Por Juan Rincón Vanegas [email protected] El viernes 19 de junio de 1914 nació en el hoy corregimiento de Guacoche, Lorenzo Miguel Morales Herrera o sea que ayer sumó 97 años de vida. Sentado en el trono de su silla de ruedas atiende la entrevista y al preguntarle por su cumpleaños expresa: “Es un lujo llegar […]
Por Juan Rincón Vanegas
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El viernes 19 de junio de 1914 nació en el hoy corregimiento de Guacoche, Lorenzo Miguel Morales Herrera o sea que ayer sumó 97 años de vida.
Sentado en el trono de su silla de ruedas atiende la entrevista y al preguntarle por su cumpleaños expresa: “Es un lujo llegar a mi edad. No todo el mundo se dá ese sport”. Entonces suelta una ligera sonrisa y remata diciendo: “De estos modelos marca Morales, ya no vienen”.
El más viejo juglar de la música vallenata hace un repaso por esa cantidad de años, donde ha dejado constancia de su amor a la vida y por ser ejemplo para todos los suyos, sus grandes amistades y al folclor que le ha dado enormes satisfacciones.
“Mi vida ha trascurrido con calma, con amor, mucha fe y con una larga lista de hijos, donde se hizo realidad aquello de que soy el que dejaba la huella, antes de poner el pié”. Hace una parada, cierra los ojos con la única finalidad de aglutinar los recuerdos en un lugar seguro de su cerebro y lanza su gran proclama: “Tuve mis buenos tiempos de apogeo. Nunca perdí la rutina y siempre me destaqué en el campo del amor. Un acordeonero, cantante y compositor, era rey en esa época y la mayoría de mis canciones las hacía para premiar a las mujeres, esas mujeres que son lo más lindo que Dios creó”.
Guarda silencio como para que los recuerdos no huyan con sus palabras y al preguntarle sobre el significado de la palabra amor, sorprende con la más alta definición.
“El amor es como el combustible que se mete en el pecho y quema hasta el alma. Es una fuerza que no tiene contención hasta que logra llegar al cauce del corazón. Nadie muere por amor y solamente sucede en las canciones y en las novelas”.
Quería seguir hablando del tema, pero lo interrumpe su compañera Ana Romero, quien ha escuchado al veterano del acordeón esbozar esa lección de amor, ese mismo que se abrió paso en la vida entregando serenatas como cuota inicial para que las brisas del amor refrescaran el corazón de sus pretendientes.
Ella, que ha vivido con ‘Moralito’, más de 64 años y que lo conoce de pies a cabeza, manifestó: “Ese fue mucho hombre mujeriego, aunque yo nunca sufrí de celos porque a mi casa llegaba completico. En cada pueblo tenía una o varias”. Entonces mencionó a diversas poblaciones: Guacoche, donde tuvo a la vez cuatro mujeres de planta; Patillal, La Paz, La Junta, La Peña, Badillo, Corral de Piedra, Manaure, Codazzi y Valledupar, entre otras.
‘El gigante de Guacoche’ escuchó la explicación de su compañera con mucho detenimiento y enseguida dijo: “las mujeres son la esencia de la tierra y el alimento para el amor. El mundo sin mujeres hubiera sido un desastre”. Ella, volvió a corroborar su comentario. “una vez llegó a la casa en la madrugada y cuando prendí la lamparita, estaba con la ropa al revés”. Él, al escuchar la anécdota se ríe, y entonces anota: “Esos son tiempos pasados, porque al día se le acaban sus horas, sus minutos y sus segundos, a los ríos les pasa la creciente y los momentos de ayer quedan dibujados en el álbum del recuerdo y hasta las canciones están escondidas en las pliegues de mi acordeón”.
También cuenta que “ahora todo es diferente a mi época, donde la paz y la alegría reinaban. Había abundancia de alimentos, pero ya la cuchara está alta y no hay toldo pa’ tanta gente. Todo ha cambiado de tal manera que el respeto y la prudencia pasaron a segundo plano y la violencia toca a todas las puertas”.
