Este es un viaje desde la época de la esclavitud y los genocidios de las poblaciones negras e indígenas, hasta nuestros días, y sus influencias en las músicas y la cultura de la región Caribe.
La región Caribe tiene 142.000 kilómetros cuadrados y es asiento de diez pueblos indígenas, entre los que se destacan los wiwas, arzarios, coguis, arhuacos, kankuamos y chimilas, distribuidos en el territorio del Valle de Upar; los yukpas y motilones en la región del Perijá, los wayuú, cocinas, cariachiles y guanebucanes en la península de La Guajira.
Los departamentos con mayor proporción de indígenas son Vaupés, Guainía, La Guajira, Vichada, Amazonas, Cauca y Putumayo. Los departamentos de La Guajira, Cauca, Nariño, Córdoba y Sucre concentran aproximadamente dos tercios de los indígenas del país.
De acuerdo con la Constitución Nacional, las lenguas indígenas son también oficiales en sus territorios, aparte del castellano. En el país, se hablan 64 lenguas amerindias y una diversidad de dialectos que se agrupan en 13 familias lingüísticas. La población amerindia de Colombia en 2005 contabilizó 1.392.623 personas, que representan el 3,43% de la población nacional.
El Departamento Administrativo Nacional de Estadística reconoce la existencia de 87 grupos indígenas. Por su parte, la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) afirma que existen 102 pueblos indígenas, de los cuales 18 se encuentran en peligro de desaparecer.
Es urgente que los caminos indígenas, se cuenten sin sobredimensión, pero sí con justicia, de igual manera, que esa historia de los vencedores, no sea tan impositiva como siempre aparece. Nuestro mundo indígena se partió en dos, a partir de 1492, en donde ese proceso invasor, le hizo cambiar de dueño a todo.
Es bueno que se conozca, lo que significaban las diversas sociedades indígenas, antes de la llegada de esas corrientes migratorias, que como dijera el maestro Eduardo Galeano “los indígenas eran los dueños de toda la tierra, pero ellos trajeron la biblia, invitaron a cerrar los ojos mientras ella era leída, cuando los abrieron ya las tierras tenían otros dueños”.
A lo anterior se suma el despiadado contrabando humano en donde las tierras africanas aportaron un importante número de seres esclavizados, del que son protagonistas el África del Norte o árabe y el África subsahariana o África Negra. Se compraban seres humanos a cambio de alguna mercancía de poco valor, de pólvora y otros productos destructivos o inútiles. El daño para África no fue solo psicológico debido a la humillación sufrida, sino que supuso un perjuicio económico, demográfico y social determinante.
La cosmovisión de los pueblos indígenas y africanos plantea una realidad en donde no hay separación nítida entre lo material y lo espiritual, ni siquiera entre la vida y la muerte, de ahí el carácter integral y totalizante de estas religiones tradicionales.
Por eso será siempre repudiable que, mediante unas licencias autorizadas por la monarquía, se hubiera emprendido el más deshumanizado comercio de seres humanos en un viaje sin regreso, producto de ese mortal triangulo negrero entre Europa, África y lo que luego sería América, más el genocidio de indígenas, que los convirtió en una mercancía humana, cuyas etapas para la primera son: de Europa a África, los negreros iban a buscar esclavos a la costa occidental de África.
Los cambiaban por elementos superficiales: ron, aguardiente, cuentas de vidrio, barras de hierro, fusiles, pólvora. La segunda, de África a América. Los esclavizados eran vendidos en los mercados de la América española o portuguesa, o en las colonias del norte. La tercera, Europa. Con la venta de los esclavizados en el Nuevo Mundo, los barcos volvían a Europa súper cargados de productos como el oro, la plata, el azúcar, el algodón, el cacao y otros.
De esta manera, el negrero tenía un triple beneficio, uno por cada punto del triángulo. Al llegar a América los esclavizados que habían sobrevivido al viaje eran vendidos al mejor postor. No eran vendidos como seres humanos sino como piezas de indias. Antes de desembarcar el navío tenía que hacer cuarentena. Nadie tenía derecho a desembarcar ni a subir a bordo. Durante estos días el capitán se ocupaba de mejorar la presencia de su mercadería: les daba mejor alimentación, trataba de maquillar los defectos físicos visibles, les lustraba el cuerpo con aceite de palma. Esta operación se llamaba blanqueamiento.
