La capital del Cesar es una de las ciudades verdes del país y tiene en su territorio diversos viveros que funcionan como santuarios donde crecen y se venden árboles; además de espacios como la Escuela Ambiental donde se educa sobre la naturaleza.
Por: DEIVIS CARO DAZA/ EL PILÓN
[email protected]
Valledupar está rodeada de árboles. En las calles y terrazas sirven de sombra e inspiración para los compositores. Pero también hay lugares donde los árboles lo son todo. En los viveros de Valledupar, en cada rincón hay uno sembrado, empacado en una bolsa si recién empieza su vida o en tierra si ya están en etapa de producción. Y por supuesto hay encargados de asegurar su correcto ciclo de vida.
Everto Olivo se levanta por las madrugadas a evitar que las hormigas podadoras o cortadoras acaben con alguno de los más de 750.000 árboles que asegura crecen en el vivero El Bendito Olivo, al que le ha dedicado los últimos seis años de su vida.
Son ocho trabajadores junto con Everto Olivo, quien prefiere que lo llamen solo por su apellido, que hicieron de su trabajo uno de los negocios más amables con el medio ambiente: producir, cuidar y vender plantas ornamentales, de madera y fruteras a toda clase de clientes
“Nuestro trabajo se basa en cuidar los árboles y venderlos, con eso vivimos, con las ventas que se hacen con el municipio o la Gobernación. A ellos (la Gobernación) recién les cedimos casi 260 mil árboles para unos proyectos”, aseguró Olivo.
Pocos lo conocen como vivero El Bendito Olivo, más bien como el “Antiguo vivero municipal”. En la carrera cuarta de Valledupar, empezaron ese proyecto cuando el municipio entregó en comodato ese territorio. La entidad territorial dejó de pagar la nómina de trabajadores y el terreno pasó a manos de privados, sin embargo, parte del terreno fue usado para la construcción de casas campo, quioscos y piscina.
Antes de salir del cargo, Miguel Rocha, como jefe de la Oficina de Asesoría Jurídica de Valledupar, demandó la propiedad de esos lotes. Pero la parte donde está Olivo y el vivero son destinados al mismo fin con el que fue adquirido el 30 de diciembre de 1985.
En ese territorio verde, hay registro de 32 especies de árboles maderables, 12 frutales y más de 20 ornamentales organizados en filas según su tamaño o especie.
“CORTAR UN ÁRBOL ES UN HOMICIDIO”
En los seis años que lleva Olivo en el vivero con filas de más de 1.000 árboles verdes empacados en bolsas negras, algunos con flores y todos conectados al sistema de riego, aprendió a valorar a los árboles de manera similar a la vida de un hombre, por eso, cuando se le pregunta por la importancia de estos, asegura que cortar un árbol es como matar a una persona, “un homicidio”.
A menos de 100 metros del vivero El Bendito Olivo trabaja como administrador Carlos Julio Londoño de la otra parte de lo que es conocido como el vivero municipal.
Desde temprano, Carlos Londoño y sus compañeros del asentamiento Nueve de Marzo se encargan de desmalezar, bloquear, transportar árboles y en casos cambiarlos de bolsa si esta se quedó pequeña.
El vivero Fecasa es una fundación sin ánimo de lucro. “Estamos en procura de la recuperación de la margen derecha del Guatapurí y el mismo vivero. Trabajamos con gente vulnerable que nos colabora, lo que llaman voluntarios”, sustenta Carlos Londoño.
En esa área de 8.000 metros cuadrados están sembrados árboles de madera como el pui, guayacán, cañahuate, de frutas como el mamón, la guama, mango, naranja, limón, entre otras, y una decena de especies de ornamentales, los más solicitados para adornar jardines o casacampos.
“Este es un trabajo a pulmón, con voluntad, con tesón. Inventamos el vivero porque a través de ahí podemos sostener todo y montamos una planta de abono orgánico, con la ayuda del Sena, y con eso hacemos todo esto sostenible”, agrega Carlos Londoño.
En la colección de más de 35.000 árboles sembrados y que por estos días requieren mayor riego por el intenso verano, varían los precios. El más barato puede estar en 1.000 pesos, una pequeña planta de eucalipto, hasta uno de $35.000 con más de tres metros de altura.
Al igual que el vivero Olivo, sus mayores clientes son las entidades públicas y las asociaciones que logran conquistar. Por ejemplo, contratan con Corpocesar para la recuperación de suelos y la reforestación con la venta de árboles. “Son pequeñas ventas que nos permiten seguir trabajando”, señala Londoño, quien cree que para que la vida tenga sentido “se debe sembrar al menos un árbol”. Ellos han sembrado más de 35.000.