Estando en eso llegó una encantadora joven a felicitarlo y espantó de una su comentario. Le brillaron los ojos, sonrió y dijo: “esto es lo que se llama un pimpollo”.
El maestro recibió una gran cantidad de felicitaciones y en el equipo de sonido nunca dejaron de sonar sus canciones, pero cuando se escuchó ‘El errante’ se emocionó. “Esa es mi canción favorita y la que más dediqué. Es un paseo por muchos episodios de mi vida donde el corazón me titilaba y me hacía correr como animal cerrero”.
El beso
Ana, su compañera, aprovechando el momento de la celebración de un nuevo cumpleaños, le pidió que se dejara dar un beso. Él aceptó, pero no muy gustoso, porque hizo una exposición de general de cuatro soles que ha librado muchas batallas teniendo como triunfos a cuarenta hijos.
“Ya pa’ qué, si poco hace falta porque el amigo se murió sin despedirse”. Ana, quien lo escuchó atenta exclamó de inmediato: “tanta cosa pa’ decir que el soldado se cayó y ni siquiera quedó herido”. Las risas se expandieron por toda la casa.
De recuerdo quedó la gráfica del beso, un beso con agradable sabor a cielo para el hombre de poca estatura, pero cariñoso y gigante en sapiencia musical y que desde el fondo de su corazón solo le da gracias a Dios por la multiplicación de sus días, hasta sumar 97 años.
“Mi vida ha trascurrido con calma, con amor, mucha fe y con una larga lista de hijos, donde se hizo realidad aquello de que soy el que dejaba la huella, antes de poner el pié”. Hace una parada, cierra los ojos con la única finalidad de aglutinar los recuerdos en un lugar seguro de su cerebro y lanza su gran proclama: “Tuve mis buenos tiempos de apogeo. Nunca perdí la rutina y siempre me destaqué en el campo del amor”.
Por Juan Rincón Vanegas [email protected] El viernes 19 de junio de 1914 nació en el hoy corregimiento de Guacoche, Lorenzo Miguel Morales Herrera o sea que ayer sumó 97 años de vida. Sentado en el trono de su silla de ruedas atiende la entrevista y al preguntarle por su cumpleaños expresa: “Es un lujo llegar […]
Por Juan Rincón Vanegas
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El viernes 19 de junio de 1914 nació en el hoy corregimiento de Guacoche, Lorenzo Miguel Morales Herrera o sea que ayer sumó 97 años de vida.
Sentado en el trono de su silla de ruedas atiende la entrevista y al preguntarle por su cumpleaños expresa: “Es un lujo llegar a mi edad. No todo el mundo se dá ese sport”. Entonces suelta una ligera sonrisa y remata diciendo: “De estos modelos marca Morales, ya no vienen”.
El más viejo juglar de la música vallenata hace un repaso por esa cantidad de años, donde ha dejado constancia de su amor a la vida y por ser ejemplo para todos los suyos, sus grandes amistades y al folclor que le ha dado enormes satisfacciones.
“Mi vida ha trascurrido con calma, con amor, mucha fe y con una larga lista de hijos, donde se hizo realidad aquello de que soy el que dejaba la huella, antes de poner el pié”. Hace una parada, cierra los ojos con la única finalidad de aglutinar los recuerdos en un lugar seguro de su cerebro y lanza su gran proclama: “Tuve mis buenos tiempos de apogeo. Nunca perdí la rutina y siempre me destaqué en el campo del amor. Un acordeonero, cantante y compositor, era rey en esa época y la mayoría de mis canciones las hacía para premiar a las mujeres, esas mujeres que son lo más lindo que Dios creó”.
Guarda silencio como para que los recuerdos no huyan con sus palabras y al preguntarle sobre el significado de la palabra amor, sorprende con la más alta definición.
