La contribución de Edelma a la literatura colombiana es invaluable, con poemas que reflejan su conexión con sus raíces y su lucha contra la adversidad.
Edelma Zapata Pérez está a punto de hacer historia en la Universidad Nacional, sede de La Paz, ya que su nombre es el favorito para bautizar la biblioteca de esa institución. La poeta y escritora, conocida por su obra que aborda la justicia social y la identidad étnica, sigue los pasos de su padre, el reconocido escritor, médico, profesor y antropólogo Manuel Zapata Olivella.
La contribución de Edelma a la literatura colombiana es invaluable, con poemas que reflejan su conexión con sus raíces y su lucha contra la adversidad. Su legado es un tributo a su padre, quien fue pionero en sacar a la región de La Paz, Cesar, del ostracismo cultural a través de la música vallenata, gaitas y tertulias enriquecedoras.
Vestigios de esa proeza fue la gira que organizó y emprendió rompiendo el hielo capitalino y contagiando con folclor a diferentes ciudades, y en suma un catálogo de memorables parrandas que tomaron como epicentro el hotel América de La Paz, con la confluencia de Escalona, García Márquez, muchos juglares, vates, intelectuales y parranderos de la comarca.
Aunque también se postularon Alfonso Araújo Cotes, exgobernador del Cesar, y José Francisco Socarrás Colina, médico psiquiatra, el imaginario colectivo apunta a que la biblioteca lleve el nombre de Edelma Inés Zapata Pérez.
La vida y obra de Edelma son un ejemplo a imitar lleno de perseverancia y pasión por la literatura y la cultura. Su legado seguirá viviendo en la biblioteca que lleva su nombre, un lugar donde los estudiantes y la comunidad podrán encontrar inspiración y conocimiento.
“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla“, expuso el Nobel y sin desmeritar a Araújo Cotes y a Socarrás Colina, hay obras erigidas en honor a ambos, uno destacado en la política y el otro en la ciencia, por lo que es apenas justo y meritorio que la Biblioteca de la Universidad Nacional sede La Paz lleve el nombre de Edelma Zapata Pérez.
Los primeros poemas de Edelma Zapata se remontan a los años 70, marcada por la genética de su padre, quien levantó ampollas cuando describió la medicina como ciencia al servicio de la burguesía y no al servicio de los pobres que no tenían para pagar al médico, compilado en su obra literaria ‘Pensamiento Latinoamericano’, segundo tomo del libro de Tito Hernández Caamaño.
En La Paz, en el fragor del año rural como médico, el doctor Zapata conoció a María Pérez, de las entrañas del pueblo, fruto de ese amor emergen Harlem y Edelma, para que florezca la poesía como expresión artística de la belleza por medio de la palabra.
Sus expresiones y balbuceos literarios anuncian el tono de la obra: Vengo de miedos ancestrales, símbolos metálicos me aprisionan en la vasta soledad de ensoñaciones, escucho la voz de los tambores, dialogando con el vuelo de los muertos, atinó María Ruth Mosquera, al retratarla como una mujer de instintos guerreros. Con ello explica su viva vocación poética, alimentada desde siempre por sus ancestros.
Edelma tuvo claro el concepto de suerte, que es cuando la preparación y la oportunidad se encuentran y fusionan, al publicar algunas reflexiones poéticas de orden étnico, y una gama de poemas best seller en revistas como Parlara, Afro-Hiaspanic Review, en el ámbito universitario norteamericano, y en América Negra.
‘El Ritual de la sombra’ fue el último libro que publicó Edelma Zapata, quien integró el ballet de su tía Delia Zapata Olivella, habilidad artística que le permitió viajar por todo el mundo, en honor a su raza negra, sin desligarse de las investigaciones y documentales sobre la obra y vida de su padre hasta hacerle poemas ‘al derecho a hablar y ser escuchada antes de morir’, tras el padecimiento de una artritis reumatoide que afrontó desde los 15 años hasta cerrar su ciclo vital a los 56.
