EL PILÓN, en medio de la profusa información sobre Escalona, resalta este escrito como manifestación de la relación entre el poder político y la música vallenata, la atracción de vieja data de los políticos por nuestros músicos, la identificación de las composiciones musicales con el sentimiento popular, la dimensión histórica del maestro patillalero, que poseía ya joven fama regional, como compositor de cantos, que aún no se conocían como cantos vallenatos.
En otro lugar de esta edición se publica una fotografía que podría titularse “El poder y la gloria”. Aparecen en ella el gobernador del Magdalena, el coronel Hernández Pardo y el ciudadano Rafael Escalona, en el pintoresco pueblecito de La Paz. El gobernador baila alegremente con la camisa empapada por un fluyente calor democrático. Y baila – según informa el corresponsal y era natural suponerlo- al compás de una canción compuesta por su compañero de fotografía, Rafael Escalona.
Tal vez no se conocían el gobernante y el músico. El último sabía naturalmente quién era el coronel Hernández Pardo, gobernador de su departamento y en eso no había nada de particular. Lo importante es que casi con absoluta seguridad el gobernador también sabía quién era Rafael Escalona, uno de los hombres más famosos del departamento, a pesar de que nunca ha pretendido y seguramente no pretenderá jamás llegar a ser gobernador.
Pero hay una anécdota muy conocida: hace unos años un aspirante al Congreso se ganó unas elecciones en el Magdalena, porque en sus discursos prometió hacer una estatua a Rafael Escalona. La gente, sin distinción de colores políticos, votó por el candidato con la esperanza de que en el terreno de las promesas cumplidas aquél erigiera la prometida estatua. Una estatua de un hombre joven que no ha hecho otra cosa que elaborar canciones llenas de personajes conocidos, de anécdotas locales, que vuelan de boca en boca por toda la región.
A los 28 años, Rafael Escalona – autor de La Molinera y de tantas canciones divulgadas por los discos – ha conocido el esquivo sabor de la gloria. Él mismo no podría decir a qué sabe la gloria, porque es un hombre sencillo que cuenta historias con música por puro amor a su tierra y a su gente, y que la gente recoge por eso, porque interpreta cabalmente sus sentimientos.
Cuando el gobernador del Magdalena viajó a La Paz no habría podido encontrarse con nadie que sintetizara la psicología de ese pueblo con tanta exactitud como Rafael Escalona. Seguramente el gobernador lo sabía, y seguramente por eso refleja la fotografía ese ambiente de legítima convivencia social.
Por Gabriel García Márquez.
EL PILÓN, en medio de la profusa información sobre Escalona, resalta este escrito como manifestación de la relación entre el poder político y la música vallenata, la atracción de vieja data de los políticos por nuestros músicos, la identificación de las composiciones musicales con el sentimiento popular, la dimensión histórica del maestro patillalero, que poseía ya joven fama regional, como compositor de cantos, que aún no se conocían como cantos vallenatos.
En otro lugar de esta edición se publica una fotografía que podría titularse “El poder y la gloria”. Aparecen en ella el gobernador del Magdalena, el coronel Hernández Pardo y el ciudadano Rafael Escalona, en el pintoresco pueblecito de La Paz. El gobernador baila alegremente con la camisa empapada por un fluyente calor democrático. Y baila – según informa el corresponsal y era natural suponerlo- al compás de una canción compuesta por su compañero de fotografía, Rafael Escalona.
Tal vez no se conocían el gobernante y el músico. El último sabía naturalmente quién era el coronel Hernández Pardo, gobernador de su departamento y en eso no había nada de particular. Lo importante es que casi con absoluta seguridad el gobernador también sabía quién era Rafael Escalona, uno de los hombres más famosos del departamento, a pesar de que nunca ha pretendido y seguramente no pretenderá jamás llegar a ser gobernador.
Pero hay una anécdota muy conocida: hace unos años un aspirante al Congreso se ganó unas elecciones en el Magdalena, porque en sus discursos prometió hacer una estatua a Rafael Escalona. La gente, sin distinción de colores políticos, votó por el candidato con la esperanza de que en el terreno de las promesas cumplidas aquél erigiera la prometida estatua. Una estatua de un hombre joven que no ha hecho otra cosa que elaborar canciones llenas de personajes conocidos, de anécdotas locales, que vuelan de boca en boca por toda la región.
A los 28 años, Rafael Escalona – autor de La Molinera y de tantas canciones divulgadas por los discos – ha conocido el esquivo sabor de la gloria. Él mismo no podría decir a qué sabe la gloria, porque es un hombre sencillo que cuenta historias con música por puro amor a su tierra y a su gente, y que la gente recoge por eso, porque interpreta cabalmente sus sentimientos.
Cuando el gobernador del Magdalena viajó a La Paz no habría podido encontrarse con nadie que sintetizara la psicología de ese pueblo con tanta exactitud como Rafael Escalona. Seguramente el gobernador lo sabía, y seguramente por eso refleja la fotografía ese ambiente de legítima convivencia social.
Por Gabriel García Márquez.