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Columnista - 22 febrero, 2011

¿Quién dijo que no teníamos tradición literaria? (Parte II)

BITÁCORA Por: Oscar Ariza Daza Los estudios sobre literatura regional se han convertido en una necesidad de explorar y definir la dinámica de la producción desde contextos más específicos, que conduzcan al establecimiento de un campo investigativo amplio a partir de particularidades. Sin embargo, estas limitantes que obedecen a ordenamientos territoriales son superadas por la […]

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BITÁCORA

Por: Oscar Ariza Daza

Los estudios sobre literatura regional se han convertido en una necesidad de explorar y definir la dinámica de la producción desde contextos más específicos, que conduzcan al establecimiento de un campo investigativo amplio a partir de particularidades. Sin embargo, estas limitantes que obedecen a ordenamientos territoriales son superadas por la misma cultura que va más allá de las fronteras políticas para crear su propio concepto de región.

Las literaturas regionales han ido adquiriendo la importancia necesaria para la estructuración de una identidad literaria nacional, a partir del diálogo entre proyectos estéticos que desde cada zona empiezan a configurar una propuesta que permite  determinar cómo las distintas tomas de posición ayudan a estructurar los campos literarios en las regiones. De esta manera, cualquier intento de estructurar una historiografía de la literatura del País Vallenato tiene que involucrar un estudio concreto, específico e integrado, que permita  ir más allá de arrojar datos estadísticos de creaciones literarias, autores y fechas, para mostrar cómo las obras nacen dentro de un contexto social, cómo proponen una estética y por lo tanto una ideología; para esto, es necesario recurrir a la crítica, la teoría y la historia literaria, de tal manera que se pueda explicar cada obra desde el contexto, su estructura interna y su evolución a partir de otras ya existentes, de tal forma que nos permita  registrar cómo estas producciones ingresan al campo, establecen una propuesta y modifican las reglas del juego. De esa manera podremos demostrarle a aquellos que manipulan el canon desde el centralismo, que hay elementos válidos para defender nuestra propuesta regional.

Desde este tipo de identificación de personajes y obras que sirven como punto de partida para proponer la existencia de una tradición literaria, desde el objeto literario y desde lo popular, es de donde debemos partir para hacer un análisis que determine las relaciones que guardan entre sí la cultura popular, literatura oral y lo escrito, que en esta subregión se incorporan mediante la rearticulación de las estructuras culturales propias que se reflejan en las novelas de los autores ubicados en la zona del País Vallenato, que toman como tópico la violencia, que tanto ha afectado a la región que históricamente ha estado en medio de un conflicto armado entre Guerrilla, paramilitarismo y Estado hasta el punto de  crear una conciencia colectiva alrededor de la guerra e interpretada desde un máximo grado de coherencia por los escritores desde tomas deposición diferentes que hacen una evaluación del mundo a partir delas estructuras que han generado violencia, muerte y desplazamientos en la región.

Novelas como Los muertos no se cuentan así, Cuando cante el cuervo azul, y Rosas contra tu cara de Mary Daza Orozco; La rebeldía de los mansos y la Piel del diablo, de Jahel Peralta; Camalá, de Otto Eduardo Sierra Morón; Una historia, un destino, de Iván Gutiérrez Visbal, y líbranos del bien de Alonso Sánchez Baute, reafirman que esta tendencia a criticar la modernidad que impone el uso de la violencia para la solución del conflicto político colombiano, se hace más coherente en la medida en que se rechazan las estructuras que coaccionan la sociedad y se propone una salida distinta a la violencia para superar la crisis. Más allá de la violencia como tema, hay una percepción clara y real de lo significativo que ha sido este flagelo para la construcción de nuestra identidad.

Definir entonces la dinámica de la literatura del País Vallenato y el papel que juega las diferentes propuestas novelísticas, involucra un estudio que abarque las relaciones de cada texto con la tradición cultura escrita culta y popular sin que se caiga en determinismos ni fundamentalismos que quieran desconocer que en esta región hay un desarrollo literario que, aunque incipiente en comparación con otras zonas del país, los pocos aportes que se han hecho a las letras nacionales son lo suficientemente importante para ayudar a diseñar la nueva hoja de ruta que permita la reconstrucción de una nueva historia dela literatura colombiana que tenga en cuenta las potencialidades de las regiones y no un canon impuesto por intereses políticos que desde antaño fracasó por excluyente, lo que ha terminado por darle fuerza a la sospechas que Gabriel García Márquez tuvo hace algunas décadas cuando se atrevió a decir que la literatura colombiana era un fraude a la nación.

