Antes de que algo se convierta en una realidad, siempre comienza con una visión. Ésta es, aquella expectativa o deseo plasmado en imagen mental sobre lo que queremos o anhelamos en el futuro.
Por Valerio Mejía Araújo
“El lugar seco se convertirá en estanque y el sequedal en manaderos de aguas”. Isaías 35:7
Antes de que algo se convierta en una realidad, siempre comienza con una visión. Ésta es, aquella expectativa o deseo plasmado en imagen mental sobre lo que queremos o anhelamos en el futuro. Es la capacidad de ver más allá de la realidad presente. Es el sueño de alcanzar algo y de verlo creado aunque aún no exista en la realidad presente. Es algo que aunque me quede grande ahora y no posea los recursos ni la capacidad o el entrenamiento, está creciendo en mi interior y algún día nacerá y vendrá a la luz.
Estaríamos sobre seguros si dicha visión fuese inspirada en algo que Dios ha dicho, alguna promesa de parte de Dios; y luego que él lo dice, nosotros lo creemos, lo oramos pidiendo que se haga una realidad, actuamos en consecuencia y entonces… lo veremos. Una visión, más oración, más acción, es igual a una realidad.
En ocasiones somos conscientes de que aunque la visión es real y posible, aún no lo es para nosotros, porque todavía no hemos sido preparados para recibirla. O puede ser que se tarda tanto que nos desesperamos y desesperanzados claudicamos. Toda visión dada por Dios se cumplirá, si tenemos la paciencia suficiente para esperar y desarrollarla. Dios no tiene afán, él tiene a su disposición todo el tiempo como recurso ilimitado. Nosotros, en cambio, somos limitados y siempre estamos afanados, y salimos, a veces antes de tiempo, a hacer las cosas que nos inspira la visión, aunque ella todavía no sea real para nosotros.
Dios tiene que llevarnos al valle de la desesperación y hacernos pasar por fuegos e inundaciones para moldearnos hasta que lleguemos al punto donde pueda confiarnos la autentica realidad. Desde el mismo momento en que recibimos una visión, Dios ha estado trabajando. Es decir, moldeándonos según el objetivo que tiene para nosotros, aunque muchas veces nos rebelemos y decidamos moldearnos conforme a nuestros propios objetivos.
Amados amigos lectores, toda visión procede de Dios, toda dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de la luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación. La visión que Dios nos da, no es algo irreal e inalcanzable, no es una casa en el aire, sino una imagen de lo que él quiere que nosotros hagamos o sirvamos aquí. Así que, cada uno de nosotros tiene su propio sentido de misión y de destino. Nuestras propias metas que alcanzar y anhelos que disfrutar. Dejemos que sea Dios, el gran especialista de cosas imposibles, el autor y consumador de nuestra fe, quien haga girar la rueda, cual alfarero, y nos dé la forma de la vasija que quiere formar en nosotros de acuerdo al uso que quiera darle.
Todos los grandes hombres, tanto de la historia bíblica como antigua y contemporánea abrazaron y obedecieron una visión. Sobra decir, que tan cierto como que Dios es Dios y nosotros somos nosotros, seremos formados exactamente conforme a la visión, aunque durante el proceso debamos sufrir cambios.
Hoy quiero invitarlos de corazón a que nos mantengamos fieles a la visión que Dios nos ha concedido. A que nunca renunciemos, podemos cambiar el método, las estrategias, renovar los recursos, pero siempre, siempre, persigamos la visión de nuestras vidas.
Antes de que algo se convierta en una realidad, siempre comienza con una visión. Ésta es, aquella expectativa o deseo plasmado en imagen mental sobre lo que queremos o anhelamos en el futuro.
Por Valerio Mejía Araújo
“El lugar seco se convertirá en estanque y el sequedal en manaderos de aguas”. Isaías 35:7
Antes de que algo se convierta en una realidad, siempre comienza con una visión. Ésta es, aquella expectativa o deseo plasmado en imagen mental sobre lo que queremos o anhelamos en el futuro. Es la capacidad de ver más allá de la realidad presente. Es el sueño de alcanzar algo y de verlo creado aunque aún no exista en la realidad presente. Es algo que aunque me quede grande ahora y no posea los recursos ni la capacidad o el entrenamiento, está creciendo en mi interior y algún día nacerá y vendrá a la luz.
Estaríamos sobre seguros si dicha visión fuese inspirada en algo que Dios ha dicho, alguna promesa de parte de Dios; y luego que él lo dice, nosotros lo creemos, lo oramos pidiendo que se haga una realidad, actuamos en consecuencia y entonces… lo veremos. Una visión, más oración, más acción, es igual a una realidad.
En ocasiones somos conscientes de que aunque la visión es real y posible, aún no lo es para nosotros, porque todavía no hemos sido preparados para recibirla. O puede ser que se tarda tanto que nos desesperamos y desesperanzados claudicamos. Toda visión dada por Dios se cumplirá, si tenemos la paciencia suficiente para esperar y desarrollarla. Dios no tiene afán, él tiene a su disposición todo el tiempo como recurso ilimitado. Nosotros, en cambio, somos limitados y siempre estamos afanados, y salimos, a veces antes de tiempo, a hacer las cosas que nos inspira la visión, aunque ella todavía no sea real para nosotros.
Dios tiene que llevarnos al valle de la desesperación y hacernos pasar por fuegos e inundaciones para moldearnos hasta que lleguemos al punto donde pueda confiarnos la autentica realidad. Desde el mismo momento en que recibimos una visión, Dios ha estado trabajando. Es decir, moldeándonos según el objetivo que tiene para nosotros, aunque muchas veces nos rebelemos y decidamos moldearnos conforme a nuestros propios objetivos.
Amados amigos lectores, toda visión procede de Dios, toda dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de la luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación. La visión que Dios nos da, no es algo irreal e inalcanzable, no es una casa en el aire, sino una imagen de lo que él quiere que nosotros hagamos o sirvamos aquí. Así que, cada uno de nosotros tiene su propio sentido de misión y de destino. Nuestras propias metas que alcanzar y anhelos que disfrutar. Dejemos que sea Dios, el gran especialista de cosas imposibles, el autor y consumador de nuestra fe, quien haga girar la rueda, cual alfarero, y nos dé la forma de la vasija que quiere formar en nosotros de acuerdo al uso que quiera darle.
Todos los grandes hombres, tanto de la historia bíblica como antigua y contemporánea abrazaron y obedecieron una visión. Sobra decir, que tan cierto como que Dios es Dios y nosotros somos nosotros, seremos formados exactamente conforme a la visión, aunque durante el proceso debamos sufrir cambios.
Hoy quiero invitarlos de corazón a que nos mantengamos fieles a la visión que Dios nos ha concedido. A que nunca renunciemos, podemos cambiar el método, las estrategias, renovar los recursos, pero siempre, siempre, persigamos la visión de nuestras vidas.