La opinión pública se ha convulsionado recientemente debatiendo la posibilidad legal de que parejas conformadas por personas del mismo sexo puedan acceder a la adopción. En mí pasada columna afirmé mi posición al respecto: no estoy de acuerdo. Pero no puedo conformarme simplemente con manifestar mi escueta opinión, sin darme al análisis de la misma […]
La opinión pública se ha convulsionado recientemente debatiendo la posibilidad legal de que parejas conformadas por personas del mismo sexo puedan acceder a la adopción. En mí pasada columna afirmé mi posición al respecto: no estoy de acuerdo. Pero no puedo conformarme simplemente con manifestar mi escueta opinión, sin darme al análisis de la misma y exponer mis razones. Sin embargo, antes de abordar tan espinosa y controversial cuestión, es oportuno dejar claro que “Todas las personas, sin importar sus creencias religiosas, clase social, instrucción, raza, orientación sexual, etc., merecen respeto y deben ser valoradas conforme a lo que son: personas”.
El ser humano es el único ser de la naturaleza que no debe, bajo ninguna circunstancia, ser considerado como un medio, sino siempre como un fin en sí mismo. Nadie es una simple cosa útil para algo más, somos personas y nuestra dignidad está por encima de todo: de los evidentes errores humanos, de las circunstancias históricas, de las religiones e incluso por encima de nosotros mismos. Nuestra perfección biológica, nuestras capacidades sensitivas y cognoscitivas, nuestro ser corpóreo-espiritual, nuestra capacidad de expresión, la cultura, el pensamiento, la voluntad, la ciencia, la libertad, la conciencia, la trascendencia y muchas cosas más hacen de nosotros la joya de la corona de todo lo existente. Esto no admite excepciones. Lejos de una actitud racional, subvalorar o discriminar a una persona usando pretextos inventados o reales constituye un acto irracional e indigno de nuestra naturaleza.
Las personas que tienen – no importan las causas – orientación sexual diferente son personas y merecen, por tanto, todo el respeto y el reconocimiento no sólo de su dignidad, sino también del bien que han hecho y hacen a la humanidad con sus actos y su inteligencia. Tal bien se incrementa considerablemente cuando se piensa que muchos no se han atrevido ni se atreverán jamás a reconocer públicamente dichas orientaciones. Esta es la base fundamental de mi opinión: respeto y valoro profundamente a todas las personas aunque no comulgue con algunos de sus comportamientos, opiniones u orientaciones.
El tema ha sido tratado con perversión, como es costumbre, por los medios y, quienes se han dejado arrastrar por la corriente, se enfrascan en discusiones fuera de contexto sobre lo natural o antinatural de la homosexualidad, lo constitucional o inconstitucional de la adopción por parte de parejas del mismo sexo, las competencias de la Corte o del Congreso para modificar la Constitución, el bien o el mal que han hecho unos u otros, etc., y se han olvidado de centrar su atención en lo que realmente importa: el bienestar de los niños, cuyo desarrollo armónico e integral y cuyo ejercicio pleno de los derechos deben ser salvaguardados por la familia, la sociedad y el Estado.
Para nadie es un secreto que una de las características de la familia (célula vital de la sociedad) es la creación de un ambiente benéfico tanto para los cónyuges como para los hijos. Los cónyuges deben complementarse física, emocional, sicológica y espiritualmente para poder así cumplir con los dos objetivos principales de la institución familiar: el amor entre los esposos y la procreación de los hijos.
Podemos reinventar si queremos el concepto de familia, pero sea cual sea el que adhiramos, la pregunta siempre deberá ser la misma: ¿Puede esta familia brindar a los niños y niñas (biológicos o adoptados) el equilibrio, la estabilidad y orientación necesaria para que sus derechos sean garantizados? Ya saben mi opinión.
La opinión pública se ha convulsionado recientemente debatiendo la posibilidad legal de que parejas conformadas por personas del mismo sexo puedan acceder a la adopción. En mí pasada columna afirmé mi posición al respecto: no estoy de acuerdo. Pero no puedo conformarme simplemente con manifestar mi escueta opinión, sin darme al análisis de la misma […]
La opinión pública se ha convulsionado recientemente debatiendo la posibilidad legal de que parejas conformadas por personas del mismo sexo puedan acceder a la adopción. En mí pasada columna afirmé mi posición al respecto: no estoy de acuerdo. Pero no puedo conformarme simplemente con manifestar mi escueta opinión, sin darme al análisis de la misma y exponer mis razones. Sin embargo, antes de abordar tan espinosa y controversial cuestión, es oportuno dejar claro que “Todas las personas, sin importar sus creencias religiosas, clase social, instrucción, raza, orientación sexual, etc., merecen respeto y deben ser valoradas conforme a lo que son: personas”.
El ser humano es el único ser de la naturaleza que no debe, bajo ninguna circunstancia, ser considerado como un medio, sino siempre como un fin en sí mismo. Nadie es una simple cosa útil para algo más, somos personas y nuestra dignidad está por encima de todo: de los evidentes errores humanos, de las circunstancias históricas, de las religiones e incluso por encima de nosotros mismos. Nuestra perfección biológica, nuestras capacidades sensitivas y cognoscitivas, nuestro ser corpóreo-espiritual, nuestra capacidad de expresión, la cultura, el pensamiento, la voluntad, la ciencia, la libertad, la conciencia, la trascendencia y muchas cosas más hacen de nosotros la joya de la corona de todo lo existente. Esto no admite excepciones. Lejos de una actitud racional, subvalorar o discriminar a una persona usando pretextos inventados o reales constituye un acto irracional e indigno de nuestra naturaleza.
Las personas que tienen – no importan las causas – orientación sexual diferente son personas y merecen, por tanto, todo el respeto y el reconocimiento no sólo de su dignidad, sino también del bien que han hecho y hacen a la humanidad con sus actos y su inteligencia. Tal bien se incrementa considerablemente cuando se piensa que muchos no se han atrevido ni se atreverán jamás a reconocer públicamente dichas orientaciones. Esta es la base fundamental de mi opinión: respeto y valoro profundamente a todas las personas aunque no comulgue con algunos de sus comportamientos, opiniones u orientaciones.
El tema ha sido tratado con perversión, como es costumbre, por los medios y, quienes se han dejado arrastrar por la corriente, se enfrascan en discusiones fuera de contexto sobre lo natural o antinatural de la homosexualidad, lo constitucional o inconstitucional de la adopción por parte de parejas del mismo sexo, las competencias de la Corte o del Congreso para modificar la Constitución, el bien o el mal que han hecho unos u otros, etc., y se han olvidado de centrar su atención en lo que realmente importa: el bienestar de los niños, cuyo desarrollo armónico e integral y cuyo ejercicio pleno de los derechos deben ser salvaguardados por la familia, la sociedad y el Estado.
Para nadie es un secreto que una de las características de la familia (célula vital de la sociedad) es la creación de un ambiente benéfico tanto para los cónyuges como para los hijos. Los cónyuges deben complementarse física, emocional, sicológica y espiritualmente para poder así cumplir con los dos objetivos principales de la institución familiar: el amor entre los esposos y la procreación de los hijos.
Podemos reinventar si queremos el concepto de familia, pero sea cual sea el que adhiramos, la pregunta siempre deberá ser la misma: ¿Puede esta familia brindar a los niños y niñas (biológicos o adoptados) el equilibrio, la estabilidad y orientación necesaria para que sus derechos sean garantizados? Ya saben mi opinión.