historias sobre el folclor y su encanto por la música. Dictaba, más que todo, una materia que tituló con el nombre de Higiene, que consistía en hablar sobre el cuerpo humano y su anatomía.

Explicaba, por ejemplo, sobre los huesos que hacen parte de la cabeza. Mostraba, señalando por encima de la oreja, ”estos son los temporales porque es donde brotan las primeras canas y van direccionando la edad en el hombre”. Enseñaba que el cráneo estaba dividido en varios huesos, pero seguidamente decía, ya de manera jocosa, que ”eso también dependía del golpe que recibiera de su adversario”.

Eso lo comentaba con un tono de gracia que se reflejaba en su rostro y que contagiaba de satisfacción y alegría a sus alumnos, para de paso rebajar la tensión de las clases anteriores.

Por esa actitud se esperaba con armonía las clases que dictaba el profesor Adolfo Pacheco.

Para ese entonces ya germinaba en su mente y su corazón los sentimientos por el amor de Mercedes, una agraciada mujer que por las noches la cortejaba con visitas en su casa cerca de La Variante, esa carretera que fue diseñada para que los carros pesados no aceleraran la destrucción de las calles del centro del pueblo, pasando por la plaza frente a la iglesia. En su época de profesor, matizaba su oficio con la musa que le brotaba por los cánticos a la naturaleza y al amor.

En donde ahora se recuerda lo referente al mochuelo, ese pájaro silvestre que vuela bajo sobre la maleza de Los Montes de María y que ‘Joche’ le regaló, ”para la novia mía”, interpretada por Otto Serge con la acordeón piano de Rafael Ricardo.

Son hermosas canciones entre melódicos y encantadores paseos, que fueron formando su trayectoria profesional en la música para enriquecer el folclor.

Así, de esa manera, Adolfo Pacheco se fue alejando de los salones de clase, dejando atrás el negro tablero rectangular de madera sostenido en una pared pintada de blanco, el contacto directo con sus alumnos y el polvo pegante de las barras de tisa.

El tiempo ahora le transcurría en la concentración para construir los poemas de amor, las historias y aconteceres cotidianos del pueblo, que luego plasmaba en hermosas páginas musicales. Asistía a reuniones, entrevistas o invitaciones que necesitaban de su aporte y conocimiento para la realización de festivales.

LA HAMACA GRANDE

Así nacieron las inolvidables estrofas de ‘La Hamaca Grande’, en donde narra sobre el folclor y el Festival de la Leyenda Vallenata.

”La Hamaca Grande es el símbolo que me sacó de la pobreza, por eso agradezco tanto a esta canción, que dediqué a los vallenatos y para regalarle mi música de la sabana y el cofre de plata, para contribuir a este género vallenato que se ha ido elevando y que tiene el lugar que tiene hoy”, expresión de este cantautor.

Y de manera humilde emite su concepto sobre ese importante certamen que en cada abril se realiza en Valledupar, en donde se dan cita los mayores exponentes de la música de ‘Francisco el Hombre’.

”Gracias al Festival Vallenato estamos los músicos ganando más platica, porque antes nos pagaban con ron y comía”.

Adolfo Pacheco grabó inicialmente esta composición con el acordeón y la voz del extinto Andrés Landero, otro sanjacintero, que fue gran juglar de la música del Caribe.  Landero incluyó esta melodía en el álbum ‘Voy a la Fiesta’, en 1.970. Después fue grabada en la voz del samario Carlos Vives, con el acordeón de Egidio Cuadrado, en ‘Cánticos de la Provincia’ en 1993.

Aún se recuerda la música y la letra de esa composición que inmortalizó a Adolfo Pacheco y de paso su nombre se internacionalizó.

”Esta canción la compuse porque mi compadre Ramón Vargas, me exigía que le hiciera un vallenato y el título se lo puso Edgardo Pereira, en un día de parranda en su finca cerca de San Jacinto. ”Ahí está el nombre en la misma canción, ‘La Hamaca Grande’, dijo en ésa oportunidad Edgardo Pereira.

