Eloy Gutiérrez Anaya Uno de los temas donde liberales y conservadores tienen diferencias insalvables es precisamente en el manejo de las drogas y el aborto, aunque en temas como la seguridad, la economía y el modelo mismo de desarrollo nos aleja del mal llamado “progresismo”, definitivamente la forma como ambas corrientes abordan el problema del […]
Eloy Gutiérrez Anaya
Uno de los temas donde liberales y conservadores tienen diferencias insalvables es precisamente en el manejo de las drogas y el aborto, aunque en temas como la seguridad, la economía y el modelo mismo de desarrollo nos aleja del mal llamado “progresismo”, definitivamente la forma como ambas corrientes abordan el problema del consumo de drogas abre un abismo insalvable entre ambas posturas y que van más allá de lo meramente ideológico.
Para evidenciar mejor estas posturas irreconciliables solo basta mirar el insistente discurso del gobierno y de sus adeptos referente al consumo de la marihuana; mientras ellos siguen promoviendo que lo que hay son enfermos a los que se les debe brindar asistencia médica y adaptarles espacios para que de manera “controlada” sigan consumiendo, para nosotros los que vemos son adictos que mediante una decisión consciente prefirieron el mundo de las drogas; por supuesto, habrá excepciones donde las circunstancias sean otras, pero la constante siempre será la misma, alrededor de la droga solo hay destrucción, muerte y un daño social evidente, punto.
Lo que no está en discusión son los efectos que las drogas hacen al individuo cuando decide volverse un drogadicto, el deterioro a su salud y el impacto frente a la sociedad que, mayoritariamente aún lo rechaza y que, además, sigue viendo con repulsión la posibilidad de financiar con sus impuestos a estas personas, ahonda mucho mas la discusión; ahora bien, en aras de ser justos y no estigmatizar a todo el que consume, puesto que sabemos y conocemos de personas que en las más altas esferas de la sociedad la droga es el pan de cada día e invitado de honor en sus fiestas y reuniones íntimas, donde políticos, cantantes famosos, actores de renombre, modelos y hasta jueces y fiscales, solo por mencionar algunos, ésta práctica hace parte de su vida “normal”.
Así mismo, este selecto grupo de drogadictos conscientes tienen como característica común que su posición y su condición les permite autofinanciar su vicio y no tienen que salir a delinquir para conseguir su dosis y, cuando la droga hace estragos en su salud y en sus vidas, sus familias tienen la capacidad de pagar instituciones especializadas para desintoxicarlos y una vez ya recuperados nuevamente retomen su ciclo mortal de consumidores. Pero, ¿qué pasa con el muchacho que cae en las drogas y su familia a duras penas tiene para comer? Pues todos estamos de acuerdo que esta persona acudirá a todos los medios para obtener el dinero para su dosis y es aquí donde el crimen, la descomposición social, la decadencia moral y todo lo que rodea las drogas, aparece y termina volviendo un infierno las familias que padecen un drogadicto en sus hogares.
Ah, pero lo que pasa es que el autor de esta columna es un cavernícola ultragodo que no entiende que el mundo “desarrollado” y libre hace décadas superó estos problemas, precisamente, con las medidas que propone el progresismo criollo; tal vez tengan razón al pensar así, sin embargo, alguien debe insistirles que precisamente ni somos desarrollados y mucho menos adoptaremos como normal una cultura que solo trae dolor, vergüenza y destrucción a las familias y resignarnos a ver jovencitos quitarle la vida a otro por robarle un teléfono para irlo a cambiar por una dosis de droga; siendo así, seguiré viviendo en las cavernas.
Mientras para unos “un porrito” de vez en cuando es una actividad “recreativa” que no le hace daño a nadie, para otros es la puerta hacia el infierno puesto que todo aquel que de una u otra manera ha vivido el infierno de un adicto sabe que después de probarla nunca más pudo salir de ella y hoy ese ser humano se convirtió en una estadística más que bajo la inducción de la moda, las corrientes libertinas de “dejar que los jóvenes desarrollen su personalidad” lo que hicimos fue entregarles la libertad de elegir cómo matarse en vida y matar a otros.
En mi caso particular, jamás veré como normal a una persona consumiendo drogas en un parque o en un espacio público donde mi hija pequeña tenga que presenciar el triste y decadente espectáculo de quien consume, jamás aceptaré como “progreso” el vicio y la inmundicia que hay detrás de las drogas y siempre votaré en contra de todo lo que represente estas posturas.
Permitamos que a las afueras de los colegios y en los parques lleven arte, música, recreación, deporte, que se llenen de vendedores de libros, de poesía, de teatro y de cultura, así como dice la reflexión “… a ver si por solo vicio, alguien se mete unas líneas de libros”, mientras tanto que se vayan con su marihuana a otro lado.
