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Crónica - 6 septiembre, 2016

Celso Guerra, custodio de la memoria fonográfica de la música vallenata tradicional

¿En su tierra hay otros como usted?, preguntó la periodista al joven provinciano al que sus buenas relaciones habían llevado a la cabina de la HJCK, emisora cultural de carácter privado que para la década del cincuenta tenía cobertura en Bogotá.

Boton Wpp

¿En su tierra hay otros como usted?, preguntó la periodista al joven provinciano al que sus buenas relaciones habían llevado a la cabina de la HJCK, emisora cultural de carácter privado que para la década del cincuenta tenía cobertura en Bogotá.

¡Claro que sí! respondió el muchacho; le explicó que se trataba de hombres muy tímidos, jornaleros, personas al servicio del campo a las que les daba temor salir a la ciudad, porque entre otras cosas no tenían los medios para hacerlo, y le citó como ejemplo a un joven invidente que en sus canciones hablaba de colores, del agua y del campo.

“Esa entrevista es la que considero más importante, me la facilitó Consuelo Araújo Noguera”, cuenta hoy Celso Guerra Gutiérrez, creador radial, programador y ángel custodio del santuario que guarda los testimonios cantados de la música vallenata tradicional, así como las voces de sus protagonistas, muchos de los cuales ya no están, como los tres personajes a los que hace referencia la entrevista; la periodista Gloria Valencia de Castaño, el entrevistado Rafael Escalona Martínez, y el joven compositor invidente Leandro Díaz.

Por eso, desde que conoció la convocatoria para crear contenidos radiales alrededor de la música vallenata tradicional, no dudó el proponer una pieza sonora que le mostrara al mundo todos los detalles alrededor de este clásico y de sus protagonistas. Y en esa tarea se encuentra, de la mano del Ministerio de Cultura y sus direcciones de Patrimonio y Comunicaciones – a través del Proyecto Las Fronteras Cuentan- en el marco de la estrategia del Plan Especial de Salvaguardia para la Música Vallenata Tradicional en el Caribe Colombiano.

Al llegar a su memoria, este episodio obliga a Celso a adentrarse en los detalles pasados de su existencia, que comenzó un año después de la referida entrevista que ocupa un sitial de honor en su templo de antologías, recuerdos y evidencias. Fue en 1956, cuando la música vallenata tenía vedados los espacios en la ‘alta sociedad’ y Rafael Escalona Martínez, compositor de 30 años, habló de vallenatos para la radio capitalina, donde tenían vagas referencias de esta manifestación cultural caribeña, en la que estaban surgiendo poetas con una fuerza lírica tan sólo comparable con el río Cesar tras un fuerte aguacero en la Sierra Nevada.

El prodigio expresado sobre Leandro Díaz no sólo asombró a los bogotanos que supieron de él a mitad del siglo pasado, sino a todos los que lograron entender que sus creaciones se situaban en una dimensión superior, espiritual. Lo creyó Celso entonces y lo corroboró años después cuando tuvo frente a frente al poeta invidente que había descrito en un canto que “Cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana”.

“De pronto en ‘Matildelina’ lo que a uno le llama la atención es la figura que esboza allí Leandro, una vaina tan poética en un hombre, que se imagine y lo describa de esa manera. Yo digo que ahí es donde radica el éxito de esa canción”, expresa Guerra Gutiérrez, sin poder desligar sus palabras de la admiración que le sigue produciendo el recurso narrativo de Leandro Díaz. Lo entrevistó, indagó cada detalle de su vida y, por supuesto, de la musa que lo llevó a esos niveles de inspiración: “Leandro –le pregunté- y ¿dónde está Matildelina?, pensando que estaba en La Jagua o en El Plan, me señaló con la boca hacia el vecindario y me dijo: Ahí ve, pero si tenei plata porque ella cobra las entrevistas desde que yo la hice famosa”.

Años después estaría Celso Guerra conversando con Matilde Elina Negrete Soto, nombre real de la musa, sobre la canción, sobre Leandro, sobre que el amor no correspondido, sobre su vida antes y después del canto, sobre muchos detalles que hacen parte de la memoria de la música vallenata tradicional, que con tanto esmero cuida Celso, y que pronto estará en circulación, convertida en ‘Relatos de un Patrimonio que se Canta’, de la mano del MinCultura.

