El compositor Villanuevero murió a los 94 años en esta capital. Su historia de vida toma fuerza por ser gran amigo del Maestro Leandro Díaz
Tenía 24 años cuando empezó a componer. Era la misma época en la que el viejo Emiliano, Leandro Díaz, Lorenzo Morales y Armando Zabaleta, se paseaban por tierras cesarenses y guajiras cantando, tocando y contando historias.
De parranda en parranda estrechaban lazos cada vez más fuertes; el de la amistad fue, tal vez, el más dinámico de todos.
La famosa canción del Maestro Leandro Díaz, “A mí no me consuela nadie” da fe de eso:
Simón Salas le sacó un son a Elvirita/
Y Rafael le hizo un paseo a Marina/
Emilianito le saco a Carmen querida/
Y Julio Suárez le hizo a Chavelita.
Y Leandro Díaz le hizo a Cecilia/
Una que vive en Urumita.
Vamos a ver si Simón Salas y Julio Suárez/
Si hacen igual que Escalona y Emiliano/
Que hoy en día están muy bien posesionados/
Ya tienen quien se duela de sus males…
El amor, como siempre el amor, llevó al Maestro Leandro Díaz, a inmortalizar esta canción, que denotaba las jornadas en las que juntos, cada uno le componía al amor de turno.
Era evidente, y con la canción se comprueba, que su amistad atravesó los lazos más fuertes, incluidos los musicales, que eran los que más tenían en común. Con ese grupo, permaneció Julio Suárez atado durante la mayoría de su vida.
Eran los compositores que se conocían en la región y juntos derrochaban notas musicales y letras costumbristas, característica de los juglares de la vieja data.
Dejó 78 canciones
A Julio Suárez Cabal, tal vez no se le conoció mucho en la palestra musical. Solos los expertos conocedores del folclor, podrían palpar el papel de Julio dentro de este grupo de amigos, que a través de sus composiciones, lograron penetrar en la historia del vallenato.
El pasado lunes, murió a sus 94 años de edad, producto de un paro fulminante. Era Villanuevero y hacía más de 40 años, recorría las calles de Valledupar nostálgico. Era jornalero contratista de algunas fincas cercanas a la ciudad, y al mismo tiempo continuaba componiendo canciones, su gran pasión.
Su producción musical fue amplia. 78 canciones compuestas, le permitieron la satisfacción del deber cumplido, pero no en su totalidad. Siempre quiso que le grabaran más, y aún hoy sus hijos, insisten en que las darán a conocer.
Alberto Pacheco le grabó el merengue “VillanuevaTierra Sagrada” y el paseo “La Bella” e Hildemaro Bolaño, el decano, le grabo “Teresita Zuleta” Tan solo tres se cuentan en este recuento, aunque sus hijos aseguran que fueron cinco las que su papá logró llevar al acetato.
Julio recurrió en reiteradas ocasiones a Sayco para realizar su afiliación. La respuesta fue siempre la misma; le faltaban cinco canciones grabadas, para poder ingresar a la Sociedad de Autores y Compositores.
La iniciativa de poder incluirlo en las listas de compositores fue de Beto Murgas quién por ser paisano de Julio, lo incitó a unirse al proceso, pero nunca fue posible.
Pocos homenajes
El homenaje más recordado, por su importancia, fue el que le hizo Consuelo Araujo Noguera y el expresidente Ernesto Samper hace 15 años en la Plaza Alfonso López, al lado de otros colegas. Pero el más significativo, el que le hicieron en su tierra, Villanueva por su aporte al folclor.
Como muchos, Julio Suárez murió pobre y con las necesidades comunes con las que un hombre jornalero levanta a su familia a diario. Su muerte, fue un viacrucis más de su vida, pero ahora, lo cargarían sus retoños.
Sus hijos pensaron en enterrarlo en el patio de su casa porque no contaban con los recursos para hacerlo en una bóveda de algún cementerio de la ciudad. Cuando perdían las esperanzas, un primo les prestó uno de sus puestos y ahí, en el Cementerio Jardines del Ecce Homo reposan los restos del compositor Villanuevero.
Su hijo Jesús fue su más fiel seguidor. Le heredó el amor por la música vallenata y esa cercanía lo llevó a estar en el equipo de músicos de Diomedes Díaz y de Los Betos y aún hoy, continúa aprendiéndose las letras de las composiciones de su papá, para cantarlas en todas partes.
Julio dejó más de 12 canciones inéditas y siempre añoró que se grabaran, anhelo que su hijo Jesús mantiene y por el que ahora, con mucha más fuerza y ganas, trabaja para hacer del deseo de su padre, una realidad.
Este baluarte del folclor, de despidió de este mundo paradójicamente sin pronunciar ni una sola palabra, quizá apabullado de recuerdos y con la nostalgia propia que trae la vida a través de los años. Su reencuentro con sus amigos de siempre, no se hará esperar más porque ya fue a continuar las parrandas, esta vez en el cielo.