Eloy Gutiérrez Anaya Uno de los temas donde liberales y conservadores tienen diferencias insalvables es precisamente en el manejo de las drogas y el aborto, aunque en temas como la seguridad, la economía y el modelo mismo de desarrollo nos aleja del mal llamado “progresismo”, definitivamente la forma como ambas corrientes abordan el problema del […]
Eloy Gutiérrez Anaya
Uno de los temas donde liberales y conservadores tienen diferencias insalvables es precisamente en el manejo de las drogas y el aborto, aunque en temas como la seguridad, la economía y el modelo mismo de desarrollo nos aleja del mal llamado “progresismo”, definitivamente la forma como ambas corrientes abordan el problema del consumo de drogas abre un abismo insalvable entre ambas posturas y que van más allá de lo meramente ideológico.
Para evidenciar mejor estas posturas irreconciliables solo basta mirar el insistente discurso del gobierno y de sus adeptos referente al consumo de la marihuana; mientras ellos siguen promoviendo que lo que hay son enfermos a los que se les debe brindar asistencia médica y adaptarles espacios para que de manera “controlada” sigan consumiendo, para nosotros los que vemos son adictos que mediante una decisión consciente prefirieron el mundo de las drogas; por supuesto, habrá excepciones donde las circunstancias sean otras, pero la constante siempre será la misma, alrededor de la droga solo hay destrucción, muerte y un daño social evidente, punto.
Lo que no está en discusión son los efectos que las drogas hacen al individuo cuando decide volverse un drogadicto, el deterioro a su salud y el impacto frente a la sociedad que, mayoritariamente aún lo rechaza y que, además, sigue viendo con repulsión la posibilidad de financiar con sus impuestos a estas personas, ahonda mucho mas la discusión; ahora bien, en aras de ser justos y no estigmatizar a todo el que consume, puesto que sabemos y conocemos de personas que en las más altas esferas de la sociedad la droga es el pan de cada día e invitado de honor en sus fiestas y reuniones íntimas, donde políticos, cantantes famosos, actores de renombre, modelos y hasta jueces y fiscales, solo por mencionar algunos, ésta práctica hace parte de su vida “normal”.
Así mismo, este selecto grupo de drogadictos conscientes tienen como característica común que su posición y su condición les permite autofinanciar su vicio y no tienen que salir a delinquir para conseguir su dosis y, cuando la droga hace estragos en su salud y en sus vidas, sus familias tienen la capacidad de pagar instituciones especializadas para desintoxicarlos y una vez ya recuperados nuevamente retomen su ciclo mortal de consumidores. Pero, ¿qué pasa con el muchacho que cae en las drogas y su familia a duras penas tiene para comer? Pues todos estamos de acuerdo que esta persona acudirá a todos los medios para obtener el dinero para su dosis y es aquí donde el crimen, la descomposición social, la decadencia moral y todo lo que rodea las drogas, aparece y termina volviendo un infierno las familias que padecen un drogadicto en sus hogares.
Ah, pero lo que pasa es que el autor de esta columna es un cavernícola ultragodo que no entiende que el mundo “desarrollado” y libre hace décadas superó estos problemas, precisamente, con las medidas que propone el progresismo criollo; tal vez tengan razón al pensar así, sin embargo, alguien debe insistirles que precisamente ni somos desarrollados y mucho menos adoptaremos como normal una cultura que solo trae dolor, vergüenza y destrucción a las familias y resignarnos a ver jovencitos quitarle la vida a otro por robarle un teléfono para irlo a cambiar por una dosis de droga; siendo así, seguiré viviendo en las cavernas.
Mientras para unos “un porrito” de vez en cuando es una actividad “recreativa” que no le hace daño a nadie, para otros es la puerta hacia el infierno puesto que todo aquel que de una u otra manera ha vivido el infierno de un adicto sabe que después de probarla nunca más pudo salir de ella y hoy ese ser humano se convirtió en una estadística más que bajo la inducción de la moda, las corrientes libertinas de “dejar que los jóvenes desarrollen su personalidad” lo que hicimos fue entregarles la libertad de elegir cómo matarse en vida y matar a otros.
En mi caso particular, jamás veré como normal a una persona consumiendo drogas en un parque o en un espacio público donde mi hija pequeña tenga que presenciar el triste y decadente espectáculo de quien consume, jamás aceptaré como “progreso” el vicio y la inmundicia que hay detrás de las drogas y siempre votaré en contra de todo lo que represente estas posturas.
Permitamos que a las afueras de los colegios y en los parques lleven arte, música, recreación, deporte, que se llenen de vendedores de libros, de poesía, de teatro y de cultura, así como dice la reflexión “… a ver si por solo vicio, alguien se mete unas líneas de libros”, mientras tanto que se vayan con su marihuana a otro lado.