Orígenes

Celso Guerra Gutiérrez nació en San Diego, precisamente el lugar le dio a Leandro Díaz Duarte el calor y afecto que no encontró en su natal Hatonuevo, donde tuvo un infancia difícil, carente de cuidados, tropezando con las penumbras de su realidad. Ahí surgió este hombre de radio y letras, cuya voz es autoridad en el universo de las músicas del mundo.

“Inicie siendo control de sonido en 1972, en La Voz del Cesar, una emisora legendaria del Cesar que hoy pertenece a RCN. Ahí tuve mi primer contacto con ese mágico mundo de la música, a través de los LP (long play), era lo que se usaba en esa época; eso me entusiasmó y quise seguir en las emisoras trabajando como control de sonido, manejando no solo vallenato sino música del mundo. Eso me llevó a interesarme por la investigación de la música del Caribe, especialmente por la vallenata, porque no se había escrito nada, todas las versiones que existían eran orales y había que escribirlo, como lo hemos hecho; contarle al mundo la trascendencia de todas estas historias mágicas que han hecho del vallenato uno de los folclores más importantes de América”.

Para 1989, ya Celso había acumulado una experiencia de quince años en radio, convertido en un melómano consagrado. En marzo de ese año recibió un llamado que le transformó la vida, pues marcó el inicio de lo que sería el destino de sus años, habitando el corazón del vallenato, entendido como un modo de ser, de sentir, de amar, de olvidar, de vivir…

Programador discotecario fue el cargo que le ofrecía Consuelo Araújo Noguera, propietaria de la Radio Guatapurí. La emisora en esa época era más musical que noticiosa y a él le correspondía hacer la programación; lo hacía en cuartillas con contenidos de bolero, fox, tango, ranchera balada, pasillo, bambuco, guabina, vals, vallenatos; en fin, música del mundo. “Yo ni siquiera hablaba al aire y fue Consuelo quien me puso a hablar”, recuerda.

La llegada de Celso Guerra Gutiérrez a Radio Guatapurí marcó el inicio de una nueva forma de presentar contenidos sobre música vallenata a la audiencia, pues lo que hizo su jefa fue abrirle espacio a todo el conocimiento que él había acumulado, para bien de todos. “Ella fue la única persona que me dio esa oportunidad”. Comenzó con el programa ‘Recordando a los grandes’.

Existía un programa llamado Clásicos del Momento, conducido durante muchos años por el locutor Isaac león Durán, en el que –como su nombre lo dice- se programaba la música del momento; y ‘Trilogía vallenata’, que le fue encomendado a Celso, quien había propuesto la genial idea de abrirle ahí espacio a aquellos artistas que casi no sonaban y hacer un comentario alusivo a ellos con su música. De eso hace más de medio siglo.

Ese fue el valor agregado del dial 740AM. Ahí la audiencia podía encontrar no sólo una completa programación musical y noticiosa, sino que podía documentarse con la información que estaba recibiendo, a través de Celso, cuya mente era un torbellino de ideas.

-“Yo pienso que esto hay que documentarlo mejor, con entrevistas”, le dijo a Consuelo Araújo.
-“Pero me imagino que las entrevistas las va a hacer usted”, le respondió ella, feliz con la idea.
-“¿Yo?”, se sorprendió él.
-“Sí, Usted, ¿Quién más?”, puntualizó ella.

Los testimonios de todo están ahí en Radio Guatapurí, en registros de los programas con un alto porcentaje de juglares y más grandes protagonistas de este género musical. “Unas las busqué; en otras ellos me buscaron a mí. Hernando Marín, Luis Enrique Martínez, Andrés Landero, Julio De la Ossa, Lorenzo Morales, Abel Antonio Villa, Diomedes Díaz, Leandro Díaz, Colacho Mendoza, Ovidio Granados, Rafael Escalona…

En este punto de su relato, le vienen a memoria varias anécdotas que hacen parte de sus tesoros. “Tuve la oportunidad de hacerle una entrevista a Rafael Escalona; su hijo ‘Pachín’ me hizo el puente; pero entre la majestad de ese personaje y el nerviosismo, yo dije: sentémonos y empecé a preguntar; cuando ellos se fueron que fui a escuchar la entrevista, no había nada; no había puesto a andar la grabadora”. Todo se resolvió porque al día siguiente pudo entrevistarlo; para esa oportunidad fue Escalona quien le dijo: “Primero pon a andar esa vaina”.

