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Columnista - 4 noviembre, 2021

Valledupar, ciudad fundingue

A pesar de todo, Valledupar sigue siendo una ciudad divertida. No importa que ya no conozcas a diez de las doce personas en la tienda; no importa que  en cada  entierro más de cien motos lleven personas con tatuajes raros y música reguetón para acompañar al muerto; no importa  en cada esquina ver vendedoras de […]

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A pesar de todo, Valledupar sigue siendo una ciudad divertida. No importa que ya no conozcas a diez de las doce personas en la tienda; no importa que  en cada  entierro más de cien motos lleven personas con tatuajes raros y música reguetón para acompañar al muerto; no importa  en cada esquina ver vendedoras de comida chatarra con mil frascos de salsas que ni ellos saben a qué saben, ni importa que un equipo, llámese Manchester, Barcelona o Real Madrid, tenga tantos hinchas, pero ninguno  sepa si estos clubes son de África o de Europa.

 Ni importa que pagues más por aseo que por la energía, y menos importa si la solución para el agua permanente sea un socio estratégico y no un tanque, que era en su momento el segundo más grande del mundo, después de China, nada de eso importa por ahora.

No importa tampoco la administración de los últimos alcaldes, donde todos cambiaron de barrio, de carro, de estrato y de familia; él y sus amigos, eso tampoco viene al caso. Seguimos siendo una ciudad divertida, amorosa, hospitalaria, acogedora y atracadora, y de ñapa una de las ciudades más gritonas del país, al fin y al cabo en poco tiempo seremos además una ciudad de sordos, ya casi somos de ciegos.

Los vecinos aún tienen un humor sabroso, resignado, resiliente, inclusivo y disruptivo, los últimos términos tampoco sé qué significan, pero así estamos. Seguimos siendo sentimentales, solidarios, duele igual la muerte de un caballo cerca al aeropuerto,  una perrita extraviada y que un pastor evangélico y consejero de familias  y de alcaldes.

A propósito de mandatarios, en solo pocos años, se puede hacer un jueguito caricaturesco explicativo y adivinador para saber sus actos, intenciones y obras. 

Cualquiera es un exalcalde que anda tranquilo con su exprimera dama en carros de altísima gama a sabiendas, pero sin ningún resquemor, de haberlo adquirido con dinero de todos. Y todas recuerdan esos hermosos tiempos, que incluso piden a sus maridos repetir el ejercicio, en la mayoría no se atreven por simple vergüenza. O por no gastarse  la plata ajena que ahora es de ellos.

Desde el comienzo -y ahí comienza la adivinanza- dijeron que ese muchachito, sin verbo ni gracia, ni idea de administración, sería una bomba de tiempo, y claro, construyó para él una bomba, tan mal planeada que usted demora mayor tiempo para tanquear un vehículo; luego, por problemas de seguridad, una bandera de casi todos; otro vivaracho se alzó con la corona y créanme… hasta el dinero del fondo para seguridad ciudadana se llevó; su reemplazo, sin recordar el orden, fue otro muchachito de bien que destapó el ánimo bebedor de estas generaciones; ríos de aguardiente pasaron mientras la ciudad se administraba sola y enferma, entonces llegó un médico que mejora el paciente, pero eran tantas las heridas abiertas que cuando intentó celebrar, otro que aprendió rápido el truco nos llenó de oraciones tempraneras por todas partes. 

Fue la vez que Valledupar  más rezó. Se comparó  con el Vaticano, incluso comenzó a llamarse la Ciudad Rezandera de Colombia. Ese fue un paquete, un tanque para ser más exactos.

 Hoy sigue  la gozadera, los atracos de antier, la movilidad de ayer, el desempleo de siempre y los remedios de nunca. Solo que ahora hay una culpable: pandemia. Esa es la razón elemental de todo, sin ella, los que aún estamos vivos fuéramos ciudadanos guerreros del viento y de la bulla, aplaudiríamos desde la pintada de un parquecito, hasta un avión que nadie sabe para qué sirve. La vaina no anda bien, pero pudiera andar peor.

Mientras todo eso pasa, los arhuacos, que eran símbolo sentimental del valle del río Cesar y de la Sierra Nevada, aprendieron de poder y se pelean a poporo limpio cualquier contrato, cualquier dignidad, cualquier cabildo, cualquier Mamo  cuenta. 

De remate, uno de ellos, tampoco importa ahora si es puro o mezclado, es el nuevo rey del Festival Vallenato; si antes nos bailaban el indio, hoy un solo indio baila entre nosotros y ni cuenta nos damos. Menos mal que la venta de megáfonos aumentó el día sin IVA, y todos los vendedores cambiaron por modernos altavoces que ni dejan dormir, ni dar ni recibir clases; debemos darle la medalla  Cacique Upar al secretario de Gobierno para al menos reconocer su labor en temas de control auditivo. Al Cesar lo que del Cesar. 

