Este es un tema urgente que enfrentar, si no queremos que la sociedad se nos despeñe finalmente; y sin embargo, por el contrario, algunos funcionarios públicos de alto turmequé solo están interesados en la imagen de su publicidad y promoción política, que inferimos cuando los vemos regocijados en las tomas fotográficas que muestra la prensa. […]
Este es un tema urgente que enfrentar, si no queremos que la sociedad se nos despeñe finalmente; y sin embargo, por el contrario, algunos funcionarios públicos de alto turmequé solo están interesados en la imagen de su publicidad y promoción política, que inferimos cuando los vemos regocijados en las tomas fotográficas que muestra la prensa. La sociedad se nos está disolviendo entre las manos, en cámara lenta, y ya no tan lenta – solo que la multiplicidad de diversiones lo oculta
Diariamente constatamos, y no solamente dentro del ámbito nacional, sino a lo largo y ancho de todo el mundo – al fin y al cabo el hombre es intrínsecamente el mismo en cualesquiera lugares del planeta, con las obvias diferencias que nacen de su particular estado de desarrollo –que la humanidad vive plagada de conflictos, públicos y privados, al propio tiempo que algunas naciones exhiben un espectacular desarrollo científico, tecnológico y técnico, en tantísimas áreas del conocimiento, que los países subdesarrollados – lo somos – asimilan poco a poco.
¿Tal paradoja y contradicción no está denunciando una falla protuberante, digna de ser corregida?
Indudablemente que sí. La sociedad actual – me contraigo a la que se beneficia del boom del bienestar, no a la de la inmensa mayoría que carece de él -, es muy rica en bienes y servicios materiales pero muy pobre en valores inmateriales, espirituales; y este es el gran vacío que hay que colmar, si queremos sobrevivir.
Y no creo que lo llenen los autoproclamados estados democráticos – bien sabido es que no existen tales estados democráticos propiamente dichos, uno que otro sólo lo es en la cara política – ni tampoco, desde luego, los estados totalitarios o arbitrarios, que, infortunadamente, no desaparecen de la faz de la tierra, sino que, en cambio, rebrotan aquí y allá.
Educar en valores, formar en valores. En Colombia, tendrá que ser mediante un régimen educativo dispuesto a abrirse paso durante muchos años con propósitos y prácticas que favorezcan un cambio de mentalidad individual y colectiva, que comience por una autodisciplina personal y que vaya impregnando y empapando al conjunto nacional.
Su eje central tendría que ser “sembrar y cultivar valores: caminar con valores”. Los valores humanos son señales éticas, como las que inculca la filosofía, y horizontes morales, hacia los cuales nos guían las diversas religiones. Tales enseñanzas permiten emprender y perseverar en el camino adecuado por el que deben andar y moverse las personas, en su vida privada y en los menesteres públicos.
Un comportamiento así, nos permitiría reemplazar los valores actuales, generalmente malsanos, por unos valores no exclusivamente materiales, aquellos que promueven y fomentan estados y gobiernos dirigidos por hombres comprometidos con la justicia social, con la ética y la moral.
No cabe duda que buena parte de las personas dedicadas a la Academia desde la más elevadas posiciones hasta las más modestas, enseñan, prácticas y obran correctamente al respecto, y quizás allí no encontramos mayores dificultades. Pero sí las advertimos en los mundos de la política y la economía; hay que decir que la sociedad requiere buenos políticos y buenos hombres de negocios, y no unos y otros con mañas corruptas. Estos, ojalá no los hubiera, pero infortunadamente los hay.
Recientemente el Papa Francisco hizo algunas amonestaciones a la Curia Vaticana, las que también podemos aplicar a funcionarios del Estado Civil. Entre otras, “se transforman en dueños y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos”. Lo que deriva a menudo en la patología del poder, del “complejo de los elegidos, del narcisismo”.
Este es un tema urgente que enfrentar, si no queremos que la sociedad se nos despeñe finalmente; y sin embargo, por el contrario, algunos funcionarios públicos de alto turmequé solo están interesados en la imagen de su publicidad y promoción política, que inferimos cuando los vemos regocijados en las tomas fotográficas que muestra la prensa. […]
Este es un tema urgente que enfrentar, si no queremos que la sociedad se nos despeñe finalmente; y sin embargo, por el contrario, algunos funcionarios públicos de alto turmequé solo están interesados en la imagen de su publicidad y promoción política, que inferimos cuando los vemos regocijados en las tomas fotográficas que muestra la prensa. La sociedad se nos está disolviendo entre las manos, en cámara lenta, y ya no tan lenta – solo que la multiplicidad de diversiones lo oculta
Diariamente constatamos, y no solamente dentro del ámbito nacional, sino a lo largo y ancho de todo el mundo – al fin y al cabo el hombre es intrínsecamente el mismo en cualesquiera lugares del planeta, con las obvias diferencias que nacen de su particular estado de desarrollo –que la humanidad vive plagada de conflictos, públicos y privados, al propio tiempo que algunas naciones exhiben un espectacular desarrollo científico, tecnológico y técnico, en tantísimas áreas del conocimiento, que los países subdesarrollados – lo somos – asimilan poco a poco.
¿Tal paradoja y contradicción no está denunciando una falla protuberante, digna de ser corregida?
Indudablemente que sí. La sociedad actual – me contraigo a la que se beneficia del boom del bienestar, no a la de la inmensa mayoría que carece de él -, es muy rica en bienes y servicios materiales pero muy pobre en valores inmateriales, espirituales; y este es el gran vacío que hay que colmar, si queremos sobrevivir.
Y no creo que lo llenen los autoproclamados estados democráticos – bien sabido es que no existen tales estados democráticos propiamente dichos, uno que otro sólo lo es en la cara política – ni tampoco, desde luego, los estados totalitarios o arbitrarios, que, infortunadamente, no desaparecen de la faz de la tierra, sino que, en cambio, rebrotan aquí y allá.
Educar en valores, formar en valores. En Colombia, tendrá que ser mediante un régimen educativo dispuesto a abrirse paso durante muchos años con propósitos y prácticas que favorezcan un cambio de mentalidad individual y colectiva, que comience por una autodisciplina personal y que vaya impregnando y empapando al conjunto nacional.
Su eje central tendría que ser “sembrar y cultivar valores: caminar con valores”. Los valores humanos son señales éticas, como las que inculca la filosofía, y horizontes morales, hacia los cuales nos guían las diversas religiones. Tales enseñanzas permiten emprender y perseverar en el camino adecuado por el que deben andar y moverse las personas, en su vida privada y en los menesteres públicos.
Un comportamiento así, nos permitiría reemplazar los valores actuales, generalmente malsanos, por unos valores no exclusivamente materiales, aquellos que promueven y fomentan estados y gobiernos dirigidos por hombres comprometidos con la justicia social, con la ética y la moral.
No cabe duda que buena parte de las personas dedicadas a la Academia desde la más elevadas posiciones hasta las más modestas, enseñan, prácticas y obran correctamente al respecto, y quizás allí no encontramos mayores dificultades. Pero sí las advertimos en los mundos de la política y la economía; hay que decir que la sociedad requiere buenos políticos y buenos hombres de negocios, y no unos y otros con mañas corruptas. Estos, ojalá no los hubiera, pero infortunadamente los hay.
Recientemente el Papa Francisco hizo algunas amonestaciones a la Curia Vaticana, las que también podemos aplicar a funcionarios del Estado Civil. Entre otras, “se transforman en dueños y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos”. Lo que deriva a menudo en la patología del poder, del “complejo de los elegidos, del narcisismo”.