Este contacto constante con los personajes del folclor lo llevó también a descubrirse como aportante a los conocimientos de ellos, como Leandro Díaz, quien en medio de la entrevista le dijo: “Yo soy alumno de ustedes porque escucho mucha radio”, que dada su condición de invidente, encontraba en la radio y en lecturas que les hacían sus hijos sus medios de conocimiento.

Más de 25.000 vinilos

Han sido décadas de contacto con la música vallenata de todas las épocas, con géneros universales, con un proceso evolutivo paralelo a las formas de presentación de estos productos musicales, “Se trabajaba con discos de 78RPM (revoluciones por minuto), un disco pequeño con solo dos canciones; después el disco de 45RPM, que era el mismo más pequeño. En el año 63 apareció el LP, que fue cuando vinieron las doce canciones, que esto permaneció vigente hasta alrededor del año 90 cuando apareció el CD (Compact Disc) y prácticamente arrasó con los formatos convencionales de vinilo”, relata Celso Guerra.

De esos formatos de vinilo, alcanzaron a compilar más de 25 mil en Radio Guatapurí, los cuales Celso ha custodiado con esmero, así como los diez mil discos compactos y casetes con contenido de toda índole, convirtiendo la de Radio Guatapurí en la única discoteca, de esta magnitud, que se conserva en el Caribe colombiano.

“El coleccionista no soy yo; son las emisoras en las que he trabajado”, hace claridad y añade: “Esto lo quiso preservar Consuelo Araújo y con su fallecimiento, sus hijos han seguido el legado de cuidarlo, pero tú sabes que estos acetatos, el vinilo, el cartón, la humedad es el enemigo principal, las plagas tratan de dañarlos, pero hemos hecho un esfuerzo por trata de mantenerlo. Y creo que ha valido la pena porque se han dañado algunos, pero la mayoría están en perfecto estado. Ya han bajado algunos a internet; se sacan en ocasiones especiales y funcionan perfectamente”.

¡Claro que ha valido la pena! coincide todo aquel que valora las manifestaciones culturales de los pueblos y tiene noticias de la labor que viene desempeñando este hombre, desde su rol de custodio de la memoria de la música vallenata tradicional, lo que se convierte en una medida de salvaguardia que permite a las nuevas generaciones el contacto con lo que hicieron esos juglares que ya no están, al tiempo que se ubican en la historia y se identifican con su pasado.

“Para eso se hizo este archivo, para preservar esto grandes clásicos. Nos satisface el Ministerio de Cultura esté interesado en salvaguardar todo esto porque si esto no se guarda estamos condenados a que desaparezca la memoria de uno de los folclores más importantes del mundo”.

Al entrar a este santuario, el visitante se encuentra con estantes que fungen como paredes de discos, marcados por época y géneros; con un guardián que conoce de memoria la ubicación exacta de cada joya musical allí presente. Entonces puede fácilmente mostrar lo que hizo Abel Antonio Villa en el 1943 para el sello Odeón en Barranquilla; las primeras grabaciones de Luis Enrique Martínez, Bovea, Los Vallenatos del Magdalena, que fue la agrupación a la que perteneció Aníbal Velásquez con los hermanos Román, antes de que cada uno tomara su rumbo y él se dedicara a cantar guaracha; así mismo, la discografía completa de Los Playoneros del Cesar, Juan Manuel Polo Cervantes, Andrés Landero y artistas de todas las épocas del vallenato.

De ese lugar, repleto de sus vivencias y sus años, ha salido la inspiración para seis libros y cuatro premios de periodismo regional. De ese lugar salen a diario las ganas de seguir aportando todo el conocimiento acumulado y guardado para que el mundo tenga noticias de una música hecha por cronistas que cantaron a la vida y a la muerte; en fin, que narraron al hombre en todos sus estados.

