Con la música de los territorios, no sé por qué, ese afán de intervenirla, de cambiarla, de fusionarla, de reemplazarla; lo más grave es que se hace el intento por parte de exponentes jóvenes, del seno de la misma comunidad que la practica y que dicen defenderla.
Siempre he sostenido que no canto, no bailo ni toco ningún instrumento, solo soy un observador de la cultura riana, es decir, la de los pueblos de la Depresión Momposina; ello me ha dado una perspectiva de ver el fenómeno en forma cercana para reflexionarlo desde afuera, sin apasionamiento.
Mi visión es menos visceral y tiene algo de racional en cuanto me atengo a lo que veo, lo que observo. Hoy deseo exponer en este texto una inquietud que no solo toca los aspectos músico-danzarios de la Depresión Momposina, sino de la costa Caribe, por cuanto es repetitiva la acción o el dicho de quienes no están de acuerdo con la cultura vernácula y quieren en algunos casos cambiarla, y en otros reemplazarla, quitando de tajo lo terrígena.
Por la extensión del texto me referiré solo a La Tambora, pero bien se puede aplicar a otras formas musicales de la costa Caribe colombiana.
Me llama la inquietud expresiones tales como: «La Tambora debe evolucionar», no entiendo, ¿evolucionar hacia dónde? ¿Convertirse en qué? No comprendo esa pretendida pose de sabedor vanguardista que asumen propios y extraños cuando de un folclor vernáculo se refiere.
Me causa hilaridad el desconocimiento de la cultura del territorio de quienes ven como pieza momificada las expresiones musicales populares, pues pensar en que las expresiones culturales, sobre todo las musico-danzarias, son fósiles dignos de museos y que por tanto hay que intervenirlas, restaurarlas, cambiarlas o reemplazarlas por nuevas expresiones, es un irrespeto a la cultura.
Es desconocer que ellas, en el caso de La Tambora, datan desde épocas remotas, tal vez se originaron en la etapa precolombina y se hornearon en el sincretismo que propició la Conquista y la Colonia.
No comprendo expresiones tales como «…se fusiona o desaparece», revisando la llamada música clásica se me ocurre tomar, atrevidamente a Beethoven cuya creación musical, universalmente reconocida, estudiada y festejada data de su época más prolífica (1.790 a 1.827) y todavía se mantiene vigente y llena de admiración a quien la escucha, otra cosa es que los interpretes lo hagan desde diferentes perspectivas, instrumentos y escenarios, para públicos diversos, pero que por su antigüedad haya que reemplazarla cambiarla o fusionarla para que no desaparezca, no creo que haya nadie que se atreva a decir semejante exabrupto.
Con la música de los territorios, no sé por qué, ese afán de intervenirla, de cambiarla, de fusionarla, de reemplazarla; lo más grave es que se hace el intento por parte de exponentes jóvenes, del seno de la misma comunidad que la practica y que dicen defenderla. Se está volviendo costumbre el intento de hacerle cambios desde adentro, de modificar el baile con coreografías ajenas al contexto geográfico y social de su origen, se ha hecho intentos en que las parejas que bailan toquen palmas soltando el ruedo de sus faldas. Algunos han intentado incluirles el bajo o el clarinete en su música, instrumentos extraños en ella. Algunas cantadoras han intentado incluirles vibratos y muchos compositores intentan cambiar la estructura del verso para acomodar letras compuestas para otros aires y convertirlas en tambora.
Pero lo más chabacán de estos intentos se encuentra en la carnavalización del vestuario del hombre, pues muchos exponentes abandonan el vestido tradicional de color blanco, con pañuelo al cuello y sombrero «concha de jobo», y reemplazan el atuendo tradicional por camisas de colorines a la usanza de las orquestas en las presentaciones de carnaval.
Otro de los intentos de cambio es el que hacen con la presentación de los instrumentos cuando le cambian el color madera tradicional y las pintan con colores que desentonan y desdicen del espíritu del folclor tradicional y de la cultura de los territorios.
Afortunadamente, la Tambora tiene, por así decirlo, una similitud con el órgano de la vista, ya que al igual que el ojo, la tambora rechaza y expulsa cualquier cuerpo extraño, y si, por novedad la gente escucha y ve los cambios y las “innovaciones”, también es cierto que andando el tiempo y pasada la curiosidad olvidan esos cambios y continúan con la tradición.
