José Félix Lafaurie o José Amiro Gnecco podrán ser consortes privilegiados del poder.
La mujer tiene una alta probabilidad de ascender al solio de Bolívar. Después de 70 años de haber alcanzado, tardíamente en Colombia, el derecho al voto, ahora, después de posicionarse en todas las esferas de la vida pública y social, tendrá la oportunidad más clara de ser elegida al supremo honor y responsabilidad del Estado.
En el caso de los departamentos de la Costa Caribe, ha ejercido el liderazgo en las diferentes gobernaciones, y en el Cesar el pasado debate electoral fue una final de damas. De hecho, una mujer es la gobernadora y la oposición, casi solitaria pero respaldada por una gran votación, la encabeza otra.
Esta es la fotografía que nutre el ‘partidor presidencial’ en Colombia, marcado por la presencia de sangre y talento femenino.
Y en ella han entrado al fuego, como damas poderosas, dos candidatas relacionadas con la región que, por el sonoro eco de estos días, son Vicky Dávila y María Fernanda Cabal, ambas identificadas en el espectro político alternativo de feroz oposición al gobierno del presidente Gustavo Petro, con un discurso que tiene como eje la caracterización verbal, la insistencia en la seguridad y la lucha contra la corrupción.
A su lado, bregan dos distinguidos caballeros: el callado, serio y prudente profesional que acompaña, en casa y eventos privados, a Dávila; y, por el otro, en casa y eventos privados y sociales —y, por lo pronto, tímidamente políticos— el protagonista locuaz, inteligente y reconocido dirigente gremial junto a Cabal.
Estamos refiriéndonos a José Amiro Gnecco y a José Félix Lafaurie, ambos hijos de la gran provincia vallenata, esa cesarense y guajira, descendientes próximos de europeos, entrecruzados con mestizos y linajes tradicionales en la región y en el interior del país.
José Amiro, un oftalmólogo que, joven, fue secuestrado por las Farc en una clínica de Bogotá mientras su controvertido padre ejercía como gobernador del Cesar, es un buen profesional y buen hombre de familia. Ese fue un costo duro, emocional y financiero, para Lucas Gnecco. Desde entonces, en Valledupar se asocia al padre como un político que no robó, aunque algunos miembros de su gabinete sí, pero que se enredó en manejos públicos y, en consecuencia, también tuvo sus penas. Desde entonces, ha estado preparado para alegrías y duros tormentos.
A José Amiro, sus amigos en el Valle lo recuerdan como sereno, sin aspavientos, lo que llaman una ‘buena papa’, buena gente. No ha continuado con la tradición familiar de la política que sí siguen su hermano de padre, el senador José Alfredo Gnecco, y su amplia familia provincial, donde han dominado casi 30 años la escena política. Algunos parientes, venidos del tronco Gnecco de Riohacha, han gozado de alto prestigio en las ciencias médicas y sociales, y hasta en la política nacional. Es de recordar que varias damas Gnecco Fallón se casaron hace un siglo con los también hermanos de la familia Samper Ortega. Algunos gobernaron el departamento del viejo Magdalena. Los escritores José y Francisco Gnecco Mozo fueron reconocidos nacionalmente, entre importantes juristas y médicos.
Paradójicamente, totalmente indiferente a la política, uno de esos Gnecco podría entrar por la puerta grande y vivir en el Palacio de Nariño.
Lafaurie es otro cuento. Tal vez soñó entrar a Palacio de la mano de su curul de senador —como su padre alguna vez— y, por qué no, del tamaño de su ambición, al primer cargo de la Nación. Desde niño tuvo su vocación pública latente, desde que en Valledupar inició en cargos importantes, de reconocimiento gremial y social en su vida profesional. Alentado por el ejemplo de su padre, ‘Pepe Lafaurie’, un dirigente conservador afecto a la Casa Gómez, y una madre española, se batía entre debates y debates, y en medio de zancadillas propias de la política que él no dudaba en calificar como intentos de sacarlo a codazos entre políticos e investigadores envidiosos. Con la presidencia de Fedegán —y la presidencia de Uribe— coronó un escenario de protagonismo nacional sin igual y se movió, como su familia, en los altos círculos de poder social y político.
Paradójicamente, Lafaurie nunca pensó que podría acariciar los viejos sueños, no en carne propia sino en la trémula de su esposa, perteneciente a una familia tradicional del Valle del Cauca.
El Valle de Upar, esa tierra ganadera, otrora española y chimila, que se extiende hasta los límites de la vieja Barrancas y Riohacha, las tierras de la Ciénaga de Zapatosa en el Magdalena y los confines de Fundación y Plato, podrá tener este 2026, en dos años, al primer caballero de la Nación.
