El columnista Alberto Herazo Palmera publicó su opinión en EL PILÓN por más de dos décadas, era el defensor de los más necesitados, el vocero de los problemas comunitarios y sabía poner el tono a temas políticos. Un personaje muy querido entre el equipo de trabajo de esta Casa Periodística.
La calidad humana fue la mejor carta de presentación de Alberto Herazo Palmera. La cédula de ciudadanía pasaba a segundo plano porque su identificación era la sencillez, la amabilidad y los deseos de servir.
Lee también: Murió Alberto Herazo Palmera, arquitecto y columnista de EL PILÓN
En medio de los constantes diálogos con ‘Beto’ en la sala de redacción de El Pilón solía decir que admiraba mucho a Deivi Safady, por la manera como opinaba con una caricatura, aún sin escribir una sola palabra.
“Lo que yo me demoro horas escribiendo, él lo hace en un ratico en una caricatura”, decía mientras soltaba una sonrisa.
Cuando ojeaba el periódico se detenía en la caricatura y con voz callada expresaba: “Cuando será que Safady me hará una a mí”.
Al hombre de los trazos piloneros nunca se le dijo nada, pero eso sí la admiración era constante de parte y parte, especialmente en las cortas tertulias en la sala de redacción, donde se abordaban todos los temas.
‘Beto’ era un receptor de inquietudes de todas partes, y para que no se quedara nada en el aire solía tocar varios temas en su columna semanal. Lo mejor de todo era que el alcalde de turno o los distintos funcionarios hacían eco de sus denuncias o sugerencias porque como ninguno amaba a su tierra la cual miraba desde la plaza Alfonso López, sector donde residía.
Eso le permitió convertirse en un vocero de la comunidad, especialmente de los más necesitados llegando a tener un sinnúmero de amistades a los que recibía con una sonrisa.
Cada lunes bien temprano ‘Beto’ Herazo llegaba a EL PILÓN con varias hojas, donde estaba escrito el tema a tratar en su columna del día siguiente. La primera que lo recibía era la diseñadora Luz Karina Pestana Caballero, quien levantaba el texto en el computador y luego se lo pasaba a Ana María Ferrer, quien hoja en mano le hacía los respectivos ajustes. Tiempo después llevaba todo en disquete, luego pasó a la USB, y esos cambios tecnológicos disminuyeron el tiempo de charlas largas en la sala de redacción.
No dejes de leer: El humanismo de Alberto Herazo
Su llegada a las instalaciones del periódico El Pilón era dulce. Desde que pisaba la recepción iba repartiendo golosinas, las entregaba de manera sutil. En un apretón de mano, dejaba las pequeñas envolturas y su receptor lo agradecía con una sonrisa.
A él siempre le preocupaba la seguridad de su amada Valledupar, y ese fue el tema sobre el que más se dedicó a escribir. En una de esas columnas del cinco de junio de 2012 anotaba.
“A pesar de los esfuerzos del Gobierno Municipal y de la Policía por hacer de Valledupar una ciudad segura, no lo han logrado. Diariamente publica este diario comentarios elocuentes sobre uno de los asuntos más peliagudos que nos trasnochan y que no obstante, la frecuencia que se manosea, no ha llegado a ser tópico, por cuanto no ha tenido solución. Me refiero a la SEGURIDAD, así, con mayúscula.
No falta razón, más bien sobra, para los comentarios aludidos que califica la seguridad como una obsesión nuestra. Quizá mejor que una obsesión, la seguridad es una ilusión que todavía no hemos perdido quienes nos empecinamos en creer que nuestro departamento y Valledupar son sitios gratos para vivir. Queremos hacer de Valledupar un lugar más seguro”.
El carisma y la amistad de Alberto Herazo Palmera, era inigualable. Amigo de todos, especialmente de los vendedores de la Plaza Alfonso López, donde residía. Era su padrino, y hasta una columna les dedicó para que no los desalojaran, haciendo énfasis en los que cuidaban los vehículos.
Los periodistas ni se diga, era ese admirador de las tareas de estos hombres y mujeres que se dedican al mejor oficio del mundo como lo anotara Gabriel García Márquez.
Conmigo fue deferente y en su último mensaje a comienzo de agosto me lo hizo saber: “Mi querido Juan nunca te olvido. Siempre leyendo tus excelentes crónicas. Supe que estabas pendiente de mí. Mil gracias”.
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Al conocer la partida del arquitecto de la sonrisa fácil y la amabilidad a flor de piel, se cruzaron muchos hechos que sucedieron principalmente en El Pilón y en la plaza Alfonso López.
Se recordó al hombre humanitario, el que prestó sus servicios como jurado del Festival de la Leyenda Vallenata, al que una institución educativa lleva su nombre y al que a través de sus escritos quiso que Valledupar fuera la mejor ciudad del mundo.
Nunca se pensó en el llanto y las lágrimas y menos escribir una crónica de dolor para el amigo fiel, ese que siempre tenía un detalle amable y una voz de aliento. Tampoco Safady sabía del deseo de ‘Beto’ Herazo, pero conociéndolo el pasado jueves 27 de agosto le regaló unos trazos con unas palabras sencillas como era él. “Gracias Don Beto, por su inmensa calidez humana y su siempre respetada opinión”.
