Después de una columna tan fuerte y desesperanzadora como la de la semana anterior -lamento decirles que esta no será diferente-, surge, como consecuencia lógica, el abordar a los votantes de Petro, aquellos a quienes debemos “agradecerles” por el problemonón en el que nos metieron. ¿Dónde están? ¿Qué piensan? ¿Cómo se sienten?
Después de una columna tan fuerte y desesperanzadora como la de la semana anterior -lamento decirles que esta no será diferente-, surge, como consecuencia lógica, el abordar a los votantes de Petro, aquellos a quienes debemos “agradecerles” por el problemonón en el que nos metieron. ¿Dónde están? ¿Qué piensan? ¿Cómo se sienten?
De esos votantes poco se sabe, algunos de ellos abiertamente reconocen su error y lo lamentan. Otros, seguramente la mayoría, pasan de agache, se camuflan entre la gente, pasan desapercibidos, asumen la actitud de que “el tema no es con ellos.” Pues no señores, el tema sí es con ellos, responsables directos de esta debacle, de tener a Colombia en la peor crisis institucional de su historia, entregada a la corrupción y abandonada a su suerte. Veamos que sí tienen responsabilidad porque lo que estamos viviendo era previsible y así lo afirmamos, muy a tiempo.
De Petro todos sabíamos que es un guerrillero –porque, que yo sepa, el estatus de “guerrillero en uso de buen retiro no existe”-, que fue un total desastre como alcalde de Bogotá, que en su rol de senador nunca presentó un proyecto de ley y, entre otras miles de cosas, que su campaña presidencial estuvo manchada por escándalos como los del “pacto de la Picota”, como los señalados en aquella famosa instrucción del hoy embajador Guanumen de “correr la línea ética”, como el tazón con cocaína que apareció en sus correrías de campaña en una Toyota -estando con el señor Benedetti-, e inclusive, el video en el que se muestra contando fajos de billetes que con sus manos deposita en una bolsa de papel. Todo esto se supo antes de elegirlo y de todas maneras, 11.6 millones de ilusos -porque no se pueden caracterizar de otra manera-, votaron por él y lo eligieron.
Esa elección, para quienes hoy se sienten traicionados por Petro, tiene antecedentes históricos recientes: padecí el haber votado por Juan Manuel Santos en el 2010 -porque obviamente en el 2014 y ya conociéndolo no lo apoyé-, cuando se vendió como uribista, como el sucesor idóneo del presidente Uribe, y lo apoyamos para que luego se quitara su disfraz de oveja dejando ver el real, el de lobo sediento de poder y mermelada. Nos engañó, le regaló la impunidad total a las FARC -que siguen delinquiendo y hoy tienen 10 curules en el legislativo-, que no repararon a las víctimas y que no responderán por 50 años de masacres, narcoterrorismo y secuestros. Volvió a pasar lo mismo. La diferencia radica en que, en ese 2010, Santos venía de ser el ministro de defensa de Uribe, a quien también engañó, pero no estaba precedido por el historial de Petro. Eso sí que quede muy claro.
Así las cosas, los votantes de Petro lo apoyaron a sabiendas de que es un delincuente, de que no sabía hacer nada diferente a vivir de la guerrilla y del estado, que es millonario, que tiene varias propiedades a nombre de testaferros, muy a pesar de que sus zapatos Ferragamo desdibujaban su militancia de izquierda y hoy, ni siquiera ha sabido exigirle a su “compadre” Nicolás Maduro que entregue el poder y de una vez por todas acepte que le llegó el final al Castrochavismo -por decisión legítima del pueblo venezolano-. Para completar, en Estados Unidos el país volvió a apostar por Donald Trump y entonces el tema se le viene complicando, “la cosa se puso fea”. Petro se ha rodeado de hampones que, como él, están dejando las arcas públicas vacías, llevando al estado colombiano al colapso y sembrado desesperanza y angustia entre la gente de bien -y que no lo elegimos-.
Sería interesante oír a esos votantes petristas, verlos, identificarlos. No sólo para poder entender cómo fue que cayeron tan bajo sino, ojalá, para recibir sus excusas y arrepentimiento. Ese es el deber ser, reconocer el error y mostrar que la embarrada no debe repetirse.
Mientras tanto, cuidado y atención a las denuncias de nuestra querida Claudia Margarita Zuleta, relacionadas con la entrega ficticia de tierras a campesinos en Chimichagua. Más corrupción de un gobierno descarado, mentiroso, que ganó en el Cesar y hoy le da la espalda.
Por: Jorge Eduardo Ávila.
