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Columnista - 18 marzo, 2013

Yin Daza, el gran lector

De mi padre aprendí a querer los libros, la poesía y a encontrar en las letras una oportunidad para crecer. Luego,leyendoa Borges y su enorme pasión por libros, hasta el punto de afirmar que siempre imaginaba que el paraíso sería algún tipo de biblioteca

Por Oscar Ariza Daza

De mi padre aprendí a querer los libros, la poesía y a encontrar en las letras una oportunidad para crecer. Luego,leyendoa Borges y su enorme pasión por libros, hasta el punto de afirmar que siempre imaginaba que el paraíso sería algún tipo de biblioteca; desperté una especie de fascinación por comprobar que dicho paraíso estaba entonces en mi pueblo, en una casona de la plaza Bolívar, pues los relatos que escuchaba de la biblioteca de Yin Daza, la más completa de San Juan, en la que habían libros de relatos antiguos de otras naciones, me podría llevar a conocer el mundo sin salir de casa.

Esas historias sobre su nutrida colección de libros y su enorme capacidad de absorber la gran literatura universal con la que se alimentaba el maestro Yin Daza, despertaron en mí un afán por conocerlo, por corroborar que su biblioteca era él mismo, por eso quería leerla de su viva voz, tal como muchos decían, que era capaz de recitar versos y páginas enteras de libros memorables y frases célebres de poetas y filósofos.

Desde cuando era un niño, escuché de Yin Daza, bajo la eterna lluvia del maíz tostado,en casa de mi abuelo, quien en una especie de asombro e idolatría me hablaba de la sabiduría del gran lector y de lo orgulloso que se sentía de ser su amigo. Fue mi abuelo quien me sembró el interés por conocerlo, prometiéndome propiciar un encuentro con él.

Años más tarde, en nuestra época de universitarios, cuando viajábamos de Bogotá a Sogamoso a recoger los despojos mortales de nuestro querido Bachi Posada, para llevarlo de regreso a San Juan, volví a tocar el tema de Yin Daza; entonces Raúl Lacouture, su nieto, prometió llevarme con él para que habláramos de literatura, garantizándome el éxito de la reunión,pues compartíamos la pasión por las artes y la letras.

Afortunadamente, ni mi abuelo, ni mi amigo Raúl, pudieron cumplir su promesade ponerme en contacto con él; eso permitió aumentar mi interés por seguirle sus pasos, por leer sus textos y por construirlo desde otras voces que terminan dibujando un retrato más fiel que el que se pueda hacer frente a frente.

De lo que sí me lamento, es de no haber podido sentarme un rato a compartir con él un buen poema. De resto, he aprendido a conocerlo desde muchas perspectivas que hoy me dan un panorama completo de su grandeza como hombre de lecturas, de letras,como amante de la paz y de las buenas ideas. El mismo Borges siempre habló de enorgullecerse más por lo que había leído, que por lo que dejaba escrito; eso mismo corroboré en Yin Daza, eso lo hizo grande y respetable.

En mi pueblo del sol y de la luna, hoy suena un silbido triste alegre en la tarde quejumbrosa y un manto rojizo amagarála oscurecida. Se alistarán la butacas, café, agua aromática y lumbre, para prender las historias que habrán de sostener la noche; todo en su sitio de siempre, igual que ayer y mañana, para despedir a uno de los grandes de mi pueblo.

Mientras la tarde coloreada en nubes de ceniza espera el arribo de quienes vienen a despedir a José Manuel Daza Noguera; esos hombres historias que narran al viento, tejiendo la vida desde sus sillas, yendo y viniendo en gargantas de ancestros, para que los jóvenes de hoy y de ayer que escucharon de Yin Daza, puedan corroborar que estaba hecho de grandes historias y hazañas de héroes que apostaron a ser grandes desde la titánica tarea de ser felices alejados de la fama y la apariencia, pero cerca al fascinante mundo de la lectura.

La partida física del maestro Yin Daza nos da la oportunidad de tenerlo con nosotros siempre, a través de sus pensamientos, de su escritura y de sus ideas, porque Yin es nuestra memoria, ese fantástico museo de formas inconstantes que habita más allá de lo tangible y que nos enseñó a leer para vivir; una tarea perdida que ya casi nadie le apuesta.