Aparte de todos esos vejámenes, quizá el de mayor impacto en ese mundo de africanos e indígenas fue el crear una sola lengua y una sola religión. En el caso de los primeros, los dos grupos lingüísticos dominantes entre los africanos llegados a Colombia son: El bantú y el sudanés, los esclavizados generalmente estaban en condiciones de comunicarse con grupos tribales vecinos mediante el conocimiento de dos o tres lenguas o dialectos cosa que no le convenía al esclavizador. Por eso, para obligarlos a olvidar su lengua nativa, se les separaba de su grupo tribal y vecino; se les mezclaba con personas de otras tribus.
La necesidad de comunicación se impuso y la lengua castellana pasó a ser la lengua usada, con la excepción del Palenque de San Basilio, donde quedó la lengua palenquera y San Andrés y Providencia donde se construyó una lengua criolla con expresiones del inglés, castellano y lenguas africanas. Por otro lado los doctrineros debían instruir en la fe católica a todos los esclavizados buscando alejarlos de sus prácticas religiosas (ritos, mitos, cantos, dioses y visión de mundo) aludiendo que eran practicas diabólicas.
A pesar de ser una religión impuesta, pronto encontró muchos elementos comunes en la espiritualidad de las diferentes tribus de origen y se empezaron a recrear las tradiciones religiosas que llegan hasta nuestros días, en el ritual mortuorio, el agua del socorro, los alumbraos a los Santos, los alabaos y arrullos, lo mismo que las fiestas patronales.
Desde la llegada del africano a Colombia en condición de esclavo, los hombres y mujeres han buscado de forma individual y colectiva la libertad. Ante la cruel estructura esclavista, en los puertos de embarque se lanzaban al mar desde las galeras de los barcos, escapaban de los mercaderes y compradores, muchas veces las mujeres acudían al aborto provocado para que sus hijos no nacieran esclavos, pero las mayores formas de rebeldía son el cimarronismo y la constitución de los palenques.
Se le llama cimarrón a toda persona que rechazando la esclavitud escapa de sus amos y se interna en la selva, en las montañas en busca de libertad. Los cimarrones fueron perseguidos con jaurías de perros amaestrados para tal efecto, y si los capturaban los castigaban con mutilaciones o los condenaban a muerte como escarmiento para todos.
Los palenques son lugares, escogidos de acuerdo a la topografía del terreno y bien defendido por fosos, trampas y empalizadas, ellos sirvieron no sólo como lugar de entrenamiento, provisión y descanso para la acción de lucha de los cimarrones sino; como lugar de refugio para cuantos deseaban unirse a la causa de libertad. Eran sitios estratégicamente ubicados para la defensa, seguros y con terrenos cultivables. Se llamaban así por estar rodeados de empalizadas, púas envenenadas, fosas y trampas.
Los palenques se convirtieron en la realización del proyecto histórico de libertad. A partir de ellos los cimarrones se organizaron creando una nueva forma de vida, una verdadera república independiente desde donde se hacen fuertes con autoridades, organización propia, y trabajan por la conservación de la lengua, religión, música, bailes, costumbres que poco a poco mezclaron con la de los indígenas y blancos según el lugar donde se diera su presencia.
El cultivo de la tierra era colectivo, primaba la solidaridad, la herencia cultural y estaban gobernados por autoridades elegidas por las mismas comunidades. Eran estas últimas quienes tomaban las decisiones políticas y militares. Desde allí los cimarrones liberados y armados con herramientas elaboradas por ellos mismos, hachas, machetes, palos y piedras, organizaban ataques contra los esclavistas y autoridades para liberar a sus hermanos y conseguir comida y armas. Sus mujeres los acompañaban y, al preparar la huida, escondían semillas en sus cabellos para la nueva siembra en el palenque.
A estos palenques no entraba quien quería, sólo los doctrineros y personas aliadas. Si era invadido y arrasado por las tropas, los que lograban sobrevivir en el enfrentamiento, volvían a agruparse y, mientras las autoridades entraban triunfantes en la ciudad con los prisioneros llevando en alto la cabeza de los jefes rebeldes, estos ya se habían reorganizado en las montañas en un nuevo palenque. Así mantenían la lucha por la libertad.