José Félix Lafaurie o José Amiro Gnecco podrán ser consortes privilegiados del poder.
La mujer tiene una alta probabilidad de ascender al solio de Bolívar. Después de 70 años de haber alcanzado, tardíamente en Colombia, el derecho al voto, ahora, después de posicionarse en todas las esferas de la vida pública y social, tendrá la oportunidad más clara de ser elegida al supremo honor y responsabilidad del Estado.
En el caso de los departamentos de la Costa Caribe, ha ejercido el liderazgo en las diferentes gobernaciones, y en el Cesar el pasado debate electoral fue una final de damas. De hecho, una mujer es la gobernadora y la oposición, casi solitaria pero respaldada por una gran votación, la encabeza otra.
Esta es la fotografía que nutre el ‘partidor presidencial’ en Colombia, marcado por la presencia de sangre y talento femenino.
Y en ella han entrado al fuego, como damas poderosas, dos candidatas relacionadas con la región que, por el sonoro eco de estos días, son Vicky Dávila y María Fernanda Cabal, ambas identificadas en el espectro político alternativo de feroz oposición al gobierno del presidente Gustavo Petro, con un discurso que tiene como eje la caracterización verbal, la insistencia en la seguridad y la lucha contra la corrupción.
A su lado, bregan dos distinguidos caballeros: el callado, serio y prudente profesional que acompaña, en casa y eventos privados, a Dávila; y, por el otro, en casa y eventos privados y sociales —y, por lo pronto, tímidamente políticos— el protagonista locuaz, inteligente y reconocido dirigente gremial junto a Cabal.
Estamos refiriéndonos a José Amiro Gnecco y a José Félix Lafaurie, ambos hijos de la gran provincia vallenata, esa cesarense y guajira, descendientes próximos de europeos, entrecruzados con mestizos y linajes tradicionales en la región y en el interior del país.
José Amiro, un oftalmólogo que, joven, fue secuestrado por las Farc en una clínica de Bogotá mientras su controvertido padre ejercía como gobernador del Cesar, es un buen profesional y buen hombre de familia. Ese fue un costo duro, emocional y financiero, para Lucas Gnecco. Desde entonces, en Valledupar se asocia al padre como un político que no robó, aunque algunos miembros de su gabinete sí, pero que se enredó en manejos públicos y, en consecuencia, también tuvo sus penas. Desde entonces, ha estado preparado para alegrías y duros tormentos.
A José Amiro, sus amigos en el Valle lo recuerdan como sereno, sin aspavientos, lo que llaman una ‘buena papa’, buena gente. No ha continuado con la tradición familiar de la política que sí siguen su hermano de padre, el senador José Alfredo Gnecco, y su amplia familia provincial, donde han dominado casi 30 años la escena política. Algunos parientes, venidos del tronco Gnecco de Riohacha, han gozado de alto prestigio en las ciencias médicas y sociales, y hasta en la política nacional. Es de recordar que varias damas Gnecco Fallón se casaron hace un siglo con los también hermanos de la familia Samper Ortega. Algunos gobernaron el departamento del viejo Magdalena. Los escritores José y Francisco Gnecco Mozo fueron reconocidos nacionalmente, entre importantes juristas y médicos.
Paradójicamente, totalmente indiferente a la política, uno de esos Gnecco podría entrar por la puerta grande y vivir en el Palacio de Nariño.
Lafaurie es otro cuento. Tal vez soñó entrar a Palacio de la mano de su curul de senador —como su padre alguna vez— y, por qué no, del tamaño de su ambición, al primer cargo de la Nación. Desde niño tuvo su vocación pública latente, desde que en Valledupar inició en cargos importantes, de reconocimiento gremial y social en su vida profesional. Alentado por el ejemplo de su padre, ‘Pepe Lafaurie’, un dirigente conservador afecto a la Casa Gómez, y una madre española, se batía entre debates y debates, y en medio de zancadillas propias de la política que él no dudaba en calificar como intentos de sacarlo a codazos entre políticos e investigadores envidiosos. Con la presidencia de Fedegán —y la presidencia de Uribe— coronó un escenario de protagonismo nacional sin igual y se movió, como su familia, en los altos círculos de poder social y político.
Paradójicamente, Lafaurie nunca pensó que podría acariciar los viejos sueños, no en carne propia sino en la trémula de su esposa, perteneciente a una familia tradicional del Valle del Cauca.
El Valle de Upar, esa tierra ganadera, otrora española y chimila, que se extiende hasta los límites de la vieja Barrancas y Riohacha, las tierras de la Ciénaga de Zapatosa en el Magdalena y los confines de Fundación y Plato, podrá tener este 2026, en dos años, al primer caballero de la Nación.