PALABRAS DE VIDA ETERNA Por: Marlon Javier Domínguez Un remedo de columnista como yo puede siempre darse el lujo de escoger entre los múltiples temas que son causa de controversia y realizar, con aires de erudito, una columna plagada de palabras extrañas. En este momento de la historia el abanico de posibilidades es bastante amplio: […]
PALABRAS DE VIDA ETERNA
Por: Marlon Javier Domínguez
Un remedo de columnista como yo puede siempre darse el lujo de escoger entre los múltiples temas que son causa de controversia y realizar, con aires de erudito, una columna plagada de palabras extrañas. En este momento de la historia el abanico de posibilidades es bastante amplio: La guerra civil en Siria, las protestas de los Musulmanes indignados por una cinta que ridiculiza a Mahoma, los diálogos de paz, la inocencia de las Farc que dicen no tener secuestrados y no estar traficando drogas, Julian Assange, la inseguridad en Valledupar, los políticos que en campaña saludan y abrazan a todo mundo y luego de ser electos no conocen a nadie, los ceros que pretenden quitarle al peso, la columna de José Obdulio Gaviria en El Tiempo, en fin, cualquier cosa. Pero lo único que de verdad me nace es dedicar estas cortas líneas, sin ninguna palabra rebuscada, a un tema trasnochado que rebasa el campo de nuestra precaria salud pública, de nuestras numerosas leyes enfermas y del sofisma defensor de los derechos sexuales y reproductivos. Hoy hablaré del aborto.
Personalmente estoy en contra de la práctica del aborto en cualquier circunstancia, considero que la vida humana es sagrada, inviolable y digna de ser respetada desde sus inicios hasta su fin natural; sin embargo, en mis ratos de meditación últimamente he encontrado razones por las cuales decir sí al aborto, he aquí algunas de ellas: Yo diría sí al aborto si quisiera encontrarme con mayor frecuencia mujeres con el cuerpo y el corazón desgarrados por haber asesinado a sus hijos, personas que llevan consigo un peso en la conciencia hasta el día de su muerte y que no logran sentirse perdonadas; yo diría sí al aborto si quisiera escuchar de mayor número de mujeres las narraciones de sus dolorosos sueños con un hijo que nunca nació; yo estaría de acuerdo con la práctica del aborto si quisiera ver lamentándose a más mujeres que no pudieron volver a concebir; yo diría sí al aborto y con gusto me uniría al grupo abanderado por la doctora Mónica Roa si considerara honorable, lógica y llena de razón la decisión de convertir el vientre de una mujer en la tumba de su propio hijo. Pero no es así. ¡No y mil veces no!
Alguna vez leyendo a Diógenes de Sinope me encontré de frente con una frase que jamás olvidaré: “mientras más conozco al hombre más amo a mi perro”.
En ocasiones creo que esta sentencia refleja siempre lo que deberíamos sentir los seres humanos al constatar las atrocidades de las que somos capaces; pero de inmediato vienen a mi mente las vidas y las obras de tantos hombres y mujeres que no solo han actuado bien sino que han alcanzado el heroísmo.
En el caso del aborto, que es el que nos ocupa, pienso, por ejemplo, en la joven religiosa Lucy Vertrusc, violada en Bosnia por los soldados serbios durante la guerra en 1994 y, producto de ello, en estado de embarazo. Lucy escribió: “Yo, ya decidí. Seré madre. El niño será mío y de nadie más. Sé que podría confiarlo a otras personas, pero él, aunque yo no lo quería ni lo esperaba, tiene el derecho de mi amor de madre. No se puede arrancar una planta con sus raíces… Me iré con mi hijo. No sé dónde, pero Dios, que rompió de improviso mi mayor alegría, me indicará el camino a recorrer para hacer su voluntad… Alguien tiene que empezar a romper la cadena de odio, que destruye desde siempre nuestros países. Por eso, al hijo que vendrá le enseñaré sólo el amor. Este mi hijo, nacido de la violencia, testimoniará junto a mí, que la única grandeza que honra al ser humano es la del perdón”.
Pienso también en Carla Levati a quien, estando en embarazo, le descubrieron un cáncer muy agresivo y por doquier le sugirieron abortar para salvar la propia vida. Ella se negó y dio la vida por su hijo… Pienso en muchos más que por falta de espacio no puedo mencionar aquí y entonces me convenzo de que no siempre Diógenes tuvo razón.
De cara a la polémica actual es preciso preguntarse: ¿Significa lo mismo despenalizar que legalizar?, ¿La solución al problema de salud pública causado por los abortos clandestinos sería la realización de los mismos de manera pública y legal?, ¿No debería más bien pensarse en educar a las personas en materia sexual, moral y reproductiva?, ¿Debe entenderse por educación sexual y reproductiva repartir preservativos a diestra y siniestra, como se ha hecho en muchos colegios y municipios? ¡Adelante! Despenalicemos el aborto y seamos por fin parte de ese mundo “moderno y civilizado” que promueve una cultura de muerte, ¿Es ese el paso que nos falta para dejar de ser primates o, tal vez, para ser menos que simios?
Por otra parte, el bien y el mal no son determinados por las leyes, ni siquiera por la conciencia humana, que simplemente identifica y distingue lo bueno y lo malo; el bien y el mal, aunque están profundamente ligados a nuestra naturaleza, son realidades que no dependen de nosotros, ni de nuestros consensos y conveniencias. Las cosas no son buenas o malas porque yo así lo decida o porque la ley las mande o las prohíba. El bien y el mal, aunque practicados por el hombre, exceden la naturaleza humana.
