El compositor José Hernández Maestre, quien nació un cinco de septiembre de 1949, y murió el tres de abril de 2004, se congració con bellos cantos para una joven patillalera que le marcó el corazón a través de sus miradas”.
Patillal, la tierra donde nacen las canciones sentidas fue el lugar donde nació un amor provinciano que aunque aterrizó en dos corazones no levantó el vuelo suficiente para tener su propio nido.
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Los protagonistas de este sublime episodio fueron el compositor y educador José Eliécer Hernández Maestre y la joven María Esther Peralta Gutiérrez, quienes un día cruzaron profundas miradas, se pusieron de acuerdo para ennoviarse y poner a marchar ese tren donde los sentimientos tenían el primer puesto en el vagón delantero.
En esa relación adornada con hermosos cantos vallenatos, inicialmente aparecieron los detalles como se reseña en la canción ‘El encargo’, grabada por Poncho y Emiliano Zuleta, donde el enamorado le pidió el favor a su amigo Alfredo ‘Fello’ Fuentes, quien hacía viajes por todos esos pueblos en su campero Suzuki color amarillo, para que le llevara una encomienda.
‘Fello’ Fuentes tú que viajas
de Río Seco a Patillal,
tú me le vas a llevar
un regalo a María Esther.
Aquella joven que recibió en la década de los 80’s en vez de flores cantos con nombre propio contaba con 19 años. Era una reina que cuando caminaba por esa encantadora tierra de compositores robaba miradas, y únicamente era besada por el sol de aquellas tardes del recuerdo.
María Esther accedió por primera vez a hablar de aquellos amores que dejaron su sello en el pentagrama del folclor. Antes, se había negado en varias ocasiones, pero la constancia vence lo que la dicha no alcanza.
Después del protocolo de rigor, comenzó diciendo: “Nosotros fuimos novios por más de dos años. Él, me colmaba de regalos, serenatas y detalles. Precisamente, el regalo que me mandó con ‘Fello’ Fuentes fueron unos cosméticos, cuadernos y lapiceros porque yo estaba estudiando”.
Se queda callada un instante, y hace una confesión: “En uno de los cuadernos venía un billete, y salí corriendo a dárselo a mi mamá”.
José Hernández Maestre dotado de la fuerza que imprime el amor, congració su memoria llena de poesía con versos que hacían posible que la luna se asomara para que se apartaran las sombras, y ella pudiera caminar sin ningún tropiezo.
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Cuando Mary, así la llamaba el compositor, regresó de nuevo a la aventura que la marcó en cantos, continuó hablando: “Nosotros nos conocimos en la casa de mi tía Lilia Peralta y fuimos novios al poco tiempo. Él, parrandeaba con mi papá Augusto y mi primo Freddy Peralta. La relación fue bonita, pero eso sí, con todo el respeto y seriedad. Incluso, hicimos un curso prematrimonial y planes para la fiesta. La verdad fue que algunas circunstancias no permitieron que todo se concretara”.
De inmediato se cambió de tema, llegando a tocar el nombre de una de las canciones donde ella sintió que el corazón se le abrió de par en par porque era una carta de amor pública. Agachó la cabeza, se quedó pensativa y dijo: “En la canción ‘Ruiseñor de mi Valle’, que grabó el cantante Jorge Oñate, me describió bien bonito, me sentí halagada. Era el mejor mensaje de un hombre enamorado”.
No muy bien terminó de hablar, de manera suave cantó con las manos puestas en el pecho:
Mary tú eres mi pareja
me lo dice el corazón
tú tienes el alma buena,
sencilla, noble y sincera
por eso te di mi amor.
Tú serás mi compañera,
estirpe desde mi tierra
ejemplo de mi región.
…Y sin parar siguió cantando esos versos que hacen posible que la vida sonría hasta por dentro, y el faro del amor ilumine el alma.
En lo más apartado
de mi pecho hay un sitio
donde tengo guardado
un recuerdo bendito.
Mary yo te necesito
como las plantas al sol,
como el sacerdote a Cristo
que mirando al infinito
reza al padre redentor.
A ti siempre te lo he dicho
que adorarte es un principio
de inmensa fe y devoción.
Al ella quedar flotando en los campos de la añoranza se aprovechó el momento para indagarle sobre la ruptura de ese amor que estaba en lo más alto de la inspiración, y pegado con notas de acordeón donde la felicidad colmaba todo.
