Brígido Antonio Arias Ramos, el hombre más longevo de Valledupar, fue sepultado ayer en una singular ceremonia. Su violina calló para siempre.
Sus notas musicales quedarán en la mente de quienes fueron testigos de su legado cultural y musical. Su violina calló para siempre, pero sus melodías seguirán intactas en medio del dolor por su partida.
“En parrandas tocaba caja, pero con sus versos y su armonía natural siempre le sacó melodías al canto de las aves y al ambiente que lo rodeaba”, recordó uno de sus hijos.
109 años pasaron a la eternidad. Hombre del campo, sigiloso al hablar y dueño de una empírica sapiencia de su entorno kankuamo. Brígido Antonio Arias Ramos partió hacia la eternidad, donde seguramente y se unirá a las legendarias parrandas de Francisco el Hombre.
Nació el 2 de febrero de 1909 en Los Brasilitos, ubicado en el corregimiento de Los Haticos, La Guajira, pero al final fue en La Mina, en el norte de Valledupar, donde sentó su residencia y esa tierra lo adoptó como un hijo. Fue dueño de una herencia familiar que se extendió por toda la región. El sudor de su frente no fue en vano porque sus 15 hijos, 69 nietos, 68 bisnietos y 18 tataranietos fueron testigos de su trajinar en el campo.
Su mochila de fique, sus albarcas y camisas manga larga en tonos oscuros fueron sus atuendos inseparables para identificar al hombre agricultor, el típico hombre de sabiduría provinciana que creció en el campo y detrás de él miles de historias macondianas que un día plasmó en sus décimas o de pronto en su violina a la que le sacaba melodías costumbristas, enajenadas a una colorida tradición kankuama de la que nunca se despegó.
Sus raíces son de allí. Fue el ejemplo del hombre de estirpe campesina, rodeado de cerros y montañas en las que sembró una inédita y empírica quimera envuelta en un mundo mágico, traducida en las notas de violina y dulzaina.
Sus labios no dejaron de rozar melodías, las mismas que muchos disfrutaron hasta el último latido de su corazón.
“Abuelo ‘Villo’ nunca paraba de reír, tocar sus instrumentos y cantar, varias mujeres pasaron por su vida pero solo eligió una para tener sus 15 hijos”, aseguró un familiar. Además de ser músico parte de su vida se dedicó a contar historias, poesías y de lo que pasaba en su pueblo. Supo quién era quién; quiénes llegaban y quiénes salían durante el año. Se confabuló y conoció a fondo el canto de las aves y la manera cómo se hace sentir cada uno de los animales que se encuentran en esa zona.
Su muerte natural sorprendió a los nativos. Se apagó la llama del saber popular de un hombre que conjugó la música y los quehaceres del campo. “Fue un hombre que nos enseñó mucho sobre nuestra descendencia kankuama, mitos y leyendas. Brígido fue una persona muy rica culturalmente, fue alguien representativo para nuestra comunidad y hoy le estamos dando el último adiós. Toda una vida se dedicó a su parcela llamada Los Sangaños, subiendo por la montaña, en las afueras de su pueblo adoptivo. Allí sus cultivos de yuca, batata, piña y muchos más de pancoger fueron su vaivén hasta que la muerte lo sorprendió”, aseguró Matilde Martínez Mendoza, una de las nietas.
Ayer fue un día de dolor en el corregimiento de La Mina, donde fue sepultado el que algunos llamaron el mayordomo o el ‘macancán’ de los kankuamos. A ritmo de chicote y violín y las décimas legendarias interpretadas por sus herederos hicieron parte de un ritual de despedida para el inolvidable Brígido Antonio Arias Ramos.
Sus cualidades como cajero lo llevaron a integrar por muchos años la agrupación musical de Calixto Ochoa. Fue un nómada al lado del juglar nacido en Valencia de Jesús. De aquellas parrandas con Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta solo quedan las anécdotas que recorrieron regiones como Patillal, Atánquez, Badillo, San Juan y La Junta.
Aunque lo que siempre quiso fue tocar acordeón, deseo que nunca se le cumplió. Su temple montañero dejó un vacío; su extenso cordón familiar está de luto.
¿Pero dónde estuvo el secreto de su larga vida? Comer carne de animales silvestre, abundante pescado e iguana y cero trasnochos, sumada a la tranquilidad cosechada al lado de una buena familia. “Fue buen padre y abuelo, fue un ejemplo para todos nosotros”, aseguró uno de sus hijos.
Su último cumpleaños lo celebró con bombos y platillos en una vivienda del barrio Dangond de la capital del Cesar. Toda su familia le rindió tributo como presagiando la despedida del hombre que inspiró a más de uno. No faltó la maicena, tampoco una caja o una violina con los que deleitó a su extenso linaje en una noche de carnaval. Don Brígido servirá como referente, los años pasarán, los retratos quedarán en el baúl de los recuerdos de alguien que fue el más longevo de Valledupar.
Sin embargo, murió precisamente donde hace cuatro meses la felicidad reinó en abundancia. Ayer fue despedido en medio de un ritual, en el que familiares y amigos recordaron el valor cultural de un hombre que partió al más allá y fue símbolo kankuamo.