DE LAGUNA DE OXIDACIÓN A VIVERO COMUNITARIO: EL TARULLAL
A unos 100 metros de donde caían cerca de 600 litros por segundo de malolientes aguas residuales, se construyó el vivero comunitario El Tarullal, un proyecto establecido en una hectárea de las cerca de 30 que ocupaba la laguna de oxidación.
El vivero comunitario que en un comienzo se extendía por 60 metros de largo por 30 de ancho, hoy cuenta con sistema de riego avanzado y la atención de varias familias y voluntarios que cuidan de los árboles.
En total, se sembraron en un comienzo 40.000 árboles pero ahora la cifra alcanza los 85.000, de especies como orejero, guáimaro, corazón fino, caracolí, higo amarillo, moringa, lluvia de oro, cañaguate, nim, mango, limón, entre otras.
En el vivero crecen muchos de los árboles que servirán de sombra en el barrio Amaneceres del Valle y quizás en toda la ciudad. “Allí trabajan 15 mujeres cabezas de hogar y 15 jóvenes en proceso que dependen de esto, por eso pedimos la ayuda gubernamental para seguir avanzando”, explicó Óscar Peña, vicepresidente de la Fundación Comunitaria Un Nuevo Amanecer Empresarial.
“Primero se empieza con el Estado y después miramos hacia la empresa privada”, agregó Óscar Peña.
LA ESCUELA HECHA POR NIÑOS Y PARA NIÑOS
En la entrada varios letreros definen claramente lo que encontrará el visitante: “El encanto de una vida simple”. En una desviación por la vía del puente del balneario Hurtado viven a su antojo cerca de 1.200 árboles al otro lado del puente. Entre ellos se mueve Olmar Quintero.
El letrero de entrada a la Escuela Ambiental está hecho en material reciclable con tapas de gaseosa, igual que las simulaciones de ventanas. Todo es sostenible, y en el sendero los letreros que van apareciendo en el camino hablan de lo simple de la vida y la necesidad de proteger la naturaleza.
En realidad, las frases son un resumen de la vida de Olmar Quintero quien recibe a los visitantes sin muchas precauciones y con la naturalidad de vivir entre árboles y animales.
Le gusta enseñar, sobre todo a las nuevas generaciones, porque, asegura, “los adultos ya van en plan de regreso”. “Nosotros hemos enseñado a los niños a que protejamos el árbol porque es la fuente de vida: así como el árbol necesita del agua, el agua necesita de los árboles. Por lo tanto es importante que la nueva generación aprenda a relacionarse con la fuente de vida”, explica.
Por eso no concibe otra formar de aprender a amar la naturaleza que rodearse de ella. A la Escuela Ambiental llegan grupos de niños a embarrarse en los charcos y llenarse de tierra, mientras aprenden de naturaleza.
“Nuestro trabajo es informar, no obligamos aprender. No concebimos la educación ambiental en un tablero. ¿Cómo le vas a enseñar a un niño, esto es una raíz, esto es una hoja, si el niño no tiene contacto con la raíz? El niño tiene que embarrarse, ensuciarse de naturaleza. Por eso dice escuela de niños y hecha para niños. Andar con viejos es incómodo”, señala Olmar Quintero, quien al final suelta una sonrisa.
En la Escuela Ambiental la entrada vale $2.000, sin embargo, quienes sostienen el parque son los voluntarios que llegan los fines de semana a barrer, limpiar y ordenar los juegos o paradas que tienen un aspecto que se confunde entre lo natural y lo desgastado.
En ese territorio los arboles crecen y mueren a su antojo. Según Quintero, quien pasa la mayor parte de su tiempo descalzo, por cada árbol que muere la misma naturaleza se encarga de reemplazarlo. Orgulloso señala aquellos que son nativos (guácimo, pereg üetano, cañahuate y algarrobillo, entre otros) y los importados como el mango, que fue uno de los que mejor se adaptó al clima vallenato.
“Los árboles han inspirado canciones y nos ayudan con la vida, suficientes razones para cuidarlos”, concluye Quintero.
En común, estos territorios tienen la característica de servir como pulmón de Valledupar y a la vez espacios de protección del arbolado. Por eso, Foros EL PILÓN abre el espacio este jueves en la Fundación Universitaria del Área Andina para proponer y conocer avances en el reto ambiental que significan los árboles en Valledupar.
