Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 16 marzo, 2014

YO NUNCA SUPE SU NOMBRE

En todo momento alguien recuerda el nombre de alguien, entonces tengo derecho a creer que nadie se va del todo ni existe olvido posible. Cómo quise habérselo dicho. Contarle de esas magníficas sensaciones nuevas, de la escasez de aire y ese desfallecer al verla, de ese temblor y ese sublime encanto al sentirla cerca, pero […]

En todo momento alguien recuerda el nombre de alguien, entonces tengo derecho a creer que nadie se va del todo ni existe olvido posible.

Cómo quise habérselo dicho. Contarle de esas magníficas sensaciones nuevas, de la escasez de aire y ese desfallecer al verla, de ese temblor y ese sublime encanto al sentirla cerca, pero nuca pude hacerlo. Fue como intentar atrapar el arco iris con mis manos, cuando más cerca estuve, entonces desapareció de mi vista.

Fue en el barrio Sicarare, yo tenía trece años y estudiaba en la jornada de la tarde, no recuerdo cuándo pero por mi calle comenzó a pasar una chica, tal vez un poco mayor que yo, lo hacía a las 6:30 de la mañana, camino al colegio. La recuerdo con su cabello húmedo pero rigurosamente arreglado, una falda azul plisada y medias gruesas como en relieve que dejaban ver el contorno de unas piernas decididamente bien formadas.

Por entonces yo era muy tímido, flaco y largo como la soledad, mi mundo era de trompos y cometas, pero algo sucedió. Comencé a espiarla por la ventana mientras pasaba por la acera del frente, con los días comencé a salir a la puerta, allí me sentaba y miraba al fondo de la callecita estrecha donde ella debía aparecer y efectivamente allí aparecía, espléndida como el rocío del amanecer.

Después me inventé el cuento de sembrar unas rosas, que nunca florecieron, pero era la excusa perfecta para salir todos los días a regar mis plantas, mientras ella ciertamente pasaba y me iluminaba la mañana bajo una conmoción sobrenatural que no me permitía ni siquiera levantar la cabeza para mirarla de cerca, un par de veces intenté decirle algo pero la voz se me escapó.

Mientras el tiempo pasaba yo me sumergía en un mundo mágico de ilusiones y hechizo, me dormía y despertaba pensando en ella, la música cobró sentido para mí y me parecía que las canciones estaban hechas para ella, más aún, me gustaba estar solo para recordarla y entonces me sentía feliz al pensar que a la mañana siguiente la vería de nuevo. Fue así como escribí mis primeras cartas de amor, pero nunca tuve el valor para enviárselas.

Los días pasaban y de repente ella no volvió a pasar por mi calle, yo salía todas las mañanas y los ojos se me entristecían mirando la callecita, pero ella no aparecía, con los días comencé a salir más temprano y rondaba por el sector pero no la encontraba, pasaba el tiempo y yo entré en una desolación indecible. No sabía dónde vivía, no conocía su nombre, ni siquiera le conocía la voz pero yo estaba destruido.

CONTINUARÀ

Columnista
16 marzo, 2014

YO NUNCA SUPE SU NOMBRE

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

En todo momento alguien recuerda el nombre de alguien, entonces tengo derecho a creer que nadie se va del todo ni existe olvido posible. Cómo quise habérselo dicho. Contarle de esas magníficas sensaciones nuevas, de la escasez de aire y ese desfallecer al verla, de ese temblor y ese sublime encanto al sentirla cerca, pero […]


En todo momento alguien recuerda el nombre de alguien, entonces tengo derecho a creer que nadie se va del todo ni existe olvido posible.

Cómo quise habérselo dicho. Contarle de esas magníficas sensaciones nuevas, de la escasez de aire y ese desfallecer al verla, de ese temblor y ese sublime encanto al sentirla cerca, pero nuca pude hacerlo. Fue como intentar atrapar el arco iris con mis manos, cuando más cerca estuve, entonces desapareció de mi vista.

Fue en el barrio Sicarare, yo tenía trece años y estudiaba en la jornada de la tarde, no recuerdo cuándo pero por mi calle comenzó a pasar una chica, tal vez un poco mayor que yo, lo hacía a las 6:30 de la mañana, camino al colegio. La recuerdo con su cabello húmedo pero rigurosamente arreglado, una falda azul plisada y medias gruesas como en relieve que dejaban ver el contorno de unas piernas decididamente bien formadas.

Por entonces yo era muy tímido, flaco y largo como la soledad, mi mundo era de trompos y cometas, pero algo sucedió. Comencé a espiarla por la ventana mientras pasaba por la acera del frente, con los días comencé a salir a la puerta, allí me sentaba y miraba al fondo de la callecita estrecha donde ella debía aparecer y efectivamente allí aparecía, espléndida como el rocío del amanecer.

Después me inventé el cuento de sembrar unas rosas, que nunca florecieron, pero era la excusa perfecta para salir todos los días a regar mis plantas, mientras ella ciertamente pasaba y me iluminaba la mañana bajo una conmoción sobrenatural que no me permitía ni siquiera levantar la cabeza para mirarla de cerca, un par de veces intenté decirle algo pero la voz se me escapó.

Mientras el tiempo pasaba yo me sumergía en un mundo mágico de ilusiones y hechizo, me dormía y despertaba pensando en ella, la música cobró sentido para mí y me parecía que las canciones estaban hechas para ella, más aún, me gustaba estar solo para recordarla y entonces me sentía feliz al pensar que a la mañana siguiente la vería de nuevo. Fue así como escribí mis primeras cartas de amor, pero nunca tuve el valor para enviárselas.

Los días pasaban y de repente ella no volvió a pasar por mi calle, yo salía todas las mañanas y los ojos se me entristecían mirando la callecita, pero ella no aparecía, con los días comencé a salir más temprano y rondaba por el sector pero no la encontraba, pasaba el tiempo y yo entré en una desolación indecible. No sabía dónde vivía, no conocía su nombre, ni siquiera le conocía la voz pero yo estaba destruido.

CONTINUARÀ