Por Nibaldo Bustamante/EL PILÓN
Brígido Antonio Arias Ramos, el hombre más longevo de Valledupar, fue sepultado ayer en una singular ceremonia. Su violina calló para siempre.
Sus notas musicales quedarán en la mente de quienes fueron testigos de su legado cultural y musical. Su violina calló para siempre, pero sus melodías seguirán intactas en medio del dolor por su partida.
“En parrandas tocaba caja, pero con sus versos y su armonía natural siempre le sacó melodías al canto de las aves y al ambiente que lo rodeaba”, recordó uno de sus hijos.
109 años pasaron a la eternidad. Hombre del campo, sigiloso al hablar y dueño de una empírica sapiencia de su entorno kankuamo. Brígido Antonio Arias Ramos partió hacia la eternidad, donde seguramente y se unirá a las legendarias parrandas de Francisco el Hombre.
Nació el 2 de febrero de 1909 en Los Brasilitos, ubicado en el corregimiento de Los Haticos, La Guajira, pero al final fue en La Mina, en el norte de Valledupar, donde sentó su residencia y esa tierra lo adoptó como un hijo. Fue dueño de una herencia familiar que se extendió por toda la región. El sudor de su frente no fue en vano porque sus 15 hijos, 69 nietos, 68 bisnietos y 18 tataranietos fueron testigos de su trajinar en el campo.
Su mochila de fique, sus albarcas y camisas manga larga en tonos oscuros fueron sus atuendos inseparables para identificar al hombre agricultor, el típico hombre de sabiduría provinciana que creció en el campo y detrás de él miles de historias macondianas que un día plasmó en sus décimas o de pronto en su violina a la que le sacaba melodías costumbristas, enajenadas a una colorida tradición kankuama de la que nunca se despegó.
Sus raíces son de allí. Fue el ejemplo del hombre de estirpe campesina, rodeado de cerros y montañas en las que sembró una inédita y empírica quimera envuelta en un mundo mágico, traducida en las notas de violina y dulzaina.
Sus labios no dejaron de rozar melodías, las mismas que muchos disfrutaron hasta el último latido de su corazón.
“Abuelo ‘Villo’ nunca paraba de reír, tocar sus instrumentos y cantar, varias mujeres pasaron por su vida pero solo eligió una para tener sus 15 hijos”, aseguró un familiar. Además de ser músico parte de su vida se dedicó a contar historias, poesías y de lo que pasaba en su pueblo. Supo quién era quién; quiénes llegaban y quiénes salían durante el año. Se confabuló y conoció a fondo el canto de las aves y la manera cómo se hace sentir cada uno de los animales que se encuentran en esa zona.
Su muerte natural sorprendió a los nativos. Se apagó la llama del saber popular de un hombre que conjugó la música y los quehaceres del campo. “Fue un hombre que nos enseñó mucho sobre nuestra descendencia kankuama, mitos y leyendas. Brígido fue una persona muy rica culturalmente, fue alguien representativo para nuestra comunidad y hoy le estamos dando el último adiós. Toda una vida se dedicó a su parcela llamada Los Sangaños, subiendo por la montaña, en las afueras de su pueblo adoptivo. Allí sus cultivos de yuca, batata, piña y muchos más de pancoger fueron su vaivén hasta que la muerte lo sorprendió”, aseguró Matilde Martínez Mendoza, una de las nietas.
Ayer fue un día de dolor en el corregimiento de La Mina, donde fue sepultado el que algunos llamaron el mayordomo o el ‘macancán’ de los kankuamos. A ritmo de chicote y violín y las décimas legendarias interpretadas por sus herederos hicieron parte de un ritual de despedida para el inolvidable Brígido Antonio Arias Ramos.
Sus cualidades como cajero lo llevaron a integrar por muchos años la agrupación musical de Calixto Ochoa. Fue un nómada al lado del juglar nacido en Valencia de Jesús. De aquellas parrandas con Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta solo quedan las anécdotas que recorrieron regiones como Patillal, Atánquez, Badillo, San Juan y La Junta.
Aunque lo que siempre quiso fue tocar acordeón, deseo que nunca se le cumplió. Su temple montañero dejó un vacío; su extenso cordón familiar está de luto.
¿Pero dónde estuvo el secreto de su larga vida? Comer carne de animales silvestre, abundante pescado e iguana y cero trasnochos, sumada a la tranquilidad cosechada al lado de una buena familia. “Fue buen padre y abuelo, fue un ejemplo para todos nosotros”, aseguró uno de sus hijos.
Su último cumpleaños lo celebró con bombos y platillos en una vivienda del barrio Dangond de la capital del Cesar. Toda su familia le rindió tributo como presagiando la despedida del hombre que inspiró a más de uno. No faltó la maicena, tampoco una caja o una violina con los que deleitó a su extenso linaje en una noche de carnaval. Don Brígido servirá como referente, los años pasarán, los retratos quedarán en el baúl de los recuerdos de alguien que fue el más longevo de Valledupar.
Sin embargo, murió precisamente donde hace cuatro meses la felicidad reinó en abundancia. Ayer fue despedido en medio de un ritual, en el que familiares y amigos recordaron el valor cultural de un hombre que partió al más allá y fue símbolo kankuamo.
Por Nibaldo Bustamante/EL PILÓN