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Cultura - 23 abril, 2021

‘El Negro Calde’, entre versos y amores

Los versos de ‘El Negro Calde’ dejaron una huella indeleble en el sentir de la región, y su disposición para ayudar a sus trabajadores y amigos, será siempre recordada en San Diego. ‘El Negro Calde’ durante varias décadas fue el anfitrión alegre de esos encuentros memorables, pero como todo parrandero que se respete fue poco a poco bajándole el pulso a las parrandas sucesivas, y la fuerza de la juventud le fue dando paso a la tranquilidad y cordura de la vejez.

Andrés Becerra, Nicolás Mendoza, Rafael Escalona y Efraín Quintero.

FOTO: CORTESÍA.
Andrés Becerra, Nicolás Mendoza, Rafael Escalona y Efraín Quintero. FOTO: CORTESÍA.
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El campo es un lugar excelente para la recreación y la reflexión, y esto lo sabía muy bien Francisco Calderón Guerra, propietario de la finca El Oscuro, ubicada en el corregimiento Los Brasiles, del municipio de San Diego, departamento del Cesar. En esa finca, famosos acordeoneros, cantantes y compositores, parrandeaban en el bohío cercado por cuatro árboles de totumo y palma, que ofrecía una sombra impenetrable para los rayos del sol, como la que ofrecían también los inmensos árboles de la reserva natural de dos hectáreas cercana al bohío, llamada El Rodeo, donde vivían apaciblemente variadas especies de aves como guacamayas, loros y canarios, al lado de monos, zorros y conejos, protegidos por la sombra y frescura de campanos, guáimaros y guayacanes, que fuertes y majestuosos ofrecían sus ramas a iguanas y pericos mangleros.

De allí el nombre de la finca de 200 hectáreas dedicada especialmente a la ganadería y al cultivo del algodón, actividad que tanto aportó al desarrollo y bienestar del departamento del Cesar y en especial a su capital Valledupar, cuando también comenzaba a florecer el Festival de la Leyenda Vallenata.

La tranquilidad y frescura de El Rodeo, donde la fauna y la flora convivían sin ser molestadas por extraños, se vio perturbada abruptamente una tarde de brisas veraniegas, cuando cazadores furtivos ingresaron al pequeño ecosistema y dispararon sus armas contra los inquietos monos aulladores, que esa misma noche, como presagiando el final de sus días, alistaron a sus compañeras y crías y desaparecieron de la reserva para siempre.

Cuentan los sandieganos que bajo un silencio estremecedor, asustados, conmovidos y cabizbajos buscaron refugio en lo más espeso de la Serranía del Perijá. Sin embargo, para el propietario de la finca la huida de los monos fue provocada realmente por el susto que les ocasionó el compositor del vecino municipio de Codazzi, Armando León Quintero, cuando acosado por un cólico estomacal entró a El Rodeo a tratar de evacuar un plato de fríjoles con huevo cocido que había comido en horas de la tarde. Los monos al verlo desnudo y haciendo tanto esfuerzo para contrarrestar el dolor se imaginaron que era un ser extraño y sobrenatural que iba a atacarlos y optaron por retirarse para nunca más volver.

La fama de feo del compositor de Amor Ausente, grabada por Diomedes Díaz, más la difícil situación ocasionada por el cólico que laceraba sus entrañas, asustó a los monos de tal manera que decidieron abandonar su cálido refugio.

El corregimiento, Los Brasiles, tomó su nombre del gran árbol de 40 metros de altura y 2 metros de diámetro que puede vivir 500 años o más, y que crecía abundante en la región, donde lo utilizaban para curtir pieles y como leña para atizar fogones, porque su madera arde fácilmente. Tras la deforestación de la zona y el conflicto armado que azotó al corregimiento, solo quedan algunos de estos imponentes árboles, que Armando Calderón, un veterano campesino, hijo de ‘El Negro Calde’, cuida como si fueran su patrimonio, ya que son un recuerdo vivo de la presencia de sus antecesores, en esa zona fértil para la agricultura y la ganadería.