Después de una columna tan fuerte y desesperanzadora como la de la semana anterior -lamento decirles que esta no será diferente-, surge, como consecuencia lógica, el abordar a los votantes de Petro, aquellos a quienes debemos “agradecerles” por el problemonón en el que nos metieron. ¿Dónde están? ¿Qué piensan? ¿Cómo se sienten?
Después de una columna tan fuerte y desesperanzadora como la de la semana anterior -lamento decirles que esta no será diferente-, surge, como consecuencia lógica, el abordar a los votantes de Petro, aquellos a quienes debemos “agradecerles” por el problemonón en el que nos metieron. ¿Dónde están? ¿Qué piensan? ¿Cómo se sienten?
De esos votantes poco se sabe, algunos de ellos abiertamente reconocen su error y lo lamentan. Otros, seguramente la mayoría, pasan de agache, se camuflan entre la gente, pasan desapercibidos, asumen la actitud de que “el tema no es con ellos.” Pues no señores, el tema sí es con ellos, responsables directos de esta debacle, de tener a Colombia en la peor crisis institucional de su historia, entregada a la corrupción y abandonada a su suerte. Veamos que sí tienen responsabilidad porque lo que estamos viviendo era previsible y así lo afirmamos, muy a tiempo.
De Petro todos sabíamos que es un guerrillero –porque, que yo sepa, el estatus de “guerrillero en uso de buen retiro no existe”-, que fue un total desastre como alcalde de Bogotá, que en su rol de senador nunca presentó un proyecto de ley y, entre otras miles de cosas, que su campaña presidencial estuvo manchada por escándalos como los del “pacto de la Picota”, como los señalados en aquella famosa instrucción del hoy embajador Guanumen de “correr la línea ética”, como el tazón con cocaína que apareció en sus correrías de campaña en una Toyota -estando con el señor Benedetti-, e inclusive, el video en el que se muestra contando fajos de billetes que con sus manos deposita en una bolsa de papel. Todo esto se supo antes de elegirlo y de todas maneras, 11.6 millones de ilusos -porque no se pueden caracterizar de otra manera-, votaron por él y lo eligieron.
Esa elección, para quienes hoy se sienten traicionados por Petro, tiene antecedentes históricos recientes: padecí el haber votado por Juan Manuel Santos en el 2010 -porque obviamente en el 2014 y ya conociéndolo no lo apoyé-, cuando se vendió como uribista, como el sucesor idóneo del presidente Uribe, y lo apoyamos para que luego se quitara su disfraz de oveja dejando ver el real, el de lobo sediento de poder y mermelada. Nos engañó, le regaló la impunidad total a las FARC -que siguen delinquiendo y hoy tienen 10 curules en el legislativo-, que no repararon a las víctimas y que no responderán por 50 años de masacres, narcoterrorismo y secuestros. Volvió a pasar lo mismo. La diferencia radica en que, en ese 2010, Santos venía de ser el ministro de defensa de Uribe, a quien también engañó, pero no estaba precedido por el historial de Petro. Eso sí que quede muy claro.
Así las cosas, los votantes de Petro lo apoyaron a sabiendas de que es un delincuente, de que no sabía hacer nada diferente a vivir de la guerrilla y del estado, que es millonario, que tiene varias propiedades a nombre de testaferros, muy a pesar de que sus zapatos Ferragamo desdibujaban su militancia de izquierda y hoy, ni siquiera ha sabido exigirle a su “compadre” Nicolás Maduro que entregue el poder y de una vez por todas acepte que le llegó el final al Castrochavismo -por decisión legítima del pueblo venezolano-. Para completar, en Estados Unidos el país volvió a apostar por Donald Trump y entonces el tema se le viene complicando, “la cosa se puso fea”. Petro se ha rodeado de hampones que, como él, están dejando las arcas públicas vacías, llevando al estado colombiano al colapso y sembrado desesperanza y angustia entre la gente de bien -y que no lo elegimos-.
Sería interesante oír a esos votantes petristas, verlos, identificarlos. No sólo para poder entender cómo fue que cayeron tan bajo sino, ojalá, para recibir sus excusas y arrepentimiento. Ese es el deber ser, reconocer el error y mostrar que la embarrada no debe repetirse.
Mientras tanto, cuidado y atención a las denuncias de nuestra querida Claudia Margarita Zuleta, relacionadas con la entrega ficticia de tierras a campesinos en Chimichagua. Más corrupción de un gobierno descarado, mentiroso, que ganó en el Cesar y hoy le da la espalda.
Por: Jorge Eduardo Ávila.