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Columnista - 9 octubre, 2012

Viene pitando, viene pitando…

Por: Rodolfo Quintero Romero Hay dos cosas que impactan a las personas que visitan a Valledupar: Su hermosa y amplia arborización y su ruido omnipresente. A ellas suelo preguntarles: -¿Les parece que hay mucho ruido en la ciudad? Y, me contestan: -Sí, Valledupar es una ciudad ruidosa. -¿Querrán decir bulliciosa?, replico. -No, bulliciosa no. Es […]

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Por: Rodolfo Quintero Romero

Hay dos cosas que impactan a las personas que visitan a Valledupar: Su hermosa y amplia arborización y su ruido omnipresente. A ellas suelo preguntarles: -¿Les parece que hay mucho ruido en la ciudad? Y, me contestan: -Sí, Valledupar es una ciudad ruidosa. -¿Querrán decir bulliciosa?, replico. -No, bulliciosa no. Es ruidosa, que es distinto.

La diferencia parece sutil pero, una cosa es una ciudad inquieta que vive entre el barullo, el alboroto y la algarabía,y otra cosa es una urbe agobiada por el ruido; esa odiosa mezcla de sonidos fuertes, diversos y carentes de armonía. Lo primero genera interés, curiosidad y hasta alegría; lo segundo, estrés, angustia eirritación, por decir lo menos.

El aire, la atmósfera, es un bien público, lo que no quiere decir que no tenga dueño. Por el contrario, es un bien de todos y nadie puede apropiarse de ella como si fuera propiedad privada. Sin embargo, esto es lo que ocurre cuando los generadores de ruido, que son la inmensa minoría, actúan sin considerar las molestias que causan a la ciudadanía. Es sabido que la contaminación sonora afecta negativamente la salud, la productividad y el bienestar de la gente.

Valledupar es ruidosa; produce ruido, es verdad. Cada día padecemos a los conductores que suenan sus bocinas para imponer su hegemonía a las motos; salir de un trancón; incitar a otros a avanzar cuando el semáforo está en amarillo;o, alertar a los peatones que de manera desprevenida cruzan las calles. Todos pitamos por todo. ¡Excusas no faltan!

Tenemos también carros con altoparlantes que, a todo volumen, difunden por las calles las novedades musicales; vendedores que con megáfono en mano anuncian las gangas de su almacén; discotecas y bares que impiden el sueño de sus vecinos; picós que socaban la convivencia pacífica; y, hasta sacerdotes y pastores que atraen piadosas almas a través de himnos y sermones entonados a todo pulmón.

No obstante, en la encuesta de calidad de vida de 2010, publicada por el programa “Valledupar Cómo Vamos”, solo un 46% de los encuestados manifestó que el ruido afectaba su salud y la de su familia, a pesar de que mediciones hechas por Corpocesar,en 2005, indican que en todas las zonas de Valledupar se superan ampliamente los niveles de ruido permitidos por la ley. Es evidente que nos hemos acostumbrado a soportar lo insoportable.

Una ciudad humana, es decir, para la gente no para los carros, no puede ser una ciudad ruidosa. Si queremos construir una Valledupar amable y acogedora debemos todos derrotar el ruido. Los que tienen vehículos y los que no lo tengan. Los propietarios de bares, discotecas y los consumidores. Al fin y al cabo, lo que deseamos es vivir tranquilos. El progreso no tiene porqué asociarse al ruido, ni este confundirse con la alegría.

Liderados por Corpocesar y las autoridades de tránsito, salud y policía, los vallenatos podemos participar en el diseño y ejecución de una política pública contra el ruido. La Policía debe hacer cumplir la normatividad; pero, no se trata solo de imponer comparendos y sanciones económicas, lo importante es fortalecer la cultura ciudadana a través de la educación y el autocontrol, a fin de conseguir que los generadores de ruido desarrollen sus actividades sin afectar a terceros.

Tomar medidas es urgente ya que el parque automotor sigue creciendo. Si en Bogotá, con más población, vehículos y actividad comercial, lo han logrado, nosotros también podemos conseguirlo. A  no ser que aceptemos la consabida excusa fatalista que asegura que:-“aquí la gente se acostumbró a pitar y no hay quien la cambie”.

