Sorli, líder de los chimilas, enfrentó con valentía a los colonizadores españoles en el siglo XVI. Comandó un ejército de diez mil guerreros para proteger su cultura y territorio. Su resistencia lo convirtió en un mártir de la lucha indígena.
Sorli poseía armas únicas para defender la cultura y el territorio de sus ancestros: su extraordinaria inteligencia, capacidad de resiliencia y, como complemento, un poderoso ejército permanente compuesto por más de diez mil guerreros chimilas. Con esta fuerza militar, en el siglo XVI, enfrentó a los gobiernos españoles, reclamando la invasión de su territorio. Así lo afirma Rafael, un profesor indígena de ascendencia chimila, actualmente residente en el resguardo Issa Oristuna.
Sorli era el jefe de la etnia chimila, tal como lo confirman varios cronistas, incluido el poeta Jorge Isaacs, autor de María. En su poema titulado Imperio Chimila, contenido en el libro Culturas aborígenes del doctor Castro Trespalacios (página 49), Isaacs escribe:
Imperio Chimila
Autor: Jorge Isaacs
“Imperio de Sorlì, rey del Chimila.
Ya sea selva virgen de la cumbre al llano,
jamás sumiso a la ley del Vaticano,
que a los pueblos degrada y aniquila”
Este poema confirma la valentía de Sorli, quien resistió la justicia española que intentaba destruir la cultura de su etnia. Cuando se le interrogó sobre aceptar al rey de España como dueño de sus tierras, rendir tributos o riquezas como vasallo, respondió con firmeza: “No acepto arbitrariedades ni leyes injustas”.
Los españoles sintieron mucho temor porque no estaban ante un enemigo común, sino ante un poderoso enemigo.
Por todo lo anterior, el cacique Sorli murió como un mártir, porque al igual que Jesucristo, lo llevaron a la horca, torturándolo, con una soga al cuello, como si fuera un animal, luego lo condujeron a la orilla del río Ancho, por la región de Chincuámero, frente al mar Caribe y allí murió con el sol a las seis de la tarde.
Hace 40 años, siendo supervisora de educación del departamento, asignada a las escuelas indígenas de la Sierra Nevada, tuve el gusto de pasar con mi mula, sobre un puente llamado Tarabita, que caminaba con dos carruchas para atravesar el río Ancho, acompañada de un indígena kogui. Después me dirigí a Santa Rosa, San Miguel, San Francisco y Makutama, que es la universidad donde se estudia para ser mamus.
Murió defendiendo su pueblo y su soberanía. Se me anuda un grito en la garganta al recordar cuando Sorlì fue rumbo a su muerte, indefenso, impotente, amarrado, lo despojaron de su penacho de plumas, de su Carcaj lleno de flechas, y las arrojaron al fuego; pero la calabacilla de oro que cubría su órgano genital, le fue robado. Así le dieron muerte a todos los símbolos que acompañaban a Sorlì como gran jerarca de los chimilas; todo lo anterior, por el sólo delito de defender a los suyos, y de fijar una posición de justicia y de ética.
Unos días después, según una de las crónicas del poeta Juan de Castellanos, un valeroso indio chimila vengó su muerte.
España no tendrá nunca con qué pagar el etnocidio (muerte de las culturas) y el genocidio (muerte física) que cometió con nuestros indígenas, quienes no practicaron el verdadero cristianismo, a excepción del padre de Las Casas, el padre Montesinos y San Pedro Claver.
Veamos qué nos dice el cronista Juan de Castellanos en su segunda parte, elegía cuarta, canto segundo, páginas 157-159:
“Esto me fue notorio.
Porque yendo a la casa de Sorlì,
Para holgarme,
Escuché las tramas y escapé huyendo.
Página 158:
Salió Sorlì Cacique conocido,
Con mucha gente bien apercibida,
El capitán Cordero que lo vio,
A concierto de paces lo convida,
Sorlì también acepta su partida
Sin poner dilaciones en su venida.
Páginas 360 y 361:
Durante la guerra de Los Chimilas contra los
Españoles, estos últimos prendieron 20 indígenas principales, dice así la estrofa:
‘’Y a todos los pusieron en cadenas’
Entre ellos a Sorlì, que de los males pasados
Merecía mayor pena.
A Sorlí lo llevaron Argollado, murió como Cristo, cuando lo llevaban a la crucifixión.