Por: Diógenes Armando Pino Ávila
Con la música de los territorios, no sé por qué, ese afán de intervenirla, de cambiarla, de fusionarla, de reemplazarla; lo más grave es que se hace el intento por parte de exponentes jóvenes, del seno de la misma comunidad que la practica y que dicen defenderla.
Siempre he sostenido que no canto, no bailo ni toco ningún instrumento, solo soy un observador de la cultura riana, es decir, la de los pueblos de la Depresión Momposina; ello me ha dado una perspectiva de ver el fenómeno en forma cercana para reflexionarlo desde afuera, sin apasionamiento.
Mi visión es menos visceral y tiene algo de racional en cuanto me atengo a lo que veo, lo que observo. Hoy deseo exponer en este texto una inquietud que no solo toca los aspectos músico-danzarios de la Depresión Momposina, sino de la costa Caribe, por cuanto es repetitiva la acción o el dicho de quienes no están de acuerdo con la cultura vernácula y quieren en algunos casos cambiarla, y en otros reemplazarla, quitando de tajo lo terrígena.
Por la extensión del texto me referiré solo a La Tambora, pero bien se puede aplicar a otras formas musicales de la costa Caribe colombiana.
Me llama la inquietud expresiones tales como: «La Tambora debe evolucionar», no entiendo, ¿evolucionar hacia dónde? ¿Convertirse en qué? No comprendo esa pretendida pose de sabedor vanguardista que asumen propios y extraños cuando de un folclor vernáculo se refiere.
Me causa hilaridad el desconocimiento de la cultura del territorio de quienes ven como pieza momificada las expresiones musicales populares, pues pensar en que las expresiones culturales, sobre todo las musico-danzarias, son fósiles dignos de museos y que por tanto hay que intervenirlas, restaurarlas, cambiarlas o reemplazarlas por nuevas expresiones, es un irrespeto a la cultura.
Es desconocer que ellas, en el caso de La Tambora, datan desde épocas remotas, tal vez se originaron en la etapa precolombina y se hornearon en el sincretismo que propició la Conquista y la Colonia.
No comprendo expresiones tales como «…se fusiona o desaparece», revisando la llamada música clásica se me ocurre tomar, atrevidamente a Beethoven cuya creación musical, universalmente reconocida, estudiada y festejada data de su época más prolífica (1.790 a 1.827) y todavía se mantiene vigente y llena de admiración a quien la escucha, otra cosa es que los interpretes lo hagan desde diferentes perspectivas, instrumentos y escenarios, para públicos diversos, pero que por su antigüedad haya que reemplazarla cambiarla o fusionarla para que no desaparezca, no creo que haya nadie que se atreva a decir semejante exabrupto.
Con la música de los territorios, no sé por qué, ese afán de intervenirla, de cambiarla, de fusionarla, de reemplazarla; lo más grave es que se hace el intento por parte de exponentes jóvenes, del seno de la misma comunidad que la practica y que dicen defenderla. Se está volviendo costumbre el intento de hacerle cambios desde adentro, de modificar el baile con coreografías ajenas al contexto geográfico y social de su origen, se ha hecho intentos en que las parejas que bailan toquen palmas soltando el ruedo de sus faldas. Algunos han intentado incluirles el bajo o el clarinete en su música, instrumentos extraños en ella. Algunas cantadoras han intentado incluirles vibratos y muchos compositores intentan cambiar la estructura del verso para acomodar letras compuestas para otros aires y convertirlas en tambora.
Pero lo más chabacán de estos intentos se encuentra en la carnavalización del vestuario del hombre, pues muchos exponentes abandonan el vestido tradicional de color blanco, con pañuelo al cuello y sombrero «concha de jobo», y reemplazan el atuendo tradicional por camisas de colorines a la usanza de las orquestas en las presentaciones de carnaval.
Otro de los intentos de cambio es el que hacen con la presentación de los instrumentos cuando le cambian el color madera tradicional y las pintan con colores que desentonan y desdicen del espíritu del folclor tradicional y de la cultura de los territorios.
Afortunadamente, la Tambora tiene, por así decirlo, una similitud con el órgano de la vista, ya que al igual que el ojo, la tambora rechaza y expulsa cualquier cuerpo extraño, y si, por novedad la gente escucha y ve los cambios y las “innovaciones”, también es cierto que andando el tiempo y pasada la curiosidad olvidan esos cambios y continúan con la tradición.
Por: Diógenes Armando Pino Ávila