“También conocido como ‘El hijo de la Pastorita’, condición que ha cumplido hasta el sol de hoy, sin inconvenientes y apegado a una santidad que asombra”.
Ya no es el mismo hombre alegre y dicharachero que a todo le sacaba una canción en aire de tambora o vallenato, donde se encerraba el costumbrismo, la autenticidad y la historia precisa del hecho acontecido en su territorio.
Ahora está flaco. Ya no camina a paso firme haciendo visitas cotidianas para sacarle jugo a su imaginación y poder tener los insumos necesarios para inspirarse. Tampoco regala oraciones y bendiciones para los más necesitados, lo único que podía dar.
Ya no canta esos versos que lo hicieron famoso en el pueblo, como en aquella ocasión donde un paisano le pidió hacerle una canción a la mujer que se había marchado, dejándole una estela de tristeza y el corazón destrozado.
Daniel Palmera Suárez, en cuerpo ajeno, a pesar de nunca haber sufrido de amor, le compuso una canción cuyos apartes son los siguientes. “Me da sentimiento cuando me pongo a pensar, los malos momentos que mi vida está pasando. Pase lo que pase, yo tengo que soportar este terrible dolor que conmigo está acabando. Si me ven llorando, mañana puedo cantar, porque aquel que llora, algún día será consolado”.
De esta manera el hombre bondadoso, noble y bueno, se convirtió por largos años en el divulgador de los sucesos del pueblo cuando en canciones costumbristas narraba las estafas que les hacían a algunos que se creían listos. También, sobre el famoso sociólogo que llegó arrasando hasta con mujeres yéndose feliz de la vida, cerrando con un amigo que tuvo una tienda y quebró. Respecto a lo anterior dijo que el inventario se lo hicieron desde una avioneta que pasó a poca altura de su negocio.
Esa es la dimensión de ‘El hombre santo de Chimichagua’, quien ahora está postrado en una cama con depresión severa, problemas visuales, recibiendo terapias para poder caminar, entre otros males. En este sentido solamente tiene el apoyo de su humilde familia y la ayuda de algunos de sus paisanos que no lo abandonan.
Precisamente Héctor ‘Chichi’ Rapalino Barriosnuevos, quien es el abanderado de esta causa solidaria, manifestó. “A Daniel gracias al apoyo de muchas personas lo hemos podido llevar a especialistas para que se pueda recuperar. Todo es lento, pero con mucha fe en Dios. A él le hacen falta muchas cosas como una silla de ruedas, medicamentos y alimentos”.
Historia de su vida
El músico, compositor y cantador de tambora se encerró en su propio relato macondiano donde en su vida hay dos madres, una que lo trajo al mundo y la otra virgen que está en el cielo. Esto lo hace tener trazos de fiesta y santidad.
Sin más preámbulos Daniel Palmera relató su singular origen. “Me contó mi madrecita Juana Suárez, que cuando iba a traerme al mundo se le dificultó el parto. Ella en medio de su angustia le hizo una promesa a la Virgen de la Pastorita, que sí la sacaba con bien de ese trance la criatura sería de ella”.
Todo sucedió hace 70 años, exactamente el lunes cuatro de febrero de 1952 en el lejano caserío de Plata Perdida, jurisdicción de Chimichagua, Cesar.
Después de varias horas en la tarea de parto, nació el niño y Juana estaba feliz, pero en su pensamiento giraba la idea del hijo con dos madres: una terrenal y otra celestial. El privilegio de que su hijo tuviera la creencia de tener derecho a ser un santo. Un santo de carne y hueso.
Cuando su hijo tuvo uso de razón, ella le narró el episodio de su vida, y le marcó el derrotero a seguir. Consistía en una total y constante reverencia a la Virgen y no tener relación amorosa con mujer alguna. Daniel Palmera, también conocido como ‘El hijo de la Pastorita’, lo ha cumplido hasta el sol de hoy, sin inconvenientes y apegado a una santidad que asombra.
El renombre de ‘El hombre santo de Chimichagua’ en toda la región es grande, pero más grande es su testimonio de ser virgen y santo dedicado. Algunos se burlaban diciéndole sobre el perjuicio y la pérdida de lo mejor. Exactamente, hacían relación a lo más bello de la tierra, la mujer, el adorno del sentimiento y la semilla para que el amor germine con fuerza.