A ‘Beto’ se le cumplió el deseo. Tuvo su caricatura, pero no la pudo ver para decirle a Safady que la iba a enmarcar y que lo había dejado más joven, como de 50.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
El columnista Alberto Herazo Palmera publicó su opinión en EL PILÓN por más de dos décadas, era el defensor de los más necesitados, el vocero de los problemas comunitarios y sabía poner el tono a temas políticos. Un personaje muy querido entre el equipo de trabajo de esta Casa Periodística.
La calidad humana fue la mejor carta de presentación de Alberto Herazo Palmera. La cédula de ciudadanía pasaba a segundo plano porque su identificación era la sencillez, la amabilidad y los deseos de servir.
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En medio de los constantes diálogos con ‘Beto’ en la sala de redacción de El Pilón solía decir que admiraba mucho a Deivi Safady, por la manera como opinaba con una caricatura, aún sin escribir una sola palabra.
“Lo que yo me demoro horas escribiendo, él lo hace en un ratico en una caricatura”, decía mientras soltaba una sonrisa.
Cuando ojeaba el periódico se detenía en la caricatura y con voz callada expresaba: “Cuando será que Safady me hará una a mí”.
Al hombre de los trazos piloneros nunca se le dijo nada, pero eso sí la admiración era constante de parte y parte, especialmente en las cortas tertulias en la sala de redacción, donde se abordaban todos los temas.
‘Beto’ era un receptor de inquietudes de todas partes, y para que no se quedara nada en el aire solía tocar varios temas en su columna semanal. Lo mejor de todo era que el alcalde de turno o los distintos funcionarios hacían eco de sus denuncias o sugerencias porque como ninguno amaba a su tierra la cual miraba desde la plaza Alfonso López, sector donde residía.
Eso le permitió convertirse en un vocero de la comunidad, especialmente de los más necesitados llegando a tener un sinnúmero de amistades a los que recibía con una sonrisa.
Cada lunes bien temprano ‘Beto’ Herazo llegaba a EL PILÓN con varias hojas, donde estaba escrito el tema a tratar en su columna del día siguiente. La primera que lo recibía era la diseñadora Luz Karina Pestana Caballero, quien levantaba el texto en el computador y luego se lo pasaba a Ana María Ferrer, quien hoja en mano le hacía los respectivos ajustes. Tiempo después llevaba todo en disquete, luego pasó a la USB, y esos cambios tecnológicos disminuyeron el tiempo de charlas largas en la sala de redacción.
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Su llegada a las instalaciones del periódico El Pilón era dulce. Desde que pisaba la recepción iba repartiendo golosinas, las entregaba de manera sutil. En un apretón de mano, dejaba las pequeñas envolturas y su receptor lo agradecía con una sonrisa.
A él siempre le preocupaba la seguridad de su amada Valledupar, y ese fue el tema sobre el que más se dedicó a escribir. En una de esas columnas del cinco de junio de 2012 anotaba.
“A pesar de los esfuerzos del Gobierno Municipal y de la Policía por hacer de Valledupar una ciudad segura, no lo han logrado. Diariamente publica este diario comentarios elocuentes sobre uno de los asuntos más peliagudos que nos trasnochan y que no obstante, la frecuencia que se manosea, no ha llegado a ser tópico, por cuanto no ha tenido solución. Me refiero a la SEGURIDAD, así, con mayúscula.
No falta razón, más bien sobra, para los comentarios aludidos que califica la seguridad como una obsesión nuestra. Quizá mejor que una obsesión, la seguridad es una ilusión que todavía no hemos perdido quienes nos empecinamos en creer que nuestro departamento y Valledupar son sitios gratos para vivir. Queremos hacer de Valledupar un lugar más seguro”.
El carisma y la amistad de Alberto Herazo Palmera, era inigualable. Amigo de todos, especialmente de los vendedores de la Plaza Alfonso López, donde residía. Era su padrino, y hasta una columna les dedicó para que no los desalojaran, haciendo énfasis en los que cuidaban los vehículos.
Los periodistas ni se diga, era ese admirador de las tareas de estos hombres y mujeres que se dedican al mejor oficio del mundo como lo anotara Gabriel García Márquez.
Conmigo fue deferente y en su último mensaje a comienzo de agosto me lo hizo saber: “Mi querido Juan nunca te olvido. Siempre leyendo tus excelentes crónicas. Supe que estabas pendiente de mí. Mil gracias”.
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Al conocer la partida del arquitecto de la sonrisa fácil y la amabilidad a flor de piel, se cruzaron muchos hechos que sucedieron principalmente en El Pilón y en la plaza Alfonso López.
Se recordó al hombre humanitario, el que prestó sus servicios como jurado del Festival de la Leyenda Vallenata, al que una institución educativa lleva su nombre y al que a través de sus escritos quiso que Valledupar fuera la mejor ciudad del mundo.
Nunca se pensó en el llanto y las lágrimas y menos escribir una crónica de dolor para el amigo fiel, ese que siempre tenía un detalle amable y una voz de aliento. Tampoco Safady sabía del deseo de ‘Beto’ Herazo, pero conociéndolo el pasado jueves 27 de agosto le regaló unos trazos con unas palabras sencillas como era él. “Gracias Don Beto, por su inmensa calidez humana y su siempre respetada opinión”.
A ‘Beto’ se le cumplió el deseo. Tuvo su caricatura, pero no la pudo ver para decirle a Safady que la iba a enmarcar y que lo había dejado más joven, como de 50.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv