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Columnista - 9 febrero, 2021

Visionarios de mi pueblo: ‘La Villanuevera’

Era un bus que lo recuerdo descomunal, hoy los llaman chiva o bus de escalera. Lamento que no exista ni siquiera el chasis, quizás el municipio la hubiese reconstruido para efectos turísticos. ‘La Villanuevera’ salía a las cuatro de la madrugada a recoger a las personas que el día anterior avisaban que viajarían a Valledupar. […]

Era un bus que lo recuerdo descomunal, hoy los llaman chiva o bus de escalera. Lamento que no exista ni siquiera el chasis, quizás el municipio la hubiese reconstruido para efectos turísticos. ‘La Villanuevera’ salía a las cuatro de la madrugada a recoger a las personas que el día anterior avisaban que viajarían a Valledupar. Aquella  madrugada la luna estaba clarita, la vecina hacía el tinto en su fogón de leña, el lucero llamado el molendero rutilaba sobre el cerro; ‘El morro’, el gallo de mi mamá, cantaba seguido, y escuché que allá en el callejón de piedras alguien gritó: “¡Jurro, carajo!”. Sonó un ramalazo que el arriero le dio al jumento y el sonido de unos potes que brincaban, chocando con la angarilla al trote del animal. 

Esperábamos el bus en la puerta de mi casa, llegó y salimos sin pérdida de tiempo; yo era un mocoso y mi mamá me tomó por la cintura y me colocó en una de las bancas de la mitad. A la salida, don Abel hizo una parada en el mercado público, donde Luisa Bolaño tenía su puesto de venta de arepuelas. Mi mamá me regaló un hermoso ejemplar de aquellos manjares antiborracheras. Así los bauticé con el tiempo, también las llegué a llamar ‘Sol de amanecer’. Exquisita tradición de mi pueblo que hoy perdió a su último bastión, la inolvidable Ona. Nos dolió en el alma su partida. 

La ostia gigante hecha con maíz y huevo criollo que mi mamá me dio me quemaba los dedos, tocaba soplar y soplar; pero le caí a mordiscos. Desde entonces Luisa Bolaño fue para mí una heroína.

‘La Villanuevera’ entró a Urumita, luego a La Jagua del Pilar a recoger pasajeros; el sol  salió en tránsito y vino la gran pregunta: “¿Mamá, por qué los árboles van más rápido que ‘La Villanuevera’?”. A las ocho llegamos a Valledupar, y la gente salió disparada a realizar sus diligencias; porque a las doce del día era el regreso y el que no llegaba a tiempo se quedaba. 

Abel Fernández fue un visionario que observó la urgencia de comunicar a Villanueva, Urumita y La Jagua del Pilar con Valledupar, además, me dicen que también llevaba las películas que el viejo Rueda presentaría en su cine. Era correo, le encargaban surtido para los almacenes y tiendas. Es obvio que don Abel tenía un amplio concepto de transporte urbano intermunicipal, cívico humanitario con alto sentido social para el progreso, y eso hace más de cincuenta años, cuando en esa época al joven le daban un machete porque no había para los estudios. 

Columnista
9 febrero, 2021

Visionarios de mi pueblo: ‘La Villanuevera’

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rosendo Romero Ospino

Era un bus que lo recuerdo descomunal, hoy los llaman chiva o bus de escalera. Lamento que no exista ni siquiera el chasis, quizás el municipio la hubiese reconstruido para efectos turísticos. ‘La Villanuevera’ salía a las cuatro de la madrugada a recoger a las personas que el día anterior avisaban que viajarían a Valledupar. […]


Era un bus que lo recuerdo descomunal, hoy los llaman chiva o bus de escalera. Lamento que no exista ni siquiera el chasis, quizás el municipio la hubiese reconstruido para efectos turísticos. ‘La Villanuevera’ salía a las cuatro de la madrugada a recoger a las personas que el día anterior avisaban que viajarían a Valledupar. Aquella  madrugada la luna estaba clarita, la vecina hacía el tinto en su fogón de leña, el lucero llamado el molendero rutilaba sobre el cerro; ‘El morro’, el gallo de mi mamá, cantaba seguido, y escuché que allá en el callejón de piedras alguien gritó: “¡Jurro, carajo!”. Sonó un ramalazo que el arriero le dio al jumento y el sonido de unos potes que brincaban, chocando con la angarilla al trote del animal. 

Esperábamos el bus en la puerta de mi casa, llegó y salimos sin pérdida de tiempo; yo era un mocoso y mi mamá me tomó por la cintura y me colocó en una de las bancas de la mitad. A la salida, don Abel hizo una parada en el mercado público, donde Luisa Bolaño tenía su puesto de venta de arepuelas. Mi mamá me regaló un hermoso ejemplar de aquellos manjares antiborracheras. Así los bauticé con el tiempo, también las llegué a llamar ‘Sol de amanecer’. Exquisita tradición de mi pueblo que hoy perdió a su último bastión, la inolvidable Ona. Nos dolió en el alma su partida. 

La ostia gigante hecha con maíz y huevo criollo que mi mamá me dio me quemaba los dedos, tocaba soplar y soplar; pero le caí a mordiscos. Desde entonces Luisa Bolaño fue para mí una heroína.

‘La Villanuevera’ entró a Urumita, luego a La Jagua del Pilar a recoger pasajeros; el sol  salió en tránsito y vino la gran pregunta: “¿Mamá, por qué los árboles van más rápido que ‘La Villanuevera’?”. A las ocho llegamos a Valledupar, y la gente salió disparada a realizar sus diligencias; porque a las doce del día era el regreso y el que no llegaba a tiempo se quedaba. 

Abel Fernández fue un visionario que observó la urgencia de comunicar a Villanueva, Urumita y La Jagua del Pilar con Valledupar, además, me dicen que también llevaba las películas que el viejo Rueda presentaría en su cine. Era correo, le encargaban surtido para los almacenes y tiendas. Es obvio que don Abel tenía un amplio concepto de transporte urbano intermunicipal, cívico humanitario con alto sentido social para el progreso, y eso hace más de cincuenta años, cuando en esa época al joven le daban un machete porque no había para los estudios.