Toda esa africanía en la región Caribe es evidente como lo es lo indígena y demás aportes migratorios de Europa y Asia. Son muchos los eventos culturales que exaltan, todo ese gran encuentro de esas corrientes que se entrecruzaron y generaron el mestizaje, mulataje y zambaje, que permite reafirmar la memoria de los pueblos africanos, con su presencia Carabalí, Mina, Mandinga, Congo y Arará, al igual que los indígenas que pese a toda esa devastación cultural que vive a diario, se mantiene de pie.
Es urgente analizar la diáspora Africana y los demás aportes migratorios, no solo desde la mirada del genocidio y esclavitud, sino desde la riqueza que generó ese encuentro, cuyos andares, sonidos, rituales, sabores, danzas y decires que han podido desde ese reencuentro, crear unos nuevos comportamientos culturales.
Nuestros autores, compositores, intérpretes, escultores, poetas y quienes tengan que ver con el arte, exponen en cada uno de sus trazos, las influencias que las corrientes migratorias, han dejado en los diversos grupos humanos, que en el caso de nuestra música tiene una marcada incidencia rítmica, dancística, instrumental, en donde la transculturación y aculturación han tenido un inmenso protagonismo.
El poeta nadaísta Gonzalo Arango le recitó al mundo, lo que sentía por nuestros indígenas, al plasmar sus versos rebeldes: “Éramos dioses y nos volvieron esclavos/Éramos hijos del Sol y nos consolaron con medallas de lata/Éramos poetas y nos pusieron a recitar oraciones pordioseras/Éramos felices y nos civilizaron/ ¿Quién refrescará la memoria de la tribu?/ ¿Quién revivirá nuestros dioses?/Que la salvaje esperanza sea siempre tuya, querida alma inamansable”.
Nuestros indígenas ubicados en el Magdalena Grande tienen una responsabilidad inicial a través de sus expresiones orales, danzas y creaciones rituales, que sin lugar a dudas, son los elementos antecesores a muchas de las expresiones que vivimos.
Alberto Murgas Peñaloza el hombre del museo del acordeón en Valledupar, tiene su visión del aporte de ellos, al comentar que: “Los sonidos hechos por los indígenas con dos carrizos (flautas), un tambor y unas maracas, (aportan) a la verdadera parranda vallenata. Las maracas fueron remplazadas por la guacharaca, el tambor por la caja y los carrizos donde está lo más notorio, por el acordeón.
Todo eso hecho por juglares, que encontraron en un acordeón el compañero inseparable, lleno de melodías y riquezas musicales”.
El vallenato es más que una trifonía, a donde la han querido enmarcar, sin detenerse a mirar los diversos efectos que producen hoy día, tantas diásporas migratorias.
Como no somos hijos de la reina Sofía, sino de mujeres humildes que encierran un gran valor, al igual, que tampoco somos hijos del rey, sino de hombres campesinos, nuestra música debe reflejar lo más humano posible, en donde lo original no existe, ese mito del vallenato de verdad o vallenato puro, solo está en las mentes estacionadas, en donde los gurú y puristas se anclaron en el pasado y no evolucionaron en su visión sobre nuestra música, pretendiendo que tengamos que seguirlos en su discurso arcaico, en donde como si fueran dueños de la verdad, niegan la evolución de las sociedades, que por ende, son las que han gestado las diversas músicas locales de América.
Esos mismos personajes, son los que estacionaron la responsabilidad de la imagen de una música en dos o más personas, evitando ser llevadas por otros valores de posteriores generaciones. ¿Por qué si Alberto Fernández es un símbolo del canto de un tiempo del vallenato, por qué no lo puede ser Silvestre Dangond de este?
Cuando escucho sus argumentos, pienso por lo menos, en el siglo XVI donde se categorizaba como la imagen original, solo a la del indígena, eliminando a los otros grupos humanos. Siempre he creído que, “el vallenato no puede ser una laguna sin salida”.
Por: Felix Carrillo Hinojosa
*Escritor, periodista, compositor, productor musical y gestor cultural para que el vallenato tenga una Categoría dentro del Premio Grammy Latino.