María Ruth Mosquera
@Sherowiya

Crónica
6 septiembre, 2016

Celso Guerra, custodio de la memoria fonográfica de la música vallenata tradicional

¿En su tierra hay otros como usted?, preguntó la periodista al joven provinciano al que sus buenas relaciones habían llevado a la cabina de la HJCK, emisora cultural de carácter privado que para la década del cincuenta tenía cobertura en Bogotá.


Boton Wpp

¿En su tierra hay otros como usted?, preguntó la periodista al joven provinciano al que sus buenas relaciones habían llevado a la cabina de la HJCK, emisora cultural de carácter privado que para la década del cincuenta tenía cobertura en Bogotá.

¡Claro que sí! respondió el muchacho; le explicó que se trataba de hombres muy tímidos, jornaleros, personas al servicio del campo a las que les daba temor salir a la ciudad, porque entre otras cosas no tenían los medios para hacerlo, y le citó como ejemplo a un joven invidente que en sus canciones hablaba de colores, del agua y del campo.

“Esa entrevista es la que considero más importante, me la facilitó Consuelo Araújo Noguera”, cuenta hoy Celso Guerra Gutiérrez, creador radial, programador y ángel custodio del santuario que guarda los testimonios cantados de la música vallenata tradicional, así como las voces de sus protagonistas, muchos de los cuales ya no están, como los tres personajes a los que hace referencia la entrevista; la periodista Gloria Valencia de Castaño, el entrevistado Rafael Escalona Martínez, y el joven compositor invidente Leandro Díaz.

Por eso, desde que conoció la convocatoria para crear contenidos radiales alrededor de la música vallenata tradicional, no dudó el proponer una pieza sonora que le mostrara al mundo todos los detalles alrededor de este clásico y de sus protagonistas. Y en esa tarea se encuentra, de la mano del Ministerio de Cultura y sus direcciones de Patrimonio y Comunicaciones – a través del Proyecto Las Fronteras Cuentan- en el marco de la estrategia del Plan Especial de Salvaguardia para la Música Vallenata Tradicional en el Caribe Colombiano.

Al llegar a su memoria, este episodio obliga a Celso a adentrarse en los detalles pasados de su existencia, que comenzó un año después de la referida entrevista que ocupa un sitial de honor en su templo de antologías, recuerdos y evidencias. Fue en 1956, cuando la música vallenata tenía vedados los espacios en la ‘alta sociedad’ y Rafael Escalona Martínez, compositor de 30 años, habló de vallenatos para la radio capitalina, donde tenían vagas referencias de esta manifestación cultural caribeña, en la que estaban surgiendo poetas con una fuerza lírica tan sólo comparable con el río Cesar tras un fuerte aguacero en la Sierra Nevada.

El prodigio expresado sobre Leandro Díaz no sólo asombró a los bogotanos que supieron de él a mitad del siglo pasado, sino a todos los que lograron entender que sus creaciones se situaban en una dimensión superior, espiritual. Lo creyó Celso entonces y lo corroboró años después cuando tuvo frente a frente al poeta invidente que había descrito en un canto que “Cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana”.

“De pronto en ‘Matildelina’ lo que a uno le llama la atención es la figura que esboza allí Leandro, una vaina tan poética en un hombre, que se imagine y lo describa de esa manera. Yo digo que ahí es donde radica el éxito de esa canción”, expresa Guerra Gutiérrez, sin poder desligar sus palabras de la admiración que le sigue produciendo el recurso narrativo de Leandro Díaz. Lo entrevistó, indagó cada detalle de su vida y, por supuesto, de la musa que lo llevó a esos niveles de inspiración: “Leandro –le pregunté- y ¿dónde está Matildelina?, pensando que estaba en La Jagua o en El Plan, me señaló con la boca hacia el vecindario y me dijo: Ahí ve, pero si tenei plata porque ella cobra las entrevistas desde que yo la hice famosa”.

Años después estaría Celso Guerra conversando con Matilde Elina Negrete Soto, nombre real de la musa, sobre la canción, sobre Leandro, sobre que el amor no correspondido, sobre su vida antes y después del canto, sobre muchos detalles que hacen parte de la memoria de la música vallenata tradicional, que con tanto esmero cuida Celso, y que pronto estará en circulación, convertida en ‘Relatos de un Patrimonio que se Canta’, de la mano del MinCultura.

