“Padre mío, he llegado tarde para besarte Y para que con tus manos puras me bendijeras; Ya tu paso de luz iba extinguiéndose y Había comenzado a volver a la tierra”. Pablo Neruda.
“Padre mío, he llegado tarde para besarte Y para que con tus manos puras me bendijeras;
Ya tu paso de luz iba extinguiéndose y
Había comenzado a volver a la tierra”. Pablo Neruda.
Contrario al verso citado del gran poeta universal Pablo Neruda, quien escribió esas palabras a su madrastra -su mamadre- como llamaba a la segunda compañera de su padre, luego de la muerte de su madre biológica, yo gracias a Dios sí alcancé a llegar a una Clínica de Valledupar a saludar a mi padre en su lecho de enfermo; a desearle que se mejorara a decirle, una y cien veces, que lo amábamos y lo necesitábamos todos: su esposa, sus hijos, sus nietos y sus amigos del Cañaguate y de Valledupar.
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Me causó mucha impresión verlo allí tendido en una camilla. Un hombre que había sido tan fuerte y activo en su vida. A quien yo recordaba de niño, cuando mataba y descuartizaba un chivo en el patio de su casa, casi el solo; o capaz de atravesar el río Guatapurí nadando y con todos sus bríos, como solía hacerlo. Pero, verlo así, fue ratificar lo frágil que es la existencia humana, que puede terminar en cualquier momento, como dicen algunos filósofos estoicos. Beto, como le decían todos, partió a sus ochenta años…
A miles de familias en todo el mundo, y claro también en Colombia, las ha sorprendido la muerte por estos días, a raíz del covid-19. Mi padre, Gualberto Maestre Quiroz, no falleció por el covid-19 directamente, sino por una neumonía y un problema renal, letales para un hombre de su edad. Pero, la muerte, así no lo comprendamos en el momento, tarde o temprano nos llega.
No diré, como en el paseo de Camilo Namén: “que la muerte infame me lo arrebató”, por el contrario; creo que hay que darle gracias, infinitas gracias, al Gran Arquitecto del Universo, a Dios, nuestro señor, por habernos dado la fortuna de tenerlo como padre, y disfrutar de la bondad de un hombre sencillo; como esos vallenatos de antes, acostumbrado a vivir de manera alegre y austera, siempre con una sonrisa en sus boca, con la actitud de hacer el bien a todo el que le pidiera un favor, y con la suficiente discreción para respetar los secretos y la vida ajena. Y eso fue lo que trató de inculcarnos…
Así era Gualberto Maestre, Beto, para las muchas personas, mujeres y hombres, que lo conocieron desde cuando nació en el Valledupar de antes, cuando esto era el Magdalena Grande, y todo el mundo se conocía y la gente vivía feliz y sin tanto perendengue, como hoy. Era el Valledupar devoto del Santo Ecce Homo, de mayorías liberales, que creían en Pedro Castro Monsalvo, en Alfonso López Pumarejo, y en nada más, como dice la canción del Maestro Rafael Escalona.
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Muchas ideas me dieron vueltas en la cabeza a la hora de escribir un texto sobre mi padre. Confieso a mis pacientes lectores y amigos, que siento mucho pudor al hacerlo. Sencillamente, no puede uno ser imparcial, al hablar de su padre; qué podría, sino contar los recuerdos alegres, frutos de su cariño, de su ternura. Cariño y ternura que, quizás, a él le hicieron falta, ya que su padre, mi abuelo, Feliciano Quiroz, falleció muy joven, y cuando apenas llegaba a los cuatro años. Pero su madre, Carmen Maestre Díaz, en medio de una vida sencilla supo darles mucho amor y cariño a todos sus hijos: Paulina, Ramiro, Alicia, Marina, Néfer, Emerson y Gualberto, “Beto”.
Puedo afirmar, sin modestia alguna, como muchos otros vallenatos, también de mi generación, que debemos sentimos orgullosos de nuestros padres, capaces de sacar adelante una familia en medio de la adversidad y de convertirse en ejemplo para sus hijos y sus nietos. Ejemplos de responsabilidad, de cumplimiento del deber, de ser gente de servicio y ciudadanos honrados y de bien. A quienes no les importaban las apariencias, ni las riquezas vanas. Cuando tenía que regañarnos lo hacía, darnos un consejo, y muy pocas veces unos buenos pencazos; pero, antes, con la sola mirada uno sabía que le estaban llamando la atención y a lo que se exponía.
Ser empleado de la Caja Agraria durante más de treinta y ocho años le sirvió para conocer y ayudar a mucha gente, desde grandes ganaderos y agricultores, hasta modestos campesinos, empresarios y empleados. A quienes siempre les aconsejó si les convenía o no, con sinceridad, recibir un crédito. Hoy, de haber hecho eso en un banco comercial habría perdido su empleo a los pocos días…
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Pero, así era él, como muchos de sus paisanos y contemporáneos, cumplidor de su deber, servicial y buen vallenato, a quien le dolía cuando se decía algo inapropiado de un paisano, o cuando se enteraba de que se habían robado parte del erario o se había hecho una obra mal, en su querida región. Agradecemos a todos, familiares y amigos, por sus palabras y gestos de condolencia, en estas circunstancias. Y –a su vez- brindamos nuestras condolencias a cientos de familias de Valledupar y el Cesar que han visto partir a sus seres queridos, por estos días aciagos. Adiós Beto, adiós papá. Descansa en paz.
