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Columnista - 6 enero, 2011

Valledupar, ¡fundado y fundido¡

DOS PUNTOS Por: Germán Piedrahíta R. Las gotas corren por lo cuerpos de los caminantes de otras tierras. Hombres venidos de los cambios climáticos, de los fríos intensos y veranos calcinantes, de la nieve y el fuego. En su caballo, alto como las ceibas, el comandante de los descubridores oye el fragor de una corriente […]

DOS PUNTOS

Por: Germán Piedrahíta R.

Las gotas corren por lo cuerpos de los caminantes de otras tierras. Hombres venidos de los cambios climáticos, de los fríos intensos y veranos calcinantes, de la nieve y el fuego. En su caballo, alto como las ceibas, el comandante de los descubridores oye el fragor de una corriente y los cánticos en lenguas extrañas.
En la explanada, cerca al agua fría, una pequeña agitación de seres humanos, con pieles distintas, largos cabellos y mantas extrañas y él, desde su altura, se siente rey de un nuevo mundo.
Desmonta y sin temor con su yelmo y afilada espada pisa con poder la nueva tierra y exige, sin ser entendido, posesión de su universo.
Lo acompaña ciegamente el transformador de mentes, el hacedor de almas, recolector de espíritus errantes, Emilio y de la Cruz como el madero en que clavó a su Dios y con ellos Francisco, no el del lobo, sino el primero en haber bebido de las lágrimas de la sierra, bendice con su acero la pisada de hierro.
Hernando es el nombre del capitán y Santana su parentesco, que desde la lejana Hispania y después de una larga historia de derrotas y triunfos de caballeros, gracias al sueño realizado de un genovés sin miedo, erraban por la nueva tierra sembrando las mieses que más adelante los devolverían a sus puertos, desde los valles del cacique Upar.
Seis de enero de mil quinientos cincuenta, no es mucho tiempo, sino el necesario para ser historia, pero si es muy corto para la nueva cuenta de un pueblo que de villorrio pasó a ser centro de una colectividad con tres sangres, para caminar sin rumbo, porque hoy somos veinticinco corregimientos y han pasado igual número de alcaldes, ya no capitanes en sus Rocinantes ni Babiecas y menos Palomos, sino en cuatro puertas engañosas de sus deseos de desarrollo.
Antes a dedo eran impuestos y ahora por nuestros dedos han detenido el tiempo y rodeados de los dueños de tierras, ganados y erarios han desecado la esperanza y dejado pasar los tiempos sin que dejemos de ser un pueblo más, a orillas de una corriente de agua.
¿Qué han dejado los usurpadores del oro, de la carne y de la tierra? ¿Qué pueden mostrar a sus hijos los del rancio abolengo? ¿En donde están los altos palacios, las siembras fértiles, las aguas multiplicadoras, los salones de espejos, la miel, el aceite y la harina?
¿Cuál de los apellidos que deslumbran en canciones ha dejado su marca a favor de su pueblo? El verano de fuego ha secado los espíritus y la vieja comarca se asemeja más a una tierra olvidada que al Edén de los libros sagrados.
Seis de enero del año once del siglo veintiuno, por el camino hacia el cerro se desliza impotente el fantasma arrugado del antiguo Santana que perdió en su caballo la corona de España.

[email protected]

P.D.: Qué vergüenza la prensa de fin y principio de año. Nada para recordar, nada para coleccionar, ni una memoria para guardar. ¡Y no les dio pena¡

Columnista
6 enero, 2011

Valledupar, ¡fundado y fundido¡

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Germán Piedrahíta R.

DOS PUNTOS Por: Germán Piedrahíta R. Las gotas corren por lo cuerpos de los caminantes de otras tierras. Hombres venidos de los cambios climáticos, de los fríos intensos y veranos calcinantes, de la nieve y el fuego. En su caballo, alto como las ceibas, el comandante de los descubridores oye el fragor de una corriente […]


DOS PUNTOS

Por: Germán Piedrahíta R.

Las gotas corren por lo cuerpos de los caminantes de otras tierras. Hombres venidos de los cambios climáticos, de los fríos intensos y veranos calcinantes, de la nieve y el fuego. En su caballo, alto como las ceibas, el comandante de los descubridores oye el fragor de una corriente y los cánticos en lenguas extrañas.
En la explanada, cerca al agua fría, una pequeña agitación de seres humanos, con pieles distintas, largos cabellos y mantas extrañas y él, desde su altura, se siente rey de un nuevo mundo.
Desmonta y sin temor con su yelmo y afilada espada pisa con poder la nueva tierra y exige, sin ser entendido, posesión de su universo.
Lo acompaña ciegamente el transformador de mentes, el hacedor de almas, recolector de espíritus errantes, Emilio y de la Cruz como el madero en que clavó a su Dios y con ellos Francisco, no el del lobo, sino el primero en haber bebido de las lágrimas de la sierra, bendice con su acero la pisada de hierro.
Hernando es el nombre del capitán y Santana su parentesco, que desde la lejana Hispania y después de una larga historia de derrotas y triunfos de caballeros, gracias al sueño realizado de un genovés sin miedo, erraban por la nueva tierra sembrando las mieses que más adelante los devolverían a sus puertos, desde los valles del cacique Upar.
Seis de enero de mil quinientos cincuenta, no es mucho tiempo, sino el necesario para ser historia, pero si es muy corto para la nueva cuenta de un pueblo que de villorrio pasó a ser centro de una colectividad con tres sangres, para caminar sin rumbo, porque hoy somos veinticinco corregimientos y han pasado igual número de alcaldes, ya no capitanes en sus Rocinantes ni Babiecas y menos Palomos, sino en cuatro puertas engañosas de sus deseos de desarrollo.
Antes a dedo eran impuestos y ahora por nuestros dedos han detenido el tiempo y rodeados de los dueños de tierras, ganados y erarios han desecado la esperanza y dejado pasar los tiempos sin que dejemos de ser un pueblo más, a orillas de una corriente de agua.
¿Qué han dejado los usurpadores del oro, de la carne y de la tierra? ¿Qué pueden mostrar a sus hijos los del rancio abolengo? ¿En donde están los altos palacios, las siembras fértiles, las aguas multiplicadoras, los salones de espejos, la miel, el aceite y la harina?
¿Cuál de los apellidos que deslumbran en canciones ha dejado su marca a favor de su pueblo? El verano de fuego ha secado los espíritus y la vieja comarca se asemeja más a una tierra olvidada que al Edén de los libros sagrados.
Seis de enero del año once del siglo veintiuno, por el camino hacia el cerro se desliza impotente el fantasma arrugado del antiguo Santana que perdió en su caballo la corona de España.

[email protected]

P.D.: Qué vergüenza la prensa de fin y principio de año. Nada para recordar, nada para coleccionar, ni una memoria para guardar. ¡Y no les dio pena¡