‘Mientras agonizo’ fue el título de un poema que escribió acerca de sus luchas como paciente de la Nueva EPS para acceder a los medicamentos, en tiempos contemporáneos y tan cruciales como los que se viven, de reformas a la salud y de ‘paseos de la muerte’.
A este panorama gris se suma la fría atención médica. “El médico dedica a cada paciente cinco minutos y apenas tiene el tiempo de escribir como un autómata la fórmula, mientras de vez en cuando, alza sus ojos cansados y te echa una miradita por sobre la computadora; no pone un dedo encima del paciente, no hay tiempo”.
Nueve cirugías atormentaron a la hija del escritor de ‘Chambacú, corral de negros’, Manuel Zapata Olivella, desde reemplazo de caderas, columna, rodillas y cervicales hasta dedos de los pies en forma de gatillo, quedando en deuda con cinco más, entre manos, pies y nuevamente columna… “pero yo creo que hasta aquí me trajo el río porque también la vida de los hospitales es muy triste”.
Además del don de la palabra, el todopoderoso le permitió a Edelma Inés procrear dos talentosos hijos: Karib (abogado), nombre con el que su abuelo quiso rendir homenaje al Caribe, lo que materializó con una ceremonia simbólica de un bautismo africano; y Manuela del Mar (socióloga), cuyo nombre rinde homenaje a su abuelo y a una relación misteriosa con el mar.
“Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo tierra“: Gabo. En los albores de la década del 2000, Edelma dejó el frío capitalino, hacia donde se trasladó llevada por su padre a los 7 años, retornó a su terruño y se sumergió en el entorno de su infancia, en los cuidados de su madre María Pérez de Canales.
Volvió a la casona de amplios pasillos y un hermoso jardín, en La Paz, Cesar. Toda una novela fue su fugaz existencia, premonición que tuvo el escritor peruano, Ciro Alegría, al exclamar: ¡He aquí un novelista que resultó novelesco! en alusión a Zapata Olivella, cuando coincidieron en Nueva York en una cumbre literaria.
Por: Miguel Aroca Yepes.
La contribución de Edelma a la literatura colombiana es invaluable, con poemas que reflejan su conexión con sus raíces y su lucha contra la adversidad.
Edelma Zapata Pérez está a punto de hacer historia en la Universidad Nacional, sede de La Paz, ya que su nombre es el favorito para bautizar la biblioteca de esa institución. La poeta y escritora, conocida por su obra que aborda la justicia social y la identidad étnica, sigue los pasos de su padre, el reconocido escritor, médico, profesor y antropólogo Manuel Zapata Olivella.
La contribución de Edelma a la literatura colombiana es invaluable, con poemas que reflejan su conexión con sus raíces y su lucha contra la adversidad. Su legado es un tributo a su padre, quien fue pionero en sacar a la región de La Paz, Cesar, del ostracismo cultural a través de la música vallenata, gaitas y tertulias enriquecedoras.
Vestigios de esa proeza fue la gira que organizó y emprendió rompiendo el hielo capitalino y contagiando con folclor a diferentes ciudades, y en suma un catálogo de memorables parrandas que tomaron como epicentro el hotel América de La Paz, con la confluencia de Escalona, García Márquez, muchos juglares, vates, intelectuales y parranderos de la comarca.
Aunque también se postularon Alfonso Araújo Cotes, exgobernador del Cesar, y José Francisco Socarrás Colina, médico psiquiatra, el imaginario colectivo apunta a que la biblioteca lleve el nombre de Edelma Inés Zapata Pérez.
La vida y obra de Edelma son un ejemplo a imitar lleno de perseverancia y pasión por la literatura y la cultura. Su legado seguirá viviendo en la biblioteca que lleva su nombre, un lugar donde los estudiantes y la comunidad podrán encontrar inspiración y conocimiento.
“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla“, expuso el Nobel y sin desmeritar a Araújo Cotes y a Socarrás Colina, hay obras erigidas en honor a ambos, uno destacado en la política y el otro en la ciencia, por lo que es apenas justo y meritorio que la Biblioteca de la Universidad Nacional sede La Paz lleve el nombre de Edelma Zapata Pérez.