Por: Antonio Peralta Nieto
El compositor Villanuevero murió a los 94 años en esta capital. Su historia de vida toma fuerza por ser gran amigo del Maestro Leandro Díaz
Tenía 24 años cuando empezó a componer. Era la misma época en la que el viejo Emiliano, Leandro Díaz, Lorenzo Morales y Armando Zabaleta, se paseaban por tierras cesarenses y guajiras cantando, tocando y contando historias.
De parranda en parranda estrechaban lazos cada vez más fuertes; el de la amistad fue, tal vez, el más dinámico de todos.
La famosa canción del Maestro Leandro Díaz, “A mí no me consuela nadie” da fe de eso:
Simón Salas le sacó un son a Elvirita/
Y Rafael le hizo un paseo a Marina/
Emilianito le saco a Carmen querida/
Y Julio Suárez le hizo a Chavelita.
Y Leandro Díaz le hizo a Cecilia/
Una que vive en Urumita.
Vamos a ver si Simón Salas y Julio Suárez/
Si hacen igual que Escalona y Emiliano/
Que hoy en día están muy bien posesionados/
Ya tienen quien se duela de sus males…
El amor, como siempre el amor, llevó al Maestro Leandro Díaz, a inmortalizar esta canción, que denotaba las jornadas en las que juntos, cada uno le componía al amor de turno.
Era evidente, y con la canción se comprueba, que su amistad atravesó los lazos más fuertes, incluidos los musicales, que eran los que más tenían en común. Con ese grupo, permaneció Julio Suárez atado durante la mayoría de su vida.
Eran los compositores que se conocían en la región y juntos derrochaban notas musicales y letras costumbristas, característica de los juglares de la vieja data.
Dejó 78 canciones
A Julio Suárez Cabal, tal vez no se le conoció mucho en la palestra musical. Solos los expertos conocedores del folclor, podrían palpar el papel de Julio dentro de este grupo de amigos, que a través de sus composiciones, lograron penetrar en la historia del vallenato.
El pasado lunes, murió a sus 94 años de edad, producto de un paro fulminante. Era Villanuevero y hacía más de 40 años, recorría las calles de Valledupar nostálgico. Era jornalero contratista de algunas fincas cercanas a la ciudad, y al mismo tiempo continuaba componiendo canciones, su gran pasión.
Su producción musical fue amplia. 78 canciones compuestas, le permitieron la satisfacción del deber cumplido, pero no en su totalidad. Siempre quiso que le grabaran más, y aún hoy sus hijos, insisten en que las darán a conocer.
Alberto Pacheco le grabó el merengue “VillanuevaTierra Sagrada” y el paseo “La Bella” e Hildemaro Bolaño, el decano, le grabo “Teresita Zuleta” Tan solo tres se cuentan en este recuento, aunque sus hijos aseguran que fueron cinco las que su papá logró llevar al acetato.
Julio recurrió en reiteradas ocasiones a Sayco para realizar su afiliación. La respuesta fue siempre la misma; le faltaban cinco canciones grabadas, para poder ingresar a la Sociedad de Autores y Compositores.
La iniciativa de poder incluirlo en las listas de compositores fue de Beto Murgas quién por ser paisano de Julio, lo incitó a unirse al proceso, pero nunca fue posible.
Pocos homenajes
El homenaje más recordado, por su importancia, fue el que le hizo Consuelo Araujo Noguera y el expresidente Ernesto Samper hace 15 años en la Plaza Alfonso López, al lado de otros colegas. Pero el más significativo, el que le hicieron en su tierra, Villanueva por su aporte al folclor.
Como muchos, Julio Suárez murió pobre y con las necesidades comunes con las que un hombre jornalero levanta a su familia a diario. Su muerte, fue un viacrucis más de su vida, pero ahora, lo cargarían sus retoños.
Sus hijos pensaron en enterrarlo en el patio de su casa porque no contaban con los recursos para hacerlo en una bóveda de algún cementerio de la ciudad. Cuando perdían las esperanzas, un primo les prestó uno de sus puestos y ahí, en el Cementerio Jardines del Ecce Homo reposan los restos del compositor Villanuevero.
Su hijo Jesús fue su más fiel seguidor. Le heredó el amor por la música vallenata y esa cercanía lo llevó a estar en el equipo de músicos de Diomedes Díaz y de Los Betos y aún hoy, continúa aprendiéndose las letras de las composiciones de su papá, para cantarlas en todas partes.
Julio dejó más de 12 canciones inéditas y siempre añoró que se grabaran, anhelo que su hijo Jesús mantiene y por el que ahora, con mucha más fuerza y ganas, trabaja para hacer del deseo de su padre, una realidad.
Este baluarte del folclor, de despidió de este mundo paradójicamente sin pronunciar ni una sola palabra, quizá apabullado de recuerdos y con la nostalgia propia que trae la vida a través de los años. Su reencuentro con sus amigos de siempre, no se hará esperar más porque ya fue a continuar las parrandas, esta vez en el cielo.
Por: Antonio Peralta Nieto