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Columnista - 13 agosto, 2020

Vallenatía, lo poco que nos queda…

Ya no somos iguales los tiempos cambian, la gentes es distinta, o mejor las acciones y gustos de la gente no es igual. Eso de definir la vallenatía es un concepto sociocultural con variadas aristas. Para quienes nacimos entres los valles del río Cesar y del Ranchería, somos vallenatos. En los mapas dicen que desde […]

Ya no somos iguales los tiempos cambian, la gentes es distinta, o mejor las acciones y gustos de la gente no es igual. Eso de definir la vallenatía es un concepto sociocultural con variadas aristas. Para quienes nacimos entres los valles del río Cesar y del Ranchería, somos vallenatos.

En los mapas dicen que desde Fonseca La Guajira, hasta Chiriguaná, que incluye Tamalameque y Chimichagua. Siempre el río o la ciénaga es la razón, nunca el mar. Valledupar epicentro como capital, marca la pauta, la guía en temas sociales, económicos, religiosos, gastronómicos, y claro, políticos.

Como la definición es larga, compleja, discutible, ampliable, incluyente, y demás adjetivos y términos, simplemente confirmo hablando con los vallenatos que hoy quedan. Quedamos para ser más claros. Los mayores, conversadores natos, solidarios endémicos, trabajadores de convicción, bohemios por vocación y herencia, burlones por vicio, gritones por orgullo, bailadores por antojo, pacíficos nativos. Y músicos, por las brisas que todo lo saben.

Esa vaina de barrer el frentes de sus casas, tomar café y preguntar qué pasó cerca, inicia la mañana, ahí el primer noticiero local, con titulares como la discusión cantinera  de la noche anterior, el último canto popular y sus motivos, las cosechas venideras y sus lluvias, hasta la  muchacha en tiempo de merecer que el tren pitando cada sábado en la puerta, pero nadie sabe por qué no lo  sube. El chisme también forma parte de nosotros, si no hay lo inventamos. Claro, chisme para poder reírse todo el día, porque vallenato sin sonrisa, es cosa preocupante, que también los hay. O saben con quienes reírse, que es otra cosa.

No hay que añorar los molinos para el maíz, ni las lavanderas del Guatapurí, los pescados del Cesar, los plátanos y guineos de la sierra, las malangas de Manaure, la carne de Pueblo Bello, ni los bailes en Brasilia, la Cañaguatera, o el Salón Central. Para qué recordar los viejos bares, ni aquellas mujeres de piel blanca que trajo la bonanza algodonera, basta con las  buenas tiendas de frías cervezas, lo demás estaba en los grandes y frescos patios nuestros.

 Fogones con guisos de  chivo y dominó, wisky guajiro de contrabando y claro, algún revólver por si las moscas. Es que las moscas siempre andan cerca y toca alejarlas.

Aquellas iglesias con curas reconocidos, cercana calles con nostalgias y recuerdos, viejos maestros que no conocían los paros, aquellas muchachas que no conocían nada, excepto lagunas lágrimas y gestos de radionovelas y telenovelas de Venezuela. Ah y aquellas parientes con cabello pintado regresando cada diciembre del  país vecino, con todos sus juguetes.

¿Cuándo carajos aquí los velorios eran una fiesta con motos? ¿Cuándo hombres y mujeres tatuados hasta lo imposible? ¿Cuántos consumidores de pepas rosadas y cigarros de humos raros? ¿Quién diablos usaba la nariz, distintos a reconocer alguna María Farina adulterada, o tal vez un ron atanquero mal aquinado? Nos queda el lexicón de la inolvidable ‘Cacica’ Consuelo Araújo Noguera para saber cómo hablábamos. Hace 17 años, partió Chema Gómez que cantó al “Compay Chipuco”, un personaje real, y que entró a la leyenda para los nuevos. Es cierto, ya somos pocos los vallenatos, nos toca apoyarnos entre nosotros, la pandemia pasará, pero la vallenatía  seguirá por los siglos  de los siglos y amén.