En la página 157 dice que el gobernador López de Orozco envió al capitán Antonio Cordero para poblar o para fundar la provincia de Chimila y el pueblo de San Ángel, que con otro nombre era la capital de los chimilas, dice así el verso:
‘’La ciudad en llegando fue trazada,
Y las cuadras iguales en medida,
En parte raza bien acomodadas,
Y con buenas entradas y salidas,
La población San Ángel fue llamada’’
Página 360:
‘’Entregaron sus casas y caudales,
Procurando hacer la bolsa llena,
Y puestas de colleras tantos cuellos,
A la ciudad de Ancho van con ellos’’
Todo lo anterior nos lo relata Juan de Castellanos.
Vemos en este último verso el escarnio de los españoles, cuando después de haber recibido todo el oro y las riquezas, la recompensa fue quitarle la vida a su cacique principal. Llevándolo en colleras igual que a un animal.
El doctor Raichel Dolmatoff afirma que el nombre de Tairona aparece por primera vez en la obra del cronista español Antonio Herrera, para referirse y unificar a las quince provincias de la Sierra Nevada con un solo nombre; Taironas eran los indios vestidos, de lengua chibcha que habitaron esta Sierra.
Posteriormente se les llamó chimilas, como un nombre genérico, a todos los indígenas que habitaban la parte plana que rodeaba la Sierra Nevada; no porque todos fueran de la cultura chimila, pues en todo estos dos extensos valles que colindaban con la Sierra Nevada y la Serranía de Perijá se encontraban, no sólo la cultura chimila, sino los carbones a la derecha de la ciénaga de Santa Marta. Debajo de ella los Caribes Bocinegros, a la orilla derecha del río Magdalena habitaban los Mocanas y la Gente Blanca, ubicados desde las Bocas de Cenizas hasta Tenerife, y desde Tenerife hasta Tamalameque habitaban los Malibúes; en la orilla izquierda del río Magdalena habitaban los Cendaguaz; en la ciénaga de Zapatosa habitaban los Pacabueyes, en Chiriguaná habitaban los chiriguanos; en la orilla izquierda del río Cesar habitaban los Tupes; y en la orilla derecha del río Cesar habitaban los kankuamos, los arhuacos y los wiwas; así pues, los chimilas no podían haber subyugado y sometido a todas estas culturas de la parte plana, que eran tan valientes como ellos. Pero además no podían convertirse todas las etnias en chimilas por arte de magia.
Así vemos como cada uno tenía su propia cultura. Leamos los que nos dice el cronista Juan de Castellanos:
Hay en el Upar muchas naciones.
Todas de lenguas y costumbres diferentes,
Pero entre ellas las de los Tupes,
Es la de los más valientes.
Por lo anterior, el término chimila pasó a ser sinónimo para todos los indígenas de la parte baja, los chimilas habitaban todo el pie de monte occidental de la Sierra Nevada, los ríos Ariguaní y Garupal. Como eran trashumantes y fueron sometidos a múltiples desplazamientos, se mestizaron con los carbones, con los caribes, con los malibúes, con los kankuamos y los yukpas, pero además con los arhuacos y guajiros; con los indios tupes nunca se mestizaron, y esto se deduce porque en la fundación de la ciudad de Nuestra Señora del Rosario, hoy Codazzi, en el año de 1737, hacen presencia en ella los indígenas tupes con el fin de que ellos combatieran a los chimilas; esta información es sacada del archivo nacional, del fondo “Curas y obispos” tomo 37.
Queda aclarado que el cacique Upar no era chimila, pues estos tenían su propio cacique llamado Sorlì quien era tan valiente pero además guerrero y en esto superaba al cacique Upar.
Uno de los argumentos que nos hace deducir que el cacique Upar no pertenecía a la cultura de los chimilas es que en el idioma Ette Tahara de los Chimilas o Ette ennacas, no aparecen las palabras Guatapurí, ni la palabra Upar, el significado de estas palabras es “agua seca” para Upar y “agua fría” para Guatapurí.
Sorlì contaba con más fortaleza que el cacique Upar, ya que lo superaba por el gran ejército que comandaba magistralmente, pero además tenía la ventaja de ser un magnífico jefe militar y hombre de guerra para combatir la tiranía de los españoles.
Por: Ruth Ariza Cotes.
