Hay una nueva relación con el mundo que pasa por los dispositivos electrónicos. La interacción con cualquier tipo de suceso está mediada por una pantalla y los dedos. Entre lo que pasa y el registro de lo mismo hay toda una mediación, porque el acontecimiento ya no será narrado sino que responderá a una narrativa, […]
Hay una nueva relación con el mundo que pasa por los dispositivos electrónicos. La interacción con cualquier tipo de suceso está mediada por una pantalla y los dedos. Entre lo que pasa y el registro de lo mismo hay toda una mediación, porque el acontecimiento ya no será narrado sino que responderá a una narrativa, a una factura, a un look. No importa si la fiesta no estuvo tan buena o la comida no fue tan abundante, siempre existe el primer plano, todo es editable, todo puede presentarse de la mejor manera, todo puede tener una buena percepción si ha habido astucia suficiente para enmarcar.
No hay malo ni bueno en esto, es lo que hay. Así hemos avanzado, así vamos cambiando las conversaciones presenciales y el gesto espontáneo de tocar al otro, de reaccionar con una carcajada frente a la suya, de participar en medio de la polifonía, de exponernos sin filtros. Y la opinión que antes se intercambiaba sin mucho cálculo, acaso como resultado del momento, ahora ha encontrado su gran escenario. Hemos llegado a la opinión como espectáculo. Por fin desde la soledad y sin que medie la reacción inmediata que es posible por la presencia del otro en el mismo lugar, cualquiera puede decir lo que piensa, como lo piensa y ser leído, o visto a través de las pantallas. La reacción se producirá también desde la soledad del otro hasta que se encuentren en el escenario virtual donde el juego de luces es infinito.
Ya no se puede escapar a nada, ya nadie puede escapar. Es imposible no asistir a los eventos, no felicitar por un cumpleaños, no enterarse de todo cuanto ocurre. Ya no se trata de ir a cine, a teatro, escribir, trabajar y producir, atender a los niños, ser amante, ser amigo. Ahora es todo, parece que estuviéramos en capacidad de hacerlo todo y estar en todas partes, de pronunciarnos frente a cada hecho, a cada twitter, a cada post, a cada artículo de prensa, a cada informe, a cualquier estadística y a eso sumamos los miles de videos y testimoniales de todas las injusticias del mundo, o de cualquier hecho. No hay chance de ver la misma rosa a través de la misma ventana, ni de ver correr el agua o paralizar la mirada, la pantalla es un sin fin. Si renunciamos a ella, corremos el riesgo de no ser por no aparecer.
Somos sujetos disponibles cada segundo de todos los días. Como si no pudiéramos respetar el silencio, la ausencia, el tiempo de tomar un ducha, de comer, de amar. En la calle la gente va con sus celulares al oído o sujeto a las manos y muchas veces al día responde dónde está o qué está haciendo. No hay mucha calidez en el saludo, todo es acción, información y la bendita opinión, que al parecer es el último dios al que le damos cuentas.
María Angélica Pumarejo
Hay una nueva relación con el mundo que pasa por los dispositivos electrónicos. La interacción con cualquier tipo de suceso está mediada por una pantalla y los dedos. Entre lo que pasa y el registro de lo mismo hay toda una mediación, porque el acontecimiento ya no será narrado sino que responderá a una narrativa, […]
Hay una nueva relación con el mundo que pasa por los dispositivos electrónicos. La interacción con cualquier tipo de suceso está mediada por una pantalla y los dedos. Entre lo que pasa y el registro de lo mismo hay toda una mediación, porque el acontecimiento ya no será narrado sino que responderá a una narrativa, a una factura, a un look. No importa si la fiesta no estuvo tan buena o la comida no fue tan abundante, siempre existe el primer plano, todo es editable, todo puede presentarse de la mejor manera, todo puede tener una buena percepción si ha habido astucia suficiente para enmarcar.
No hay malo ni bueno en esto, es lo que hay. Así hemos avanzado, así vamos cambiando las conversaciones presenciales y el gesto espontáneo de tocar al otro, de reaccionar con una carcajada frente a la suya, de participar en medio de la polifonía, de exponernos sin filtros. Y la opinión que antes se intercambiaba sin mucho cálculo, acaso como resultado del momento, ahora ha encontrado su gran escenario. Hemos llegado a la opinión como espectáculo. Por fin desde la soledad y sin que medie la reacción inmediata que es posible por la presencia del otro en el mismo lugar, cualquiera puede decir lo que piensa, como lo piensa y ser leído, o visto a través de las pantallas. La reacción se producirá también desde la soledad del otro hasta que se encuentren en el escenario virtual donde el juego de luces es infinito.
Ya no se puede escapar a nada, ya nadie puede escapar. Es imposible no asistir a los eventos, no felicitar por un cumpleaños, no enterarse de todo cuanto ocurre. Ya no se trata de ir a cine, a teatro, escribir, trabajar y producir, atender a los niños, ser amante, ser amigo. Ahora es todo, parece que estuviéramos en capacidad de hacerlo todo y estar en todas partes, de pronunciarnos frente a cada hecho, a cada twitter, a cada post, a cada artículo de prensa, a cada informe, a cualquier estadística y a eso sumamos los miles de videos y testimoniales de todas las injusticias del mundo, o de cualquier hecho. No hay chance de ver la misma rosa a través de la misma ventana, ni de ver correr el agua o paralizar la mirada, la pantalla es un sin fin. Si renunciamos a ella, corremos el riesgo de no ser por no aparecer.
Somos sujetos disponibles cada segundo de todos los días. Como si no pudiéramos respetar el silencio, la ausencia, el tiempo de tomar un ducha, de comer, de amar. En la calle la gente va con sus celulares al oído o sujeto a las manos y muchas veces al día responde dónde está o qué está haciendo. No hay mucha calidez en el saludo, todo es acción, información y la bendita opinión, que al parecer es el último dios al que le damos cuentas.
María Angélica Pumarejo