No vengo a decir discursos, ni voy a hablar del amor y otros demonios, hoy voy a contar el relato de un naúfrago cuando vivió cien años de soledad y la crónica de una muerte anunciada.
No vengo a decir discursos, ni voy a hablar del amor y otros demonios, hoy voy a contar el relato de un naúfrago cuando vivió cien años de soledad y la crónica de una muerte anunciada.
La mala hora comenzó con la triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada en sus viajes por los países socialistas llevando las aventuras de Miguel Littin en chile cuando era felíz e indocumentado.
Las noticias de un secuestro corrió como la tramontana y la historia de la señora Forbes, un día después del sábado en los funerales de la mama grande; pero todos los cuentos de la santa eran como espantos de agosto y el amor en los tiempos del cólera.
Notas de prensa hablaban del asalto y el rastro de tu sangre en la nieve buscando diecisiete ingleses envenenados en el avión de la bella durmiente por un señor muy viejo con unas alas enormes que llevaba rosas artificiales, después de chile, el golpe y los gringos el general en su laberinto con ojos de perro azul solo recordaba el olor de la guayaba y el monólogo de Isabel viendo llover en macondo cuando lazaba diatribas de amor a un hombre sentado que leía textos costeños.
En la hojarasca y en las memorias de mis putas tristes quedan los recuerdos del otoño del patriarca y las mariposas amarillas, hoy me alquilo para soñar y quiero vivir para contarla porque la luz es como el agua cuando el coronel no tiene quien le escriba sus doce cuentos peregrinos.
Carlos Alberto Padilla González
[email protected]
No vengo a decir discursos, ni voy a hablar del amor y otros demonios, hoy voy a contar el relato de un naúfrago cuando vivió cien años de soledad y la crónica de una muerte anunciada.
No vengo a decir discursos, ni voy a hablar del amor y otros demonios, hoy voy a contar el relato de un naúfrago cuando vivió cien años de soledad y la crónica de una muerte anunciada.
La mala hora comenzó con la triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada en sus viajes por los países socialistas llevando las aventuras de Miguel Littin en chile cuando era felíz e indocumentado.
Las noticias de un secuestro corrió como la tramontana y la historia de la señora Forbes, un día después del sábado en los funerales de la mama grande; pero todos los cuentos de la santa eran como espantos de agosto y el amor en los tiempos del cólera.
Notas de prensa hablaban del asalto y el rastro de tu sangre en la nieve buscando diecisiete ingleses envenenados en el avión de la bella durmiente por un señor muy viejo con unas alas enormes que llevaba rosas artificiales, después de chile, el golpe y los gringos el general en su laberinto con ojos de perro azul solo recordaba el olor de la guayaba y el monólogo de Isabel viendo llover en macondo cuando lazaba diatribas de amor a un hombre sentado que leía textos costeños.
En la hojarasca y en las memorias de mis putas tristes quedan los recuerdos del otoño del patriarca y las mariposas amarillas, hoy me alquilo para soñar y quiero vivir para contarla porque la luz es como el agua cuando el coronel no tiene quien le escriba sus doce cuentos peregrinos.
Carlos Alberto Padilla González
[email protected]