Antropóloga e historiadora
Sorli, líder de los chimilas, enfrentó con valentía a los colonizadores españoles en el siglo XVI. Comandó un ejército de diez mil guerreros para proteger su cultura y territorio. Su resistencia lo convirtió en un mártir de la lucha indígena.
Sorli poseía armas únicas para defender la cultura y el territorio de sus ancestros: su extraordinaria inteligencia, capacidad de resiliencia y, como complemento, un poderoso ejército permanente compuesto por más de diez mil guerreros chimilas. Con esta fuerza militar, en el siglo XVI, enfrentó a los gobiernos españoles, reclamando la invasión de su territorio. Así lo afirma Rafael, un profesor indígena de ascendencia chimila, actualmente residente en el resguardo Issa Oristuna.
Sorli era el jefe de la etnia chimila, tal como lo confirman varios cronistas, incluido el poeta Jorge Isaacs, autor de María. En su poema titulado Imperio Chimila, contenido en el libro Culturas aborígenes del doctor Castro Trespalacios (página 49), Isaacs escribe:
Imperio Chimila
Autor: Jorge Isaacs
“Imperio de Sorlì, rey del Chimila.
Ya sea selva virgen de la cumbre al llano,
jamás sumiso a la ley del Vaticano,
que a los pueblos degrada y aniquila”
Este poema confirma la valentía de Sorli, quien resistió la justicia española que intentaba destruir la cultura de su etnia. Cuando se le interrogó sobre aceptar al rey de España como dueño de sus tierras, rendir tributos o riquezas como vasallo, respondió con firmeza: “No acepto arbitrariedades ni leyes injustas”.
Los españoles sintieron mucho temor porque no estaban ante un enemigo común, sino ante un poderoso enemigo.
Por todo lo anterior, el cacique Sorli murió como un mártir, porque al igual que Jesucristo, lo llevaron a la horca, torturándolo, con una soga al cuello, como si fuera un animal, luego lo condujeron a la orilla del río Ancho, por la región de Chincuámero, frente al mar Caribe y allí murió con el sol a las seis de la tarde.
Hace 40 años, siendo supervisora de educación del departamento, asignada a las escuelas indígenas de la Sierra Nevada, tuve el gusto de pasar con mi mula, sobre un puente llamado Tarabita, que caminaba con dos carruchas para atravesar el río Ancho, acompañada de un indígena kogui. Después me dirigí a Santa Rosa, San Miguel, San Francisco y Makutama, que es la universidad donde se estudia para ser mamus.
Murió defendiendo su pueblo y su soberanía. Se me anuda un grito en la garganta al recordar cuando Sorlì fue rumbo a su muerte, indefenso, impotente, amarrado, lo despojaron de su penacho de plumas, de su Carcaj lleno de flechas, y las arrojaron al fuego; pero la calabacilla de oro que cubría su órgano genital, le fue robado. Así le dieron muerte a todos los símbolos que acompañaban a Sorlì como gran jerarca de los chimilas; todo lo anterior, por el sólo delito de defender a los suyos, y de fijar una posición de justicia y de ética.
Unos días después, según una de las crónicas del poeta Juan de Castellanos, un valeroso indio chimila vengó su muerte.
España no tendrá nunca con qué pagar el etnocidio (muerte de las culturas) y el genocidio (muerte física) que cometió con nuestros indígenas, quienes no practicaron el verdadero cristianismo, a excepción del padre de Las Casas, el padre Montesinos y San Pedro Claver.
Veamos qué nos dice el cronista Juan de Castellanos en su segunda parte, elegía cuarta, canto segundo, páginas 157-159:
“Esto me fue notorio.
Porque yendo a la casa de Sorlì,
Para holgarme,
Escuché las tramas y escapé huyendo.
Página 158:
Salió Sorlì Cacique conocido,
Con mucha gente bien apercibida,
El capitán Cordero que lo vio,
A concierto de paces lo convida,
Sorlì también acepta su partida
Sin poner dilaciones en su venida.
Páginas 360 y 361:
Durante la guerra de Los Chimilas contra los
Españoles, estos últimos prendieron 20 indígenas principales, dice así la estrofa:
‘’Y a todos los pusieron en cadenas’
Entre ellos a Sorlì, que de los males pasados
Merecía mayor pena.
A Sorlí lo llevaron Argollado, murió como Cristo, cuando lo llevaban a la crucifixión.
