Los padres de una amiga, que viven en Texas, le advierten a diario que avise cuando los visite. Si ella llegara a cruzar la reja de la propiedad sin timbrar, correría el riesgo de ser muerta. Juntos tienen 17 armas para defensa propia. Pero, ¿qué tipo de defensa es aquella en la que se arriesga […]
Los padres de una amiga, que viven en Texas, le advierten a diario que avise cuando los visite. Si ella llegara a cruzar la reja de la propiedad sin timbrar, correría el riesgo de ser muerta. Juntos tienen 17 armas para defensa propia.
Pero, ¿qué tipo de defensa es aquella en la que se arriesga a quienes más se quiere? En EE. UU. sólo en el 2018 hubo 1.592 muertes involuntarias.
El 1° de enero de este año ya hubo cinco. Esto significa que en 366 días 1.597 personas mataron sin quererlo. Y para seguir sumando cifras, en ese mismo periodo, otras 55.148 mataron queriéndolo.
Sin entrar en los particulares del caso, ni en distinciones morales de qué es muerte y qué asesinato, en EE. UU. alrededor de 56.745 personas le quitaron la vida al otro. Estas acciones son horribles por las víctimas, pero también por los victimarios.
¿Qué le pasa al espíritu de quien, con o sin justicia, arrebata una vida? ¿Qué le sucede al que presencia un pozo de sangre que fue obra suya? ¿Qué les pasó a esos 56.745 estadounidenses y a los otros cientos de miles que dieron muerte y hoy están vivos? Es difícil creer que tales acciones no tengan consecuencias.
Es igualmente difícil pensar que la preparación para el acto no contenga parte del impacto psicológico de la acción. Incluso sin nunca haberla disparado, nadie carga un arma si no es con la intención de usarla. Y nadie tiene una intención sin pedirle a la imaginación que recree la acción para la que uno se prepara. Imaginarse con un arma es imaginarse como alguien que mata y ese discurso no puede ser inocuo.
El decreto firmado por Duque, pese a los límites que dejó, abre puertas que ya con éxito habíamos cerrado. Aunque no cualquiera podrá cargar armas, sí cualquiera con permiso del Ministerio de Defensa. Como muchos lo han expresado, Este camino ya lo recorrimos con las Convivir y los paramilitares y fue horrible.
Pero también sigue siendo horrible la forma de vida que tantas armas produjeron. Esa vida donde no se sabe quién va a matar y quién va a ser muerto, de victimarios y víctimas latentes, que entre un sinfín de desconfianzas y prejuicios sigue destruyéndonos.
Columnista destacada nacional
Los padres de una amiga, que viven en Texas, le advierten a diario que avise cuando los visite. Si ella llegara a cruzar la reja de la propiedad sin timbrar, correría el riesgo de ser muerta. Juntos tienen 17 armas para defensa propia. Pero, ¿qué tipo de defensa es aquella en la que se arriesga […]
Los padres de una amiga, que viven en Texas, le advierten a diario que avise cuando los visite. Si ella llegara a cruzar la reja de la propiedad sin timbrar, correría el riesgo de ser muerta. Juntos tienen 17 armas para defensa propia.
Pero, ¿qué tipo de defensa es aquella en la que se arriesga a quienes más se quiere? En EE. UU. sólo en el 2018 hubo 1.592 muertes involuntarias.
El 1° de enero de este año ya hubo cinco. Esto significa que en 366 días 1.597 personas mataron sin quererlo. Y para seguir sumando cifras, en ese mismo periodo, otras 55.148 mataron queriéndolo.
Sin entrar en los particulares del caso, ni en distinciones morales de qué es muerte y qué asesinato, en EE. UU. alrededor de 56.745 personas le quitaron la vida al otro. Estas acciones son horribles por las víctimas, pero también por los victimarios.
¿Qué le pasa al espíritu de quien, con o sin justicia, arrebata una vida? ¿Qué le sucede al que presencia un pozo de sangre que fue obra suya? ¿Qué les pasó a esos 56.745 estadounidenses y a los otros cientos de miles que dieron muerte y hoy están vivos? Es difícil creer que tales acciones no tengan consecuencias.
Es igualmente difícil pensar que la preparación para el acto no contenga parte del impacto psicológico de la acción. Incluso sin nunca haberla disparado, nadie carga un arma si no es con la intención de usarla. Y nadie tiene una intención sin pedirle a la imaginación que recree la acción para la que uno se prepara. Imaginarse con un arma es imaginarse como alguien que mata y ese discurso no puede ser inocuo.
El decreto firmado por Duque, pese a los límites que dejó, abre puertas que ya con éxito habíamos cerrado. Aunque no cualquiera podrá cargar armas, sí cualquiera con permiso del Ministerio de Defensa. Como muchos lo han expresado, Este camino ya lo recorrimos con las Convivir y los paramilitares y fue horrible.
Pero también sigue siendo horrible la forma de vida que tantas armas produjeron. Esa vida donde no se sabe quién va a matar y quién va a ser muerto, de victimarios y víctimas latentes, que entre un sinfín de desconfianzas y prejuicios sigue destruyéndonos.
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