Este es un viaje desde la época de la esclavitud y los genocidios de las poblaciones negras e indígenas, hasta nuestros días, y sus influencias en las músicas y la cultura de la región Caribe.
La región Caribe tiene 142.000 kilómetros cuadrados y es asiento de diez pueblos indígenas, entre los que se destacan los wiwas, arzarios, coguis, arhuacos, kankuamos y chimilas, distribuidos en el territorio del Valle de Upar; los yukpas y motilones en la región del Perijá, los wayuú, cocinas, cariachiles y guanebucanes en la península de La Guajira.
Los departamentos con mayor proporción de indígenas son Vaupés, Guainía, La Guajira, Vichada, Amazonas, Cauca y Putumayo. Los departamentos de La Guajira, Cauca, Nariño, Córdoba y Sucre concentran aproximadamente dos tercios de los indígenas del país.
De acuerdo con la Constitución Nacional, las lenguas indígenas son también oficiales en sus territorios, aparte del castellano. En el país, se hablan 64 lenguas amerindias y una diversidad de dialectos que se agrupan en 13 familias lingüísticas. La población amerindia de Colombia en 2005 contabilizó 1.392.623 personas, que representan el 3,43% de la población nacional.
El Departamento Administrativo Nacional de Estadística reconoce la existencia de 87 grupos indígenas. Por su parte, la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) afirma que existen 102 pueblos indígenas, de los cuales 18 se encuentran en peligro de desaparecer.
Es urgente que los caminos indígenas, se cuenten sin sobredimensión, pero sí con justicia, de igual manera, que esa historia de los vencedores, no sea tan impositiva como siempre aparece. Nuestro mundo indígena se partió en dos, a partir de 1492, en donde ese proceso invasor, le hizo cambiar de dueño a todo.
Es bueno que se conozca, lo que significaban las diversas sociedades indígenas, antes de la llegada de esas corrientes migratorias, que como dijera el maestro Eduardo Galeano “los indígenas eran los dueños de toda la tierra, pero ellos trajeron la biblia, invitaron a cerrar los ojos mientras ella era leída, cuando los abrieron ya las tierras tenían otros dueños”.
A lo anterior se suma el despiadado contrabando humano en donde las tierras africanas aportaron un importante número de seres esclavizados, del que son protagonistas el África del Norte o árabe y el África subsahariana o África Negra. Se compraban seres humanos a cambio de alguna mercancía de poco valor, de pólvora y otros productos destructivos o inútiles. El daño para África no fue solo psicológico debido a la humillación sufrida, sino que supuso un perjuicio económico, demográfico y social determinante.
La cosmovisión de los pueblos indígenas y africanos plantea una realidad en donde no hay separación nítida entre lo material y lo espiritual, ni siquiera entre la vida y la muerte, de ahí el carácter integral y totalizante de estas religiones tradicionales.
Por eso será siempre repudiable que, mediante unas licencias autorizadas por la monarquía, se hubiera emprendido el más deshumanizado comercio de seres humanos en un viaje sin regreso, producto de ese mortal triangulo negrero entre Europa, África y lo que luego sería América, más el genocidio de indígenas, que los convirtió en una mercancía humana, cuyas etapas para la primera son: de Europa a África, los negreros iban a buscar esclavos a la costa occidental de África.
Los cambiaban por elementos superficiales: ron, aguardiente, cuentas de vidrio, barras de hierro, fusiles, pólvora. La segunda, de África a América. Los esclavizados eran vendidos en los mercados de la América española o portuguesa, o en las colonias del norte. La tercera, Europa. Con la venta de los esclavizados en el Nuevo Mundo, los barcos volvían a Europa súper cargados de productos como el oro, la plata, el azúcar, el algodón, el cacao y otros.
De esta manera, el negrero tenía un triple beneficio, uno por cada punto del triángulo. Al llegar a América los esclavizados que habían sobrevivido al viaje eran vendidos al mejor postor. No eran vendidos como seres humanos sino como piezas de indias. Antes de desembarcar el navío tenía que hacer cuarentena. Nadie tenía derecho a desembarcar ni a subir a bordo. Durante estos días el capitán se ocupaba de mejorar la presencia de su mercadería: les daba mejor alimentación, trataba de maquillar los defectos físicos visibles, les lustraba el cuerpo con aceite de palma. Esta operación se llamaba blanqueamiento.