La capital del Cesar es una de las ciudades verdes del país y tiene en su territorio diversos viveros que funcionan como santuarios donde crecen y se venden árboles; además de espacios como la Escuela Ambiental donde se educa sobre la naturaleza.
Por: DEIVIS CARO DAZA/ EL PILÓN
[email protected]
Valledupar está rodeada de árboles. En las calles y terrazas sirven de sombra e inspiración para los compositores. Pero también hay lugares donde los árboles lo son todo. En los viveros de Valledupar, en cada rincón hay uno sembrado, empacado en una bolsa si recién empieza su vida o en tierra si ya están en etapa de producción. Y por supuesto hay encargados de asegurar su correcto ciclo de vida.
Everto Olivo se levanta por las madrugadas a evitar que las hormigas podadoras o cortadoras acaben con alguno de los más de 750.000 árboles que asegura crecen en el vivero El Bendito Olivo, al que le ha dedicado los últimos seis años de su vida.
Son ocho trabajadores junto con Everto Olivo, quien prefiere que lo llamen solo por su apellido, que hicieron de su trabajo uno de los negocios más amables con el medio ambiente: producir, cuidar y vender plantas ornamentales, de madera y fruteras a toda clase de clientes
“Nuestro trabajo se basa en cuidar los árboles y venderlos, con eso vivimos, con las ventas que se hacen con el municipio o la Gobernación. A ellos (la Gobernación) recién les cedimos casi 260 mil árboles para unos proyectos”, aseguró Olivo.
Pocos lo conocen como vivero El Bendito Olivo, más bien como el “Antiguo vivero municipal”. En la carrera cuarta de Valledupar, empezaron ese proyecto cuando el municipio entregó en comodato ese territorio. La entidad territorial dejó de pagar la nómina de trabajadores y el terreno pasó a manos de privados, sin embargo, parte del terreno fue usado para la construcción de casas campo, quioscos y piscina.
Antes de salir del cargo, Miguel Rocha, como jefe de la Oficina de Asesoría Jurídica de Valledupar, demandó la propiedad de esos lotes. Pero la parte donde está Olivo y el vivero son destinados al mismo fin con el que fue adquirido el 30 de diciembre de 1985.
En ese territorio verde, hay registro de 32 especies de árboles maderables, 12 frutales y más de 20 ornamentales organizados en filas según su tamaño o especie.
“CORTAR UN ÁRBOL ES UN HOMICIDIO”
En los seis años que lleva Olivo en el vivero con filas de más de 1.000 árboles verdes empacados en bolsas negras, algunos con flores y todos conectados al sistema de riego, aprendió a valorar a los árboles de manera similar a la vida de un hombre, por eso, cuando se le pregunta por la importancia de estos, asegura que cortar un árbol es como matar a una persona, “un homicidio”.
A menos de 100 metros del vivero El Bendito Olivo trabaja como administrador Carlos Julio Londoño de la otra parte de lo que es conocido como el vivero municipal.
Desde temprano, Carlos Londoño y sus compañeros del asentamiento Nueve de Marzo se encargan de desmalezar, bloquear, transportar árboles y en casos cambiarlos de bolsa si esta se quedó pequeña.
El vivero Fecasa es una fundación sin ánimo de lucro. “Estamos en procura de la recuperación de la margen derecha del Guatapurí y el mismo vivero. Trabajamos con gente vulnerable que nos colabora, lo que llaman voluntarios”, sustenta Carlos Londoño.
En esa área de 8.000 metros cuadrados están sembrados árboles de madera como el pui, guayacán, cañahuate, de frutas como el mamón, la guama, mango, naranja, limón, entre otras, y una decena de especies de ornamentales, los más solicitados para adornar jardines o casacampos.
“Este es un trabajo a pulmón, con voluntad, con tesón. Inventamos el vivero porque a través de ahí podemos sostener todo y montamos una planta de abono orgánico, con la ayuda del Sena, y con eso hacemos todo esto sostenible”, agrega Carlos Londoño.
En la colección de más de 35.000 árboles sembrados y que por estos días requieren mayor riego por el intenso verano, varían los precios. El más barato puede estar en 1.000 pesos, una pequeña planta de eucalipto, hasta uno de $35.000 con más de tres metros de altura.
Al igual que el vivero Olivo, sus mayores clientes son las entidades públicas y las asociaciones que logran conquistar. Por ejemplo, contratan con Corpocesar para la recuperación de suelos y la reforestación con la venta de árboles. “Son pequeñas ventas que nos permiten seguir trabajando”, señala Londoño, quien cree que para que la vida tenga sentido “se debe sembrar al menos un árbol”. Ellos han sembrado más de 35.000.