Francisco Calderón Guerra o ‘El Negro Calde’, como fue conocido desde muy joven en su tierra, fue un verseador insigne, ganadero, algodonero y mujeriego por excelencia, como lo señala con mucha propiedad y conocimiento de causa el cantante Ivo Díaz. En las parrandas interminables en El Oscuro se podía ver a Rafael Escalona, Leandro Díaz, Nicolás ‘Colacho’ Mendoza, Andrés Becerra, Emiliano Zuleta Baquero, Beltrán Orozco ‘El Querido’, Alfonso ‘Poncho’ Cotes Queruz, Juan Muñoz, Toño Salas, Alejo Durán, Calixto Ochoa, Náfer Durán y muchos más, quienes bajo la premisa de entender la parranda vallenata como un acto cultural, donde la amistad se refuerza y el conocimiento se engrandece, llegaban a libar copas y a deleitarse con variados sancochos en medio de canciones, anécdotas y versos.

Siempre he sido un hombre amable
y de un noble corazón
me dicen ‘El Negro Calde’
por mi apellido y mi color…

El verso improvisado, elegante y bien estructurado aparecía siempre en la histórica enramada, como ocurrió el día 17 de septiembre de 1965, día que ‘El Negro Calde’ cumplía cuarenta y cuatro años, y junto al maestro Leandro Díaz, y Luis Manuel Ustáriz, hicieron un agasajo en versos de cuatro palabras a Andrés Becerra, por haber sido designado director de la Junta de Algodoneros de San Diego. Allí, entre el olor a sopa de gallina criolla y chivo asado, se escucharon estos versos de gratitud y reconocimiento.

Así comenzó el Maestro Leandro:

San Diego es una gran tierra
donde yo formé mis crías
hoy le canto a Andrés Becerra
los versos de Leandro Díaz
Andrés tiene dinastía
tiene una prosa agradable
por eso es que Leandro Díaz
lo eligió como compadre.

Intervino Luis Manuel:

Yo soy Luis Manuel Ustariz
y también sé hacer un verso
pa’ cantarle al Negro Calde
y Andrés Becerra hombre teso.

Improvisó ‘El Negro Calde’:

Becerra es un hombre amable
dotado de inteligencia
por eso es que el Negro Calde
lo recuerda con frecuencia

Andrés Becerra merece mi cariño sandiegano,
señores, qué les parece
si nos tomamos un trago.

Les contestó Andrés Becerra, emocionado por el agasajo:

Al Negro y a Luis Manuel
lo mismo que a Leandro Díaz
les tengo que agradecer
que me dan tanta alegría

Por ustedes brindo uno,
brindo dos y brindo tres,
lo que sí les aseguro
que los quiere mucho Andrés

Se fueron mis buenos tiempos
solo el recuerdo me llevo,
mis amigos se me han muerto
ya me estoy poniendo viejo.

Rafael Escalona, El Negro Calde y Andrés Becerra (Pintura al óleo de José Tobías Hinojosa)

El expresidente Alfonso López Michelsen, en su condición de primer gobernador del departamento del Cesar, también visitó El Oscuro, en compañía de Andrés Becerra, motivado por los múltiples comentarios sobre la capacidad verseadora de ‘El Negro Calde’, y lo interesante de los encuentros folclóricos que se desarrollaban bajo la tupida enramada, que fue inspiradora silenciosa de la creación de ingeniosas canciones del folclor vallenato, como el merengue ‘El malherido’, del maestro Leandro Díaz, uno de los asiduos visitantes de El Oscuro, y quien con la sensibilidad que lo caracterizaba cantó al amigo, para contar en melódicos y sentidos versos lo que sintió en la finca, en un momento sin parranda y solo, cobijado por la frescura y la soledad de los árboles sombríos.

Así comienza Leandro su composición, grabada por Silvio Brito y Orangel ‘El pangue Maestre’, en 1981.

Vengo a cantar en este merengue
los versos que le hice a un amigo, trabajador y divertido
pero ‘salao’ con las mujeres
al parecer lo ven alegre
pero por dentro malherido…

Una visita de Leandro a ‘El Negro Calde’, el día siguiente de una de las acostumbradas parrandas, fue el motivo para que el compositor se hiciera algunas preguntas relacionadas con la soledad en que encontró a su amigo después de tanta alegría y hospitalidad.

