La conmemoración de las efemérides del grito de Independencia del 20 de julio 1810 tuvo un inicio de largos sucesos, cruentos y determinantes que cambiaron la historia del país.
La conmemoración de las efemérides del grito de Independencia del 20 de julio 1810 tuvo un inicio de largos sucesos, cruentos y determinantes que cambiaron la historia del país, tras el deseo de conseguir a toda costa la libertad para una Colombia que apenas comenzaba a reconocer la importancia en la construcción de lo que somos y de lo que queremos ser como Nación. Experiencia que al inicio fracasó por la división de los criollos.
Deseo dedicar un instante para esbozar algunas ideas alrededor del mestizaje musical, tema tratado a profundidad por reconocidos investigadores de la región como es el caso de Tomás Darío Gutiérrez en su libro “Cultura Vallenata, Origen, Teoría y Pruebas”.
Música
La historia de la música mestiza en Tierra Firme comienza con la llegada de los primeros conquistadores y las conmemoraciones de rigor, la misa de acción de gracias y los cantos responsoriales y los enriquecedores aportes de la raza negra.
En el caso de algunas regiones del Caribe intercambiaron la variedad musical con nativos, chimilas, zenúes, taironas. Al inicio este intercambio fue clandestino, en especial a través de la evangelización, en la escuela y los sitios de trabajo. Por lo cual no fue tan fácil el registro por la historia. En 1502 llegan a Cartagena, el juglar hispánico Diego de Nicuesa y en 1537 el primer músico importante de formación académica Juan Pérez Materano, así como sacerdotes, músicos, aventureros de distintas procedencias europeas y moros.
Es el viajero francés Luis Striffler quien en su permanencia en Valledupar varias décadas después del período de la independencia, al visitar en la Sierra Nevada de Santa Marta la población de Nabusímaque (antes San Sebastián de Rábago), encuentra un coro polifónico, integrado por indígenas, lo cual es posible, porque para la época de su visita a finales del siglo XIX ya la misión de los Capuchinos se encontraba allí.
Este legado nos conduce a las raíces de nuestra tradición, tratado a profundidad por el abogado e investigador Tomás Darío Gutiérrez, en su libro afirma “nuestros indígenas eran protuberantemente músicos; poseían aérofonos de todos los tipos, idiófonos de choque, fricción y sacudimiento, tambores de una y dos membranas; cordófonos como el arco musical, conocido por tupes y guajiros…”
El tambor, que solo aparece como referencia folclórica en algunas ocasiones, debió, sin duda, jugar un papel parecido al que hoy desempeña en los rituales y fiestas. No fue un instrumento, fue la comunicación, acompañó a la posesión de los fieles. Representó el máximo elemento de resistencia.
¿Qué expresión cultural tiene mayor capacidad que la música para definir un momento histórico, para estimular y para acompañar las transformaciones sociales?
En un esfuerzo por hallar las representaciones musicales de algunos de los hitos de la independencia, habría que comenzar por el sonido de los tambores de los esclavos establecidos en los palenques durante la colonia en la provincia de Cartagena y por sus danzas y rituales, que representaron el intento de recuperar sus raíces culturales y de crear una defensa espiritual por parte de quienes dieron el primer grito de independencia en el país.
Los afroamericanos transformaron la cosmovisión cristiana impuesta por los amos, creando junto con las religiones de origen africano. Así como desde un principio en Cartagena fueron perseguidos por sus cabildos y ceremonias rituales, de igual manera sucedió con las ceremonias rituales y la interpretación de sus bailes: bundes y fandangos.
En cuanto a la presencia de instrumentos procedentes de España como la guitarra se habla de “Una corriente migratoria procedente de Cataluña, España, tuvo asiento en lo que se conocía como Región Chimila, que abarcó los que fueron tupidos bosques entre los ríos Cesar y Magdalena”. (Edgar Caballero Elías, 2007)
Caballero Elías, agrega además la siguiente descripción de las Crónicas del viajero inglés Charles Empson, a su paso en 1836 por lo que denominó “maraña de pasadizos acuáticos”:
“Una gran cabaña se había construido para conveniencia de los pasajeros en tránsito. Ocasionalmente sirve de pulpería o cuarto de almacén general y taberna. Los habitantes de aldeas dispersas se reúnen en este lugar para ofrecer sus productos o para celebrar fiestas ocasionales. La mayoría de esos aldeanos ejecutan la guitarra y son amigos apasionados de la danza”. Muchos ritmos precursores del vallenato y que datan desde hace varios siglos, fueron acompañados con este instrumento mucho tiempo antes de la llegada del acordeón.
Finalmente en mayo de 1829, el austríaco Cyril Demian, patentó en Viena a su nombre y de sus hijos Karl y Guido, un instrumento de cinco botones y fuelle de tres pliegues, al que le dio el nombre de akordion, precisamente porque su función para entonces, era producir solo acordeones. En 1831 ya se fabricaban en Europa y Rusia varios de este instrumento. Se deduce que llegó a nuestro país a finales del siglo XIX.