Por: CARLOS ALBERTO MAESTRE MAYA/EL PILÓN
“Padre mío, he llegado tarde para besarte Y para que con tus manos puras me bendijeras; Ya tu paso de luz iba extinguiéndose y Había comenzado a volver a la tierra”. Pablo Neruda.
“Padre mío, he llegado tarde para besarte Y para que con tus manos puras me bendijeras;
Ya tu paso de luz iba extinguiéndose y
Había comenzado a volver a la tierra”. Pablo Neruda.
Contrario al verso citado del gran poeta universal Pablo Neruda, quien escribió esas palabras a su madrastra -su mamadre- como llamaba a la segunda compañera de su padre, luego de la muerte de su madre biológica, yo gracias a Dios sí alcancé a llegar a una Clínica de Valledupar a saludar a mi padre en su lecho de enfermo; a desearle que se mejorara a decirle, una y cien veces, que lo amábamos y lo necesitábamos todos: su esposa, sus hijos, sus nietos y sus amigos del Cañaguate y de Valledupar.
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Me causó mucha impresión verlo allí tendido en una camilla. Un hombre que había sido tan fuerte y activo en su vida. A quien yo recordaba de niño, cuando mataba y descuartizaba un chivo en el patio de su casa, casi el solo; o capaz de atravesar el río Guatapurí nadando y con todos sus bríos, como solía hacerlo. Pero, verlo así, fue ratificar lo frágil que es la existencia humana, que puede terminar en cualquier momento, como dicen algunos filósofos estoicos. Beto, como le decían todos, partió a sus ochenta años…
A miles de familias en todo el mundo, y claro también en Colombia, las ha sorprendido la muerte por estos días, a raíz del covid-19. Mi padre, Gualberto Maestre Quiroz, no falleció por el covid-19 directamente, sino por una neumonía y un problema renal, letales para un hombre de su edad. Pero, la muerte, así no lo comprendamos en el momento, tarde o temprano nos llega.
No diré, como en el paseo de Camilo Namén: “que la muerte infame me lo arrebató”, por el contrario; creo que hay que darle gracias, infinitas gracias, al Gran Arquitecto del Universo, a Dios, nuestro señor, por habernos dado la fortuna de tenerlo como padre, y disfrutar de la bondad de un hombre sencillo; como esos vallenatos de antes, acostumbrado a vivir de manera alegre y austera, siempre con una sonrisa en sus boca, con la actitud de hacer el bien a todo el que le pidiera un favor, y con la suficiente discreción para respetar los secretos y la vida ajena. Y eso fue lo que trató de inculcarnos…
Así era Gualberto Maestre, Beto, para las muchas personas, mujeres y hombres, que lo conocieron desde cuando nació en el Valledupar de antes, cuando esto era el Magdalena Grande, y todo el mundo se conocía y la gente vivía feliz y sin tanto perendengue, como hoy. Era el Valledupar devoto del Santo Ecce Homo, de mayorías liberales, que creían en Pedro Castro Monsalvo, en Alfonso López Pumarejo, y en nada más, como dice la canción del Maestro Rafael Escalona.
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Muchas ideas me dieron vueltas en la cabeza a la hora de escribir un texto sobre mi padre. Confieso a mis pacientes lectores y amigos, que siento mucho pudor al hacerlo. Sencillamente, no puede uno ser imparcial, al hablar de su padre; qué podría, sino contar los recuerdos alegres, frutos de su cariño, de su ternura. Cariño y ternura que, quizás, a él le hicieron falta, ya que su padre, mi abuelo, Feliciano Quiroz, falleció muy joven, y cuando apenas llegaba a los cuatro años. Pero su madre, Carmen Maestre Díaz, en medio de una vida sencilla supo darles mucho amor y cariño a todos sus hijos: Paulina, Ramiro, Alicia, Marina, Néfer, Emerson y Gualberto, “Beto”.
Puedo afirmar, sin modestia alguna, como muchos otros vallenatos, también de mi generación, que debemos sentimos orgullosos de nuestros padres, capaces de sacar adelante una familia en medio de la adversidad y de convertirse en ejemplo para sus hijos y sus nietos. Ejemplos de responsabilidad, de cumplimiento del deber, de ser gente de servicio y ciudadanos honrados y de bien. A quienes no les importaban las apariencias, ni las riquezas vanas. Cuando tenía que regañarnos lo hacía, darnos un consejo, y muy pocas veces unos buenos pencazos; pero, antes, con la sola mirada uno sabía que le estaban llamando la atención y a lo que se exponía.
Ser empleado de la Caja Agraria durante más de treinta y ocho años le sirvió para conocer y ayudar a mucha gente, desde grandes ganaderos y agricultores, hasta modestos campesinos, empresarios y empleados. A quienes siempre les aconsejó si les convenía o no, con sinceridad, recibir un crédito. Hoy, de haber hecho eso en un banco comercial habría perdido su empleo a los pocos días…
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Pero, así era él, como muchos de sus paisanos y contemporáneos, cumplidor de su deber, servicial y buen vallenato, a quien le dolía cuando se decía algo inapropiado de un paisano, o cuando se enteraba de que se habían robado parte del erario o se había hecho una obra mal, en su querida región. Agradecemos a todos, familiares y amigos, por sus palabras y gestos de condolencia, en estas circunstancias. Y –a su vez- brindamos nuestras condolencias a cientos de familias de Valledupar y el Cesar que han visto partir a sus seres queridos, por estos días aciagos. Adiós Beto, adiós papá. Descansa en paz.
Por: CARLOS ALBERTO MAESTRE MAYA/EL PILÓN