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Columnista - 20 septiembre, 2017

Verdades falsas

Los domingos son tediosos, largos y lentos, pesados, aburridores. Las vías de escape al sinsentido dominical son los paseos de olla –que en Hurtado son inviables por la inseguridad-, los Centros Comerciales o la televisión aunque todavía quedan, en un porcentaje muy bajo, quienes se deleitan con un buen libro. Algunos de los que optamos […]

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Los domingos son tediosos, largos y lentos, pesados, aburridores. Las vías de escape al sinsentido dominical son los paseos de olla –que en Hurtado son inviables por la inseguridad-, los Centros Comerciales o la televisión aunque todavía quedan, en un porcentaje muy bajo, quienes se deleitan con un buen libro.

Algunos de los que optamos por la televisión padecemos del síndrome del control remoto, que se caracteriza porque pasamos y pasamos todos los canales, y vemos de todo sin nunca ver nada. Es normal ante tanta oferta.

En esas estaba cuando llegué a uno de los canales nacionales donde hablaban de Valledupar. Esta vez el tema no era el festival, el vallenato o alguna bio-novela de esas que están de moda. El programa hacía una denuncia seria, con pruebas, careos y testimonios que parecían sacados de una película de Stephen King: el cartel de las drogas falsificadas y la muerte de 16 neonatos en la Clínica Laura Daniela de esta ciudad.

Entre ires y venires, el periodista investigador entrevistó a la gerente del centro hospitalario y a la Secretaria de Salud Departamental. Las respuestas fueron frías, esquivas, inconclusas e incoherentes. Ante las preguntas incisivas respondían cosas como: “El medicamento no tuvo nada que ver”, aún sin conocer cuál era el contenido del frasco adulterado. “Esos niños de todas maneras iban a morir”, como si el cargo que ostentan temporalmente les revistiera de los atributos de Dios. “La investigación se está adelantando”, que es la misma respuesta, negligente y vacía, que reciben los débiles en un sistema que protege al poderoso.

El programa me tocó. Para la época nació mi hijo, en esa misma clínica, y pensé que pude ser yo. Ese sentimiento me despertó y me sacó de la indiferencia en la que estamos sumidos, donde todo lo que sucede está bien, siempre y cuando no me pase a mí.

Con mi necedad, propia del filósofo, indagué por Internet y me encontré que todos los medios de comunicación de la ciudad informaron, el 27 de enero de este año, que se habían realizado allanamientos en algunas clínicas de Valledupar encontrando medicamentos adulterados o con fechas de vencimiento caducas. Sólo uno dio nombres, sólo uno fue claro y dijo en cuál de las tantas clínicas el allanamiento fue positivo: la Clínica Laura Daniela.

Han pasado ocho silenciosos meses de incertidumbre, impotencia, dolor y soledad en cada una de las casas de los niños que fallecieron. Aún no hay responsables y, por lo que se pudo ver anoche, la impunidad ronda el caso.

Mientras escribo esto me pregunto ¿Cómo pueden dormir tranquilos los responsables? ¿Qué tienen en la mente al falsificar, comprar y aplicar unos medicamentos a seres indefensos y frágiles?

Según el perito entrevistado en el programa, este tipo de medicamentos es de alto costo y las clínicas los suministran, y luego realizan el recobro al Estado. En el mercado negro cuestan cien mil o doscientos mil pesos. Legalmente cuestan diez o doce veces más. El papa Francisco tenía razón: el diablo entra por el bolsillo.

Por Carlos Luis Liñán Pitre

 

Columnista
20 septiembre, 2017

Verdades falsas

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El Pilón

Los domingos son tediosos, largos y lentos, pesados, aburridores. Las vías de escape al sinsentido dominical son los paseos de olla –que en Hurtado son inviables por la inseguridad-, los Centros Comerciales o la televisión aunque todavía quedan, en un porcentaje muy bajo, quienes se deleitan con un buen libro. Algunos de los que optamos […]


Los domingos son tediosos, largos y lentos, pesados, aburridores. Las vías de escape al sinsentido dominical son los paseos de olla –que en Hurtado son inviables por la inseguridad-, los Centros Comerciales o la televisión aunque todavía quedan, en un porcentaje muy bajo, quienes se deleitan con un buen libro.

Algunos de los que optamos por la televisión padecemos del síndrome del control remoto, que se caracteriza porque pasamos y pasamos todos los canales, y vemos de todo sin nunca ver nada. Es normal ante tanta oferta.

En esas estaba cuando llegué a uno de los canales nacionales donde hablaban de Valledupar. Esta vez el tema no era el festival, el vallenato o alguna bio-novela de esas que están de moda. El programa hacía una denuncia seria, con pruebas, careos y testimonios que parecían sacados de una película de Stephen King: el cartel de las drogas falsificadas y la muerte de 16 neonatos en la Clínica Laura Daniela de esta ciudad.

Entre ires y venires, el periodista investigador entrevistó a la gerente del centro hospitalario y a la Secretaria de Salud Departamental. Las respuestas fueron frías, esquivas, inconclusas e incoherentes. Ante las preguntas incisivas respondían cosas como: “El medicamento no tuvo nada que ver”, aún sin conocer cuál era el contenido del frasco adulterado. “Esos niños de todas maneras iban a morir”, como si el cargo que ostentan temporalmente les revistiera de los atributos de Dios. “La investigación se está adelantando”, que es la misma respuesta, negligente y vacía, que reciben los débiles en un sistema que protege al poderoso.

El programa me tocó. Para la época nació mi hijo, en esa misma clínica, y pensé que pude ser yo. Ese sentimiento me despertó y me sacó de la indiferencia en la que estamos sumidos, donde todo lo que sucede está bien, siempre y cuando no me pase a mí.

Con mi necedad, propia del filósofo, indagué por Internet y me encontré que todos los medios de comunicación de la ciudad informaron, el 27 de enero de este año, que se habían realizado allanamientos en algunas clínicas de Valledupar encontrando medicamentos adulterados o con fechas de vencimiento caducas. Sólo uno dio nombres, sólo uno fue claro y dijo en cuál de las tantas clínicas el allanamiento fue positivo: la Clínica Laura Daniela.

Han pasado ocho silenciosos meses de incertidumbre, impotencia, dolor y soledad en cada una de las casas de los niños que fallecieron. Aún no hay responsables y, por lo que se pudo ver anoche, la impunidad ronda el caso.

Mientras escribo esto me pregunto ¿Cómo pueden dormir tranquilos los responsables? ¿Qué tienen en la mente al falsificar, comprar y aplicar unos medicamentos a seres indefensos y frágiles?

Según el perito entrevistado en el programa, este tipo de medicamentos es de alto costo y las clínicas los suministran, y luego realizan el recobro al Estado. En el mercado negro cuestan cien mil o doscientos mil pesos. Legalmente cuestan diez o doce veces más. El papa Francisco tenía razón: el diablo entra por el bolsillo.

Por Carlos Luis Liñán Pitre