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Crónica - 22 mayo, 2021

Valledupar no huele igual

EL PILÓN publica esta crónica en honor al fallecido periodista Willian Rosado, un romántico de la radio, enamorado del folclor y de Valledupar. Sus letras resumen la nostalgia que despierta aquel viejo Valledupar.

Valledupar desde el cielo.
Valledupar desde el cielo.
Boton Wpp

Cuando las ciudades crecen hasta los olores cambian, Valledupar hoy tiene otros aromas, con más tendencia a fetideces extranjeras por la abrupta irrupción de una masa invasora que lo primero que desplazó fue el bálsamo de una idiosincrasia genuina.

Ya por la calle 17 no huele al pan de la ‘Mejor’, ahora la fritanga invade esos espacios con el grasiento panorama que desplazó el romanticismo de los que caminaban rumbo a la panadería moderna, que a su vez le había quitado el protagonismo a su tienda vecina, El Brasil, hoy convertida en una cantina adornada de las máquinas tragamonedas, donde los ilusos vuelan en sueños millonarios, que empobrecen sus bolsillos.

El olor a carburante de los willys hace años se fue de cinco esquinas, aquella estación de taxis por excelencia, donde se abordaba el servicio sin el temor de un burundangazo. No existían los afanes desesperantes que causan arritmias y que apuñalan la tolerancia. Qué distante a la tranquilidad del ayer en ese sector céntrico del Valle, que solo lo alteraba el motor imaginario de ‘Chepo’, un loco que no olía a bazuco, y quien en su imaginación se creía carro y se apagaba en medio de la calle.

Lea también: La última crónica que leyó el periodista William Rosado

El Salivón, pintoresca cantina, con sus siempres arhuacos como anfitriones, tenía el olor de una cerveza madura, no como las de ahora que huelen y saben a repollo. El aire que se respira allí es diferente, el olfato percibe seda, nailon y olor a maniquíes de fibra que exhiben la moda que vociferan los habilidosos cachacos negociantes.

Cuanto daríamos por la exquisita fragancia de las albóndigas de ‘La Bella’, acompañadas del auténtico arroz de coco y su retahíla romántica de un lenguaje no apto para académicos.

En el presente esas calles huelen a desplazados, quienes para solventar el llanto de los hijos que dejaron en el cambuche, se pelean el parqueo de los carros a cambio de una moneda.

¿A qué huele la plaza Alfonso López? A ‘miao’, así como suena, a ‘miao’ y caca de indigentes que la tienen como su hotel cinco estrellas; hace rato que ni el incienso del Lunes Santo mitiga el vaho maloliente en el espacio donde antes olía a acordeones y a ron caña de las barras que acompañaban a Juancho Polo en el Festival Vallenato.

El río Guatapurí ya no huele a peregüetanos, los mismos que sacudía cuando valiente bajaba de la Nevada con una creciente que los ponía en ‘peringueta’. El chorrito de ahora no sacude ni los envases plásticos que la civilización les arroja en un turismo que hiede a trago y marihuana.

La esquina de la ‘bomba’ de Gil Strauch no huele a mazorca porque ‘El Negro Guacoche’, quien tenía cosecha permanente, hoy duerme la eternidad en el cementerio de los cardonales del palenque guacochero.

Le puede interesar: Clemencia Tariffa, insignia poética del Cesar

Así han cambiado las cosas en esta tierra donde se olfatea el miedo, donde los cañaguates se niegan a florecer para que los ladrones no confundan el amarillo de sus flores con el resplandor de una joya de oro, y los mangos siquiera alcanzan a expandir su aroma de madurez, porque las varas como lanzas de un ejército hambriento los encajetan casi en la flor, para retornarlos convertidos en conservas con olor a producto importado.

Razón tenía el ‘veje’ Bolaño cuando premonitoriamente cantó:

Viejo Valledupar, si te volviera a ver 

Como fuiste ayer, típico y colonial
Casitas de bahareque, con sus palmas caladas 

Otras de calicanto, y sus tejas coloradas.

O como dijo Gustavo Gutiérrez: 

Porque mi tierra ya no es lo que fue 

emporio de dulce canción,
Remanso de dicha y de paz 

y amenizado en acordeón.

O bien como cantó José Alfredo Jiménez:

Te vi llegar
Y sentí la presencia de un ser desconocido;
Te vi llegar
Y sentí lo que nunca jamás había sentido.
Te quise amar
Y tu amor no era fuego no era lumbre;
Las distancias apartan las ciudades,
Las ciudades destruyen las costumbres.