DE LAGUNA DE OXIDACIÓN A VIVERO COMUNITARIO: EL TARULLAL
A unos 100 metros de donde caían cerca de 600 litros por segundo de malolientes aguas residuales, se construyó el vivero comunitario El Tarullal, un proyecto establecido en una hectárea de las cerca de 30 que ocupaba la laguna de oxidación.
El vivero comunitario que en un comienzo se extendía por 60 metros de largo por 30 de ancho, hoy cuenta con sistema de riego avanzado y la atención de varias familias y voluntarios que cuidan de los árboles.
En total, se sembraron en un comienzo 40.000 árboles pero ahora la cifra alcanza los 85.000, de especies como orejero, guáimaro, corazón fino, caracolí, higo amarillo, moringa, lluvia de oro, cañaguate, nim, mango, limón, entre otras.
En el vivero crecen muchos de los árboles que servirán de sombra en el barrio Amaneceres del Valle y quizás en toda la ciudad. “Allí trabajan 15 mujeres cabezas de hogar y 15 jóvenes en proceso que dependen de esto, por eso pedimos la ayuda gubernamental para seguir avanzando”, explicó Óscar Peña, vicepresidente de la Fundación Comunitaria Un Nuevo Amanecer Empresarial.
“Primero se empieza con el Estado y después miramos hacia la empresa privada”, agregó Óscar Peña.
LA ESCUELA HECHA POR NIÑOS Y PARA NIÑOS
En la entrada varios letreros definen claramente lo que encontrará el visitante: “El encanto de una vida simple”. En una desviación por la vía del puente del balneario Hurtado viven a su antojo cerca de 1.200 árboles al otro lado del puente. Entre ellos se mueve Olmar Quintero.
El letrero de entrada a la Escuela Ambiental está hecho en material reciclable con tapas de gaseosa, igual que las simulaciones de ventanas. Todo es sostenible, y en el sendero los letreros que van apareciendo en el camino hablan de lo simple de la vida y la necesidad de proteger la naturaleza.
En realidad, las frases son un resumen de la vida de Olmar Quintero quien recibe a los visitantes sin muchas precauciones y con la naturalidad de vivir entre árboles y animales.
Le gusta enseñar, sobre todo a las nuevas generaciones, porque, asegura, “los adultos ya van en plan de regreso”. “Nosotros hemos enseñado a los niños a que protejamos el árbol porque es la fuente de vida: así como el árbol necesita del agua, el agua necesita de los árboles. Por lo tanto es importante que la nueva generación aprenda a relacionarse con la fuente de vida”, explica.
Por eso no concibe otra formar de aprender a amar la naturaleza que rodearse de ella. A la Escuela Ambiental llegan grupos de niños a embarrarse en los charcos y llenarse de tierra, mientras aprenden de naturaleza.
“Nuestro trabajo es informar, no obligamos aprender. No concebimos la educación ambiental en un tablero. ¿Cómo le vas a enseñar a un niño, esto es una raíz, esto es una hoja, si el niño no tiene contacto con la raíz? El niño tiene que embarrarse, ensuciarse de naturaleza. Por eso dice escuela de niños y hecha para niños. Andar con viejos es incómodo”, señala Olmar Quintero, quien al final suelta una sonrisa.
En la Escuela Ambiental la entrada vale $2.000, sin embargo, quienes sostienen el parque son los voluntarios que llegan los fines de semana a barrer, limpiar y ordenar los juegos o paradas que tienen un aspecto que se confunde entre lo natural y lo desgastado.
En ese territorio los arboles crecen y mueren a su antojo. Según Quintero, quien pasa la mayor parte de su tiempo descalzo, por cada árbol que muere la misma naturaleza se encarga de reemplazarlo. Orgulloso señala aquellos que son nativos (guácimo, pereg üetano, cañahuate y algarrobillo, entre otros) y los importados como el mango, que fue uno de los que mejor se adaptó al clima vallenato.
“Los árboles han inspirado canciones y nos ayudan con la vida, suficientes razones para cuidarlos”, concluye Quintero.
En común, estos territorios tienen la característica de servir como pulmón de Valledupar y a la vez espacios de protección del arbolado. Por eso, Foros EL PILÓN abre el espacio este jueves en la Fundación Universitaria del Área Andina para proponer y conocer avances en el reto ambiental que significan los árboles en Valledupar.