PALABRAS DE VIDA ETERNA Por: Marlon Javier Domínguez Un remedo de columnista como yo puede siempre darse el lujo de escoger entre los múltiples temas que son causa de controversia y realizar, con aires de erudito, una columna plagada de palabras extrañas. En este momento de la historia el abanico de posibilidades es bastante amplio: […]
PALABRAS DE VIDA ETERNA
Por: Marlon Javier Domínguez
Un remedo de columnista como yo puede siempre darse el lujo de escoger entre los múltiples temas que son causa de controversia y realizar, con aires de erudito, una columna plagada de palabras extrañas. En este momento de la historia el abanico de posibilidades es bastante amplio: La guerra civil en Siria, las protestas de los Musulmanes indignados por una cinta que ridiculiza a Mahoma, los diálogos de paz, la inocencia de las Farc que dicen no tener secuestrados y no estar traficando drogas, Julian Assange, la inseguridad en Valledupar, los políticos que en campaña saludan y abrazan a todo mundo y luego de ser electos no conocen a nadie, los ceros que pretenden quitarle al peso, la columna de José Obdulio Gaviria en El Tiempo, en fin, cualquier cosa. Pero lo único que de verdad me nace es dedicar estas cortas líneas, sin ninguna palabra rebuscada, a un tema trasnochado que rebasa el campo de nuestra precaria salud pública, de nuestras numerosas leyes enfermas y del sofisma defensor de los derechos sexuales y reproductivos. Hoy hablaré del aborto.
Personalmente estoy en contra de la práctica del aborto en cualquier circunstancia, considero que la vida humana es sagrada, inviolable y digna de ser respetada desde sus inicios hasta su fin natural; sin embargo, en mis ratos de meditación últimamente he encontrado razones por las cuales decir sí al aborto, he aquí algunas de ellas: Yo diría sí al aborto si quisiera encontrarme con mayor frecuencia mujeres con el cuerpo y el corazón desgarrados por haber asesinado a sus hijos, personas que llevan consigo un peso en la conciencia hasta el día de su muerte y que no logran sentirse perdonadas; yo diría sí al aborto si quisiera escuchar de mayor número de mujeres las narraciones de sus dolorosos sueños con un hijo que nunca nació; yo estaría de acuerdo con la práctica del aborto si quisiera ver lamentándose a más mujeres que no pudieron volver a concebir; yo diría sí al aborto y con gusto me uniría al grupo abanderado por la doctora Mónica Roa si considerara honorable, lógica y llena de razón la decisión de convertir el vientre de una mujer en la tumba de su propio hijo. Pero no es así. ¡No y mil veces no!
Alguna vez leyendo a Diógenes de Sinope me encontré de frente con una frase que jamás olvidaré: “mientras más conozco al hombre más amo a mi perro”.
En ocasiones creo que esta sentencia refleja siempre lo que deberíamos sentir los seres humanos al constatar las atrocidades de las que somos capaces; pero de inmediato vienen a mi mente las vidas y las obras de tantos hombres y mujeres que no solo han actuado bien sino que han alcanzado el heroísmo.
En el caso del aborto, que es el que nos ocupa, pienso, por ejemplo, en la joven religiosa Lucy Vertrusc, violada en Bosnia por los soldados serbios durante la guerra en 1994 y, producto de ello, en estado de embarazo. Lucy escribió: “Yo, ya decidí. Seré madre. El niño será mío y de nadie más. Sé que podría confiarlo a otras personas, pero él, aunque yo no lo quería ni lo esperaba, tiene el derecho de mi amor de madre. No se puede arrancar una planta con sus raíces… Me iré con mi hijo. No sé dónde, pero Dios, que rompió de improviso mi mayor alegría, me indicará el camino a recorrer para hacer su voluntad… Alguien tiene que empezar a romper la cadena de odio, que destruye desde siempre nuestros países. Por eso, al hijo que vendrá le enseñaré sólo el amor. Este mi hijo, nacido de la violencia, testimoniará junto a mí, que la única grandeza que honra al ser humano es la del perdón”.
Pienso también en Carla Levati a quien, estando en embarazo, le descubrieron un cáncer muy agresivo y por doquier le sugirieron abortar para salvar la propia vida. Ella se negó y dio la vida por su hijo… Pienso en muchos más que por falta de espacio no puedo mencionar aquí y entonces me convenzo de que no siempre Diógenes tuvo razón.
De cara a la polémica actual es preciso preguntarse: ¿Significa lo mismo despenalizar que legalizar?, ¿La solución al problema de salud pública causado por los abortos clandestinos sería la realización de los mismos de manera pública y legal?, ¿No debería más bien pensarse en educar a las personas en materia sexual, moral y reproductiva?, ¿Debe entenderse por educación sexual y reproductiva repartir preservativos a diestra y siniestra, como se ha hecho en muchos colegios y municipios? ¡Adelante! Despenalicemos el aborto y seamos por fin parte de ese mundo “moderno y civilizado” que promueve una cultura de muerte, ¿Es ese el paso que nos falta para dejar de ser primates o, tal vez, para ser menos que simios?
Por otra parte, el bien y el mal no son determinados por las leyes, ni siquiera por la conciencia humana, que simplemente identifica y distingue lo bueno y lo malo; el bien y el mal, aunque están profundamente ligados a nuestra naturaleza, son realidades que no dependen de nosotros, ni de nuestros consensos y conveniencias. Las cosas no son buenas o malas porque yo así lo decida o porque la ley las mande o las prohíba. El bien y el mal, aunque practicados por el hombre, exceden la naturaleza humana.