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Columnista - 28 febrero, 2013

Vallenato y poesía

Por: Raúl Bermúdez  “Ya los músicos de hoy no quieren grabar merengue, dicen que eso no se vende, para mí eso es un error, yo si digo lo que son, sin temor a equivocarme,  lo que pasa es que no saben, siempre lo interpretan mal, y así quieren acabar un ritmo alegre del Valle” Leandro […]

Por: Raúl Bermúdez 

“Ya los músicos de hoy no quieren grabar merengue, dicen que eso no se vende, para mí eso es un error, yo si digo lo que son, sin temor a equivocarme,  lo que pasa es que no saben, siempre lo interpretan mal, y así quieren acabar un ritmo alegre del Valle” Leandro Díaz.

El clamor del maestro Leandro Díaz en su merengue “El bozal”, enhorabuena,  parece que fue escuchado por Silvestre Dangond, figura descollante actual de la música vallenata. Lo ha refrendado en entrevistas recientes: “no voy a seguir grabando canciones plásticas, vacías de contenido cuya historia es muy corta: a duras penas se escuchan los primeros días después de la salida del disco”. Reconforta y hace renacer esperanzas de un futuro mejor para el folclor vallenato esta decisión de Silvestre. Su liderazgo indiscutible redundará en lograr que también reflexionen al respecto la nueva generación de músicos y compositores, o como ellos mismos se designan, la “nueva ola” del vallenato. Me parece que su actitud no es casual. La realidad es tozuda. Los más altos registros de sintonía lo tienen aquellos programas radiales que privilegian las composiciones clásicas que llevaron al acetato Alfredo Gutiérrez, Jorge Oñate, Los hermanos  Zuleta, Diomedes Díaz, Rafael Orozco, Silvio Brito, Beto Zabaleta, Ivo Díaz y otros. Las parrandas buenas no se hacen con las producciones de Martín Elías, Peter Manjarrez, Kavras, el Mono Zabaleta, sino con la música  de los anteriormente mencionados. La razón es sencilla: los primeros se apoyaron en compositores que no hacían canciones por encargo sino que expresaban el sentir del hombre en sus diferentes estados de ánimo: en la alegría, aun cuando sea fingida, -“tanto como vivo alegre, dirán que yo estoy contento, canto es para disipar sufrimientos, que tengo de las mujeres” (Leandro Díaz) -; en la desesperanza, -“tengo que vivir errante en la vida, por tu amor que me ha causado demencia, por eso es que el corazón me titila, yo sé que la criminal es la ausencia” (Lorenzo Morales);  en la nostalgia, -“también supe que desde la vez aquella, vive triste y solitario, y no ha querido regresar, y que de noche se asoma en la sierra, a ver las luces que alumbran El Plan” (Escalona), en el lamento y la protesta por la destrucción del hábitat, “ay caño lindo dime que te ha sucedido?, adonde está el panorama de los llanos?, las aves silvestres todas cambiaron de nido, una por una todas se fueron volando” (Adriano Salas) y hasta en las pretensiones filosóficas, -“Lucero espiritual, eres más alto que el hombre, yo no sé dónde te escondes, en este mundo historial”  (Juancho Polo). Se podría seguir abonando en expresiones musicales surgidas de la vida misma y que impregnaron a nuestro género musical de poesía, de mucha poesía. A alguien le escuché alguna vez decir que la poesía “es un arte literario que expresa tradicionalmente un sentimiento intenso o una profunda reflexión, ambas ideas como manifestaciones de la experiencia del yo”. Por eso nuestros juglares y compositores ancestrales eran o son unos poetas naturales que se formaron en la universidad de la vida. Ojalá nuestros jóvenes compositores entiendan eso y no se dejen llevar por el espejismo del mercantilismo musical, tan facilista como efímero. A un reconocido compositor le escuché una vez afirmar que la musa llega cuando menos se espera, no hay que afanarse por buscarla porque entonces se vuelve invisible y retrechera. Tengan paciencia y verán que surgirán muchos Rosendos Romeros capaces de construir estrofas tan hermosas como aquella que plasmó en una noche sin luceros: “Si me enamoro me verán entristecido, porque mi suerte tiene alma de papel, me ponen triste tantos sueños ya perdidos, amores buenos que murieron al nacer, tantas promesas se orillan en el camino, se fueron lisonjeras, hoy las quiero como ayer”.  [email protected]

 