‘El Negro Calde’ estaba en una hamaca, pasando un guayabo negro, de esos que solo remedia el tiempo, sin embargo en su desespero, le pedía a la mujer del administrador de la finca que le consiguiera hielo, limonada, sopa, o cualquier cosa con que calmar el malestar.

¡Carajo!”, dijo Leandro, “y este hombre que estaba ayer rodeado de mujeres no tiene hoy quien lo atienda, ni lo mime para que salga de este guayabo que lo está matando. No lo puedo creer, mi amigo debe tener algún problema, no es posible que hoy no esté en este lugar una de las tantas damas que lo acompañan en las parrandas. Siempre que llego aquí a una fiesta lo encuentro con una mujer diferente y hoy que necesita una, para aliviar su cuerpo y su alma, ninguna aparece”.

El sustantivo “salao”, según la versión de su hijo, el compositor Gustavo Calderón Guerra, ganador del Concurso de la Canción Inédita 1991 del Festival de la Leyenda Vallenata, lo entendió Leandro como la ausencia de una mujer en la vida del verseador en un momento determinado, cuando llegó a visitarlo después de una parranda descomunal, porque realmente era muy afortunado en el amor.

Esta primera impresión le sirvió a Leandro para continuar describiendo al amigo:

Él es un hombre conocido en esta tierra vallenata
yo no comprendo qué le pasa
si es que está muerto o está vivo,
no le ha quedado ni una de tantas
enamoradas que ha tenido.

La preocupación del maestro, mezclada con su capacidad creativa, y la soledad reinante en la finca, en ese momento en que su amigo en una hamaca peleaba contra el guayabo -una de las pocas enfermedades que se adquieren por obra del mismo paciente-, lo llenaron de razones para agregar:

Ahora se encuentra en una choza
rodeada de árboles sombríos,
su corazón lleno de frío
sin un clavel sin una rosa
sin una hembra cariñosa
que lo acompañe en su bohío.

‘El Negro Calde’ durante varias décadas fue el anfitrión alegre de esos encuentros memorables, pero como todo parrandero que se respete, fue poco a poco bajándole el pulso a las parrandas sucesivas, y la fuerza de la juventud le fue dando paso a la tranquilidad y cordura de la vejez, por esa razón el maestro Leandro recuerda los tiempos felices del amigo.

Lo conocí muy parrandero
él era la alegría del Valle
ya no se escucha por la calle s
u canto alegre y bullanguero
Ya su alegría se está muriendo
y este es un caso lamentable.

El compositor siempre tuvo la ilusión de escuchar de nuevo los versos del amigo, pero solo fue un deseo que quedó para la historia, ya que ‘El Negro Calde’ nunca más volvió a cantar.

Los idus de marzo se llevaron entre nebulosas y lamentos al ‘Negro Calde’, para que esperara paciente con un verso bien “jalao” a sus entrañables amigos. El día 02 de marzo de 1991 se les adelantó en el viaje sin retorno, pero poco a poco, en un desfile lento y silencioso, ha vuelto a encontrarse con ellos en la eternidad; el último en unirse a la parranda celestial fue el maestro Calixto Ochoa, el inmortal ‘Negro Cali’, quien conocedor de la suerte del amigo con las mujeres, le compuso y grabó ‘El gavilán pollero’, un paseo que dibuja el transcurrir por los territorios y amores de ‘El Negro Calde’, grabado en 1973, en el álbum ‘Me voy pa’l campo’.

Hoy hablan del gavilán pollero
muy conocido en esta región
en la provincia ya tiene el don
reconocido que es mujeriego

Los versos de ‘El Negro Calde’ dejaron una huella indeleble en el sentir de la región, y su disposición para ayudar a sus trabajadores y amigos, será siempre recordada en San Diego, donde no es extraño escuchar a parranderos cantar con nostalgia:

Ya no se escuchan en las calles
versos en la madrugada,
de esos que hacía el Negro Calde
hasta llegar la alborada…

Por: Samuel Muñoz.