Este juglar, nacido el ocho de agosto de 1940 en San Jacinto, desde muy niño era influenciado en la música por su abuelo Laureano Antonio Pacheco, un maestro de la gaita y tocador de tambor.

Por esa heredad musical e innata en él, cuando recién cumplió los seis años hizo su primer verso, que tituló ‘Mazamorrita Cruda’ se trató de un canto indio en ritmo de puya.

EL ESQUIVO AMOR DE MERCEDES

Este legendario juglar cuenta en una de sus canciones, las pasiones que lo mantuvieron atraído hacia los sentimientos de Mercedes. Pero la mujer, cuyo verdadero nombre no era el de Mercedes, sino que su autor tomó esa identidad para protegerla del comentario de vecinos.

”A pesar de mis requerimientos, ella se portaba como una mujer honesta y me decía no lo acepto, porque no me entrego ni me vendo”, comenta Adolfo Pacheco. Y es que la melodía es una narrativa cantada del amor de Adolfo por Mercedes.

SU PADRE, EL VIEJO MIGUEL

Pero son tantas las composiciones de la autoría de Adolfo Pacheco, que han llegado hasta 126, siendo grabadas por Daniel Celedón e Ismael Rudas, Los Hermanos Zuleta, Diomedes Díaz, Carlos Vives, Jhonny Ventura, la orquesta Los Melódicos, la agrupación de Otto Serge y el vocalista Moisés Angulo.

También hay que decir que después de la muerte de la señora madre de Adolfo Pacheco, Mercedes Anillo, cuando él tenía escasos ocho años, su padre, ante el dolor y la tristeza, se fue para Barranquilla y lo dejó interno en la escuela de San Jacinto, a donde años después regresó como profesor.

Sobre esta situación Adolfo Pacheco comenta que ”mi papá me mandó para la escuela de Don ‘Pepe’, ahí donde daban rejo, de modo que me quedé cuatro años en el internado de San Jacinto y cinco años interno en el colegio Fernández Baena, de Cartagena, fue como una semiesclavitud”.

Pero considera que no debe lamentarse ”porque me hicieron bachiller”.

El fallecimiento de Mercedes, su madre, una mujer blanca que cantaba con gran voz pasillos y boleros en el patio de la casa y el refugio de su padre Miguel Pacheco, en la capital del Atlántico, lo llevó a componer ‘El Viejo Miguel’, de esa manera llamada a su padre.

‘EL GURRUFERO

En la canción de ‘El Viejo ‘Miguel’, Adolfo Pacheco hace mención a ‘El Gurrufero’, sitio emblemático de San Jacinto. Pero, ¿qué es ‘El Gurrufero’ y qué significa esa extraña palabra?

La respuesta la tiene el comunicador social y escritor, también sanjacintero, Alfonso Hamburge Fernández, quien elaboró un documental para el canal regional Telecaribe, sobre San Jacinto y Adolfo Pacheco, que lleva por nombre ‘El Gurrufero’.

”Según el diccionario, Gurrufero es un caballo de poca monta, de carga, pero Adolfo Pacheco, le da otra connotación, es decir, la de un tipo asañoso, acarandoso, alegre, es el bacán sabanero, el hombre que a las cuatro de la tarde está frente al espejo, bañado, con el pelo engomado con pomada de color perfumada, bien vestido, con la ropa almidonada, que sale a la calle a buscar a sus amigos, pero más que todo a enamorar, a lanzar piropos decentes, porque no es vulgar, o sea es la versión macondeana de Florentino Ariza, según la novela de Gabriel García Márquez”, de acuerdo con la explicación de Alfonso Hamburger.

‘El Gurrufero”, un establecimiento público, nació en 1930 cuando llegó a San Jacinto José Vicente Caro, procedente de El Carmen de Bolívar, era un músico que se casó con una señora de apellido Güette. 

Caro fundó en el pueblo la academia musical ‘El Gurrufero’ se trataba de un sitio para bailar.