Columnista
28 febrero, 2013

Vallenato y poesía

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Raúl Bermúdez Márquez

Por: Raúl Bermúdez  “Ya los músicos de hoy no quieren grabar merengue, dicen que eso no se vende, para mí eso es un error, yo si digo lo que son, sin temor a equivocarme,  lo que pasa es que no saben, siempre lo interpretan mal, y así quieren acabar un ritmo alegre del Valle” Leandro […]


Por: Raúl Bermúdez 

“Ya los músicos de hoy no quieren grabar merengue, dicen que eso no se vende, para mí eso es un error, yo si digo lo que son, sin temor a equivocarme,  lo que pasa es que no saben, siempre lo interpretan mal, y así quieren acabar un ritmo alegre del Valle” Leandro Díaz.

El clamor del maestro Leandro Díaz en su merengue “El bozal”, enhorabuena,  parece que fue escuchado por Silvestre Dangond, figura descollante actual de la música vallenata. Lo ha refrendado en entrevistas recientes: “no voy a seguir grabando canciones plásticas, vacías de contenido cuya historia es muy corta: a duras penas se escuchan los primeros días después de la salida del disco”. Reconforta y hace renacer esperanzas de un futuro mejor para el folclor vallenato esta decisión de Silvestre. Su liderazgo indiscutible redundará en lograr que también reflexionen al respecto la nueva generación de músicos y compositores, o como ellos mismos se designan, la “nueva ola” del vallenato. Me parece que su actitud no es casual. La realidad es tozuda. Los más altos registros de sintonía lo tienen aquellos programas radiales que privilegian las composiciones clásicas que llevaron al acetato Alfredo Gutiérrez, Jorge Oñate, Los hermanos  Zuleta, Diomedes Díaz, Rafael Orozco, Silvio Brito, Beto Zabaleta, Ivo Díaz y otros. Las parrandas buenas no se hacen con las producciones de Martín Elías, Peter Manjarrez, Kavras, el Mono Zabaleta, sino con la música  de los anteriormente mencionados. La razón es sencilla: los primeros se apoyaron en compositores que no hacían canciones por encargo sino que expresaban el sentir del hombre en sus diferentes estados de ánimo: en la alegría, aun cuando sea fingida, -“tanto como vivo alegre, dirán que yo estoy contento, canto es para disipar sufrimientos, que tengo de las mujeres” (Leandro Díaz) -; en la desesperanza, -“tengo que vivir errante en la vida, por tu amor que me ha causado demencia, por eso es que el corazón me titila, yo sé que la criminal es la ausencia” (Lorenzo Morales);  en la nostalgia, -“también supe que desde la vez aquella, vive triste y solitario, y no ha querido regresar, y que de noche se asoma en la sierra, a ver las luces que alumbran El Plan” (Escalona), en el lamento y la protesta por la destrucción del hábitat, “ay caño lindo dime que te ha sucedido?, adonde está el panorama de los llanos?, las aves silvestres todas cambiaron de nido, una por una todas se fueron volando” (Adriano Salas) y hasta en las pretensiones filosóficas, -“Lucero espiritual, eres más alto que el hombre, yo no sé dónde te escondes, en este mundo historial”  (Juancho Polo). Se podría seguir abonando en expresiones musicales surgidas de la vida misma y que impregnaron a nuestro género musical de poesía, de mucha poesía. A alguien le escuché alguna vez decir que la poesía “es un arte literario que expresa tradicionalmente un sentimiento intenso o una profunda reflexión, ambas ideas como manifestaciones de la experiencia del yo”. Por eso nuestros juglares y compositores ancestrales eran o son unos poetas naturales que se formaron en la universidad de la vida. Ojalá nuestros jóvenes compositores entiendan eso y no se dejen llevar por el espejismo del mercantilismo musical, tan facilista como efímero. A un reconocido compositor le escuché una vez afirmar que la musa llega cuando menos se espera, no hay que afanarse por buscarla porque entonces se vuelve invisible y retrechera. Tengan paciencia y verán que surgirán muchos Rosendos Romeros capaces de construir estrofas tan hermosas como aquella que plasmó en una noche sin luceros: “Si me enamoro me verán entristecido, porque mi suerte tiene alma de papel, me ponen triste tantos sueños ya perdidos, amores buenos que murieron al nacer, tantas promesas se orillan en el camino, se fueron lisonjeras, hoy las quiero como ayer”.  [email protected]