[email protected]

Columnista
22 febrero, 2011

¿Quién dijo que no teníamos tradición literaria? (Parte II)

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

BITÁCORA Por: Oscar Ariza Daza Los estudios sobre literatura regional se han convertido en una necesidad de explorar y definir la dinámica de la producción desde contextos más específicos, que conduzcan al establecimiento de un campo investigativo amplio a partir de particularidades. Sin embargo, estas limitantes que obedecen a ordenamientos territoriales son superadas por la […]


BITÁCORA

Por: Oscar Ariza Daza

Los estudios sobre literatura regional se han convertido en una necesidad de explorar y definir la dinámica de la producción desde contextos más específicos, que conduzcan al establecimiento de un campo investigativo amplio a partir de particularidades. Sin embargo, estas limitantes que obedecen a ordenamientos territoriales son superadas por la misma cultura que va más allá de las fronteras políticas para crear su propio concepto de región.

Las literaturas regionales han ido adquiriendo la importancia necesaria para la estructuración de una identidad literaria nacional, a partir del diálogo entre proyectos estéticos que desde cada zona empiezan a configurar una propuesta que permite  determinar cómo las distintas tomas de posición ayudan a estructurar los campos literarios en las regiones. De esta manera, cualquier intento de estructurar una historiografía de la literatura del País Vallenato tiene que involucrar un estudio concreto, específico e integrado, que permita  ir más allá de arrojar datos estadísticos de creaciones literarias, autores y fechas, para mostrar cómo las obras nacen dentro de un contexto social, cómo proponen una estética y por lo tanto una ideología; para esto, es necesario recurrir a la crítica, la teoría y la historia literaria, de tal manera que se pueda explicar cada obra desde el contexto, su estructura interna y su evolución a partir de otras ya existentes, de tal forma que nos permita  registrar cómo estas producciones ingresan al campo, establecen una propuesta y modifican las reglas del juego. De esa manera podremos demostrarle a aquellos que manipulan el canon desde el centralismo, que hay elementos válidos para defender nuestra propuesta regional.

Desde este tipo de identificación de personajes y obras que sirven como punto de partida para proponer la existencia de una tradición literaria, desde el objeto literario y desde lo popular, es de donde debemos partir para hacer un análisis que determine las relaciones que guardan entre sí la cultura popular, literatura oral y lo escrito, que en esta subregión se incorporan mediante la rearticulación de las estructuras culturales propias que se reflejan en las novelas de los autores ubicados en la zona del País Vallenato, que toman como tópico la violencia, que tanto ha afectado a la región que históricamente ha estado en medio de un conflicto armado entre Guerrilla, paramilitarismo y Estado hasta el punto de  crear una conciencia colectiva alrededor de la guerra e interpretada desde un máximo grado de coherencia por los escritores desde tomas deposición diferentes que hacen una evaluación del mundo a partir delas estructuras que han generado violencia, muerte y desplazamientos en la región.

Novelas como Los muertos no se cuentan así, Cuando cante el cuervo azul, y Rosas contra tu cara de Mary Daza Orozco; La rebeldía de los mansos y la Piel del diablo, de Jahel Peralta; Camalá, de Otto Eduardo Sierra Morón; Una historia, un destino, de Iván Gutiérrez Visbal, y líbranos del bien de Alonso Sánchez Baute, reafirman que esta tendencia a criticar la modernidad que impone el uso de la violencia para la solución del conflicto político colombiano, se hace más coherente en la medida en que se rechazan las estructuras que coaccionan la sociedad y se propone una salida distinta a la violencia para superar la crisis. Más allá de la violencia como tema, hay una percepción clara y real de lo significativo que ha sido este flagelo para la construcción de nuestra identidad.

Definir entonces la dinámica de la literatura del País Vallenato y el papel que juega las diferentes propuestas novelísticas, involucra un estudio que abarque las relaciones de cada texto con la tradición cultura escrita culta y popular sin que se caiga en determinismos ni fundamentalismos que quieran desconocer que en esta región hay un desarrollo literario que, aunque incipiente en comparación con otras zonas del país, los pocos aportes que se han hecho a las letras nacionales son lo suficientemente importante para ayudar a diseñar la nueva hoja de ruta que permita la reconstrucción de una nueva historia dela literatura colombiana que tenga en cuenta las potencialidades de las regiones y no un canon impuesto por intereses políticos que desde antaño fracasó por excluyente, lo que ha terminado por darle fuerza a la sospechas que Gabriel García Márquez tuvo hace algunas décadas cuando se atrevió a decir que la literatura colombiana era un fraude a la nación.

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