Aparte de todos esos vejámenes, quizá el de mayor impacto en ese mundo de africanos e indígenas fue el crear una sola lengua y una sola religión. En el caso de los primeros, los dos grupos lingüísticos dominantes entre los africanos llegados a Colombia son: El bantú y el sudanés, los esclavizados generalmente estaban en condiciones de comunicarse con grupos tribales vecinos mediante el conocimiento de dos o tres lenguas o dialectos cosa que no le convenía al esclavizador. Por eso, para obligarlos a olvidar su lengua nativa, se les separaba de su grupo tribal y vecino; se les mezclaba con personas de otras tribus.
La necesidad de comunicación se impuso y la lengua castellana pasó a ser la lengua usada, con la excepción del Palenque de San Basilio, donde quedó la lengua palenquera y San Andrés y Providencia donde se construyó una lengua criolla con expresiones del inglés, castellano y lenguas africanas. Por otro lado los doctrineros debían instruir en la fe católica a todos los esclavizados buscando alejarlos de sus prácticas religiosas (ritos, mitos, cantos, dioses y visión de mundo) aludiendo que eran practicas diabólicas.
A pesar de ser una religión impuesta, pronto encontró muchos elementos comunes en la espiritualidad de las diferentes tribus de origen y se empezaron a recrear las tradiciones religiosas que llegan hasta nuestros días, en el ritual mortuorio, el agua del socorro, los alumbraos a los Santos, los alabaos y arrullos, lo mismo que las fiestas patronales.
Desde la llegada del africano a Colombia en condición de esclavo, los hombres y mujeres han buscado de forma individual y colectiva la libertad. Ante la cruel estructura esclavista, en los puertos de embarque se lanzaban al mar desde las galeras de los barcos, escapaban de los mercaderes y compradores, muchas veces las mujeres acudían al aborto provocado para que sus hijos no nacieran esclavos, pero las mayores formas de rebeldía son el cimarronismo y la constitución de los palenques.
Se le llama cimarrón a toda persona que rechazando la esclavitud escapa de sus amos y se interna en la selva, en las montañas en busca de libertad. Los cimarrones fueron perseguidos con jaurías de perros amaestrados para tal efecto, y si los capturaban los castigaban con mutilaciones o los condenaban a muerte como escarmiento para todos.
Los palenques son lugares, escogidos de acuerdo a la topografía del terreno y bien defendido por fosos, trampas y empalizadas, ellos sirvieron no sólo como lugar de entrenamiento, provisión y descanso para la acción de lucha de los cimarrones sino; como lugar de refugio para cuantos deseaban unirse a la causa de libertad. Eran sitios estratégicamente ubicados para la defensa, seguros y con terrenos cultivables. Se llamaban así por estar rodeados de empalizadas, púas envenenadas, fosas y trampas.
Los palenques se convirtieron en la realización del proyecto histórico de libertad. A partir de ellos los cimarrones se organizaron creando una nueva forma de vida, una verdadera república independiente desde donde se hacen fuertes con autoridades, organización propia, y trabajan por la conservación de la lengua, religión, música, bailes, costumbres que poco a poco mezclaron con la de los indígenas y blancos según el lugar donde se diera su presencia.
El cultivo de la tierra era colectivo, primaba la solidaridad, la herencia cultural y estaban gobernados por autoridades elegidas por las mismas comunidades. Eran estas últimas quienes tomaban las decisiones políticas y militares. Desde allí los cimarrones liberados y armados con herramientas elaboradas por ellos mismos, hachas, machetes, palos y piedras, organizaban ataques contra los esclavistas y autoridades para liberar a sus hermanos y conseguir comida y armas. Sus mujeres los acompañaban y, al preparar la huida, escondían semillas en sus cabellos para la nueva siembra en el palenque.
A estos palenques no entraba quien quería, sólo los doctrineros y personas aliadas. Si era invadido y arrasado por las tropas, los que lograban sobrevivir en el enfrentamiento, volvían a agruparse y, mientras las autoridades entraban triunfantes en la ciudad con los prisioneros llevando en alto la cabeza de los jefes rebeldes, estos ya se habían reorganizado en las montañas en un nuevo palenque. Así mantenían la lucha por la libertad.
