A la Corte Constitucional siempre le corresponde dirimir los mejores y más taquilleros conflictos jurídicos de este país. Los efectos de sus sentencias son de tal magnitud que ningún pronunciamiento penal adobado por programas investigativos domingueros tendrá igual eco en la historia. Esta ocasión no es la excepción, pues a las poltronas de los altos […]
A la Corte Constitucional siempre le corresponde dirimir los mejores y más taquilleros conflictos jurídicos de este país. Los efectos de sus sentencias son de tal magnitud que ningún pronunciamiento penal adobado por programas investigativos domingueros tendrá igual eco en la historia. Esta ocasión no es la excepción, pues a las poltronas de los altos magistrados de esa corporación ha llegado el expediente clave que podría decidir la suerte de la adopción para parejas homosexuales en Colombia. Un tema que irónicamente en pleno siglo XXI sigue siendo tabú y que se maneja en las familias, las aulas y las calles con una delicadeza atómica, como si se estuviera manipulando plutonio.
Para el momento en el que se escriben estas letras, tras una inminente decisión que debió expedirse el jueves, y que según el correo de brujas que viaja por los pasillos del Palacio de Justicia tenía la mayoría suficiente para dar vía libre a la adopción, la situación se encuentra en zona de pits mientras uno de los magistrados se toma unos días más para analizar el caso. Valga entonces utilizar este tiempo de reflexión para ver en perspectiva lo que encierra la tutela que se debate álgidamente en este tribunal.
Viendo la resistencia de algunos sectores sobre la pretensión no puedo dejar de preguntarme ¿Y qué nos importa? Porque en plata blanca los heterosexuales no tendríamos ninguna legitimación para obstaculizar una pretensión que no nos incumbe por no recaer sobre nuestra preferencia sexual. Las marchas pro-familia “normal” que suelen verse impulsadas por grupos conservadores están cobijadas por la libertad de expresión y son plenamente válidas, pero son simples manifestaciones de la interferencia en asuntos que no nos corresponden. Sea cual sea el fallo de la Corte la única afectada con la decisión será la comunidad homosexual.
Entonces hay quienes salen a esgrimir que su cruzada es por los niños, porque hay que dar la batalla por su moral, lo que suena paradójico en un país donde los niños son simples herramientas de las intenciones de sus padres. Si Colombia en verdad quisiera a sus niños desarmaría a la población para evitar los clásicos cadáveres infantiles por balas pérdidas de enero, dejaría de prestárselos a los políticos para que los baboseen con sus besos de campaña o sacaría del aire las televisivos de narcotraficantes en horario prime time que tiene, pero no les restringiría la opción de tener padres, así fueran ambos del mismo sexo.
A Robin Williams le preguntaron en su no tan exitosa película “El Hombre del Año”, donde personificaba un comediante-candidato presidencial, qué pensaba del matrimonio gay y su respuesta fue “Ellos también tanto derecho a ser infelices como nosotros” y no sabe la razón que tenía. Eso de que padres homosexuales crían hijos homosexuales es una falacia ridícula que se cae de su propio peso con la hija lesbiana o el hijo gay de cualquier pareja heterosexual de nuestro vecindario.
Ojalá la Corte lo entienda así y este sea el momento de que ellos puedan ser felices con sus hijos como nosotros con los nuestros.
[email protected]
A la Corte Constitucional siempre le corresponde dirimir los mejores y más taquilleros conflictos jurídicos de este país. Los efectos de sus sentencias son de tal magnitud que ningún pronunciamiento penal adobado por programas investigativos domingueros tendrá igual eco en la historia. Esta ocasión no es la excepción, pues a las poltronas de los altos […]
A la Corte Constitucional siempre le corresponde dirimir los mejores y más taquilleros conflictos jurídicos de este país. Los efectos de sus sentencias son de tal magnitud que ningún pronunciamiento penal adobado por programas investigativos domingueros tendrá igual eco en la historia. Esta ocasión no es la excepción, pues a las poltronas de los altos magistrados de esa corporación ha llegado el expediente clave que podría decidir la suerte de la adopción para parejas homosexuales en Colombia. Un tema que irónicamente en pleno siglo XXI sigue siendo tabú y que se maneja en las familias, las aulas y las calles con una delicadeza atómica, como si se estuviera manipulando plutonio.
Para el momento en el que se escriben estas letras, tras una inminente decisión que debió expedirse el jueves, y que según el correo de brujas que viaja por los pasillos del Palacio de Justicia tenía la mayoría suficiente para dar vía libre a la adopción, la situación se encuentra en zona de pits mientras uno de los magistrados se toma unos días más para analizar el caso. Valga entonces utilizar este tiempo de reflexión para ver en perspectiva lo que encierra la tutela que se debate álgidamente en este tribunal.
Viendo la resistencia de algunos sectores sobre la pretensión no puedo dejar de preguntarme ¿Y qué nos importa? Porque en plata blanca los heterosexuales no tendríamos ninguna legitimación para obstaculizar una pretensión que no nos incumbe por no recaer sobre nuestra preferencia sexual. Las marchas pro-familia “normal” que suelen verse impulsadas por grupos conservadores están cobijadas por la libertad de expresión y son plenamente válidas, pero son simples manifestaciones de la interferencia en asuntos que no nos corresponden. Sea cual sea el fallo de la Corte la única afectada con la decisión será la comunidad homosexual.
Entonces hay quienes salen a esgrimir que su cruzada es por los niños, porque hay que dar la batalla por su moral, lo que suena paradójico en un país donde los niños son simples herramientas de las intenciones de sus padres. Si Colombia en verdad quisiera a sus niños desarmaría a la población para evitar los clásicos cadáveres infantiles por balas pérdidas de enero, dejaría de prestárselos a los políticos para que los baboseen con sus besos de campaña o sacaría del aire las televisivos de narcotraficantes en horario prime time que tiene, pero no les restringiría la opción de tener padres, así fueran ambos del mismo sexo.
A Robin Williams le preguntaron en su no tan exitosa película “El Hombre del Año”, donde personificaba un comediante-candidato presidencial, qué pensaba del matrimonio gay y su respuesta fue “Ellos también tanto derecho a ser infelices como nosotros” y no sabe la razón que tenía. Eso de que padres homosexuales crían hijos homosexuales es una falacia ridícula que se cae de su propio peso con la hija lesbiana o el hijo gay de cualquier pareja heterosexual de nuestro vecindario.
Ojalá la Corte lo entienda así y este sea el momento de que ellos puedan ser felices con sus hijos como nosotros con los nuestros.
[email protected]