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Columnista - 31 enero, 2024

Valledupar, bomba de tiempo

Valledupar ha tenido un crecimiento ficticio; no tiene un perfil cultural, ni académico, ni comercial, ni industrial, ni económico, ni financiero.

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Luis Napoleón de Armas P.

Valledupar ha tenido un crecimiento ficticio; no tiene un perfil cultural, ni académico, ni comercial, ni industrial, ni económico, ni financiero. Tampoco cuenta con una clase dirigente de élite. Solo se destaca por su crecimiento poblacional: entre 2005 y 2018, según censos, creció 28%, a una tasa promedia anual de 1.92%, una de las más altas de las ciudades capitales. Hoy supera medio millón de habitantes, una pequeña urbe absorbida por el mototaxismo y donde la gente se resiste a otro modo de transporte urbano. 

Tiene una economía muy rara, pese a sus altas tasas de desempleo e informalidad, posee un alto parque automotor con carros de alta gama; los restaurantes y lugares de esparcimiento social permanecen llenos los fines de semana y los eventos musicales siempre están ‘full’. Parece que el folclor y la política abrieron un portal para destruir la ciudad; ojalá la ONU no nos quite la patrimonialidad. Uno no sabe de qué vive la gente en Valledupar, fuera del festival vallenato no tenemos más nada que ofrecerle al mundo, diferente a su hermosa geografía. 

En lo que sí podemos mostrar algo es en la inseguridad ciudadana en altos grados de sofisticación como el ocurrido la semana pasada a pocos metros de una estación de policía como vemos en las películas y países donde el narcotráfico impone la ley, un operativo a lo Vito Corleone que supone una gruesa suma de dinero para hacerlo. Es como un revivir la época de Pablo Escobar cuya simiente se extendió por todo el país. Todo estuvo cuadrado y calculado con gran precisión, una medalla de oro en delincuencia. 

Cuando se pierde el respeto por una ciudad y por la ley, significa que estamos frente a una sociedad en cuidados intensivos, en una convivencia utópica. Por eso, hoy aspirar a regir los destinos de una ciudad como esta, reviste mucha responsabilidad y compromisos con la ciudadanía. Esta ciudad hay que replantearla entre todos, sin intereses tribales ni egoísmos, es nuestra casa, el terruño de nuestras familias. No bastan consejos de seguridad, esas reuniones burocráticas que nos quieren mostrar para protegernos del Armagedón. 

Hay que hacer un estudio a fondo sobre nuestro devenir como ciudad y refugio, determinando las verdaderas causas para formular las soluciones adecuadas. Ahora muchos gritan diciendo que la causa de tanta delincuencia en la ciudad es la Tramacúa. Me parece muy simplista esa apreciación; es al revés, tenemos cárceles de esa naturaleza porque existen delincuentes no convencionales y la sociedad se desintegró. Claro, esta penitenciaría fue construida cuando Valledupar era un paraíso, pero ya gran parte del país estaba contaminado. Obviamente, muchos familiares de delincuentes de alta peligrosidad recluidos en la Tramacúa radican sus residencias aquí con efectos negativos. Somos una bomba de tiempo. 

Columnista
31 enero, 2024

Valledupar, bomba de tiempo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

Valledupar ha tenido un crecimiento ficticio; no tiene un perfil cultural, ni académico, ni comercial, ni industrial, ni económico, ni financiero.


Luis Napoleón de Armas P.

Valledupar ha tenido un crecimiento ficticio; no tiene un perfil cultural, ni académico, ni comercial, ni industrial, ni económico, ni financiero. Tampoco cuenta con una clase dirigente de élite. Solo se destaca por su crecimiento poblacional: entre 2005 y 2018, según censos, creció 28%, a una tasa promedia anual de 1.92%, una de las más altas de las ciudades capitales. Hoy supera medio millón de habitantes, una pequeña urbe absorbida por el mototaxismo y donde la gente se resiste a otro modo de transporte urbano. 

Tiene una economía muy rara, pese a sus altas tasas de desempleo e informalidad, posee un alto parque automotor con carros de alta gama; los restaurantes y lugares de esparcimiento social permanecen llenos los fines de semana y los eventos musicales siempre están ‘full’. Parece que el folclor y la política abrieron un portal para destruir la ciudad; ojalá la ONU no nos quite la patrimonialidad. Uno no sabe de qué vive la gente en Valledupar, fuera del festival vallenato no tenemos más nada que ofrecerle al mundo, diferente a su hermosa geografía. 

En lo que sí podemos mostrar algo es en la inseguridad ciudadana en altos grados de sofisticación como el ocurrido la semana pasada a pocos metros de una estación de policía como vemos en las películas y países donde el narcotráfico impone la ley, un operativo a lo Vito Corleone que supone una gruesa suma de dinero para hacerlo. Es como un revivir la época de Pablo Escobar cuya simiente se extendió por todo el país. Todo estuvo cuadrado y calculado con gran precisión, una medalla de oro en delincuencia. 

Cuando se pierde el respeto por una ciudad y por la ley, significa que estamos frente a una sociedad en cuidados intensivos, en una convivencia utópica. Por eso, hoy aspirar a regir los destinos de una ciudad como esta, reviste mucha responsabilidad y compromisos con la ciudadanía. Esta ciudad hay que replantearla entre todos, sin intereses tribales ni egoísmos, es nuestra casa, el terruño de nuestras familias. No bastan consejos de seguridad, esas reuniones burocráticas que nos quieren mostrar para protegernos del Armagedón. 

Hay que hacer un estudio a fondo sobre nuestro devenir como ciudad y refugio, determinando las verdaderas causas para formular las soluciones adecuadas. Ahora muchos gritan diciendo que la causa de tanta delincuencia en la ciudad es la Tramacúa. Me parece muy simplista esa apreciación; es al revés, tenemos cárceles de esa naturaleza porque existen delincuentes no convencionales y la sociedad se desintegró. Claro, esta penitenciaría fue construida cuando Valledupar era un paraíso, pero ya gran parte del país estaba contaminado. Obviamente, muchos familiares de delincuentes de alta peligrosidad recluidos en la Tramacúa radican sus residencias aquí con efectos negativos. Somos una bomba de tiempo.