Willian Rosado, periodista fallecido.

Por: William Rosado Rincones

Crónica
22 mayo, 2021

Valledupar no huele igual

EL PILÓN publica esta crónica en honor al fallecido periodista Willian Rosado, un romántico de la radio, enamorado del folclor y de Valledupar. Sus letras resumen la nostalgia que despierta aquel viejo Valledupar.


Valledupar desde el cielo.
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Cuando las ciudades crecen hasta los olores cambian, Valledupar hoy tiene otros aromas, con más tendencia a fetideces extranjeras por la abrupta irrupción de una masa invasora que lo primero que desplazó fue el bálsamo de una idiosincrasia genuina.

Ya por la calle 17 no huele al pan de la ‘Mejor’, ahora la fritanga invade esos espacios con el grasiento panorama que desplazó el romanticismo de los que caminaban rumbo a la panadería moderna, que a su vez le había quitado el protagonismo a su tienda vecina, El Brasil, hoy convertida en una cantina adornada de las máquinas tragamonedas, donde los ilusos vuelan en sueños millonarios, que empobrecen sus bolsillos.

El olor a carburante de los willys hace años se fue de cinco esquinas, aquella estación de taxis por excelencia, donde se abordaba el servicio sin el temor de un burundangazo. No existían los afanes desesperantes que causan arritmias y que apuñalan la tolerancia. Qué distante a la tranquilidad del ayer en ese sector céntrico del Valle, que solo lo alteraba el motor imaginario de ‘Chepo’, un loco que no olía a bazuco, y quien en su imaginación se creía carro y se apagaba en medio de la calle.

Lea también: La última crónica que leyó el periodista William Rosado

El Salivón, pintoresca cantina, con sus siempres arhuacos como anfitriones, tenía el olor de una cerveza madura, no como las de ahora que huelen y saben a repollo. El aire que se respira allí es diferente, el olfato percibe seda, nailon y olor a maniquíes de fibra que exhiben la moda que vociferan los habilidosos cachacos negociantes.

Cuanto daríamos por la exquisita fragancia de las albóndigas de ‘La Bella’, acompañadas del auténtico arroz de coco y su retahíla romántica de un lenguaje no apto para académicos.

En el presente esas calles huelen a desplazados, quienes para solventar el llanto de los hijos que dejaron en el cambuche, se pelean el parqueo de los carros a cambio de una moneda.

¿A qué huele la plaza Alfonso López? A ‘miao’, así como suena, a ‘miao’ y caca de indigentes que la tienen como su hotel cinco estrellas; hace rato que ni el incienso del Lunes Santo mitiga el vaho maloliente en el espacio donde antes olía a acordeones y a ron caña de las barras que acompañaban a Juancho Polo en el Festival Vallenato.

El río Guatapurí ya no huele a peregüetanos, los mismos que sacudía cuando valiente bajaba de la Nevada con una creciente que los ponía en ‘peringueta’. El chorrito de ahora no sacude ni los envases plásticos que la civilización les arroja en un turismo que hiede a trago y marihuana.

La esquina de la ‘bomba’ de Gil Strauch no huele a mazorca porque ‘El Negro Guacoche’, quien tenía cosecha permanente, hoy duerme la eternidad en el cementerio de los cardonales del palenque guacochero.

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Así han cambiado las cosas en esta tierra donde se olfatea el miedo, donde los cañaguates se niegan a florecer para que los ladrones no confundan el amarillo de sus flores con el resplandor de una joya de oro, y los mangos siquiera alcanzan a expandir su aroma de madurez, porque las varas como lanzas de un ejército hambriento los encajetan casi en la flor, para retornarlos convertidos en conservas con olor a producto importado.

Razón tenía el ‘veje’ Bolaño cuando premonitoriamente cantó:

Viejo Valledupar, si te volviera a ver 

Como fuiste ayer, típico y colonial
Casitas de bahareque, con sus palmas caladas 

Otras de calicanto, y sus tejas coloradas.

O como dijo Gustavo Gutiérrez: 

Porque mi tierra ya no es lo que fue 

emporio de dulce canción,
Remanso de dicha y de paz 

y amenizado en acordeón.

O bien como cantó José Alfredo Jiménez:

Te vi llegar
Y sentí la presencia de un ser desconocido;
Te vi llegar
Y sentí lo que nunca jamás había sentido.
Te quise amar
Y tu amor no era fuego no era lumbre;
Las distancias apartan las ciudades,
Las ciudades destruyen las costumbres.

Willian Rosado, periodista fallecido.

Por: William Rosado Rincones