 

Columnista
18 marzo, 2013

Yin Daza, el gran lector

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

De mi padre aprendí a querer los libros, la poesía y a encontrar en las letras una oportunidad para crecer. Luego,leyendoa Borges y su enorme pasión por libros, hasta el punto de afirmar que siempre imaginaba que el paraíso sería algún tipo de biblioteca


Por Oscar Ariza Daza

De mi padre aprendí a querer los libros, la poesía y a encontrar en las letras una oportunidad para crecer. Luego,leyendoa Borges y su enorme pasión por libros, hasta el punto de afirmar que siempre imaginaba que el paraíso sería algún tipo de biblioteca; desperté una especie de fascinación por comprobar que dicho paraíso estaba entonces en mi pueblo, en una casona de la plaza Bolívar, pues los relatos que escuchaba de la biblioteca de Yin Daza, la más completa de San Juan, en la que habían libros de relatos antiguos de otras naciones, me podría llevar a conocer el mundo sin salir de casa.

Esas historias sobre su nutrida colección de libros y su enorme capacidad de absorber la gran literatura universal con la que se alimentaba el maestro Yin Daza, despertaron en mí un afán por conocerlo, por corroborar que su biblioteca era él mismo, por eso quería leerla de su viva voz, tal como muchos decían, que era capaz de recitar versos y páginas enteras de libros memorables y frases célebres de poetas y filósofos.

Desde cuando era un niño, escuché de Yin Daza, bajo la eterna lluvia del maíz tostado,en casa de mi abuelo, quien en una especie de asombro e idolatría me hablaba de la sabiduría del gran lector y de lo orgulloso que se sentía de ser su amigo. Fue mi abuelo quien me sembró el interés por conocerlo, prometiéndome propiciar un encuentro con él.

Años más tarde, en nuestra época de universitarios, cuando viajábamos de Bogotá a Sogamoso a recoger los despojos mortales de nuestro querido Bachi Posada, para llevarlo de regreso a San Juan, volví a tocar el tema de Yin Daza; entonces Raúl Lacouture, su nieto, prometió llevarme con él para que habláramos de literatura, garantizándome el éxito de la reunión,pues compartíamos la pasión por las artes y la letras.

Afortunadamente, ni mi abuelo, ni mi amigo Raúl, pudieron cumplir su promesade ponerme en contacto con él; eso permitió aumentar mi interés por seguirle sus pasos, por leer sus textos y por construirlo desde otras voces que terminan dibujando un retrato más fiel que el que se pueda hacer frente a frente.

De lo que sí me lamento, es de no haber podido sentarme un rato a compartir con él un buen poema. De resto, he aprendido a conocerlo desde muchas perspectivas que hoy me dan un panorama completo de su grandeza como hombre de lecturas, de letras,como amante de la paz y de las buenas ideas. El mismo Borges siempre habló de enorgullecerse más por lo que había leído, que por lo que dejaba escrito; eso mismo corroboré en Yin Daza, eso lo hizo grande y respetable.

En mi pueblo del sol y de la luna, hoy suena un silbido triste alegre en la tarde quejumbrosa y un manto rojizo amagarála oscurecida. Se alistarán la butacas, café, agua aromática y lumbre, para prender las historias que habrán de sostener la noche; todo en su sitio de siempre, igual que ayer y mañana, para despedir a uno de los grandes de mi pueblo.

Mientras la tarde coloreada en nubes de ceniza espera el arribo de quienes vienen a despedir a José Manuel Daza Noguera; esos hombres historias que narran al viento, tejiendo la vida desde sus sillas, yendo y viniendo en gargantas de ancestros, para que los jóvenes de hoy y de ayer que escucharon de Yin Daza, puedan corroborar que estaba hecho de grandes historias y hazañas de héroes que apostaron a ser grandes desde la titánica tarea de ser felices alejados de la fama y la apariencia, pero cerca al fascinante mundo de la lectura.

La partida física del maestro Yin Daza nos da la oportunidad de tenerlo con nosotros siempre, a través de sus pensamientos, de su escritura y de sus ideas, porque Yin es nuestra memoria, ese fantástico museo de formas inconstantes que habita más allá de lo tangible y que nos enseñó a leer para vivir; una tarea perdida que ya casi nadie le apuesta.