Cultura
23 abril, 2021

‘El Negro Calde’, entre versos y amores

Los versos de ‘El Negro Calde’ dejaron una huella indeleble en el sentir de la región, y su disposición para ayudar a sus trabajadores y amigos, será siempre recordada en San Diego. ‘El Negro Calde’ durante varias décadas fue el anfitrión alegre de esos encuentros memorables, pero como todo parrandero que se respete fue poco a poco bajándole el pulso a las parrandas sucesivas, y la fuerza de la juventud le fue dando paso a la tranquilidad y cordura de la vejez.


Andrés Becerra, Nicolás Mendoza, Rafael Escalona y Efraín Quintero.

FOTO: CORTESÍA.
Andrés Becerra, Nicolás Mendoza, Rafael Escalona y Efraín Quintero. FOTO: CORTESÍA.
Boton Wpp

El campo es un lugar excelente para la recreación y la reflexión, y esto lo sabía muy bien Francisco Calderón Guerra, propietario de la finca El Oscuro, ubicada en el corregimiento Los Brasiles, del municipio de San Diego, departamento del Cesar. En esa finca, famosos acordeoneros, cantantes y compositores, parrandeaban en el bohío cercado por cuatro árboles de totumo y palma, que ofrecía una sombra impenetrable para los rayos del sol, como la que ofrecían también los inmensos árboles de la reserva natural de dos hectáreas cercana al bohío, llamada El Rodeo, donde vivían apaciblemente variadas especies de aves como guacamayas, loros y canarios, al lado de monos, zorros y conejos, protegidos por la sombra y frescura de campanos, guáimaros y guayacanes, que fuertes y majestuosos ofrecían sus ramas a iguanas y pericos mangleros.

De allí el nombre de la finca de 200 hectáreas dedicada especialmente a la ganadería y al cultivo del algodón, actividad que tanto aportó al desarrollo y bienestar del departamento del Cesar y en especial a su capital Valledupar, cuando también comenzaba a florecer el Festival de la Leyenda Vallenata.

La tranquilidad y frescura de El Rodeo, donde la fauna y la flora convivían sin ser molestadas por extraños, se vio perturbada abruptamente una tarde de brisas veraniegas, cuando cazadores furtivos ingresaron al pequeño ecosistema y dispararon sus armas contra los inquietos monos aulladores, que esa misma noche, como presagiando el final de sus días, alistaron a sus compañeras y crías y desaparecieron de la reserva para siempre.

Cuentan los sandieganos que bajo un silencio estremecedor, asustados, conmovidos y cabizbajos buscaron refugio en lo más espeso de la Serranía del Perijá. Sin embargo, para el propietario de la finca la huida de los monos fue provocada realmente por el susto que les ocasionó el compositor del vecino municipio de Codazzi, Armando León Quintero, cuando acosado por un cólico estomacal entró a El Rodeo a tratar de evacuar un plato de fríjoles con huevo cocido que había comido en horas de la tarde. Los monos al verlo desnudo y haciendo tanto esfuerzo para contrarrestar el dolor se imaginaron que era un ser extraño y sobrenatural que iba a atacarlos y optaron por retirarse para nunca más volver.

La fama de feo del compositor de Amor Ausente, grabada por Diomedes Díaz, más la difícil situación ocasionada por el cólico que laceraba sus entrañas, asustó a los monos de tal manera que decidieron abandonar su cálido refugio.

El corregimiento, Los Brasiles, tomó su nombre del gran árbol de 40 metros de altura y 2 metros de diámetro que puede vivir 500 años o más, y que crecía abundante en la región, donde lo utilizaban para curtir pieles y como leña para atizar fogones, porque su madera arde fácilmente. Tras la deforestación de la zona y el conflicto armado que azotó al corregimiento, solo quedan algunos de estos imponentes árboles, que Armando Calderón, un veterano campesino, hijo de ‘El Negro Calde’, cuida como si fueran su patrimonio, ya que son un recuerdo vivo de la presencia de sus antecesores, en esa zona fértil para la agricultura y la ganadería.

