En el País Vallenato, donde la vida se cuenta a ritmo de acordeón, apareció hace poco una noticia que merece detenernos: un parrandero vestido de rojo emprendió una travesía hacia la capital. Lo vieron salir con una frase que parecía presagio: “Si Bogotá hablara”. Para algunos, fue un loco sin rumbo; para otros, un soñador con destino. Al final, lo cierto es que marcó su camino y cumplió su meta.
Ese gesto resume lo que somos los parranderos: soñadores incansables, llenos de metas, organizadores natos, amorosos y fieles a nuestras causas. No hay obstáculo que nos detenga cuando se trata de alcanzar lo que anhelamos. Así lo hicieron Diomedes Díaz, Leandro Díaz, Silvestre Dangond y muchos otros, que convirtieron sus sueños en canciones eternas.
Un gran amigo me dijo hace poco: “La vida es como subir la montaña de los sueños”. Y eso fue lo que hizo Marc Navas. Silvestrista de corazón, sin ser Nairo, Rigo o Egan, se lanzó a la carretera con pura voluntad y pedal. Su reto: recorrer 864,4 kilómetros.
Para hacerse una idea, eso equivale a correr 20 maratones seguidas. Y si lo ponemos en música, se necesitarían más de 5.000 canciones de cuatro minutos para acompañar cada kilómetro de esa travesía. Una travesía tan grande como aquel verso del Cacique de La Junta en ‘Qué vaina tan difícil’:
“Yo puedo caminar
con el sol caliente,
a pies descalzos
del Valle a Barranquilla,
sin importarme…”
Esa capacidad de convertir la dificultad en fuerza es lo que nos define. Somos un pueblo que canta, que sueña, que se atreve. En el País Vallenato nos enseñan a no rendirnos, a caminar descalzos si es necesario, pero siempre con la mirada puesta en la meta.
Hoy, esa historia nos recuerda que debemos encender la llama de nuestros propios sueños. La vida no es para conformarse, es para disfrutarla como una parranda, pero con propósito. Si alguien pudo recorrer 864 kilómetros por una causa, ¿qué excusa tenemos para dar un paso diario por nuestras causas?
El llamado es claro: que cada uno se atreva a subir su montaña, con la terquedad alegre que nos heredaron los juglares. Porque, al final, la mayor de las victorias no está en llegar, sino en demostrar que nunca dejamos de soñar.
Por: Fabián Dangond Rosado.
Director e investigador principal
La Casa del Parrandero











