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Columnista - 23 marzo, 2014

Yo nunca supe su nombre II

Los días pasaban y de repente ella no volvió a pasar por mi calle, yo salía todas las mañanas y los ojos se me entristecían mirando la callecita, pero ella no aparecía, con los días comencé a salir más temprano y rondaba por el sector pero no la encontraba, pasaba el tiempo y yo entré […]

Los días pasaban y de repente ella no volvió a pasar por mi calle, yo salía todas las mañanas y los ojos se me entristecían mirando la callecita, pero ella no aparecía, con los días comencé a salir más temprano y rondaba por el sector pero no la encontraba, pasaba el tiempo y yo entré en una desolación indecible. No sabía dónde vivía, no conocía su nombre, ni siquiera le conocía la voz pero yo estaba destruido.

A mediados de diciembre conocí una amiga de ella que me contó todo: sus gustos y aficiones, tristezas y alegrías, me dijo que ella había llegado donde unos familiares para estudiar aquí pero que se sentía sola y triste y que por eso decidió regresar a su ciudad, pero lo que me contó después conmovió mi corazón hasta el día de hoy.

Me dijo que todos los días daba la vuelta a media manzana para poder tomar la calle donde vivía un chico que le encantaba pero él ni siquiera la miraba porque permanecía concentrado en unas plantas que regaba todos los días.

Yo me sentí morir, quise ir a buscarla y contarle de mí, pero cuando supe la ciudad donde vivía comprendí que estaba absolutamente fuera de mi alcance, de repente la tarde se tornó gris, las cosas perdieron su color y sentí ese vacío infinito que siente un niño cuando una mariposa se le escapa de las manos, yo hubiera entregado mi alegría, mis ilusiones y todo cuanto tenía solo por verla otra vez, solo por verla un instante, pero ella se había ido muy lejos de mi

–Vive en Aguachica, me dijo.

Hoy el nombre de esta ciudad me parece romántico y con su sola mención evoco su recuerdo.

Hace poco estuve en el barrio con un amigo y buscamos la callecita. Ha cambiado mucho, él me contó después que yo me quedaba con la mirada fija mirando al fondo como si esperara a alguien, lo extraño es que él no conocía esta historia y a la chica del Sicarare aún la recuerdo, aunque yo nunca supe su nombre…

REFLEXIÓN

¿Qué clase de misterio es ése que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella; con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar y que, al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?. Gabriel García Márquez.

Columnista
23 marzo, 2014

Yo nunca supe su nombre II

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

Los días pasaban y de repente ella no volvió a pasar por mi calle, yo salía todas las mañanas y los ojos se me entristecían mirando la callecita, pero ella no aparecía, con los días comencé a salir más temprano y rondaba por el sector pero no la encontraba, pasaba el tiempo y yo entré […]


Los días pasaban y de repente ella no volvió a pasar por mi calle, yo salía todas las mañanas y los ojos se me entristecían mirando la callecita, pero ella no aparecía, con los días comencé a salir más temprano y rondaba por el sector pero no la encontraba, pasaba el tiempo y yo entré en una desolación indecible. No sabía dónde vivía, no conocía su nombre, ni siquiera le conocía la voz pero yo estaba destruido.

A mediados de diciembre conocí una amiga de ella que me contó todo: sus gustos y aficiones, tristezas y alegrías, me dijo que ella había llegado donde unos familiares para estudiar aquí pero que se sentía sola y triste y que por eso decidió regresar a su ciudad, pero lo que me contó después conmovió mi corazón hasta el día de hoy.

Me dijo que todos los días daba la vuelta a media manzana para poder tomar la calle donde vivía un chico que le encantaba pero él ni siquiera la miraba porque permanecía concentrado en unas plantas que regaba todos los días.

Yo me sentí morir, quise ir a buscarla y contarle de mí, pero cuando supe la ciudad donde vivía comprendí que estaba absolutamente fuera de mi alcance, de repente la tarde se tornó gris, las cosas perdieron su color y sentí ese vacío infinito que siente un niño cuando una mariposa se le escapa de las manos, yo hubiera entregado mi alegría, mis ilusiones y todo cuanto tenía solo por verla otra vez, solo por verla un instante, pero ella se había ido muy lejos de mi

–Vive en Aguachica, me dijo.

Hoy el nombre de esta ciudad me parece romántico y con su sola mención evoco su recuerdo.

Hace poco estuve en el barrio con un amigo y buscamos la callecita. Ha cambiado mucho, él me contó después que yo me quedaba con la mirada fija mirando al fondo como si esperara a alguien, lo extraño es que él no conocía esta historia y a la chica del Sicarare aún la recuerdo, aunque yo nunca supe su nombre…

REFLEXIÓN

¿Qué clase de misterio es ése que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella; con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar y que, al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?. Gabriel García Márquez.