Los primeros poemas de Edelma Zapata se remontan a los años 70, marcada por la genética de su padre, quien levantó ampollas cuando describió la medicina como ciencia al servicio de la burguesía y no al servicio de los pobres que no tenían para pagar al médico, compilado en su obra literaria ‘Pensamiento Latinoamericano’, segundo tomo del libro de Tito Hernández Caamaño.
En La Paz, en el fragor del año rural como médico, el doctor Zapata conoció a María Pérez, de las entrañas del pueblo, fruto de ese amor emergen Harlem y Edelma, para que florezca la poesía como expresión artística de la belleza por medio de la palabra.
Sus expresiones y balbuceos literarios anuncian el tono de la obra: Vengo de miedos ancestrales, símbolos metálicos me aprisionan en la vasta soledad de ensoñaciones, escucho la voz de los tambores, dialogando con el vuelo de los muertos, atinó María Ruth Mosquera, al retratarla como una mujer de instintos guerreros. Con ello explica su viva vocación poética, alimentada desde siempre por sus ancestros.
Edelma tuvo claro el concepto de suerte, que es cuando la preparación y la oportunidad se encuentran y fusionan, al publicar algunas reflexiones poéticas de orden étnico, y una gama de poemas best seller en revistas como Parlara, Afro-Hiaspanic Review, en el ámbito universitario norteamericano, y en América Negra.
‘El Ritual de la sombra’ fue el último libro que publicó Edelma Zapata, quien integró el ballet de su tía Delia Zapata Olivella, habilidad artística que le permitió viajar por todo el mundo, en honor a su raza negra, sin desligarse de las investigaciones y documentales sobre la obra y vida de su padre hasta hacerle poemas ‘al derecho a hablar y ser escuchada antes de morir’, tras el padecimiento de una artritis reumatoide que afrontó desde los 15 años hasta cerrar su ciclo vital a los 56.
‘Mientras agonizo’ fue el título de un poema que escribió acerca de sus luchas como paciente de la Nueva EPS para acceder a los medicamentos, en tiempos contemporáneos y tan cruciales como los que se viven, de reformas a la salud y de ‘paseos de la muerte’.
A este panorama gris se suma la fría atención médica. “El médico dedica a cada paciente cinco minutos y apenas tiene el tiempo de escribir como un autómata la fórmula, mientras de vez en cuando, alza sus ojos cansados y te echa una miradita por sobre la computadora; no pone un dedo encima del paciente, no hay tiempo”.
Nueve cirugías atormentaron a la hija del escritor de ‘Chambacú, corral de negros’, Manuel Zapata Olivella, desde reemplazo de caderas, columna, rodillas y cervicales hasta dedos de los pies en forma de gatillo, quedando en deuda con cinco más, entre manos, pies y nuevamente columna… “pero yo creo que hasta aquí me trajo el río porque también la vida de los hospitales es muy triste”.
Además del don de la palabra, el todopoderoso le permitió a Edelma Inés procrear dos talentosos hijos: Karib (abogado), nombre con el que su abuelo quiso rendir homenaje al Caribe, lo que materializó con una ceremonia simbólica de un bautismo africano; y Manuela del Mar (socióloga), cuyo nombre rinde homenaje a su abuelo y a una relación misteriosa con el mar.
“Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo tierra“: Gabo. En los albores de la década del 2000, Edelma dejó el frío capitalino, hacia donde se trasladó llevada por su padre a los 7 años, retornó a su terruño y se sumergió en el entorno de su infancia, en los cuidados de su madre María Pérez de Canales.
Volvió a la casona de amplios pasillos y un hermoso jardín, en La Paz, Cesar. Toda una novela fue su fugaz existencia, premonición que tuvo el escritor peruano, Ciro Alegría, al exclamar: ¡He aquí un novelista que resultó novelesco! en alusión a Zapata Olivella, cuando coincidieron en Nueva York en una cumbre literaria.
Por: Miguel Aroca Yepes.