Una verdadera democracia encuentra sus bases en la libertad y los derechos, es decir, para que exista una democracia verdadera es necesario que el interés público, aquello que incumbe a todos, sea protegido por la normatividad y que, al mismo tiempo, los ciudadanos seamos capaces de tomar nuestras decisiones de manera consciente y responsable. Ambos […]
Una verdadera democracia encuentra sus bases en la libertad y los derechos, es decir, para que exista una democracia verdadera es necesario que el interés público, aquello que incumbe a todos, sea protegido por la normatividad y que, al mismo tiempo, los ciudadanos seamos capaces de tomar nuestras decisiones de manera consciente y responsable.
Ambos requisitos son directamente proporcionales.
La libertad es un problema filosófico complejo. A través de toda la historia muchos pensadores han intentado explicar qué es o cómo podemos ser libres. Lo intrincado del asunto es que el término no posee un solo significado si no que está abierto a distintos conceptos, cercanos entre sí, pero distintos. Aristóteles en su libro “La Política” explicó quién es el esclavo pero no emitió un concepto concreto de libertad, solo lo esbozó con su idea de animal político contraponiendo la libertad socio-política concebida como virtud contra la esclavitud en sí.
Santo Tomás de Aquino, en la Edad Media, conjugando las nociones aristotélicas con su visión cristiana propuso que la libertad tiene una contracara que el hombre, de manera obligatoria, debe asumir: la responsabilidad. Ser libre es decidir pero también saber qué se está eligiendo y hacia dónde nos lleva tal decisión.
Después de los estragos de la Segunda Guerra Mundial la humanidad empezó a experimentar un vacío ontológico que desembocó en una crisis existencial profunda. La historia se convirtió en una tragedia orientada al mal por el mismo hombre. Muchos intelectuales empezaron a reflexionar sobre el tema de la libertad: Sartre solo atinó a decir que el hombre está condenado a ser libre; por su parte Froom proclamó nuestro miedo al libre albedrío; y cercano a nuestros días, Slavoj Zizek afirma que nuestra vida es un salto al vacío y califica la libertad como algo aterrador y doloroso porque demanda un “golpe de dados”, sin garantías de ningún tipo. Para este pensador esloveno, “la libertad de elección es algo que de hecho funciona sólo si una compleja red de condiciones legales, educativas, éticas, económicas y de otro tipo conforman una base amplia e invisible que garantice su ejercicio”.
En esta disyuntiva nos encontramos los colombianos ante la gran responsabilidad de elegir, al menos en parte, nuestro futuro. El ambiente no es el mejor pues hoy, más que nunca y como siempre, estamos polarizados. Vemos, solo en parte, cómo se hacen pactos, alianzas, promesas y tratos por debajo de la mesa que convierten al voto en algo impersonal, manipulable y doméstico. Nos tratan como ganado, como borregos que votan por el que otro diga, aunque el otro no tenga el más mínimo criterio ni comparta nuestras preocupaciones del día a día y mucho menos nuestras necesidades más básicas.
Nuestro voto no puede ser domesticado, puesto al servicio de los intereses de unos cuántos. Nuestro voto debe ser rebelde y libre, solo así podremos ser los verdaderos responsables de nuestra historia, aunque asuste.
Una verdadera democracia encuentra sus bases en la libertad y los derechos, es decir, para que exista una democracia verdadera es necesario que el interés público, aquello que incumbe a todos, sea protegido por la normatividad y que, al mismo tiempo, los ciudadanos seamos capaces de tomar nuestras decisiones de manera consciente y responsable. Ambos […]
Una verdadera democracia encuentra sus bases en la libertad y los derechos, es decir, para que exista una democracia verdadera es necesario que el interés público, aquello que incumbe a todos, sea protegido por la normatividad y que, al mismo tiempo, los ciudadanos seamos capaces de tomar nuestras decisiones de manera consciente y responsable.
Ambos requisitos son directamente proporcionales.
La libertad es un problema filosófico complejo. A través de toda la historia muchos pensadores han intentado explicar qué es o cómo podemos ser libres. Lo intrincado del asunto es que el término no posee un solo significado si no que está abierto a distintos conceptos, cercanos entre sí, pero distintos. Aristóteles en su libro “La Política” explicó quién es el esclavo pero no emitió un concepto concreto de libertad, solo lo esbozó con su idea de animal político contraponiendo la libertad socio-política concebida como virtud contra la esclavitud en sí.
Santo Tomás de Aquino, en la Edad Media, conjugando las nociones aristotélicas con su visión cristiana propuso que la libertad tiene una contracara que el hombre, de manera obligatoria, debe asumir: la responsabilidad. Ser libre es decidir pero también saber qué se está eligiendo y hacia dónde nos lleva tal decisión.
Después de los estragos de la Segunda Guerra Mundial la humanidad empezó a experimentar un vacío ontológico que desembocó en una crisis existencial profunda. La historia se convirtió en una tragedia orientada al mal por el mismo hombre. Muchos intelectuales empezaron a reflexionar sobre el tema de la libertad: Sartre solo atinó a decir que el hombre está condenado a ser libre; por su parte Froom proclamó nuestro miedo al libre albedrío; y cercano a nuestros días, Slavoj Zizek afirma que nuestra vida es un salto al vacío y califica la libertad como algo aterrador y doloroso porque demanda un “golpe de dados”, sin garantías de ningún tipo. Para este pensador esloveno, “la libertad de elección es algo que de hecho funciona sólo si una compleja red de condiciones legales, educativas, éticas, económicas y de otro tipo conforman una base amplia e invisible que garantice su ejercicio”.
En esta disyuntiva nos encontramos los colombianos ante la gran responsabilidad de elegir, al menos en parte, nuestro futuro. El ambiente no es el mejor pues hoy, más que nunca y como siempre, estamos polarizados. Vemos, solo en parte, cómo se hacen pactos, alianzas, promesas y tratos por debajo de la mesa que convierten al voto en algo impersonal, manipulable y doméstico. Nos tratan como ganado, como borregos que votan por el que otro diga, aunque el otro no tenga el más mínimo criterio ni comparta nuestras preocupaciones del día a día y mucho menos nuestras necesidades más básicas.
Nuestro voto no puede ser domesticado, puesto al servicio de los intereses de unos cuántos. Nuestro voto debe ser rebelde y libre, solo así podremos ser los verdaderos responsables de nuestra historia, aunque asuste.