La respuesta le dio vueltas en la cabeza, hasta que se decidió a contar la verdad. “Una noche en Patillal estaba lloviendo, no había luz y era tarde. Las visitas antes tenían su hora y debían cumplirse. Se le dijo que ya estaba bueno. Entonces se disgustó conmigo y con mi mamá. De esa manera comenzó el final de todo. Él insistió, pero nada. Después cada uno tomó su rumbo y quedaron solamente las canciones”.
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José Hernández Maestre embriagado de licor y de dolor intentó buscar el amor en otra mujer, pero comprendió que era Mary a la que quería. Con todos los espacios cerrados se acostó en su hamaca a silbar y tocarse el pecho con las manos simulando un tambor, hasta que nació una nueva canción: ‘Felicidad perdida’, donde reconoció que había fallado en algo.
Diomedes Díaz al escucharla de viva voz de su autor nunca dudó en grabarla.
Hoy vuelve mi mente a recordar
aquel cariño que tú me dabas
es algo que no puedo evitar
hoy la nostalgia me parte el alma.
Sé que fue por culpa mía que te perdí
tengo que reconocer que eso es así.
Entonces María Esther sorprende al decir: “Esa canción me gustó mucho y comprendí que me quiso bastante. En esa canción expresó todo su sentimiento, y como dice, todo estaba perdido”.
Con esta declaración cerró el ciclo de este hecho donde fue la protagonista de bellos cantos llenos de alegrías y tristezas, dedicados por el hombre que dejó constancia de que el amor es como un jardín que hay que regarlo para que la flor más linda no marchite sus pétalos.
Después, María Esther encontró otro amor, se casó y tiene tres hijos: Juan David, Ana Rosa y Tomás Guillermo, quienes son el sentido de su vida y los que la hacen sentir una madre orgullosa.
Al final, se le agradeció por contar el episodio del hombre que tuvo un paso fugaz por su vida, pero que dejó la frase más linda dedicada a la tierra que fue el epicentro de esos amores: “Patillal es como una melodía que al oírla nos provoca cantar”…
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
El compositor José Hernández Maestre, quien nació un cinco de septiembre de 1949, y murió el tres de abril de 2004, se congració con bellos cantos para una joven patillalera que le marcó el corazón a través de sus miradas”.
Patillal, la tierra donde nacen las canciones sentidas fue el lugar donde nació un amor provinciano que aunque aterrizó en dos corazones no levantó el vuelo suficiente para tener su propio nido.
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Los protagonistas de este sublime episodio fueron el compositor y educador José Eliécer Hernández Maestre y la joven María Esther Peralta Gutiérrez, quienes un día cruzaron profundas miradas, se pusieron de acuerdo para ennoviarse y poner a marchar ese tren donde los sentimientos tenían el primer puesto en el vagón delantero.
En esa relación adornada con hermosos cantos vallenatos, inicialmente aparecieron los detalles como se reseña en la canción ‘El encargo’, grabada por Poncho y Emiliano Zuleta, donde el enamorado le pidió el favor a su amigo Alfredo ‘Fello’ Fuentes, quien hacía viajes por todos esos pueblos en su campero Suzuki color amarillo, para que le llevara una encomienda.
‘Fello’ Fuentes tú que viajas
de Río Seco a Patillal,
tú me le vas a llevar
un regalo a María Esther.
Aquella joven que recibió en la década de los 80’s en vez de flores cantos con nombre propio contaba con 19 años. Era una reina que cuando caminaba por esa encantadora tierra de compositores robaba miradas, y únicamente era besada por el sol de aquellas tardes del recuerdo.
María Esther accedió por primera vez a hablar de aquellos amores que dejaron su sello en el pentagrama del folclor. Antes, se había negado en varias ocasiones, pero la constancia vence lo que la dicha no alcanza.
Después del protocolo de rigor, comenzó diciendo: “Nosotros fuimos novios por más de dos años. Él, me colmaba de regalos, serenatas y detalles. Precisamente, el regalo que me mandó con ‘Fello’ Fuentes fueron unos cosméticos, cuadernos y lapiceros porque yo estaba estudiando”.
Se queda callada un instante, y hace una confesión: “En uno de los cuadernos venía un billete, y salí corriendo a dárselo a mi mamá”.