En medio de las parrandas y presentaciones folclóricas solían venir tentaciones, pero él las esquivaba con mucha habilidad. Nunca probó licor. Su único alimento para estar alegre y cantar bien afinado era la panela. Consumía hasta cuatro durante el día y parte de la noche. Sobre la lejanía con las mujeres, siempre ha expresado que seguirá así hasta su muerte, pero reconoce que las mujeres son bellas y llenas de encanto.
Todo su ingenio y capacidad oral lo saca de su memoria, a pesar que sus estudios fueron escasos. Apenas sabe leer y escribir, pero componer canciones y cantar es su gran virtud.
El título de santo se lo dieron en Chimichagua. Se graduó con honores, sabiendo que su condición no ha sido obstáculo para convertirse en un hombre que le sacó el cuerpo al pecado, viviendo de manera sencilla, digna y siendo querido por sus paisanos.
Es el hijo que cada 15 de agosto venera con gran devoción a su mamá, la Virgen de la Pastorita, quien en una escultura yace sentada sobre una piedra con un sombrero pastoril, cubierta con un manto sosteniendo con la mano izquierda a un niño, con un cayado en la derecha y rodeada de ovejas.
Definitivamente, es el único santo que no hace milagros, sino favores, pero se ha ganado un puesto de honor que pocos alcanzan con su humildad, carisma, talento y calidad humana.
Daniel Palmera, a pesar de estar sufriendo fuertes dolores hasta casi querer doblegar su alma, sabe que el olvido no se va a recrear con su vida, porque sigue teniendo manos amigas que le han prodigado atenciones y mucho cariño.
Se le pasa acostado y sentado en su cama viendo pasar el tiempo, pidiéndole a Dios que lo sane o decida invitarlo al cielo. Entonces el baluarte del folclor le cantará ese verso que hace rato compuso y que tiene fresco en su memoria.
“Yo soy el hijo de Dios ese que quiere su pueblo, soy la vida soy el sueño de un hombre fiel, que nació y a que este mundo llegó, a conocer sus misterios”.
Daniel Palmera Suárez, se quedó llorando y agradeciendo la visita siendo la ocasión propicia para darle gracias por dar tanto y recibir poco, por iluminar con su talento la historia de Chimichagua, por sembrar alegrías con la fe de recoger esperanzas y por ser ese hombre santo que ha sabido sobresalir en medio de las soledades del destino.
POR JUAN RINCÓN VANEGAS/ESPECIAL PARA EL PILÓN
“También conocido como ‘El hijo de la Pastorita’, condición que ha cumplido hasta el sol de hoy, sin inconvenientes y apegado a una santidad que asombra”.
Ya no es el mismo hombre alegre y dicharachero que a todo le sacaba una canción en aire de tambora o vallenato, donde se encerraba el costumbrismo, la autenticidad y la historia precisa del hecho acontecido en su territorio.
Ahora está flaco. Ya no camina a paso firme haciendo visitas cotidianas para sacarle jugo a su imaginación y poder tener los insumos necesarios para inspirarse. Tampoco regala oraciones y bendiciones para los más necesitados, lo único que podía dar.
Ya no canta esos versos que lo hicieron famoso en el pueblo, como en aquella ocasión donde un paisano le pidió hacerle una canción a la mujer que se había marchado, dejándole una estela de tristeza y el corazón destrozado.
Daniel Palmera Suárez, en cuerpo ajeno, a pesar de nunca haber sufrido de amor, le compuso una canción cuyos apartes son los siguientes. “Me da sentimiento cuando me pongo a pensar, los malos momentos que mi vida está pasando. Pase lo que pase, yo tengo que soportar este terrible dolor que conmigo está acabando. Si me ven llorando, mañana puedo cantar, porque aquel que llora, algún día será consolado”.
De esta manera el hombre bondadoso, noble y bueno, se convirtió por largos años en el divulgador de los sucesos del pueblo cuando en canciones costumbristas narraba las estafas que les hacían a algunos que se creían listos. También, sobre el famoso sociólogo que llegó arrasando hasta con mujeres yéndose feliz de la vida, cerrando con un amigo que tuvo una tienda y quebró. Respecto a lo anterior dijo que el inventario se lo hicieron desde una avioneta que pasó a poca altura de su negocio.
Esa es la dimensión de ‘El hombre santo de Chimichagua’, quien ahora está postrado en una cama con depresión severa, problemas visuales, recibiendo terapias para poder caminar, entre otros males. En este sentido solamente tiene el apoyo de su humilde familia y la ayuda de algunos de sus paisanos que no lo abandonan.
