Buscamos ser aceptados luchando alcanzar significado por medio de nuestro desempeño o rendimientos en cualquier área. O cuando nos damos por vencidos y cedemos al sistema del mundo, procurando amoldarnos y pasar sin pena ni gloria. O nos rebelamos contra el sistema y nos convertimos en enemigos de todo lo establecido. Hoy haré referencia a la primera de ellas.
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. 2Timoteo 1,7
En la columna anterior prometí ampliar las distintas reacciones defensivas que tenemos frente al rechazo: Buscamos ser aceptados luchando alcanzar significado por medio de nuestro desempeño o rendimientos en cualquier área. O cuando nos damos por vencidos y cedemos al sistema del mundo, procurando amoldarnos y pasar sin pena ni gloria. O nos rebelamos contra el sistema y nos convertimos en enemigos de todo lo establecido. Hoy haré referencia a la primera de ellas.
Es axiomático el hecho de que el hombre es el lobo del hombre y aprende a competir y conspirar para ir delante de los otros. De manera instintiva queremos ser los pioneros e innovadores que son aceptados y luchamos por alcanzar significado a través de nuestros desempeños y logros. Nos sentimos impulsados a ponernos por encima de cada situación, porque triunfar es la condición sine qua non para ser aceptados. Como resultado, nos volvemos cuadriculados, perfeccionistas e indolentes con nosotros mismos y con los demás; nos aislamos emocionalmente y sufrimos de ansiedad y de estrés.
Probablemente, el costo mayor se asume en el área espiritual. Porque se rehúsa ponerse bajo la autoridad de Dios y se tiene poca comunión con él. Puesto que se dedica mucho esfuerzo a controlar y manipular a los demás para provecho propio, cuesta mucho confiar y entregar la vida a Dios. La seguridad se deriva de controlar el mundo circundante; allí se fundamenta el sentimiento de competencia y de valoración propio.
Queridos amigos: Esta estrategia defensiva contra el rechazo solamente desplaza un poco el sentimiento negativo; porque la habilidad para dominar las circunstancias, la familia, los compañeros o los empleados tiende a disminuir con el paso del tiempo. Al cabo de los años, somos reemplazados por controladores más jóvenes y fuertes que nos sustituyen. Estudios demuestran que, los ejecutivos de alto nivel, después de jubilarse, entran en profundas crisis emocionales de pérdidas; por cuanto cimentaron sus vidas en el sistema del mundo que procuraron conquistar; pero que, inevitablemente, ese mismo sistema pasó su cuenta de cobro y reclamó lo suyo.
Nuestro Señor Jesucristo rogó al Padre pidiendo que, aquellos que habrían de creer, no fueran sacados del mundo, sino guardados del mal. He aquí el desafío que tenemos por delante: Participar de las cosas del mundo con la certeza de que no pertenecemos allí. Nuestra ciudadanía está en los cielos y aquí debemos fungir como embajadores de ese Reino. Y como si Dios mismo rogara por medio de nosotros, le rogamos a todos que se reconcilien con Dios.
Que Dios nos enseñe a estar en el mundo sabiendo que no somos de aquí… ¡Optemos porque las normas y condiciones del reino de Dios sean también las nuestras!
Un fuerte abrazo y muchas bendiciones.
Valerio Mejía
Buscamos ser aceptados luchando alcanzar significado por medio de nuestro desempeño o rendimientos en cualquier área. O cuando nos damos por vencidos y cedemos al sistema del mundo, procurando amoldarnos y pasar sin pena ni gloria. O nos rebelamos contra el sistema y nos convertimos en enemigos de todo lo establecido. Hoy haré referencia a la primera de ellas.
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. 2Timoteo 1,7
En la columna anterior prometí ampliar las distintas reacciones defensivas que tenemos frente al rechazo: Buscamos ser aceptados luchando alcanzar significado por medio de nuestro desempeño o rendimientos en cualquier área. O cuando nos damos por vencidos y cedemos al sistema del mundo, procurando amoldarnos y pasar sin pena ni gloria. O nos rebelamos contra el sistema y nos convertimos en enemigos de todo lo establecido. Hoy haré referencia a la primera de ellas.
Es axiomático el hecho de que el hombre es el lobo del hombre y aprende a competir y conspirar para ir delante de los otros. De manera instintiva queremos ser los pioneros e innovadores que son aceptados y luchamos por alcanzar significado a través de nuestros desempeños y logros. Nos sentimos impulsados a ponernos por encima de cada situación, porque triunfar es la condición sine qua non para ser aceptados. Como resultado, nos volvemos cuadriculados, perfeccionistas e indolentes con nosotros mismos y con los demás; nos aislamos emocionalmente y sufrimos de ansiedad y de estrés.
Probablemente, el costo mayor se asume en el área espiritual. Porque se rehúsa ponerse bajo la autoridad de Dios y se tiene poca comunión con él. Puesto que se dedica mucho esfuerzo a controlar y manipular a los demás para provecho propio, cuesta mucho confiar y entregar la vida a Dios. La seguridad se deriva de controlar el mundo circundante; allí se fundamenta el sentimiento de competencia y de valoración propio.
Queridos amigos: Esta estrategia defensiva contra el rechazo solamente desplaza un poco el sentimiento negativo; porque la habilidad para dominar las circunstancias, la familia, los compañeros o los empleados tiende a disminuir con el paso del tiempo. Al cabo de los años, somos reemplazados por controladores más jóvenes y fuertes que nos sustituyen. Estudios demuestran que, los ejecutivos de alto nivel, después de jubilarse, entran en profundas crisis emocionales de pérdidas; por cuanto cimentaron sus vidas en el sistema del mundo que procuraron conquistar; pero que, inevitablemente, ese mismo sistema pasó su cuenta de cobro y reclamó lo suyo.
Nuestro Señor Jesucristo rogó al Padre pidiendo que, aquellos que habrían de creer, no fueran sacados del mundo, sino guardados del mal. He aquí el desafío que tenemos por delante: Participar de las cosas del mundo con la certeza de que no pertenecemos allí. Nuestra ciudadanía está en los cielos y aquí debemos fungir como embajadores de ese Reino. Y como si Dios mismo rogara por medio de nosotros, le rogamos a todos que se reconcilien con Dios.
Que Dios nos enseñe a estar en el mundo sabiendo que no somos de aquí… ¡Optemos porque las normas y condiciones del reino de Dios sean también las nuestras!
Un fuerte abrazo y muchas bendiciones.
Valerio Mejía