Por: Luis Napoleón de Armas P. La situación de violencia de Colombia, según los expertos en la solución de conflictos, es un fenómeno muy complejo de difícil tratamiento; en el ámbito de la sociedad colombiana vive, en forma permanente, un agitado huracán que se origina en el odio, el rencor, el resentimiento, la intolerancia y […]
Por: Luis Napoleón de Armas P.
La situación de violencia de Colombia, según los expertos en la solución de conflictos, es un fenómeno muy complejo de difícil tratamiento; en el ámbito de la sociedad colombiana vive, en forma permanente, un agitado huracán que se origina en el odio, el rencor, el resentimiento, la intolerancia y la falta de diálogo. El conflicto nuestro, que es multivalente, es comparado con el que llevan Palestina, Israel, Afganistán y Cachemira. La tasa de mortalidad de Colombia, en su mayoría por causas de la violencia, es el doble que la mundial; entre 2000 y 2009, este indicador se mantuvo, casi invariable entre 5.73 y 5.54 muertes/1000 habitantes. Pero el mayor responsable de este guarismo aterrador no es el conflicto armado, como muchos creerían, pues este solo aportó 87%, según estudio realizado en 2007. En Bogotá están registrando más de seis mil delitos semanalmente, y según la Fiscalía General de la República, entre 2005 y 2010, las autodefensas cometieron 173.183 crímenes, casi 29 mil muertes por año. En esta tragedia son muchos los actores involucrados: guerrilla, delincuentes comunes, reinsertados, narcotraficantes y paramilitares, que tienen como punta de lanza a las llamadas bandas criminales; el Estado, en cierta medida, los delincuentes de cuello blanco y corruptos de toda laya. Según el ex fiscal Mario Iguarán, la corrupción le hace más daño al país que la guerrilla misma. Este fenómeno, que se retroalimenta en forma perversa, actúa como una llama envolvente dentro de la cual se encuentran los mas desprotegidos por el Estado, cuales son los desplazados y refugiados, y los pobres y míseros estructurales cuyo número crece cada día; 20 millones de pobres y 8 millones de miserables, medidos con los estándares de países con capacidad adquisitiva en sus monedas; por supuesto, estos son muchos más. Ninguna familia puede vivir con nuestro salario mínimo; ni siquiera en el campo, donde se ahorran muchas cosas como la vivienda, el agua, la energía, la leche. En esta confrontación, mientras los violentos se hacen más poderosos, sus víctimas son cada vez más raquíticas; es un círculo perverso que parece no tiene fin. El comburente está regado por todos los lados; el frenesí es total. Por los medios nos enteramos cada día de que la lucha es feroz; taxistas contra usuarios y policías; policías contra inermes ciudadanos y viceversa; el parricidio, el filicidio y el uxoricidio están a la orden del día; las riñas a muerte entre jóvenes en colegios y estadios; la delincuencia juvenil en las calles; el exterminio de ciertos sectores de la población por parte de las bandas criminales y de estas entre sí. Cada día aparecen nuevas expresiones de violencia, nunca antes imaginadas. La violencia sexual contra menores es aterradora. Recuerdo que antes los únicos actos violentos que uno veía eran las riñas de gallo, el boxeo y la fiesta brava. Estos signos de muerte ya hacen parte de nuestra forma de vida y ya casi no recordamos como fue que se dio la primera chispa; quizás en 1948; este año, tal vez, se construyó la primera matriz institucional de cómo hacer el crimen. El Frente Nacional, más que un paréntesis, fue un velo tendido para tapar el mal. Lo cierto es que no hay efecto sin causa; en algo consistió la simiente de todo este infierno. Ahora pretenden apagarlo controlando los efectos. Pero, ¿desaparecerá todo este maremágnum una vez desaparezcan la guerrilla, las Auc y demás grupos subsidiarios y agentes del crimen? Más, bien, ¿será conveniente atacar las causas?. Mientras exista el anofeles, habrá malaria, incluso más allá de la vacuna. Por supuesto, el problema es tan largo que en estos momentos habrá causas de causas y efectos causales, que será necesario hilvanar muy delgado para tejer la red de las soluciones. Si no, seguiremos echando balas hasta que ya no quede nadie con vida.