[email protected]

Columnista
9 octubre, 2012

Viene pitando, viene pitando…

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodolfo Quintero Romero

Por: Rodolfo Quintero Romero Hay dos cosas que impactan a las personas que visitan a Valledupar: Su hermosa y amplia arborización y su ruido omnipresente. A ellas suelo preguntarles: -¿Les parece que hay mucho ruido en la ciudad? Y, me contestan: -Sí, Valledupar es una ciudad ruidosa. -¿Querrán decir bulliciosa?, replico. -No, bulliciosa no. Es […]


Por: Rodolfo Quintero Romero

Hay dos cosas que impactan a las personas que visitan a Valledupar: Su hermosa y amplia arborización y su ruido omnipresente. A ellas suelo preguntarles: -¿Les parece que hay mucho ruido en la ciudad? Y, me contestan: -Sí, Valledupar es una ciudad ruidosa. -¿Querrán decir bulliciosa?, replico. -No, bulliciosa no. Es ruidosa, que es distinto.

La diferencia parece sutil pero, una cosa es una ciudad inquieta que vive entre el barullo, el alboroto y la algarabía,y otra cosa es una urbe agobiada por el ruido; esa odiosa mezcla de sonidos fuertes, diversos y carentes de armonía. Lo primero genera interés, curiosidad y hasta alegría; lo segundo, estrés, angustia eirritación, por decir lo menos.

El aire, la atmósfera, es un bien público, lo que no quiere decir que no tenga dueño. Por el contrario, es un bien de todos y nadie puede apropiarse de ella como si fuera propiedad privada. Sin embargo, esto es lo que ocurre cuando los generadores de ruido, que son la inmensa minoría, actúan sin considerar las molestias que causan a la ciudadanía. Es sabido que la contaminación sonora afecta negativamente la salud, la productividad y el bienestar de la gente.

Valledupar es ruidosa; produce ruido, es verdad. Cada día padecemos a los conductores que suenan sus bocinas para imponer su hegemonía a las motos; salir de un trancón; incitar a otros a avanzar cuando el semáforo está en amarillo;o, alertar a los peatones que de manera desprevenida cruzan las calles. Todos pitamos por todo. ¡Excusas no faltan!

Tenemos también carros con altoparlantes que, a todo volumen, difunden por las calles las novedades musicales; vendedores que con megáfono en mano anuncian las gangas de su almacén; discotecas y bares que impiden el sueño de sus vecinos; picós que socaban la convivencia pacífica; y, hasta sacerdotes y pastores que atraen piadosas almas a través de himnos y sermones entonados a todo pulmón.

No obstante, en la encuesta de calidad de vida de 2010, publicada por el programa “Valledupar Cómo Vamos”, solo un 46% de los encuestados manifestó que el ruido afectaba su salud y la de su familia, a pesar de que mediciones hechas por Corpocesar,en 2005, indican que en todas las zonas de Valledupar se superan ampliamente los niveles de ruido permitidos por la ley. Es evidente que nos hemos acostumbrado a soportar lo insoportable.

Una ciudad humana, es decir, para la gente no para los carros, no puede ser una ciudad ruidosa. Si queremos construir una Valledupar amable y acogedora debemos todos derrotar el ruido. Los que tienen vehículos y los que no lo tengan. Los propietarios de bares, discotecas y los consumidores. Al fin y al cabo, lo que deseamos es vivir tranquilos. El progreso no tiene porqué asociarse al ruido, ni este confundirse con la alegría.

Liderados por Corpocesar y las autoridades de tránsito, salud y policía, los vallenatos podemos participar en el diseño y ejecución de una política pública contra el ruido. La Policía debe hacer cumplir la normatividad; pero, no se trata solo de imponer comparendos y sanciones económicas, lo importante es fortalecer la cultura ciudadana a través de la educación y el autocontrol, a fin de conseguir que los generadores de ruido desarrollen sus actividades sin afectar a terceros.

Tomar medidas es urgente ya que el parque automotor sigue creciendo. Si en Bogotá, con más población, vehículos y actividad comercial, lo han logrado, nosotros también podemos conseguirlo. A  no ser que aceptemos la consabida excusa fatalista que asegura que:-“aquí la gente se acostumbró a pitar y no hay quien la cambie”.

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