Precisamente Héctor ‘Chichi’ Rapalino Barriosnuevos, quien es el abanderado de esta causa solidaria, manifestó. “A Daniel gracias al apoyo de muchas personas lo hemos podido llevar a especialistas para que se pueda recuperar. Todo es lento, pero con mucha fe en Dios. A él le hacen falta muchas cosas como una silla de ruedas, medicamentos y alimentos”.
Historia de su vida
El músico, compositor y cantador de tambora se encerró en su propio relato macondiano donde en su vida hay dos madres, una que lo trajo al mundo y la otra virgen que está en el cielo. Esto lo hace tener trazos de fiesta y santidad.
Sin más preámbulos Daniel Palmera relató su singular origen. “Me contó mi madrecita Juana Suárez, que cuando iba a traerme al mundo se le dificultó el parto. Ella en medio de su angustia le hizo una promesa a la Virgen de la Pastorita, que sí la sacaba con bien de ese trance la criatura sería de ella”.
Todo sucedió hace 70 años, exactamente el lunes cuatro de febrero de 1952 en el lejano caserío de Plata Perdida, jurisdicción de Chimichagua, Cesar.
Después de varias horas en la tarea de parto, nació el niño y Juana estaba feliz, pero en su pensamiento giraba la idea del hijo con dos madres: una terrenal y otra celestial. El privilegio de que su hijo tuviera la creencia de tener derecho a ser un santo. Un santo de carne y hueso.
Cuando su hijo tuvo uso de razón, ella le narró el episodio de su vida, y le marcó el derrotero a seguir. Consistía en una total y constante reverencia a la Virgen y no tener relación amorosa con mujer alguna. Daniel Palmera, también conocido como ‘El hijo de la Pastorita’, lo ha cumplido hasta el sol de hoy, sin inconvenientes y apegado a una santidad que asombra.
El renombre de ‘El hombre santo de Chimichagua’ en toda la región es grande, pero más grande es su testimonio de ser virgen y santo dedicado. Algunos se burlaban diciéndole sobre el perjuicio y la pérdida de lo mejor. Exactamente, hacían relación a lo más bello de la tierra, la mujer, el adorno del sentimiento y la semilla para que el amor germine con fuerza.
En medio de las parrandas y presentaciones folclóricas solían venir tentaciones, pero él las esquivaba con mucha habilidad. Nunca probó licor. Su único alimento para estar alegre y cantar bien afinado era la panela. Consumía hasta cuatro durante el día y parte de la noche. Sobre la lejanía con las mujeres, siempre ha expresado que seguirá así hasta su muerte, pero reconoce que las mujeres son bellas y llenas de encanto.
Todo su ingenio y capacidad oral lo saca de su memoria, a pesar que sus estudios fueron escasos. Apenas sabe leer y escribir, pero componer canciones y cantar es su gran virtud.
El título de santo se lo dieron en Chimichagua. Se graduó con honores, sabiendo que su condición no ha sido obstáculo para convertirse en un hombre que le sacó el cuerpo al pecado, viviendo de manera sencilla, digna y siendo querido por sus paisanos.
Es el hijo que cada 15 de agosto venera con gran devoción a su mamá, la Virgen de la Pastorita, quien en una escultura yace sentada sobre una piedra con un sombrero pastoril, cubierta con un manto sosteniendo con la mano izquierda a un niño, con un cayado en la derecha y rodeada de ovejas.
Definitivamente, es el único santo que no hace milagros, sino favores, pero se ha ganado un puesto de honor que pocos alcanzan con su humildad, carisma, talento y calidad humana.
Daniel Palmera, a pesar de estar sufriendo fuertes dolores hasta casi querer doblegar su alma, sabe que el olvido no se va a recrear con su vida, porque sigue teniendo manos amigas que le han prodigado atenciones y mucho cariño.
Se le pasa acostado y sentado en su cama viendo pasar el tiempo, pidiéndole a Dios que lo sane o decida invitarlo al cielo. Entonces el baluarte del folclor le cantará ese verso que hace rato compuso y que tiene fresco en su memoria.
“Yo soy el hijo de Dios ese que quiere su pueblo, soy la vida soy el sueño de un hombre fiel, que nació y a que este mundo llegó, a conocer sus misterios”.
Daniel Palmera Suárez, se quedó llorando y agradeciendo la visita siendo la ocasión propicia para darle gracias por dar tanto y recibir poco, por iluminar con su talento la historia de Chimichagua, por sembrar alegrías con la fe de recoger esperanzas y por ser ese hombre santo que ha sabido sobresalir en medio de las soledades del destino.
POR JUAN RINCÓN VANEGAS/ESPECIAL PARA EL PILÓN