“El amor es como el combustible que se mete en el pecho y quema hasta el alma. Es una fuerza que no tiene contención hasta que logra llegar al cauce del corazón. Nadie muere por amor y solamente sucede en las canciones y en las novelas”.
Quería seguir hablando del tema, pero lo interrumpe su compañera Ana Romero, quien ha escuchado al veterano del acordeón esbozar esa lección de amor, ese mismo que se abrió paso en la vida entregando serenatas como cuota inicial para que las brisas del amor refrescaran el corazón de sus pretendientes.
Ella, que ha vivido con ‘Moralito’, más de 64 años y que lo conoce de pies a cabeza, manifestó: “Ese fue mucho hombre mujeriego, aunque yo nunca sufrí de celos porque a mi casa llegaba completico. En cada pueblo tenía una o varias”. Entonces mencionó a diversas poblaciones: Guacoche, donde tuvo a la vez cuatro mujeres de planta; Patillal, La Paz, La Junta, La Peña, Badillo, Corral de Piedra, Manaure, Codazzi y Valledupar, entre otras.
‘El gigante de Guacoche’ escuchó la explicación de su compañera con mucho detenimiento y enseguida dijo: “las mujeres son la esencia de la tierra y el alimento para el amor. El mundo sin mujeres hubiera sido un desastre”. Ella, volvió a corroborar su comentario. “una vez llegó a la casa en la madrugada y cuando prendí la lamparita, estaba con la ropa al revés”. Él, al escuchar la anécdota se ríe, y entonces anota: “Esos son tiempos pasados, porque al día se le acaban sus horas, sus minutos y sus segundos, a los ríos les pasa la creciente y los momentos de ayer quedan dibujados en el álbum del recuerdo y hasta las canciones están escondidas en las pliegues de mi acordeón”.
También cuenta que “ahora todo es diferente a mi época, donde la paz y la alegría reinaban. Había abundancia de alimentos, pero ya la cuchara está alta y no hay toldo pa’ tanta gente. Todo ha cambiado de tal manera que el respeto y la prudencia pasaron a segundo plano y la violencia toca a todas las puertas”.
Estando en eso llegó una encantadora joven a felicitarlo y espantó de una su comentario. Le brillaron los ojos, sonrió y dijo: “esto es lo que se llama un pimpollo”.
El maestro recibió una gran cantidad de felicitaciones y en el equipo de sonido nunca dejaron de sonar sus canciones, pero cuando se escuchó ‘El errante’ se emocionó. “Esa es mi canción favorita y la que más dediqué. Es un paseo por muchos episodios de mi vida donde el corazón me titilaba y me hacía correr como animal cerrero”.
El beso
Ana, su compañera, aprovechando el momento de la celebración de un nuevo cumpleaños, le pidió que se dejara dar un beso. Él aceptó, pero no muy gustoso, porque hizo una exposición de general de cuatro soles que ha librado muchas batallas teniendo como triunfos a cuarenta hijos.
“Ya pa’ qué, si poco hace falta porque el amigo se murió sin despedirse”. Ana, quien lo escuchó atenta exclamó de inmediato: “tanta cosa pa’ decir que el soldado se cayó y ni siquiera quedó herido”. Las risas se expandieron por toda la casa.
De recuerdo quedó la gráfica del beso, un beso con agradable sabor a cielo para el hombre de poca estatura, pero cariñoso y gigante en sapiencia musical y que desde el fondo de su corazón solo le da gracias a Dios por la multiplicación de sus días, hasta sumar 97 años.
“Mi vida ha trascurrido con calma, con amor, mucha fe y con una larga lista de hijos, donde se hizo realidad aquello de que soy el que dejaba la huella, antes de poner el pié”. Hace una parada, cierra los ojos con la única finalidad de aglutinar los recuerdos en un lugar seguro de su cerebro y lanza su gran proclama: “Tuve mis buenos tiempos de apogeo. Nunca perdí la rutina y siempre me destaqué en el campo del amor”.