Con el advenimiento del tan comentado y anhelado proceso de paz con las Farc e inclusive con las Autodefensas, muchas de las víctimas tenían la esperanza de conocer la verdad, escuchar solicitudes de perdón y la respectiva reparación por parte de sus victimarios, pero con el paso del tiempo esto ha sido simplemente un punto […]
Con el advenimiento del tan comentado y anhelado proceso de paz con las Farc e inclusive con las Autodefensas, muchas de las víctimas tenían la esperanza de conocer la verdad, escuchar solicitudes de perdón y la respectiva reparación por parte de sus victimarios, pero con el paso del tiempo esto ha sido simplemente un punto más de dichos acuerdos y las víctimas transitan de oficina en oficina en busca de las ansiadas respuestas, perdidas en la indiferencia de quienes se comprometieron con el Estado.
La mayoría de las víctimas de manera humilde y sincera se conforman con saber la verdad y escuchar de parte de los victimarios una solicitud de perdón como muestra de su error y arrepentimiento, pero ni siquiera eso. Vemos con pesar cómo les cuesta a estos personajes pedir perdón, contar la verdad aun cuando esta no sirva para devolverles a las víctimas sus seres queridos, aun tratándose seguramente de un perdón fingido y con una alta sobredosis de hipocresía.
Pero muchas de las víctimas se conformarían con ese detalle, aunque en el fondo no les resuelva nada, pero los seres humanos somos espirituales por naturaleza y con muchos de nuestros problemas tenemos la tendencia de dejárselos a Dios en su infinita misericordia y sabiduría. Podríamos pensar entonces que si les es tan grande el orgullo y el ego que llevan a no reconocer lo fácil, lo sencillo como un simple comunicado pidiendo perdón y contando la verdad de unos hechos que ante la JEP no tendrán penas privativas de la libertad sino unas sanciones propias: “Se aplican a quienes reconozcan verdad y responsabilidad, si así lo comprueba la Sección de Reconocimiento del Tribunal para la Paz. La sanción es restaurativa y reparadora del daño causado, y tiene una duración de 5 a 8 años de restricción efectiva de la libertad en establecimientos no carcelarios, o de 2 a 5 años para quienes hayan tenido una participación no determinante en el delito”.
Sí tenemos en cuenta el informe presentado por el consejero para la Estabilización y La Consolidación, Emilio Archila, y publicado en el diario El Tiempo el 18 de mayo del presente año, de los doce mil setenta millones de pesos ofrecidos por la ex guerrilla de las Farc, hasta ese mes solo habían entregado dos mil ciento catorce millones de pesos, lo cual se considera una cifra irrisoria en comparación con el número de víctimas que en teoría tendrían que reparar, y el plazo para entregarlos venció el 31 de julio.
Qué podemos esperar entonces de la tan esperada reparación económica que deberían hacerle a todas aquellas personas que en muchos casos perdieron no solo a sus seres queridos, sino también sus bienes y con ellos sepultaron además los sueños de aquellos hijos que en su momento quisieron ser profesionales, comerciantes, empresarios, deportistas o simplemente personas de bien al servicio de la comunidad.
Muchos de esos hijos que quedaron huérfanos, guiados por la fatalidad de un destino indeseado e inesperado, tuvieron que sucumbir ante la necesidad que los arrastró a la miseria, al abandono e inclusive a la mendicidad que los condujo a los brazos de la ilegalidad, poseídos por el odio y el rencor dejado en sus corazones frágiles.
¿Será que a estas personas les interesaría que les pidieran un simple perdón? ¿Será que se conformarían solamente con saber por qué y cómo mataron a su papá, mamá, hermanos, hijos, esposa o esposo, o por qué destruyeron su patrimonio? Sería un acto facilista para los victimarios y carente de todo razonamiento lógico y analítico decir que a las víctimas no les interesa el dinero en tiempos tan difíciles como los actuales y que solo les deben interesar unas simples palabritas que dicen muchas veces sin sentirlas, sin vivirlas y mucho menos sin las ganas y el deseo de pronunciar.
El perdón y la verdad son necesarias para consolar las penas, las amarguras y la orfandad causadas, para enaltecer el alma y fortalecer el espíritu. Pero la reparación monetaria es fundamental para que las víctimas puedan ofrecerles a sus hijos y a los hijos de sus hijos un futuro lleno de oportunidades; de aquellas oportunidades que la violencia les arrebató a ellos de una manera cruel y despiadada. Para que en medio de la frustración y el dolor dejado por la pérdida de ese ser querido, puedan darle inicio a la construcción de una nueva vida alejada del odio, del rencor y del resentimiento que han venido guardando por mucho tiempo en sus mentes y en sus corazones.