Columnista
4 noviembre, 2021

Valledupar, ciudad fundingue

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Edgardo Mendoza Guerra

A pesar de todo, Valledupar sigue siendo una ciudad divertida. No importa que ya no conozcas a diez de las doce personas en la tienda; no importa que  en cada  entierro más de cien motos lleven personas con tatuajes raros y música reguetón para acompañar al muerto; no importa  en cada esquina ver vendedoras de […]


A pesar de todo, Valledupar sigue siendo una ciudad divertida. No importa que ya no conozcas a diez de las doce personas en la tienda; no importa que  en cada  entierro más de cien motos lleven personas con tatuajes raros y música reguetón para acompañar al muerto; no importa  en cada esquina ver vendedoras de comida chatarra con mil frascos de salsas que ni ellos saben a qué saben, ni importa que un equipo, llámese Manchester, Barcelona o Real Madrid, tenga tantos hinchas, pero ninguno  sepa si estos clubes son de África o de Europa.

 Ni importa que pagues más por aseo que por la energía, y menos importa si la solución para el agua permanente sea un socio estratégico y no un tanque, que era en su momento el segundo más grande del mundo, después de China, nada de eso importa por ahora.

No importa tampoco la administración de los últimos alcaldes, donde todos cambiaron de barrio, de carro, de estrato y de familia; él y sus amigos, eso tampoco viene al caso. Seguimos siendo una ciudad divertida, amorosa, hospitalaria, acogedora y atracadora, y de ñapa una de las ciudades más gritonas del país, al fin y al cabo en poco tiempo seremos además una ciudad de sordos, ya casi somos de ciegos.

Los vecinos aún tienen un humor sabroso, resignado, resiliente, inclusivo y disruptivo, los últimos términos tampoco sé qué significan, pero así estamos. Seguimos siendo sentimentales, solidarios, duele igual la muerte de un caballo cerca al aeropuerto,  una perrita extraviada y que un pastor evangélico y consejero de familias  y de alcaldes.

A propósito de mandatarios, en solo pocos años, se puede hacer un jueguito caricaturesco explicativo y adivinador para saber sus actos, intenciones y obras. 

Cualquiera es un exalcalde que anda tranquilo con su exprimera dama en carros de altísima gama a sabiendas, pero sin ningún resquemor, de haberlo adquirido con dinero de todos. Y todas recuerdan esos hermosos tiempos, que incluso piden a sus maridos repetir el ejercicio, en la mayoría no se atreven por simple vergüenza. O por no gastarse  la plata ajena que ahora es de ellos.

Desde el comienzo -y ahí comienza la adivinanza- dijeron que ese muchachito, sin verbo ni gracia, ni idea de administración, sería una bomba de tiempo, y claro, construyó para él una bomba, tan mal planeada que usted demora mayor tiempo para tanquear un vehículo; luego, por problemas de seguridad, una bandera de casi todos; otro vivaracho se alzó con la corona y créanme… hasta el dinero del fondo para seguridad ciudadana se llevó; su reemplazo, sin recordar el orden, fue otro muchachito de bien que destapó el ánimo bebedor de estas generaciones; ríos de aguardiente pasaron mientras la ciudad se administraba sola y enferma, entonces llegó un médico que mejora el paciente, pero eran tantas las heridas abiertas que cuando intentó celebrar, otro que aprendió rápido el truco nos llenó de oraciones tempraneras por todas partes. 

Fue la vez que Valledupar  más rezó. Se comparó  con el Vaticano, incluso comenzó a llamarse la Ciudad Rezandera de Colombia. Ese fue un paquete, un tanque para ser más exactos.

 Hoy sigue  la gozadera, los atracos de antier, la movilidad de ayer, el desempleo de siempre y los remedios de nunca. Solo que ahora hay una culpable: pandemia. Esa es la razón elemental de todo, sin ella, los que aún estamos vivos fuéramos ciudadanos guerreros del viento y de la bulla, aplaudiríamos desde la pintada de un parquecito, hasta un avión que nadie sabe para qué sirve. La vaina no anda bien, pero pudiera andar peor.

Mientras todo eso pasa, los arhuacos, que eran símbolo sentimental del valle del río Cesar y de la Sierra Nevada, aprendieron de poder y se pelean a poporo limpio cualquier contrato, cualquier dignidad, cualquier cabildo, cualquier Mamo  cuenta. 

De remate, uno de ellos, tampoco importa ahora si es puro o mezclado, es el nuevo rey del Festival Vallenato; si antes nos bailaban el indio, hoy un solo indio baila entre nosotros y ni cuenta nos damos. Menos mal que la venta de megáfonos aumentó el día sin IVA, y todos los vendedores cambiaron por modernos altavoces que ni dejan dormir, ni dar ni recibir clases; debemos darle la medalla  Cacique Upar al secretario de Gobierno para al menos reconocer su labor en temas de control auditivo. Al Cesar lo que del Cesar.