Orígenes

Celso Guerra Gutiérrez nació en San Diego, precisamente el lugar le dio a Leandro Díaz Duarte el calor y afecto que no encontró en su natal Hatonuevo, donde tuvo un infancia difícil, carente de cuidados, tropezando con las penumbras de su realidad. Ahí surgió este hombre de radio y letras, cuya voz es autoridad en el universo de las músicas del mundo.

“Inicie siendo control de sonido en 1972, en La Voz del Cesar, una emisora legendaria del Cesar que hoy pertenece a RCN. Ahí tuve mi primer contacto con ese mágico mundo de la música, a través de los LP (long play), era lo que se usaba en esa época; eso me entusiasmó y quise seguir en las emisoras trabajando como control de sonido, manejando no solo vallenato sino música del mundo. Eso me llevó a interesarme por la investigación de la música del Caribe, especialmente por la vallenata, porque no se había escrito nada, todas las versiones que existían eran orales y había que escribirlo, como lo hemos hecho; contarle al mundo la trascendencia de todas estas historias mágicas que han hecho del vallenato uno de los folclores más importantes de América”.

Para 1989, ya Celso había acumulado una experiencia de quince años en radio, convertido en un melómano consagrado. En marzo de ese año recibió un llamado que le transformó la vida, pues marcó el inicio de lo que sería el destino de sus años, habitando el corazón del vallenato, entendido como un modo de ser, de sentir, de amar, de olvidar, de vivir…

Programador discotecario fue el cargo que le ofrecía Consuelo Araújo Noguera, propietaria de la Radio Guatapurí. La emisora en esa época era más musical que noticiosa y a él le correspondía hacer la programación; lo hacía en cuartillas con contenidos de bolero, fox, tango, ranchera balada, pasillo, bambuco, guabina, vals, vallenatos; en fin, música del mundo. “Yo ni siquiera hablaba al aire y fue Consuelo quien me puso a hablar”, recuerda.

La llegada de Celso Guerra Gutiérrez a Radio Guatapurí marcó el inicio de una nueva forma de presentar contenidos sobre música vallenata a la audiencia, pues lo que hizo su jefa fue abrirle espacio a todo el conocimiento que él había acumulado, para bien de todos. “Ella fue la única persona que me dio esa oportunidad”. Comenzó con el programa ‘Recordando a los grandes’.

Existía un programa llamado Clásicos del Momento, conducido durante muchos años por el locutor Isaac león Durán, en el que –como su nombre lo dice- se programaba la música del momento; y ‘Trilogía vallenata’, que le fue encomendado a Celso, quien había propuesto la genial idea de abrirle ahí espacio a aquellos artistas que casi no sonaban y hacer un comentario alusivo a ellos con su música. De eso hace más de medio siglo.

Ese fue el valor agregado del dial 740AM. Ahí la audiencia podía encontrar no sólo una completa programación musical y noticiosa, sino que podía documentarse con la información que estaba recibiendo, a través de Celso, cuya mente era un torbellino de ideas.

-“Yo pienso que esto hay que documentarlo mejor, con entrevistas”, le dijo a Consuelo Araújo.
-“Pero me imagino que las entrevistas las va a hacer usted”, le respondió ella, feliz con la idea.
-“¿Yo?”, se sorprendió él.
-“Sí, Usted, ¿Quién más?”, puntualizó ella.

Los testimonios de todo están ahí en Radio Guatapurí, en registros de los programas con un alto porcentaje de juglares y más grandes protagonistas de este género musical. “Unas las busqué; en otras ellos me buscaron a mí. Hernando Marín, Luis Enrique Martínez, Andrés Landero, Julio De la Ossa, Lorenzo Morales, Abel Antonio Villa, Diomedes Díaz, Leandro Díaz, Colacho Mendoza, Ovidio Granados, Rafael Escalona…

En este punto de su relato, le vienen a memoria varias anécdotas que hacen parte de sus tesoros. “Tuve la oportunidad de hacerle una entrevista a Rafael Escalona; su hijo ‘Pachín’ me hizo el puente; pero entre la majestad de ese personaje y el nerviosismo, yo dije: sentémonos y empecé a preguntar; cuando ellos se fueron que fui a escuchar la entrevista, no había nada; no había puesto a andar la grabadora”. Todo se resolvió porque al día siguiente pudo entrevistarlo; para esa oportunidad fue Escalona quien le dijo: “Primero pon a andar esa vaina”.