Francisco Calderón Guerra o ‘El Negro Calde’, como fue conocido desde muy joven en su tierra, fue un verseador insigne, ganadero, algodonero y mujeriego por excelencia, como lo señala con mucha propiedad y conocimiento de causa el cantante Ivo Díaz. En las parrandas interminables en El Oscuro se podía ver a Rafael Escalona, Leandro Díaz, Nicolás ‘Colacho’ Mendoza, Andrés Becerra, Emiliano Zuleta Baquero, Beltrán Orozco ‘El Querido’, Alfonso ‘Poncho’ Cotes Queruz, Juan Muñoz, Toño Salas, Alejo Durán, Calixto Ochoa, Náfer Durán y muchos más, quienes bajo la premisa de entender la parranda vallenata como un acto cultural, donde la amistad se refuerza y el conocimiento se engrandece, llegaban a libar copas y a deleitarse con variados sancochos en medio de canciones, anécdotas y versos.

Siempre he sido un hombre amable
y de un noble corazón
me dicen ‘El Negro Calde’
por mi apellido y mi color…

El verso improvisado, elegante y bien estructurado aparecía siempre en la histórica enramada, como ocurrió el día 17 de septiembre de 1965, día que ‘El Negro Calde’ cumplía cuarenta y cuatro años, y junto al maestro Leandro Díaz, y Luis Manuel Ustáriz, hicieron un agasajo en versos de cuatro palabras a Andrés Becerra, por haber sido designado director de la Junta de Algodoneros de San Diego. Allí, entre el olor a sopa de gallina criolla y chivo asado, se escucharon estos versos de gratitud y reconocimiento.

Así comenzó el Maestro Leandro:

San Diego es una gran tierra
donde yo formé mis crías
hoy le canto a Andrés Becerra
los versos de Leandro Díaz
Andrés tiene dinastía
tiene una prosa agradable
por eso es que Leandro Díaz
lo eligió como compadre.

Intervino Luis Manuel:

Yo soy Luis Manuel Ustariz
y también sé hacer un verso
pa’ cantarle al Negro Calde
y Andrés Becerra hombre teso.

Improvisó ‘El Negro Calde’:

Becerra es un hombre amable
dotado de inteligencia
por eso es que el Negro Calde
lo recuerda con frecuencia

Andrés Becerra merece mi cariño sandiegano,
señores, qué les parece
si nos tomamos un trago.

Les contestó Andrés Becerra, emocionado por el agasajo:

Al Negro y a Luis Manuel
lo mismo que a Leandro Díaz
les tengo que agradecer
que me dan tanta alegría

Por ustedes brindo uno,
brindo dos y brindo tres,
lo que sí les aseguro
que los quiere mucho Andrés

Se fueron mis buenos tiempos
solo el recuerdo me llevo,
mis amigos se me han muerto
ya me estoy poniendo viejo.

Rafael Escalona, El Negro Calde y Andrés Becerra (Pintura al óleo de José Tobías Hinojosa)

El expresidente Alfonso López Michelsen, en su condición de primer gobernador del departamento del Cesar, también visitó El Oscuro, en compañía de Andrés Becerra, motivado por los múltiples comentarios sobre la capacidad verseadora de ‘El Negro Calde’, y lo interesante de los encuentros folclóricos que se desarrollaban bajo la tupida enramada, que fue inspiradora silenciosa de la creación de ingeniosas canciones del folclor vallenato, como el merengue ‘El malherido’, del maestro Leandro Díaz, uno de los asiduos visitantes de El Oscuro, y quien con la sensibilidad que lo caracterizaba cantó al amigo, para contar en melódicos y sentidos versos lo que sintió en la finca, en un momento sin parranda y solo, cobijado por la frescura y la soledad de los árboles sombríos.

Así comienza Leandro su composición, grabada por Silvio Brito y Orangel ‘El pangue Maestre’, en 1981.

Vengo a cantar en este merengue
los versos que le hice a un amigo, trabajador y divertido
pero ‘salao’ con las mujeres
al parecer lo ven alegre
pero por dentro malherido…

Una visita de Leandro a ‘El Negro Calde’, el día siguiente de una de las acostumbradas parrandas, fue el motivo para que el compositor se hiciera algunas preguntas relacionadas con la soledad en que encontró a su amigo después de tanta alegría y hospitalidad.

