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Columnista - 16 abril, 2018

Y el horror sigue

Colombia sabe de horrores como la que más. Años de sobresaltos en el campo, en los pueblos y en las ciudades. Colombia sabe del estallido de bombas, sabe de secuestros, de la explosión de un collar bomba, de la toma cruenta de un Palacio de Justicia, de muertes, de centenares de actos tristes que han […]

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Colombia sabe de horrores como la que más. Años de sobresaltos en el campo, en los pueblos y en las ciudades. Colombia sabe del estallido de bombas, sabe de secuestros, de la explosión de un collar bomba, de la toma cruenta de un Palacio de Justicia, de muertes, de centenares de actos tristes que han permeado de sangre su historia. Convivimos, ahora con poco de calma, con eso, con las masacres, con el horror en sus más insólitas modalidades; pero que exportemos el salvajismo a países vecinos no se entiende.

Es triste que se invada el territorio que no es nuestro para sembrarlo de muerte y de dolor. El acto más reciente es el asesinato de los periodistas ecuatorianos; se pensaba que ya no veríamos más seres humanos encadenados, cadenas infamantes que soportaron muchos de los nuestros rubricando lo que cantamos en momentos gloriosos o dolorosos: “Entre cadenas gime…”.

Las cadenas siempre se han visto como el súmmum de la indignidad, verlas, hasta en las películas, nos causan escozor y mirarlas asombrados en tres periodistas ajenos a la guerra nos sobrecogió. Fue una imagen a la que Ecuador no está acostumbrado como Colombia, nos dio vergüenza, nos dio pesar, nos dio rabia, fueron sentimientos encontrados y volvimos a vivir la época en que el Mono Jojoy nos mostró a los secuestrados en un barrizal, amarrados como bestias salvajes.

Creíamos que con el proceso de paz no volveríamos a ver eso, que podíamos respirar tranquilos, pero la mentada “disidencia” de las Farc, están resultando más terrible y sangrientas si se tiene en cuenta que han invadido terrenos ajenos, que han matado hijos ajenos, que han causado tristuras en un pueblo ajeno a estas acciones reprochables.

Tres periodistas Javier Ortega; el fotógrafo Paul Rivas y el conductor Efraín Segarra, los tres en ese momentos eran periodistas, andaban en esa misión, y ya todos conocemos el triste final, y nos llamó la atención la serenidad del presidente ecuatoriano Lenin Moreno, su dolor compartido con su pueblo, “Estamos de luto”, dijo, cuando esperábamos una andanada de acusaciones a Colombia, se hermanó con nuestro pueblo. Eso no quiere decir que nuestro país no tenga responsabilidad.

Lo periodistas rasos, los carga- ladrillos, no las “grandes figuras”, son los más vulnerables, las víctimas en estos actos demenciales de seres que son bestias. La cuota de comunicadores muertos, vejados, muy humillados ya va larga; y seguirá el horror, porque aunque se hable de paz, no la vemos con plenitud, porque paz es no traficar con la vida, ni con drogas; paz es el no crecimiento de la corrupción; paz es salir a la calle tranquilos con un bolso lleno de esperanza. La paz es un don, es un derecho, pero está muy lejos.

Columnista
16 abril, 2018

Y el horror sigue

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Colombia sabe de horrores como la que más. Años de sobresaltos en el campo, en los pueblos y en las ciudades. Colombia sabe del estallido de bombas, sabe de secuestros, de la explosión de un collar bomba, de la toma cruenta de un Palacio de Justicia, de muertes, de centenares de actos tristes que han […]


Colombia sabe de horrores como la que más. Años de sobresaltos en el campo, en los pueblos y en las ciudades. Colombia sabe del estallido de bombas, sabe de secuestros, de la explosión de un collar bomba, de la toma cruenta de un Palacio de Justicia, de muertes, de centenares de actos tristes que han permeado de sangre su historia. Convivimos, ahora con poco de calma, con eso, con las masacres, con el horror en sus más insólitas modalidades; pero que exportemos el salvajismo a países vecinos no se entiende.

Es triste que se invada el territorio que no es nuestro para sembrarlo de muerte y de dolor. El acto más reciente es el asesinato de los periodistas ecuatorianos; se pensaba que ya no veríamos más seres humanos encadenados, cadenas infamantes que soportaron muchos de los nuestros rubricando lo que cantamos en momentos gloriosos o dolorosos: “Entre cadenas gime…”.

Las cadenas siempre se han visto como el súmmum de la indignidad, verlas, hasta en las películas, nos causan escozor y mirarlas asombrados en tres periodistas ajenos a la guerra nos sobrecogió. Fue una imagen a la que Ecuador no está acostumbrado como Colombia, nos dio vergüenza, nos dio pesar, nos dio rabia, fueron sentimientos encontrados y volvimos a vivir la época en que el Mono Jojoy nos mostró a los secuestrados en un barrizal, amarrados como bestias salvajes.

Creíamos que con el proceso de paz no volveríamos a ver eso, que podíamos respirar tranquilos, pero la mentada “disidencia” de las Farc, están resultando más terrible y sangrientas si se tiene en cuenta que han invadido terrenos ajenos, que han matado hijos ajenos, que han causado tristuras en un pueblo ajeno a estas acciones reprochables.

Tres periodistas Javier Ortega; el fotógrafo Paul Rivas y el conductor Efraín Segarra, los tres en ese momentos eran periodistas, andaban en esa misión, y ya todos conocemos el triste final, y nos llamó la atención la serenidad del presidente ecuatoriano Lenin Moreno, su dolor compartido con su pueblo, “Estamos de luto”, dijo, cuando esperábamos una andanada de acusaciones a Colombia, se hermanó con nuestro pueblo. Eso no quiere decir que nuestro país no tenga responsabilidad.

Lo periodistas rasos, los carga- ladrillos, no las “grandes figuras”, son los más vulnerables, las víctimas en estos actos demenciales de seres que son bestias. La cuota de comunicadores muertos, vejados, muy humillados ya va larga; y seguirá el horror, porque aunque se hable de paz, no la vemos con plenitud, porque paz es no traficar con la vida, ni con drogas; paz es el no crecimiento de la corrupción; paz es salir a la calle tranquilos con un bolso lleno de esperanza. La paz es un don, es un derecho, pero está muy lejos.