Este contacto constante con los personajes del folclor lo llevó también a descubrirse como aportante a los conocimientos de ellos, como Leandro Díaz, quien en medio de la entrevista le dijo: “Yo soy alumno de ustedes porque escucho mucha radio”, que dada su condición de invidente, encontraba en la radio y en lecturas que les hacían sus hijos sus medios de conocimiento.

Más de 25.000 vinilos

Han sido décadas de contacto con la música vallenata de todas las épocas, con géneros universales, con un proceso evolutivo paralelo a las formas de presentación de estos productos musicales, “Se trabajaba con discos de 78RPM (revoluciones por minuto), un disco pequeño con solo dos canciones; después el disco de 45RPM, que era el mismo más pequeño. En el año 63 apareció el LP, que fue cuando vinieron las doce canciones, que esto permaneció vigente hasta alrededor del año 90 cuando apareció el CD (Compact Disc) y prácticamente arrasó con los formatos convencionales de vinilo”, relata Celso Guerra.

De esos formatos de vinilo, alcanzaron a compilar más de 25 mil en Radio Guatapurí, los cuales Celso ha custodiado con esmero, así como los diez mil discos compactos y casetes con contenido de toda índole, convirtiendo la de Radio Guatapurí en la única discoteca, de esta magnitud, que se conserva en el Caribe colombiano.

“El coleccionista no soy yo; son las emisoras en las que he trabajado”, hace claridad y añade: “Esto lo quiso preservar Consuelo Araújo y con su fallecimiento, sus hijos han seguido el legado de cuidarlo, pero tú sabes que estos acetatos, el vinilo, el cartón, la humedad es el enemigo principal, las plagas tratan de dañarlos, pero hemos hecho un esfuerzo por trata de mantenerlo. Y creo que ha valido la pena porque se han dañado algunos, pero la mayoría están en perfecto estado. Ya han bajado algunos a internet; se sacan en ocasiones especiales y funcionan perfectamente”.

¡Claro que ha valido la pena! coincide todo aquel que valora las manifestaciones culturales de los pueblos y tiene noticias de la labor que viene desempeñando este hombre, desde su rol de custodio de la memoria de la música vallenata tradicional, lo que se convierte en una medida de salvaguardia que permite a las nuevas generaciones el contacto con lo que hicieron esos juglares que ya no están, al tiempo que se ubican en la historia y se identifican con su pasado.

“Para eso se hizo este archivo, para preservar esto grandes clásicos. Nos satisface el Ministerio de Cultura esté interesado en salvaguardar todo esto porque si esto no se guarda estamos condenados a que desaparezca la memoria de uno de los folclores más importantes del mundo”.

Al entrar a este santuario, el visitante se encuentra con estantes que fungen como paredes de discos, marcados por época y géneros; con un guardián que conoce de memoria la ubicación exacta de cada joya musical allí presente. Entonces puede fácilmente mostrar lo que hizo Abel Antonio Villa en el 1943 para el sello Odeón en Barranquilla; las primeras grabaciones de Luis Enrique Martínez, Bovea, Los Vallenatos del Magdalena, que fue la agrupación a la que perteneció Aníbal Velásquez con los hermanos Román, antes de que cada uno tomara su rumbo y él se dedicara a cantar guaracha; así mismo, la discografía completa de Los Playoneros del Cesar, Juan Manuel Polo Cervantes, Andrés Landero y artistas de todas las épocas del vallenato.

De ese lugar, repleto de sus vivencias y sus años, ha salido la inspiración para seis libros y cuatro premios de periodismo regional. De ese lugar salen a diario las ganas de seguir aportando todo el conocimiento acumulado y guardado para que el mundo tenga noticias de una música hecha por cronistas que cantaron a la vida y a la muerte; en fin, que narraron al hombre en todos sus estados.

María Ruth Mosquera
@Sherowiya