Toda esa africanía en la región Caribe es evidente como lo es lo indígena y demás aportes migratorios de Europa y Asia. Son muchos los eventos culturales que exaltan, todo ese gran encuentro de esas corrientes que se entrecruzaron y generaron el mestizaje, mulataje y zambaje, que permite reafirmar la memoria de los pueblos africanos, con su presencia Carabalí, Mina, Mandinga, Congo y Arará, al igual que los indígenas que pese a toda esa devastación cultural que vive a diario, se mantiene de pie.
Es urgente analizar la diáspora Africana y los demás aportes migratorios, no solo desde la mirada del genocidio y esclavitud, sino desde la riqueza que generó ese encuentro, cuyos andares, sonidos, rituales, sabores, danzas y decires que han podido desde ese reencuentro, crear unos nuevos comportamientos culturales.
Nuestros autores, compositores, intérpretes, escultores, poetas y quienes tengan que ver con el arte, exponen en cada uno de sus trazos, las influencias que las corrientes migratorias, han dejado en los diversos grupos humanos, que en el caso de nuestra música tiene una marcada incidencia rítmica, dancística, instrumental, en donde la transculturación y aculturación han tenido un inmenso protagonismo.
El poeta nadaísta Gonzalo Arango le recitó al mundo, lo que sentía por nuestros indígenas, al plasmar sus versos rebeldes: “Éramos dioses y nos volvieron esclavos/Éramos hijos del Sol y nos consolaron con medallas de lata/Éramos poetas y nos pusieron a recitar oraciones pordioseras/Éramos felices y nos civilizaron/ ¿Quién refrescará la memoria de la tribu?/ ¿Quién revivirá nuestros dioses?/Que la salvaje esperanza sea siempre tuya, querida alma inamansable”.
Nuestros indígenas ubicados en el Magdalena Grande tienen una responsabilidad inicial a través de sus expresiones orales, danzas y creaciones rituales, que sin lugar a dudas, son los elementos antecesores a muchas de las expresiones que vivimos.
Alberto Murgas Peñaloza el hombre del museo del acordeón en Valledupar, tiene su visión del aporte de ellos, al comentar que: “Los sonidos hechos por los indígenas con dos carrizos (flautas), un tambor y unas maracas, (aportan) a la verdadera parranda vallenata. Las maracas fueron remplazadas por la guacharaca, el tambor por la caja y los carrizos donde está lo más notorio, por el acordeón.
Todo eso hecho por juglares, que encontraron en un acordeón el compañero inseparable, lleno de melodías y riquezas musicales”.
El vallenato es más que una trifonía, a donde la han querido enmarcar, sin detenerse a mirar los diversos efectos que producen hoy día, tantas diásporas migratorias.
Como no somos hijos de la reina Sofía, sino de mujeres humildes que encierran un gran valor, al igual, que tampoco somos hijos del rey, sino de hombres campesinos, nuestra música debe reflejar lo más humano posible, en donde lo original no existe, ese mito del vallenato de verdad o vallenato puro, solo está en las mentes estacionadas, en donde los gurú y puristas se anclaron en el pasado y no evolucionaron en su visión sobre nuestra música, pretendiendo que tengamos que seguirlos en su discurso arcaico, en donde como si fueran dueños de la verdad, niegan la evolución de las sociedades, que por ende, son las que han gestado las diversas músicas locales de América.
Esos mismos personajes, son los que estacionaron la responsabilidad de la imagen de una música en dos o más personas, evitando ser llevadas por otros valores de posteriores generaciones. ¿Por qué si Alberto Fernández es un símbolo del canto de un tiempo del vallenato, por qué no lo puede ser Silvestre Dangond de este?
Cuando escucho sus argumentos, pienso por lo menos, en el siglo XVI donde se categorizaba como la imagen original, solo a la del indígena, eliminando a los otros grupos humanos. Siempre he creído que, “el vallenato no puede ser una laguna sin salida”.
Por: Felix Carrillo Hinojosa
*Escritor, periodista, compositor, productor musical y gestor cultural para que el vallenato tenga una Categoría dentro del Premio Grammy Latino.