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Columnista - 18 abril, 2024

Vida comunitaria

“La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma” (Hechos 4,32) Los primeros cristianos, llamados la gente del Camino, habían encontrado el camino de la vida y se habían entregado por completo a él. Estaban unidos, peleaban unidos y celebraban unidos. Eran aliados íntimos, era una comunidad del corazón. Qué maravilloso sería si […]

“La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma” (Hechos 4,32)

Los primeros cristianos, llamados la gente del Camino, habían encontrado el camino de la vida y se habían entregado por completo a él. Estaban unidos, peleaban unidos y celebraban unidos. Eran aliados íntimos, era una comunidad del corazón. Qué maravilloso sería si nosotros, los creyentes, sin distingo de apellidos religiosos,pudiéramos encontrar lo mismo. Cuán peligroso es, si no lo hacemos y juntos defendemos nuestro derecho a ser diferentes.

Puesto que no sabemos lo que el futuro nos depara, vamos a necesitar todo nuestro corazón y ánimo para lo que viene a continuación. Esto implica que, por encima de todas las otras consideraciones, debo cuidar y guardar mi corazón, porque sin corazón no habrá futuro. La experiencia enseña que, de cara a las dificultades de la vida, no debemos ir solos. Vamos a necesitar de los amigos, nunca tratar de enfrentar las trampas de la vida solos.

Las Escrituras están llenas de este tipo de advertencias, Jesús tuvo a la comunidad de los doce, pero hasta que nosotros no dimensionemos correctamente la importancia de dicha comunidad, la seguiremos interpretando como una asamblea religiosa que solo se ve para la Eucaristía o Escuela Dominical. Los amigos ejercen una influencia protectora; ellos conocen y entiende bien los propósitos de Dios para lograr la realización personal y colectiva. De tal magnitud es la idea de la expresión de fe colectiva que, si tan solo dos de nosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, nos será hecho por el Padre que está en los cielos. 

Es necesario que tengamos un grupo de amigos. Esos que nos conocen y, aun así, no se van. Esta es la forma como trabaja el reino de Dios: Aunque somos parte de un colectivo mayor que nos envuelve, hemos sido creados para vivir en pequeños pelotones de guerra espiritual, tan pequeños como para que nos conozcamos y seamos amigos y aliados. Es allí donde podemos ser escuchados, ministrados y sanados. Donde aprendemos a caminar juntos en Dios. Donde nos cuidamos los unos a los otros. Esa pequeña comunidad es el ingrediente esencial para vivir con entusiasmo la vida cristiana. Jesús es el ejemplo: Atendió las multitudes, sanó a todos, pero vivió en una pequeña comunidad de amigos y discípulos. 

Así las cosas, la iglesia no es un edificio. No es un evento que sucede los domingos. La iglesia es una comunidad, pequeñas entidades que se convierten en puestos fronterizos del reino de los Cielos. Esas pequeñas comunidades también deben se íntimas, expresar camaradería, vínculo, solidaridad, espíritu de equipo, amar lo mismo, mirar hacia el mismo sentido, sudar la misma camiseta, tener metas comunes y luchar hasta alcanzarlas. 

La mayor contrariedad de la posmodernidad es que nos aisló, convirtiéndonos en seres solitarios y egoístas, centrados en nosotros mismos, donde todo gira en torno de nosotros. La mayor parte de las iglesias no son de un corazón y un alma y ahí radica la razón del desamor y la indiferencia. Actuamos como el puerco espín, nos juntamos por causa del frío, pero nos separamos por causa de las púas. La comunidad es el diseño de Dios para ayudarnos a permanecer. 

No siempre será fácil, pero la soledad es aún más difícil. El llamado de Dios es a que se formen pequeñas comunidades del corazón. A que peleemos los unos por los otros y defendamos los derechos de todos, a que produzcamos un impacto con almas intrépidas que anhelan vivir a plenitud. ¡Adelante! Abrazos y bendiciones del Señor.