En la página 157 dice que el gobernador López de Orozco envió al capitán Antonio Cordero para poblar o para fundar la provincia de Chimila y el pueblo de San Ángel, que con otro nombre era la capital de los chimilas, dice así el verso:
‘’La ciudad en llegando fue trazada,
Y las cuadras iguales en medida,
En parte raza bien acomodadas,
Y con buenas entradas y salidas,
La población San Ángel fue llamada’’
Página 360:
‘’Entregaron sus casas y caudales,
Procurando hacer la bolsa llena,
Y puestas de colleras tantos cuellos,
A la ciudad de Ancho van con ellos’’
Todo lo anterior nos lo relata Juan de Castellanos.
Vemos en este último verso el escarnio de los españoles, cuando después de haber recibido todo el oro y las riquezas, la recompensa fue quitarle la vida a su cacique principal. Llevándolo en colleras igual que a un animal.
El doctor Raichel Dolmatoff afirma que el nombre de Tairona aparece por primera vez en la obra del cronista español Antonio Herrera, para referirse y unificar a las quince provincias de la Sierra Nevada con un solo nombre; Taironas eran los indios vestidos, de lengua chibcha que habitaron esta Sierra.
Posteriormente se les llamó chimilas, como un nombre genérico, a todos los indígenas que habitaban la parte plana que rodeaba la Sierra Nevada; no porque todos fueran de la cultura chimila, pues en todo estos dos extensos valles que colindaban con la Sierra Nevada y la Serranía de Perijá se encontraban, no sólo la cultura chimila, sino los carbones a la derecha de la ciénaga de Santa Marta. Debajo de ella los Caribes Bocinegros, a la orilla derecha del río Magdalena habitaban los Mocanas y la Gente Blanca, ubicados desde las Bocas de Cenizas hasta Tenerife, y desde Tenerife hasta Tamalameque habitaban los Malibúes; en la orilla izquierda del río Magdalena habitaban los Cendaguaz; en la ciénaga de Zapatosa habitaban los Pacabueyes, en Chiriguaná habitaban los chiriguanos; en la orilla izquierda del río Cesar habitaban los Tupes; y en la orilla derecha del río Cesar habitaban los kankuamos, los arhuacos y los wiwas; así pues, los chimilas no podían haber subyugado y sometido a todas estas culturas de la parte plana, que eran tan valientes como ellos. Pero además no podían convertirse todas las etnias en chimilas por arte de magia.
Así vemos como cada uno tenía su propia cultura. Leamos los que nos dice el cronista Juan de Castellanos:
Hay en el Upar muchas naciones.
Todas de lenguas y costumbres diferentes,
Pero entre ellas las de los Tupes,
Es la de los más valientes.
Por lo anterior, el término chimila pasó a ser sinónimo para todos los indígenas de la parte baja, los chimilas habitaban todo el pie de monte occidental de la Sierra Nevada, los ríos Ariguaní y Garupal. Como eran trashumantes y fueron sometidos a múltiples desplazamientos, se mestizaron con los carbones, con los caribes, con los malibúes, con los kankuamos y los yukpas, pero además con los arhuacos y guajiros; con los indios tupes nunca se mestizaron, y esto se deduce porque en la fundación de la ciudad de Nuestra Señora del Rosario, hoy Codazzi, en el año de 1737, hacen presencia en ella los indígenas tupes con el fin de que ellos combatieran a los chimilas; esta información es sacada del archivo nacional, del fondo “Curas y obispos” tomo 37.
Queda aclarado que el cacique Upar no era chimila, pues estos tenían su propio cacique llamado Sorlì quien era tan valiente pero además guerrero y en esto superaba al cacique Upar.
Uno de los argumentos que nos hace deducir que el cacique Upar no pertenecía a la cultura de los chimilas es que en el idioma Ette Tahara de los Chimilas o Ette ennacas, no aparecen las palabras Guatapurí, ni la palabra Upar, el significado de estas palabras es “agua seca” para Upar y “agua fría” para Guatapurí.
Sorlì contaba con más fortaleza que el cacique Upar, ya que lo superaba por el gran ejército que comandaba magistralmente, pero además tenía la ventaja de ser un magnífico jefe militar y hombre de guerra para combatir la tiranía de los españoles.
Por: Ruth Ariza Cotes.
Antropóloga e historiadora