‘El Negro Calde’ estaba en una hamaca, pasando un guayabo negro, de esos que solo remedia el tiempo, sin embargo en su desespero, le pedía a la mujer del administrador de la finca que le consiguiera hielo, limonada, sopa, o cualquier cosa con que calmar el malestar.

¡Carajo!”, dijo Leandro, “y este hombre que estaba ayer rodeado de mujeres no tiene hoy quien lo atienda, ni lo mime para que salga de este guayabo que lo está matando. No lo puedo creer, mi amigo debe tener algún problema, no es posible que hoy no esté en este lugar una de las tantas damas que lo acompañan en las parrandas. Siempre que llego aquí a una fiesta lo encuentro con una mujer diferente y hoy que necesita una, para aliviar su cuerpo y su alma, ninguna aparece”.

El sustantivo “salao”, según la versión de su hijo, el compositor Gustavo Calderón Guerra, ganador del Concurso de la Canción Inédita 1991 del Festival de la Leyenda Vallenata, lo entendió Leandro como la ausencia de una mujer en la vida del verseador en un momento determinado, cuando llegó a visitarlo después de una parranda descomunal, porque realmente era muy afortunado en el amor.

Esta primera impresión le sirvió a Leandro para continuar describiendo al amigo:

Él es un hombre conocido en esta tierra vallenata
yo no comprendo qué le pasa
si es que está muerto o está vivo,
no le ha quedado ni una de tantas
enamoradas que ha tenido.

La preocupación del maestro, mezclada con su capacidad creativa, y la soledad reinante en la finca, en ese momento en que su amigo en una hamaca peleaba contra el guayabo -una de las pocas enfermedades que se adquieren por obra del mismo paciente-, lo llenaron de razones para agregar:

Ahora se encuentra en una choza
rodeada de árboles sombríos,
su corazón lleno de frío
sin un clavel sin una rosa
sin una hembra cariñosa
que lo acompañe en su bohío.

‘El Negro Calde’ durante varias décadas fue el anfitrión alegre de esos encuentros memorables, pero como todo parrandero que se respete, fue poco a poco bajándole el pulso a las parrandas sucesivas, y la fuerza de la juventud le fue dando paso a la tranquilidad y cordura de la vejez, por esa razón el maestro Leandro recuerda los tiempos felices del amigo.

Lo conocí muy parrandero
él era la alegría del Valle
ya no se escucha por la calle s
u canto alegre y bullanguero
Ya su alegría se está muriendo
y este es un caso lamentable.

El compositor siempre tuvo la ilusión de escuchar de nuevo los versos del amigo, pero solo fue un deseo que quedó para la historia, ya que ‘El Negro Calde’ nunca más volvió a cantar.

Los idus de marzo se llevaron entre nebulosas y lamentos al ‘Negro Calde’, para que esperara paciente con un verso bien “jalao” a sus entrañables amigos. El día 02 de marzo de 1991 se les adelantó en el viaje sin retorno, pero poco a poco, en un desfile lento y silencioso, ha vuelto a encontrarse con ellos en la eternidad; el último en unirse a la parranda celestial fue el maestro Calixto Ochoa, el inmortal ‘Negro Cali’, quien conocedor de la suerte del amigo con las mujeres, le compuso y grabó ‘El gavilán pollero’, un paseo que dibuja el transcurrir por los territorios y amores de ‘El Negro Calde’, grabado en 1973, en el álbum ‘Me voy pa’l campo’.

Hoy hablan del gavilán pollero
muy conocido en esta región
en la provincia ya tiene el don
reconocido que es mujeriego

Los versos de ‘El Negro Calde’ dejaron una huella indeleble en el sentir de la región, y su disposición para ayudar a sus trabajadores y amigos, será siempre recordada en San Diego, donde no es extraño escuchar a parranderos cantar con nostalgia:

Ya no se escuchan en las calles
versos en la madrugada,
de esos que hacía el Negro Calde
hasta llegar la alborada…

Por: Samuel Muñoz.