Columnista
18 abril, 2024

Vida comunitaria

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma” (Hechos 4,32) Los primeros cristianos, llamados la gente del Camino, habían encontrado el camino de la vida y se habían entregado por completo a él. Estaban unidos, peleaban unidos y celebraban unidos. Eran aliados íntimos, era una comunidad del corazón. Qué maravilloso sería si […]


“La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma” (Hechos 4,32)

Los primeros cristianos, llamados la gente del Camino, habían encontrado el camino de la vida y se habían entregado por completo a él. Estaban unidos, peleaban unidos y celebraban unidos. Eran aliados íntimos, era una comunidad del corazón. Qué maravilloso sería si nosotros, los creyentes, sin distingo de apellidos religiosos,pudiéramos encontrar lo mismo. Cuán peligroso es, si no lo hacemos y juntos defendemos nuestro derecho a ser diferentes.

Puesto que no sabemos lo que el futuro nos depara, vamos a necesitar todo nuestro corazón y ánimo para lo que viene a continuación. Esto implica que, por encima de todas las otras consideraciones, debo cuidar y guardar mi corazón, porque sin corazón no habrá futuro. La experiencia enseña que, de cara a las dificultades de la vida, no debemos ir solos. Vamos a necesitar de los amigos, nunca tratar de enfrentar las trampas de la vida solos.

Las Escrituras están llenas de este tipo de advertencias, Jesús tuvo a la comunidad de los doce, pero hasta que nosotros no dimensionemos correctamente la importancia de dicha comunidad, la seguiremos interpretando como una asamblea religiosa que solo se ve para la Eucaristía o Escuela Dominical. Los amigos ejercen una influencia protectora; ellos conocen y entiende bien los propósitos de Dios para lograr la realización personal y colectiva. De tal magnitud es la idea de la expresión de fe colectiva que, si tan solo dos de nosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, nos será hecho por el Padre que está en los cielos. 

Es necesario que tengamos un grupo de amigos. Esos que nos conocen y, aun así, no se van. Esta es la forma como trabaja el reino de Dios: Aunque somos parte de un colectivo mayor que nos envuelve, hemos sido creados para vivir en pequeños pelotones de guerra espiritual, tan pequeños como para que nos conozcamos y seamos amigos y aliados. Es allí donde podemos ser escuchados, ministrados y sanados. Donde aprendemos a caminar juntos en Dios. Donde nos cuidamos los unos a los otros. Esa pequeña comunidad es el ingrediente esencial para vivir con entusiasmo la vida cristiana. Jesús es el ejemplo: Atendió las multitudes, sanó a todos, pero vivió en una pequeña comunidad de amigos y discípulos. 

Así las cosas, la iglesia no es un edificio. No es un evento que sucede los domingos. La iglesia es una comunidad, pequeñas entidades que se convierten en puestos fronterizos del reino de los Cielos. Esas pequeñas comunidades también deben se íntimas, expresar camaradería, vínculo, solidaridad, espíritu de equipo, amar lo mismo, mirar hacia el mismo sentido, sudar la misma camiseta, tener metas comunes y luchar hasta alcanzarlas. 

La mayor contrariedad de la posmodernidad es que nos aisló, convirtiéndonos en seres solitarios y egoístas, centrados en nosotros mismos, donde todo gira en torno de nosotros. La mayor parte de las iglesias no son de un corazón y un alma y ahí radica la razón del desamor y la indiferencia. Actuamos como el puerco espín, nos juntamos por causa del frío, pero nos separamos por causa de las púas. La comunidad es el diseño de Dios para ayudarnos a permanecer. 

No siempre será fácil, pero la soledad es aún más difícil. El llamado de Dios es a que se formen pequeñas comunidades del corazón. A que peleemos los unos por los otros y defendamos los derechos de todos, a que produzcamos un impacto con almas intrépidas que anhelan vivir a plenitud. ¡Adelante! Abrazos y bendiciones del Señor.