Giomar Lucía Guerra Bonilla
La conmemoración de las efemérides del grito de Independencia del 20 de julio 1810 tuvo un inicio de largos sucesos, cruentos y determinantes que cambiaron la historia del país.
La conmemoración de las efemérides del grito de Independencia del 20 de julio 1810 tuvo un inicio de largos sucesos, cruentos y determinantes que cambiaron la historia del país, tras el deseo de conseguir a toda costa la libertad para una Colombia que apenas comenzaba a reconocer la importancia en la construcción de lo que somos y de lo que queremos ser como Nación. Experiencia que al inicio fracasó por la división de los criollos.
Deseo dedicar un instante para esbozar algunas ideas alrededor del mestizaje musical, tema tratado a profundidad por reconocidos investigadores de la región como es el caso de Tomás Darío Gutiérrez en su libro “Cultura Vallenata, Origen, Teoría y Pruebas”.
Música
La historia de la música mestiza en Tierra Firme comienza con la llegada de los primeros conquistadores y las conmemoraciones de rigor, la misa de acción de gracias y los cantos responsoriales y los enriquecedores aportes de la raza negra.
En el caso de algunas regiones del Caribe intercambiaron la variedad musical con nativos, chimilas, zenúes, taironas. Al inicio este intercambio fue clandestino, en especial a través de la evangelización, en la escuela y los sitios de trabajo. Por lo cual no fue tan fácil el registro por la historia. En 1502 llegan a Cartagena, el juglar hispánico Diego de Nicuesa y en 1537 el primer músico importante de formación académica Juan Pérez Materano, así como sacerdotes, músicos, aventureros de distintas procedencias europeas y moros.
Es el viajero francés Luis Striffler quien en su permanencia en Valledupar varias décadas después del período de la independencia, al visitar en la Sierra Nevada de Santa Marta la población de Nabusímaque (antes San Sebastián de Rábago), encuentra un coro polifónico, integrado por indígenas, lo cual es posible, porque para la época de su visita a finales del siglo XIX ya la misión de los Capuchinos se encontraba allí.
Este legado nos conduce a las raíces de nuestra tradición, tratado a profundidad por el abogado e investigador Tomás Darío Gutiérrez, en su libro afirma “nuestros indígenas eran protuberantemente músicos; poseían aérofonos de todos los tipos, idiófonos de choque, fricción y sacudimiento, tambores de una y dos membranas; cordófonos como el arco musical, conocido por tupes y guajiros…”
El tambor, que solo aparece como referencia folclórica en algunas ocasiones, debió, sin duda, jugar un papel parecido al que hoy desempeña en los rituales y fiestas. No fue un instrumento, fue la comunicación, acompañó a la posesión de los fieles. Representó el máximo elemento de resistencia.
¿Qué expresión cultural tiene mayor capacidad que la música para definir un momento histórico, para estimular y para acompañar las transformaciones sociales?
En un esfuerzo por hallar las representaciones musicales de algunos de los hitos de la independencia, habría que comenzar por el sonido de los tambores de los esclavos establecidos en los palenques durante la colonia en la provincia de Cartagena y por sus danzas y rituales, que representaron el intento de recuperar sus raíces culturales y de crear una defensa espiritual por parte de quienes dieron el primer grito de independencia en el país.
Los afroamericanos transformaron la cosmovisión cristiana impuesta por los amos, creando junto con las religiones de origen africano. Así como desde un principio en Cartagena fueron perseguidos por sus cabildos y ceremonias rituales, de igual manera sucedió con las ceremonias rituales y la interpretación de sus bailes: bundes y fandangos.
En cuanto a la presencia de instrumentos procedentes de España como la guitarra se habla de “Una corriente migratoria procedente de Cataluña, España, tuvo asiento en lo que se conocía como Región Chimila, que abarcó los que fueron tupidos bosques entre los ríos Cesar y Magdalena”. (Edgar Caballero Elías, 2007)
Caballero Elías, agrega además la siguiente descripción de las Crónicas del viajero inglés Charles Empson, a su paso en 1836 por lo que denominó “maraña de pasadizos acuáticos”:
“Una gran cabaña se había construido para conveniencia de los pasajeros en tránsito. Ocasionalmente sirve de pulpería o cuarto de almacén general y taberna. Los habitantes de aldeas dispersas se reúnen en este lugar para ofrecer sus productos o para celebrar fiestas ocasionales. La mayoría de esos aldeanos ejecutan la guitarra y son amigos apasionados de la danza”. Muchos ritmos precursores del vallenato y que datan desde hace varios siglos, fueron acompañados con este instrumento mucho tiempo antes de la llegada del acordeón.
Finalmente en mayo de 1829, el austríaco Cyril Demian, patentó en Viena a su nombre y de sus hijos Karl y Guido, un instrumento de cinco botones y fuelle de tres pliegues, al que le dio el nombre de akordion, precisamente porque su función para entonces, era producir solo acordeones. En 1831 ya se fabricaban en Europa y Rusia varios de este instrumento. Se deduce que llegó a nuestro país a finales del siglo XIX.
Giomar Lucía Guerra Bonilla