Después este establecimiento fue adquirido por Miguel Pacheco Blanco, padre de Adolfo, y se convirtió en el bar más importante de San Jacinto, donde llegaban reconocidos músicos de la región como Francisco ‘Pacho’ Rada, Aníbal Velásquez y Calixto Ochoa.

”Para esa época todos los músicos que llegaban a San Jacinto se dirigían a ‘El Gurrufero’, porque era el salón de moda para escuchar música, para tomar ron y bailar pidiendo ‘barato’, recuerda Alfonso Hamburger.

Este negocio estuvo en varios sitios en el pueblo y por último fue instalado en casa de Pedro Morales, para entonces ya era un billar, a dos cuadras hacia arriba de la plaza, por la llamada ‘Calle Mocha’. 

”Entonces ‘El Viejo Miguel’ llegó a ‘quebrarse’ económicamente, esto se agrava con la muerte de Mercedes Anillo, la madre de Adolfo, en 1948 y en un día de abril en 1964 se va para Barranquilla, por invitación que le hiciera su amigo Régulo Matera”, comentó Hamburge. Mientras, Adolfo Pacheco, se quedaba en San Jacinto, señalando este acontecimiento con la estrofa ”primero se fue la vieja pa’ el cementerio y ahora se va usted solito pa’ Barranquilla”.

EL GRADO DE ABOGADO

Después Adolfo Pacheco viajó a Bogotá para estudiar en la facultad de derecho y terminó recibiendo conocimientos de ingeniería civil en la Universidad Javeriana y clases de guitarra, cuando en ese entonces voleteaba en su mente las ideas políticas y su inclinación a la ideología izquierdista y su anhelo de viajar a Rusia para ampliar esos conocimientos.

Luego, ante los escasos recursos de su padre, tuvo que regresar a su tierra natal, sin haber podido culminar sus estudios de derecho.

Pero su inclinación por las leyes y las normas jurídicas, permitió que continuara con el anhelo de regresar a la universidad, y lo hizo a los 36 años, para entonces sí graduarse de abogado a los 43 en Cartagena, con la tesis de grado ‘El derecho intelectual en el derecho de autor’.

Y estando en San Jacinto, alejado de las aulas, pero unido a la música y a las composiciones, se dedicó a tener contacto con la gente más necesitada del pueblo, llegando a ser concejal de su municipio,  realizando actividades comunales y de cooperativismo. También ocupó un escaño tanto en la Asamblea de Bolívar, como del Atlántico,  además, secretario de esa corporación y director de tránsito en Cartagena.

”Pero me retiré de esa actividad proselitista sin riqueza, creo que soy de los pocos políticos que se dio ese lujo, porque yo jamás serví para robar”, lo manifiesta con satisfacción.

LA VIDA AZAROSA DE ADOLFO PACHECO

Este juglar sabanero mantuvo por algún tiempo una agitada vida sentimental, llegando a tener ocho hijos en cuatro uniones libres, hasta que se unió con la que hoy es su esposa la también abogada Ladis.

En un principio las relaciones con esta dama no fueron normales porque los padres de ella se oponían, al considerar a Adolfo Pacheco como un músico, sinónimo de parrandero, mujeriego y bebedor. Por ésa circunstancia la joven mujer fue enviada a estudiar a Bogotá, con el fin de que olvidara los amores de Adolfo.

”Yo fui a despedirla al aeropuerto en medio del dolor y la amargura por su partida, pero después, estando en la capital, me comunicó que necesitaba unos libros que me había prestado y yo le dije ven a buscarlos y ella vino y terminó esa separación”, recuerda Adolfo Pacheco.

No acabaríamos ahora, al mencionar su paso por la política, la actividad de funcionario público, maestro de escuela y su exitosa labor como cantante y compositor, de terminar de relatar su vida.

En estos momentos elevamos una plegaria al Todopoderoso para que mantenga sano al juglar Adolfo Pacheco Anillo, al saber que en días pasados estuvo con quebrantos de  salud.

POR: RAMÓN VÁSQUEZ RUIZ/ ESPECIAL PARA EL PILÓN