José Hernández Maestre dotado de la fuerza que imprime el amor, congració su memoria llena de poesía con versos que hacían posible que la luna se asomara para que se apartaran las sombras, y ella pudiera caminar sin ningún tropiezo.
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Cuando Mary, así la llamaba el compositor, regresó de nuevo a la aventura que la marcó en cantos, continuó hablando: “Nosotros nos conocimos en la casa de mi tía Lilia Peralta y fuimos novios al poco tiempo. Él, parrandeaba con mi papá Augusto y mi primo Freddy Peralta. La relación fue bonita, pero eso sí, con todo el respeto y seriedad. Incluso, hicimos un curso prematrimonial y planes para la fiesta. La verdad fue que algunas circunstancias no permitieron que todo se concretara”.
De inmediato se cambió de tema, llegando a tocar el nombre de una de las canciones donde ella sintió que el corazón se le abrió de par en par porque era una carta de amor pública. Agachó la cabeza, se quedó pensativa y dijo: “En la canción ‘Ruiseñor de mi Valle’, que grabó el cantante Jorge Oñate, me describió bien bonito, me sentí halagada. Era el mejor mensaje de un hombre enamorado”.
No muy bien terminó de hablar, de manera suave cantó con las manos puestas en el pecho:
Mary tú eres mi pareja
me lo dice el corazón
tú tienes el alma buena,
sencilla, noble y sincera
por eso te di mi amor.
Tú serás mi compañera,
estirpe desde mi tierra
ejemplo de mi región.
…Y sin parar siguió cantando esos versos que hacen posible que la vida sonría hasta por dentro, y el faro del amor ilumine el alma.
En lo más apartado
de mi pecho hay un sitio
donde tengo guardado
un recuerdo bendito.
Mary yo te necesito
como las plantas al sol,
como el sacerdote a Cristo
que mirando al infinito
reza al padre redentor.
A ti siempre te lo he dicho
que adorarte es un principio
de inmensa fe y devoción.
Al ella quedar flotando en los campos de la añoranza se aprovechó el momento para indagarle sobre la ruptura de ese amor que estaba en lo más alto de la inspiración, y pegado con notas de acordeón donde la felicidad colmaba todo.
La respuesta le dio vueltas en la cabeza, hasta que se decidió a contar la verdad. “Una noche en Patillal estaba lloviendo, no había luz y era tarde. Las visitas antes tenían su hora y debían cumplirse. Se le dijo que ya estaba bueno. Entonces se disgustó conmigo y con mi mamá. De esa manera comenzó el final de todo. Él insistió, pero nada. Después cada uno tomó su rumbo y quedaron solamente las canciones”.
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José Hernández Maestre embriagado de licor y de dolor intentó buscar el amor en otra mujer, pero comprendió que era Mary a la que quería. Con todos los espacios cerrados se acostó en su hamaca a silbar y tocarse el pecho con las manos simulando un tambor, hasta que nació una nueva canción: ‘Felicidad perdida’, donde reconoció que había fallado en algo.
Diomedes Díaz al escucharla de viva voz de su autor nunca dudó en grabarla.
Hoy vuelve mi mente a recordar
aquel cariño que tú me dabas
es algo que no puedo evitar
hoy la nostalgia me parte el alma.
Sé que fue por culpa mía que te perdí
tengo que reconocer que eso es así.
Entonces María Esther sorprende al decir: “Esa canción me gustó mucho y comprendí que me quiso bastante. En esa canción expresó todo su sentimiento, y como dice, todo estaba perdido”.
Con esta declaración cerró el ciclo de este hecho donde fue la protagonista de bellos cantos llenos de alegrías y tristezas, dedicados por el hombre que dejó constancia de que el amor es como un jardín que hay que regarlo para que la flor más linda no marchite sus pétalos.
Después, María Esther encontró otro amor, se casó y tiene tres hijos: Juan David, Ana Rosa y Tomás Guillermo, quienes son el sentido de su vida y los que la hacen sentir una madre orgullosa.
Al final, se le agradeció por contar el episodio del hombre que tuvo un paso fugaz por su vida, pero que dejó la frase más linda dedicada a la tierra que fue el epicentro de esos amores: “Patillal es como una melodía que al oírla nos provoca cantar”…
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv