Árbol de cañaguate I El cañaguate se desnuda para calmar la sequía porque el follaje es la vía de eliminar lo que suda. En verano hace su muda, cambia su verde vestido por amarillo encendido; en enero con las brisas las flores son las sonrisas de los árboles queridos. II Altos árboles en brillo con […]
Árbol de cañaguate
I
El cañaguate se desnuda
para calmar la sequía
porque el follaje es la vía
de eliminar lo que suda.
En verano hace su muda,
cambia su verde vestido
por amarillo encendido;
en enero con las brisas
las flores son las sonrisas
de los árboles queridos.
II
Altos árboles en brillo
con la magia en esplendores
cuando el sol entre sus flores
se desborda en amarillo.
Caligrama en estribillo,
bellos racimos flotantes
en ramas veraneantes;
cañaguate árbol nativo
que alucina de motivos
a todos los caminantes.
III
En la región de Badillo
del Valle y alrededores,
el cañaguate y sus flores
del paisaje es un castillo.
Esplendentes canutillos
sus pétalos en fulgor,
amarillo es el color
de amor en Valledupar,
porque empieza por amar
dice un poeta cantor.
****
Monólogo de un árbol kogui
Una golondrina regó la semilla
para que yo naciera.
Crecí lejos del humo y del ruido;
en un espejo de agua
mis hojas descubren su color.
Yo siento que soy tu hermano.
No se vive para uno solo.
Kanimpana, mi Padre, dijo
que yo era el guardián del aire.
Soy tan sensible como tú.
Tu mirada, hermano Kogui,
es otra forma de lluvia
que nutre mis raíces.
Nada hay en tus intenciones
que sea ofensa
para Kanimpana, mi Padre.
****
No te creas el Dios del árbol
No te creas el dueño del árbol.
Tú lo sembraste en lejana primavera,
pero la vida de él, no te pertenece.
No puedes apropiarte de su sombra.
No es sólo tuyo el aire que brota
de sus hojas.
Si la ira enfada tus manos,
no arrecies el filo del metal
en el borde de la savia.
No derrames tu venganza
en el agua que beben sus raíces.
El árbol no sólo a ti pertenece.
Pertenece al pájaro y a la íntima
aventura de su vuelo,
al viento que eleva a las nubes
el polen de la lluvia,
al sol que deletrea
los colores de las hojas.
No te creas el dios del árbol.
Déjalo que viva
hasta que el tiempo
haga piedra sus raíces.
***
Monólogo de un árbol citadino
Caligrama de fiesta son mis flores.
Soy silabario para los pinceles de la luz.
Para el mendigo, el sombrero de su alcoba.
Para el pájaro, el atril de su escritura.
Para el perro, la pared de su llovizna.
Para los alarifes del cemento
soy un estorbo, un extraño
en lugar equivocado,
sus amenazas de muerte me persiguen.
Pero soy más que un verde monumento
en la agitada ceremonia de las calles.
Soy testigo: de la noche
que avanza con el miedo,
de transeúntes perdidos en su sombra.
Mis floridos reclamos
ululan la presencia de otros árboles.
Nadie quiere estar solo,
la soledad es carbón que deja el relámpago.
****
Elegía al mango del patio
El árbol sangra blanco sus heridas
como mostrando la ruta
que el dolor todavía no ha recorrido.
Me alejo del patio y me llevo de sus hojas
los amaneceres con aromas de guitarras.
Me llevo el verde pendular de la mecedora
donde descansaba un hombre parecido a mí.
El árbol ya sospecha que pronto
no habrá luz en su follaje,
su epitafio vendrá en la mirada
esquiva de otro dueño.
Sus frutos serán invisibles racimos
en algún ojal de la memoria,
y mi hamaca, fértil al cortejo vegetal
seguirá atada a las ramas del viento.
Por: José Atuesta Mindiola
Árbol de cañaguate I El cañaguate se desnuda para calmar la sequía porque el follaje es la vía de eliminar lo que suda. En verano hace su muda, cambia su verde vestido por amarillo encendido; en enero con las brisas las flores son las sonrisas de los árboles queridos. II Altos árboles en brillo con […]
Árbol de cañaguate
I
El cañaguate se desnuda
para calmar la sequía
porque el follaje es la vía
de eliminar lo que suda.
En verano hace su muda,
cambia su verde vestido
por amarillo encendido;
en enero con las brisas
las flores son las sonrisas
de los árboles queridos.
II
Altos árboles en brillo
con la magia en esplendores
cuando el sol entre sus flores
se desborda en amarillo.
Caligrama en estribillo,
bellos racimos flotantes
en ramas veraneantes;
cañaguate árbol nativo
que alucina de motivos
a todos los caminantes.
III
En la región de Badillo
del Valle y alrededores,
el cañaguate y sus flores
del paisaje es un castillo.
Esplendentes canutillos
sus pétalos en fulgor,
amarillo es el color
de amor en Valledupar,
porque empieza por amar
dice un poeta cantor.
****
Monólogo de un árbol kogui
Una golondrina regó la semilla
para que yo naciera.
Crecí lejos del humo y del ruido;
en un espejo de agua
mis hojas descubren su color.
Yo siento que soy tu hermano.
No se vive para uno solo.
Kanimpana, mi Padre, dijo
que yo era el guardián del aire.
Soy tan sensible como tú.
Tu mirada, hermano Kogui,
es otra forma de lluvia
que nutre mis raíces.
Nada hay en tus intenciones
que sea ofensa
para Kanimpana, mi Padre.
****
No te creas el Dios del árbol
No te creas el dueño del árbol.
Tú lo sembraste en lejana primavera,
pero la vida de él, no te pertenece.
No puedes apropiarte de su sombra.
No es sólo tuyo el aire que brota
de sus hojas.
Si la ira enfada tus manos,
no arrecies el filo del metal
en el borde de la savia.
No derrames tu venganza
en el agua que beben sus raíces.
El árbol no sólo a ti pertenece.
Pertenece al pájaro y a la íntima
aventura de su vuelo,
al viento que eleva a las nubes
el polen de la lluvia,
al sol que deletrea
los colores de las hojas.
No te creas el dios del árbol.
Déjalo que viva
hasta que el tiempo
haga piedra sus raíces.
***
Monólogo de un árbol citadino
Caligrama de fiesta son mis flores.
Soy silabario para los pinceles de la luz.
Para el mendigo, el sombrero de su alcoba.
Para el pájaro, el atril de su escritura.
Para el perro, la pared de su llovizna.
Para los alarifes del cemento
soy un estorbo, un extraño
en lugar equivocado,
sus amenazas de muerte me persiguen.
Pero soy más que un verde monumento
en la agitada ceremonia de las calles.
Soy testigo: de la noche
que avanza con el miedo,
de transeúntes perdidos en su sombra.
Mis floridos reclamos
ululan la presencia de otros árboles.
Nadie quiere estar solo,
la soledad es carbón que deja el relámpago.
****
Elegía al mango del patio
El árbol sangra blanco sus heridas
como mostrando la ruta
que el dolor todavía no ha recorrido.
Me alejo del patio y me llevo de sus hojas
los amaneceres con aromas de guitarras.
Me llevo el verde pendular de la mecedora
donde descansaba un hombre parecido a mí.
El árbol ya sospecha que pronto
no habrá luz en su follaje,
su epitafio vendrá en la mirada
esquiva de otro dueño.
Sus frutos serán invisibles racimos
en algún ojal de la memoria,
y mi hamaca, fértil al cortejo vegetal
seguirá atada a las ramas del viento.
Por: José Atuesta Mindiola