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Por: Luis Napoleón de Armas P. La situación de violencia de Colombia, según los expertos en la solución de conflictos, es un fenómeno muy complejo de difícil tratamiento; en el ámbito de la sociedad colombiana vive, en forma permanente, un agitado huracán que se origina en el odio, el rencor, el resentimiento, la intolerancia y […]
Por: Luis Napoleón de Armas P.
La situación de violencia de Colombia, según los expertos en la solución de conflictos, es un fenómeno muy complejo de difícil tratamiento; en el ámbito de la sociedad colombiana vive, en forma permanente, un agitado huracán que se origina en el odio, el rencor, el resentimiento, la intolerancia y la falta de diálogo. El conflicto nuestro, que es multivalente, es comparado con el que llevan Palestina, Israel, Afganistán y Cachemira. La tasa de mortalidad de Colombia, en su mayoría por causas de la violencia, es el doble que la mundial; entre 2000 y 2009, este indicador se mantuvo, casi invariable entre 5.73 y 5.54 muertes/1000 habitantes. Pero el mayor responsable de este guarismo aterrador no es el conflicto armado, como muchos creerían, pues este solo aportó 87%, según estudio realizado en 2007. En Bogotá están registrando más de seis mil delitos semanalmente, y según la Fiscalía General de la República, entre 2005 y 2010, las autodefensas cometieron 173.183 crímenes, casi 29 mil muertes por año. En esta tragedia son muchos los actores involucrados: guerrilla, delincuentes comunes, reinsertados, narcotraficantes y paramilitares, que tienen como punta de lanza a las llamadas bandas criminales; el Estado, en cierta medida, los delincuentes de cuello blanco y corruptos de toda laya. Según el ex fiscal Mario Iguarán, la corrupción le hace más daño al país que la guerrilla misma. Este fenómeno, que se retroalimenta en forma perversa, actúa como una llama envolvente dentro de la cual se encuentran los mas desprotegidos por el Estado, cuales son los desplazados y refugiados, y los pobres y míseros estructurales cuyo número crece cada día; 20 millones de pobres y 8 millones de miserables, medidos con los estándares de países con capacidad adquisitiva en sus monedas; por supuesto, estos son muchos más. Ninguna familia puede vivir con nuestro salario mínimo; ni siquiera en el campo, donde se ahorran muchas cosas como la vivienda, el agua, la energía, la leche. En esta confrontación, mientras los violentos se hacen más poderosos, sus víctimas son cada vez más raquíticas; es un círculo perverso que parece no tiene fin. El comburente está regado por todos los lados; el frenesí es total. Por los medios nos enteramos cada día de que la lucha es feroz; taxistas contra usuarios y policías; policías contra inermes ciudadanos y viceversa; el parricidio, el filicidio y el uxoricidio están a la orden del día; las riñas a muerte entre jóvenes en colegios y estadios; la delincuencia juvenil en las calles; el exterminio de ciertos sectores de la población por parte de las bandas criminales y de estas entre sí. Cada día aparecen nuevas expresiones de violencia, nunca antes imaginadas. La violencia sexual contra menores es aterradora. Recuerdo que antes los únicos actos violentos que uno veía eran las riñas de gallo, el boxeo y la fiesta brava. Estos signos de muerte ya hacen parte de nuestra forma de vida y ya casi no recordamos como fue que se dio la primera chispa; quizás en 1948; este año, tal vez, se construyó la primera matriz institucional de cómo hacer el crimen. El Frente Nacional, más que un paréntesis, fue un velo tendido para tapar el mal. Lo cierto es que no hay efecto sin causa; en algo consistió la simiente de todo este infierno. Ahora pretenden apagarlo controlando los efectos. Pero, ¿desaparecerá todo este maremágnum una vez desaparezcan la guerrilla, las Auc y demás grupos subsidiarios y agentes del crimen? Más, bien, ¿será conveniente atacar las causas?. Mientras exista el anofeles, habrá malaria, incluso más allá de la vacuna. Por supuesto, el problema es tan largo que en estos momentos habrá causas de causas y efectos causales, que será necesario hilvanar muy delgado para tejer la red de las soluciones. Si no, seguiremos echando balas hasta que ya no quede nadie con vida.
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