Columnista
13 agosto, 2020

Vallenatía, lo poco que nos queda…

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Edgardo Mendoza Guerra

Ya no somos iguales los tiempos cambian, la gentes es distinta, o mejor las acciones y gustos de la gente no es igual. Eso de definir la vallenatía es un concepto sociocultural con variadas aristas. Para quienes nacimos entres los valles del río Cesar y del Ranchería, somos vallenatos. En los mapas dicen que desde […]


Ya no somos iguales los tiempos cambian, la gentes es distinta, o mejor las acciones y gustos de la gente no es igual. Eso de definir la vallenatía es un concepto sociocultural con variadas aristas. Para quienes nacimos entres los valles del río Cesar y del Ranchería, somos vallenatos.

En los mapas dicen que desde Fonseca La Guajira, hasta Chiriguaná, que incluye Tamalameque y Chimichagua. Siempre el río o la ciénaga es la razón, nunca el mar. Valledupar epicentro como capital, marca la pauta, la guía en temas sociales, económicos, religiosos, gastronómicos, y claro, políticos.

Como la definición es larga, compleja, discutible, ampliable, incluyente, y demás adjetivos y términos, simplemente confirmo hablando con los vallenatos que hoy quedan. Quedamos para ser más claros. Los mayores, conversadores natos, solidarios endémicos, trabajadores de convicción, bohemios por vocación y herencia, burlones por vicio, gritones por orgullo, bailadores por antojo, pacíficos nativos. Y músicos, por las brisas que todo lo saben.

Esa vaina de barrer el frentes de sus casas, tomar café y preguntar qué pasó cerca, inicia la mañana, ahí el primer noticiero local, con titulares como la discusión cantinera  de la noche anterior, el último canto popular y sus motivos, las cosechas venideras y sus lluvias, hasta la  muchacha en tiempo de merecer que el tren pitando cada sábado en la puerta, pero nadie sabe por qué no lo  sube. El chisme también forma parte de nosotros, si no hay lo inventamos. Claro, chisme para poder reírse todo el día, porque vallenato sin sonrisa, es cosa preocupante, que también los hay. O saben con quienes reírse, que es otra cosa.

No hay que añorar los molinos para el maíz, ni las lavanderas del Guatapurí, los pescados del Cesar, los plátanos y guineos de la sierra, las malangas de Manaure, la carne de Pueblo Bello, ni los bailes en Brasilia, la Cañaguatera, o el Salón Central. Para qué recordar los viejos bares, ni aquellas mujeres de piel blanca que trajo la bonanza algodonera, basta con las  buenas tiendas de frías cervezas, lo demás estaba en los grandes y frescos patios nuestros.

 Fogones con guisos de  chivo y dominó, wisky guajiro de contrabando y claro, algún revólver por si las moscas. Es que las moscas siempre andan cerca y toca alejarlas.

Aquellas iglesias con curas reconocidos, cercana calles con nostalgias y recuerdos, viejos maestros que no conocían los paros, aquellas muchachas que no conocían nada, excepto lagunas lágrimas y gestos de radionovelas y telenovelas de Venezuela. Ah y aquellas parientes con cabello pintado regresando cada diciembre del  país vecino, con todos sus juguetes.

¿Cuándo carajos aquí los velorios eran una fiesta con motos? ¿Cuándo hombres y mujeres tatuados hasta lo imposible? ¿Cuántos consumidores de pepas rosadas y cigarros de humos raros? ¿Quién diablos usaba la nariz, distintos a reconocer alguna María Farina adulterada, o tal vez un ron atanquero mal aquinado? Nos queda el lexicón de la inolvidable ‘Cacica’ Consuelo Araújo Noguera para saber cómo hablábamos. Hace 17 años, partió Chema Gómez que cantó al “Compay Chipuco”, un personaje real, y que entró a la leyenda para los nuevos. Es cierto, ya somos pocos los vallenatos, nos toca apoyarnos entre nosotros, la pandemia pasará, pero la vallenatía  seguirá por los siglos  de los siglos y amén.