Con el advenimiento del tan comentado y anhelado proceso de paz con las Farc e inclusive con las Autodefensas, muchas de las víctimas tenían la esperanza de conocer la verdad, escuchar solicitudes de perdón y la respectiva reparación por parte de sus victimarios, pero con el paso del tiempo esto ha sido simplemente un punto […]
Con el advenimiento del tan comentado y anhelado proceso de paz con las Farc e inclusive con las Autodefensas, muchas de las víctimas tenían la esperanza de conocer la verdad, escuchar solicitudes de perdón y la respectiva reparación por parte de sus victimarios, pero con el paso del tiempo esto ha sido simplemente un punto más de dichos acuerdos y las víctimas transitan de oficina en oficina en busca de las ansiadas respuestas, perdidas en la indiferencia de quienes se comprometieron con el Estado.
La mayoría de las víctimas de manera humilde y sincera se conforman con saber la verdad y escuchar de parte de los victimarios una solicitud de perdón como muestra de su error y arrepentimiento, pero ni siquiera eso. Vemos con pesar cómo les cuesta a estos personajes pedir perdón, contar la verdad aun cuando esta no sirva para devolverles a las víctimas sus seres queridos, aun tratándose seguramente de un perdón fingido y con una alta sobredosis de hipocresía.
Pero muchas de las víctimas se conformarían con ese detalle, aunque en el fondo no les resuelva nada, pero los seres humanos somos espirituales por naturaleza y con muchos de nuestros problemas tenemos la tendencia de dejárselos a Dios en su infinita misericordia y sabiduría. Podríamos pensar entonces que si les es tan grande el orgullo y el ego que llevan a no reconocer lo fácil, lo sencillo como un simple comunicado pidiendo perdón y contando la verdad de unos hechos que ante la JEP no tendrán penas privativas de la libertad sino unas sanciones propias: “Se aplican a quienes reconozcan verdad y responsabilidad, si así lo comprueba la Sección de Reconocimiento del Tribunal para la Paz. La sanción es restaurativa y reparadora del daño causado, y tiene una duración de 5 a 8 años de restricción efectiva de la libertad en establecimientos no carcelarios, o de 2 a 5 años para quienes hayan tenido una participación no determinante en el delito”.
Sí tenemos en cuenta el informe presentado por el consejero para la Estabilización y La Consolidación, Emilio Archila, y publicado en el diario El Tiempo el 18 de mayo del presente año, de los doce mil setenta millones de pesos ofrecidos por la ex guerrilla de las Farc, hasta ese mes solo habían entregado dos mil ciento catorce millones de pesos, lo cual se considera una cifra irrisoria en comparación con el número de víctimas que en teoría tendrían que reparar, y el plazo para entregarlos venció el 31 de julio.
Qué podemos esperar entonces de la tan esperada reparación económica que deberían hacerle a todas aquellas personas que en muchos casos perdieron no solo a sus seres queridos, sino también sus bienes y con ellos sepultaron además los sueños de aquellos hijos que en su momento quisieron ser profesionales, comerciantes, empresarios, deportistas o simplemente personas de bien al servicio de la comunidad.
Muchos de esos hijos que quedaron huérfanos, guiados por la fatalidad de un destino indeseado e inesperado, tuvieron que sucumbir ante la necesidad que los arrastró a la miseria, al abandono e inclusive a la mendicidad que los condujo a los brazos de la ilegalidad, poseídos por el odio y el rencor dejado en sus corazones frágiles.
¿Será que a estas personas les interesaría que les pidieran un simple perdón? ¿Será que se conformarían solamente con saber por qué y cómo mataron a su papá, mamá, hermanos, hijos, esposa o esposo, o por qué destruyeron su patrimonio? Sería un acto facilista para los victimarios y carente de todo razonamiento lógico y analítico decir que a las víctimas no les interesa el dinero en tiempos tan difíciles como los actuales y que solo les deben interesar unas simples palabritas que dicen muchas veces sin sentirlas, sin vivirlas y mucho menos sin las ganas y el deseo de pronunciar.
El perdón y la verdad son necesarias para consolar las penas, las amarguras y la orfandad causadas, para enaltecer el alma y fortalecer el espíritu. Pero la reparación monetaria es fundamental para que las víctimas puedan ofrecerles a sus hijos y a los hijos de sus hijos un futuro lleno de oportunidades; de aquellas oportunidades que la violencia les arrebató a ellos de una manera cruel y despiadada. Para que en medio de la frustración y el dolor dejado por la pérdida de ese ser querido, puedan darle inicio a la construcción de una nueva vida alejada del odio, del rencor y del resentimiento que han venido guardando por mucho tiempo en sus mentes y en sus corazones.